No negaré la importancia de la
divergencia surgida esta semana en el Congreso, entre los diputados catalanes y
el resto de diputados del PSOE. De entrada, porque era la primera vez que se
producía en treinta años y, sobre todo, porque afectaba al llamado Derecho a
decidir de Cataluña, entrando así de lleno en el delicado proceso
independentista de esa comunidad.
¿Por qué ha surgido este conflicto
entre nosotros? Debo reconocer que no hemos podido consensuar la respuesta a la
problemática surgida en Cataluña estos últimos meses, especialmente a partir de
la Diada de septiembre 2012. Aquel 11 de septiembre una marea humana desbordó a
todos y desde entonces, la reclamación de una consulta decisoria sobre el
futuro de Cataluña, en, o fuera de España, ha cobrado una fuerza enorme. El PSC
incorporó a su programa electoral su defensa de una consulta legal y pactada
con el gobierno de España. La coincidencia de una propuesta de resolución de
CiU y otra de Iniciativa, con esa promesa
electoral, les llevó a votarla y romper así la unidad de voto con el conjunto
del grupo socialista al que pertenecen.
Hasta aquí los hechos. Mi impresión es
que el PSC no pudo evitar esta divergencia con el PSOE, pero tampoco lo quiso.
No pudo porque era su compromiso electoral y no quiso, porque buscaba una
reafirmación de autonomía respecto al PSOE en este asunto, ante el electorado y
la ciudadanía catalana, que están masivamente seducidos por la falsa magia de
la consulta.
No pudimos convencerles de que lo
lógico era votar la propuesta de Resolución que habíamos preparado
conjuntamente y rechazar las propuestas auto deterministas de los demás. ¿Cuál
era nuestra propuesta? En esencia era reconocer que la ciudadanía de Cataluña
viene expresando en los últimos años una triple reivindicación: Una
reformulación de su autogobierno muy acentuada desde la Sentencia del Tribunal Constitucional
que rechazó algunos aspectos de la reforma del Estatuto de Cataluña, que el
pueblo catalán ya había votado en referéndum; un modelo de financiación que les
genera agravios económicos por su contribución a la solidaridad con las
regiones más pobres y que, en los
últimos años ha provocado un fuerte movimiento para la aplicación a Cataluña
del modelo de concierto económico del País Vasco y Navarra; y por último, una
creciente y peligrosa sensación de que España no comprende y no acepta las
singularidades culturales, históricas o políticas de Cataluña.
Nuestra resolución ofrecía diálogo
para abordar estos temas y proponía la apertura de un proceso de estudio y
pacto para reformar la Constitución y, en su caso, para reformular su
autogobierno que daría lugar a sendos refrendos, el de la Constitución de todos
los españoles y el de su nuevo estatuto de solo los catalanes.
El PP ha rechazado todas las
propuestas. La de CiU, la de Iniciativa y la de los Socialistas. Hoy todo el
mundo habla de la división socialista. Pero, no se equivoquen, el problema no
es del PSC y PSOE. El problema es el de Cataluña y España. Los que se regodean
y no callan con nuestra división, me recuerdan a los que señalan la luna
mirando el dedo. Porque, desgraciadamente, la entidad del problema está
afectando seriamente a la construcción territorial de España, a su política
autonómica, al modelo de financiación de nuestras Comunidades (atención,
también a la nuestra) y, en definitiva, al eterno problema de integrar a
nuestros nacionalismos en una España plural.
Respecto al tema del famoso Derecho
decisorio, ha cobrado fuerza esta idea tan frecuente en la política de que una
solución sencilla, resuelve problemas complejos. Para empezar, hablemos con
propiedad. Tal Derecho, el de decidir, no es un Derecho, sino una
reivindicación política. El llamado Derecho a la autodeterminación, solo es
tal, cuando se trata de crear un Estado en una comunidad que recupera una
independencia que tuvo y que le fue arrebatada, o cuando se trata de una
descolonización, o cuando sufre una opresión cultural económica y política de
un régimen autocrático. ¿Es eso Cataluña?
Yo no creo que una consulta resuelva
nada. Al revés, lo estropea y lo rompe todo. A los que dicen que la consulta es
“solo consultiva”, hay que decirles que un refrendo de esa naturaleza es
políticamente vinculante siempre. A los partidos que dicen que cuando llegue la
consulta votarán contra la independencia, hay que decirles que eso no es
posible cuando la decisión viene precedida de una agenda reivindicativa tan
cargada. Decir entonces que quieres quedarte como estás y sumarte a las fuerzas
contrarias a la autodeterminación, es, sencillamente increíble.
Por eso, soy de los que creen que el
llamado Derecho a decidir no es más que un eufemismo de la autodeterminación y
que ésta, la autodeterminación, no es una ingenua consulta sino un mecanismo
que, irremisiblemente, conduce a la independencia. Así ha sido siempre y en
todo lugar, más tarde o más temprano y por eso son los nacionalistas, los que
quieren la independencia, los que la reclaman.
Mis compañeros de Cataluña no quieren
fracturar al pueblo de Cataluña en los extremos del péndulo identitario. No
quieren romper con siglos de vida en común.
No quieren perturbar los lazos que unen familias y pueblos entre
Cataluña y España. Mis compañeros del PSC no quieren la independencia de
Cataluña sino, un mejor autogobierno en España. Y para eso, hablemos,
dialoguemos, reformemos lo que haga falta, pero hagámoslo juntos. Por eso creo
que, aunque grave, la divergencia no es ruptura. Por el bien del PSOE, desde
luego, pero también y sobre todo, por el bien de Cataluña y de España.
Publicado para El Correo, 2/03/2013