9:15 de la mañana. Estamos reunidos en la Comisión de economía del Parlamento Europeo y se planea el debate de siempre: ¿Suspendemos la reunión? Solo conocemos el comienzo del horror de esta mañana en Bruselas. Todavía no ha explotado la bomba del metro de Maelbeek. Yo sugiero suspender. Tengo mucha experiencia en estas situaciones. Una diputada francesa dice que no, que eso es lo quieren los terroristas: pararlo todo. Los Grupos políticos deciden continuar.
Un error. Las noticias se agolpan en nuestros móviles. Trece muertes. No, diecisiete, veintiuno, veintiséis. Quizás más de treinta. Siempre es así. Bombas en lugares muy concurridos a hora punta. Los muertos y heridos serán muchos. Siempre son muchos.
Cuando me escriben los amigos para saber de mí, les digo que toda la vida sufriendo el terrorismo y ahora me toca vivir, de nuevo, esta locura fanática aquí en Bruselas. Porque de hecho, el clima de temor y de espera a un atentado, se vive en esta ciudad desde hace meses. Cuando se descubrió que la preparación y la logística de los atentados de Paris en noviembre de 2015 estaban en Bruselas y cuando se constató que la policía belga había estado ausente, durante años, de lo que acabó siendo una peligrosa ramificación de células yihadistas en varios barrios de la ciudad, especialmente en Molenbeek.
Así llegó aquel fin de semana que también viví en Bruselas, el 21 de noviembre del año pasado, en el que se cerró materialmente la ciudad ante el temor de un atentado inminente, y así hemos vivido con los soldados en las calles patrullando, como en la guerra, por las plazas y lugares céntricos de la ciudad, esperando que ocurriera lo previsible. Todo hace suponer que la caída de los terroristas de Paris en Bruselas la semana pasada, ha desencadenado los atentados de las células contiguas, que probablemente han decidido matar y morir en la misma secuencia de sus compinches.
No me gusta llamarle guerra, pero se le parce mucho. Los que murieron en los trenes de cercanías de Madrid o en el metro de Londres o esta mañana en Bruselas son tan inocentes como las víctimas civiles de las guerras. No, no es una guerra convencional, pero es una guerra que será larga y que necesita policía y ejércitos y sobre todo política, mucha política.
Política para gestionar la complejidad multiétnica de nuestras ciudades, para integrar la marginalidad de algunos barrios, para ofrecer futuro a muchos de sus jóvenes, para controlar el radicalismo yihadista ligado al Islam y a algunas mezquitas, para infiltrarse policialmente en los entornos proclives a la violencia yihadista, para poner a los musulmanes de la paz al frente de la pedagoga antiviolenta de la yihad. Todo esto no se hace en un mes ni en un año, pero sino se empieza ya, quizás luego sea demasiado tarde. Creo sinceramente que esta estrategia debe ser creada e implementada en estrecha colaboración con las comunidades musulmanas nacionales. Ellas son una pieza básica en la deslegitimación y en la desarticulación de las tramas yihadistas creadas en suelo europeo.
Política en la decisión de unificar las policías europeas y contar con un cuerpo europeo de información contraterrorista que coordine las fuentes informativas, que concentre el análisis de inteligencia y que tenga capacitad operativa en colaboración con las policías nacionales. Me parece una broma de mal gusto enarbolar la soberanía nacional de los Estados, en defensa de las policías nacionales, cuando llévanos más de diez años sufriendo los ataques de la misma organización ideológica y estratégica que no distingue en atacar Londres, Paris, Madrid o Bruselas.
Política en la organización internacional de nuestros ejércitos y de nuestra acción exterior para combatir al estado Islámico y derrotarlo, al tiempo que estabilizamos Oriente Medio. El desastre que tenemos en Irak, Siria y demás está en el origen de la explosión bélica y humanitaria que padecemos y en el corazón de la bestia, está el conflicto Árabe-Israelí como telón de fondo. El mundo no recuperará fácilmente la calma hasta que esos conflictos se orienten, no digo solucionen, porque sería temerario. La política internacional y Naciones Unidas tienen que estar al frente de esta recomposición.
Política en la respuesta a la crisis migratoria que debería hacer pensar a tantos populistas nacionalistas cuando proclaman que su país "no será invadido" y cierran sus fronteras. ¿Cuál será la reacción mañana de tantos millones de jóvenes árabes que miraran a Europa con odio por haberles cerrado las puertas cuando huían de la guerra?
Política en el liderazgo para dirigirse a las poblaciones amenazadas y decirles: «Esta guerra será dura pero la vamos a vencer». Política para vertebrar a los partidos políticos y ofrecer a la población un mensaje de unidad y de firmeza para que no nos derrote la impotencia y para que no nos ciegue la ira.
Política para encontrar los equilibrios entre seguridad y libertad y explicar a los ciudadanos los sacrificios que hay que asumir para vencer este terrorismo ciego que mata muriendo.
Todo eso es política grande. La que reclaman los momentos graves que vivimos, Política europea también, porque nada de los que necesitamos hacer contra el ISIS puede hacerse al margen de Europa. Una Europa, necesitada más que nunca de unidad, de espíritu federal y de capacidad internacional para articular con otras potencias del mundo estas estrategias.
Publicado en El Correo de Alava. 23/03/2016