21 de enero de 2010

Demasiadas prejubilaciones

Casi la mitad (el 45%, aproximadamente) de los que se jubilan cada año en España, lo hacen por debajo de los 65 años. Algo menos de cien mil personas, de las 200.000 que pasan cada año a engrosar la nómina de la Seguridad Social, lo hacen en cualquiera de las modalidades de prejubilación conocidas: prejubilaciones especiales a los 64 años, parcial (contrato de relevo), sin coeficiente reductor y con coeficiente reductor.

De entre todas ellas, el 60% aproximadamente lo son con coeficiente reductor y casi un 30% son parciales; es decir, utilizando el llamado contrato de relevo, una modalidad que crece cada año.

No es fácil estimar cuántos de estos casi cien mil trabajadores españoles que se prejubilan cada año lo hacen voluntariamente, pero, probablemente, son los menos. En todo caso, me pregunto: ¿Es esto razonable? ¿Podemos sostenerlo?

Argumentaré primero desde una perspectiva de filosofía social. La idea de que los empleados más mayores son demasiado caros y que pueden ser sustituidos por empleados más inexpertos, pero muy productivos (con jornadas laborales exageradas, todo hay que decirlo) y muy baratos, ha hecho furor en bancos, consultoras, telecos y grandes empresas en general. Las prejubilaciones se han convertido así en una estrategia de reducción de costes y en cambios radicales en la forma de producción tendentes a la subcontratación generalizada, de manera que los viejos empleados son sustituidos por la tecnología o por la externalización. Pero se ha producido así una descapitalización enorme en muchísimas compañías, y hemos dejado en casa a millones de personas de cincuenta años o poco más, inutilizando y despreciando sus conocimientos en la soledad del “dolce far niente”. Todo ello, sin olvidar que, además, les hemos condenado a una pensión bastante más baja de lo que habrían disfrutado si se hubieran jubilado a los 65 años.

Una sociedad en la que los chavales empiezan a trabajar muy tarde (la edad de incorporación laboral de nuestros licenciados es demasiado alta), lo hacen precariamente durante varios años y son jubilables a los cincuenta, es una sociedad insostenible y absurda. Es ésta una de esas cosas en las que el mercado muestra su ceguera y su inevitable insensibilidad social.

Admito que las prejubilaciones fueron necesarias en la reconversión industrial, que pueden serlo como mecanismo de ajuste laboral para la competitividad globalizada, o para adaptar las plantillas laborales, incluidos los directivos, a la evolución tecnológica y estratégica de la gestión empresarial… pero son un desastre social. Mucho más teniendo en cuenta que la carrera de cotización de la Seguridad social de las nuevas generaciones empieza a ser peligrosamente corta, y con demasiados períodos de vacío en las cotizaciones.

El debate entre el empuje juvenil y la experiencia de la edad es tan aburrido como generalista, pero permítanme una referencia personal. A los 38 años, fui vicelehendakari de un complejísimo gobierno de coalición en el País Vasco, durante los años ochenta. Si alguien me preguntara, ahora que he cumplido los sesenta, si lo haría hoy mejor que ayer, contesto con absoluta convicción, que sin duda alguna.

¿Cuántos médicos, profesores, abogados, ingenieros, maestros de taller, fontaneros, arquitectos, etc., no dirían lo mismo? Es falsa esa idea tan utópica de que los prejubilados pueden seguir aportando a la sociedad mucha de su experiencia y de sus saberes. Fuera del trabajo formal, es muy difícil, por no decir imposible, que un profesional encuentre un circuito de transmisión y actualización de sus saberes. Como dice un amigo mío: “Paré al borde de la autopista para permanecer en la carrera, y sólo vi pasar los coches de la vida, a toda velocidad, sin que nadie reparase en mi”.

Edad de jubilación
También lo son económicamente hablando. Sencillamente, no es sostenible jubilarse a los 50 cuando la esperanza de vida supera los 80. Cuando fijamos los 65 años como edad de jubilación, la esperanza de vida en España no llegaba, ni de lejos, a los sesenta años.

Es verdad que eran los años cuarenta, recién acabadas las guerras, pero la prolongación de la esperanza de vida ha sido tan enorme, en este período, que todos los cálculos actuariales que dieron soporte a esa edad mítica de los 65 han quedado superados por una realidad, absoluta y afortunadamente, muy distinta. Por eso, también debemos ser consecuentes y aportar a nuestra Seguridad Social las reformas necesarias para hacerla sostenible, también en esta materia de la edad de jubilación.

Desconozco el proyecto de reforma que el Gobierno presentará a los agentes sociales y económicos para la revisión del sistema en el seno del Pacto de Toledo. No quiero entrar aquí en las necesidades –muchas de ellas contradictorias y hasta antagónicas– de esa reforma.

Afortunadamente, tenemos una Seguridad Social saneada y un secretario de Estado solvente, que saben lo que hacen. Pero, desde una perspectiva social y económica, no encuentro más que argumentos favorables a la prolongación de la vida laboral de los españoles, lo que implica hacer difícil y costosa la prejubilación, y estimular o atrasar la jubilación más allá de los 65 años. Ello ayudaría, además, a mejorar la contributividad del sistema y facilitaría otras reformas en otra dirección.

Naturalmente, hay excepciones. Todos sabemos que hay oficios y actividades que, objetivamente, no permiten la prolongación de la actividad profesional más allá de los sesenta y cinco años, pero con esa flexibilidad, y en el marco de los acuerdos necesarios en el diálogo social, no entiendo porqué no podemos hacer lo que otros países (Alemania entre otros muchos), están haciendo en esta materia.

Expansión, 21/01/2010