En la masiva manifestación donostiarra del pasado día 17 contra la detención y procesamiento de varios dirigentes batasunos latían dos razonamientos principales. Una gran parte de los manifestantes -yo diría que casi todos- eran seguidores de la izquierda abertzale y seguían las consignas y movilizaciones de su organización. No importa demasiado cuáles fueran los motivos y las reivindicaciones. Su presencia es militante y acrítica. Están en la trinchera de esta trágica batalla y responden a las emociones y a las pasiones que la violencia genera indefectiblemente en las dos orillas. No hay novedad ni nada destacable en su presencia en la soleada tarde de La Concha del día 17.
Pero allí había también una población que rechaza y condena la violencia de ETA, que quiere sinceramente que ETA desaparezca cuanto antes y que, sin embargo, considera errónea, políticamente hablando, la detención de Otegi, Usabiaga, etcétera, y que discrepa abiertamente de la vía represiva o ilegalizadora de Batasuna y de todo su entramado político. Son miles de ciudadanos vascos que siguen confiando en que la paz llegará cuando Batasuna arrastre a ETA a la política y que para ello es necesario allanar el camino a sus dirigentes más favorables al diálogo.
Es a ellos a quienes quiero dirigirme. Explicaré primero por qué. Siempre he pensado que el mundo nacionalista democrático y pacífico es clave en la superación de esta herida que sufre nuestro pueblo. El rechazo claro y rotundo del nacionalismo al terrorismo de ETA es condición necesaria, aunque no suficiente, para el fin de la violencia. De hecho, si ustedes me preguntaran cuál fue la razón última (además de que no fue posible otro gobierno) de aquel pacto que hicimos los socialistas en 1987 con el PNV, aceptando un lehendakari nacionalista a pesar de ser entonces nosotros, el PSE, el primer partido en escaños (19 sobre 17), respondería diciendo que fue el Pacto de Ajuria Enea que firmamos unos meses más tarde y que colocó al lehendakari Ardanza al frente de la lucha contra ETA ejerciendo el liderazgo de la unidad democrática vasca contra ETA y superando así la vieja y perversa división entre demócratas, que sufrimos durante los primeros años de la democracia. ¿A qué viene irse tan lejos? En el fondo, la imagen de los nacionalistas democráticos: PNV, EA, Aralar, ELA, etcétera, unidos a Batasuna contra el Gobierno, la Audiencia Nacional, etcétera, en la citada manifestación, fue un lamentable paso atrás. Por supuesto que no estamos como hace años. Mucha de esa misma gente pudo estar en Bilbao en julio, respondiendo al llamamiento del lehendakari en la protesta contra el asesinato de Eduardo Puelles. Mi pregunta y mi inquietud es por qué creen que deben protestar contra la detención de Otegi y por qué siguen creyendo que algunos no tienen 'todos los derechos', como decía la pancarta.
Más allá de las razones partidarias de unos y otros para acudir a la marcha (muy diferentes y muy legítimas, pero todas ellas muy interesadas en términos de ubicación electoral ante la masa votante de la izquierda abertzale ilegalizada), lo que más me preocupa es que la gente siga creyendo que Otegi trabajaba para la paz. Veamos. Que Otegi quiere que esto acabe, lo sabemos. Su problema es que no tiene capacidad ninguna para arrastrar a ETA hacia la política. El problema es que ya sabemos que trabaja al servicio de una estrategia que busca una paz imposible, es decir, con concesiones políticas a cambio del cese de la violencia y que permita a la izquierda abertzale capitalizar su historia, saliendo fortalecida al juego democrático. El problema es que busca una alianza nacionalista, polo soberanista o como quieran que se llame, que pretende absorber todas las expresiones del nacionalismo independentista y ponerlas al servicio de su vieja causa (demoler la vía estatutaria y configurar un nuevo marco jurídico-político con España). El problema es que todos esos nuevos inventos son cortinas de humo para sortear la decisión de la democracia de no permitir la acción política al entramado político de ETA mientras persista la violencia. El problema es que sabemos que toda su estrategia de contactos, de propuestas, etcétera, está rigurosa y detalladamente controlada por ETA. El problema es que llevan treinta años queriendo engañarnos con promesas de paz, treguas locales, parciales, temporales, sin que hayamos visto todavía un solo atisbo de sincera voluntad de abandono de la violencia. Todo son tácticas tramposas, falsas treguas, negociaciones maximalistas, argucias para continuar y mantener el aparato militar y seguir ejerciendo su chantaje para imponer sus objetivos. Entre otras cosas porque los que mandan son herederos de 'Txeroki' y porque todos, unos y otros, no aceptan que sólo son el 10% del censo electoral (si llegan).
Ésta es la verdad y todos lo sabemos. No podemos ser tan frágiles de memoria cuando sólo han pasado tres años desde el frustrado proceso de paz de 2006. Sabemos muy bien cómo, por qué y quién rompió el proceso. ¿Hace falta recordar el papel que jugaron entonces Otegi y compañía? ¿Cómo reaccionaron a las bombas de la T-4 de Barajas y a los atentados del verano de 2007?
Para quienes lo olvidan, bueno será que les recordemos que en enero de 2000, cuando rompieron la tregua de 1999 (la de Lizarra, por cierto), pasó exactamente lo mismo ¿Vamos a ser tan ingenuos como para permitirles -otra vez- que se inventen un nuevo truco para sortear la ilegalización aprovechándose de siglas legales y para dividir al mundo nacionalista democrático, prometiendo una paz a medias y mentirosa? ¿No es ya hora de decirles todos juntos que no les admitimos en nuestro marco democrático hasta que dejen de matar y de ponernos bombas? Por eso no entiendo a los que dicen que se manifiestan en defensa de derechos básicos para todos. ¿Qué derecho se niega a quienes sólo hacemos política? ¿Qué idea o proyecto, qué objetivo político está prohibido en Euskadi? Si hablamos de derechos, empecemos por el de la vida, que está amenazado para miles de vascos, y seamos consecuentes y solidarios para con ellos, siempre y en todo lugar. No de vez en cuando y según convenga. Los partidos y sindicatos que negocian un polo soberanista con Batasuna no pueden contentarse con vagas promesas o sofisticadas expresiones de aceptación del juego democrático si no obtienen seguridad plena y previa de la desaparición de ETA. Ya les engañaron en Lizarra como para que vuelvan a caer en el mismo error. La apuesta confiada en que arrastrando a Batasuna a la democracia arrastran a ETA a la política es ingenua y acaba sucediendo lo contrario, es decir, que ETA reencuentra el escenario con el que justificar su violencia.
Los partidos nacionalistas tienen que dar un paso que les cuesta enormemente. Asumir como plenamente democrática la ilegalización de Batasuna y aceptar, como acertada y conveniente, la estrategia de aislamiento a todo su entramado. No hay un solo argumento jurídico de puridad democrática contra la ilegalización después de la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. No hay una sola razón política contra la persecución judicial de quienes siguen la estrategia de ETA y proponen métodos reiteradamente fracasados para engañarnos con una paz falsa y tramposa. Se acabó. No negamos el diálogo, pero éste sólo será posible cuando dejen las armas y hagan política como los demás. No será la condición para el cese de la violencia, sino su consecuencia, una vez haya sido éste contrastado.
A la política antiterrorista no le toca sólo unificar la respuesta democrática a los atentados y el marco de apoyo a las víctimas y a los perseguidos. Eso está bien, pero no es suficiente. Lo que nos falta todavía en Euskadi es ese marco de principios comunes en el proceso de paz: ilegalización, aislamiento, persecución judicial, etcétera, y unas bases mínimamente consensuadas para abordar el proceso de finalización y desaparición de ETA.
Pero allí había también una población que rechaza y condena la violencia de ETA, que quiere sinceramente que ETA desaparezca cuanto antes y que, sin embargo, considera errónea, políticamente hablando, la detención de Otegi, Usabiaga, etcétera, y que discrepa abiertamente de la vía represiva o ilegalizadora de Batasuna y de todo su entramado político. Son miles de ciudadanos vascos que siguen confiando en que la paz llegará cuando Batasuna arrastre a ETA a la política y que para ello es necesario allanar el camino a sus dirigentes más favorables al diálogo.
Es a ellos a quienes quiero dirigirme. Explicaré primero por qué. Siempre he pensado que el mundo nacionalista democrático y pacífico es clave en la superación de esta herida que sufre nuestro pueblo. El rechazo claro y rotundo del nacionalismo al terrorismo de ETA es condición necesaria, aunque no suficiente, para el fin de la violencia. De hecho, si ustedes me preguntaran cuál fue la razón última (además de que no fue posible otro gobierno) de aquel pacto que hicimos los socialistas en 1987 con el PNV, aceptando un lehendakari nacionalista a pesar de ser entonces nosotros, el PSE, el primer partido en escaños (19 sobre 17), respondería diciendo que fue el Pacto de Ajuria Enea que firmamos unos meses más tarde y que colocó al lehendakari Ardanza al frente de la lucha contra ETA ejerciendo el liderazgo de la unidad democrática vasca contra ETA y superando así la vieja y perversa división entre demócratas, que sufrimos durante los primeros años de la democracia. ¿A qué viene irse tan lejos? En el fondo, la imagen de los nacionalistas democráticos: PNV, EA, Aralar, ELA, etcétera, unidos a Batasuna contra el Gobierno, la Audiencia Nacional, etcétera, en la citada manifestación, fue un lamentable paso atrás. Por supuesto que no estamos como hace años. Mucha de esa misma gente pudo estar en Bilbao en julio, respondiendo al llamamiento del lehendakari en la protesta contra el asesinato de Eduardo Puelles. Mi pregunta y mi inquietud es por qué creen que deben protestar contra la detención de Otegi y por qué siguen creyendo que algunos no tienen 'todos los derechos', como decía la pancarta.
Más allá de las razones partidarias de unos y otros para acudir a la marcha (muy diferentes y muy legítimas, pero todas ellas muy interesadas en términos de ubicación electoral ante la masa votante de la izquierda abertzale ilegalizada), lo que más me preocupa es que la gente siga creyendo que Otegi trabajaba para la paz. Veamos. Que Otegi quiere que esto acabe, lo sabemos. Su problema es que no tiene capacidad ninguna para arrastrar a ETA hacia la política. El problema es que ya sabemos que trabaja al servicio de una estrategia que busca una paz imposible, es decir, con concesiones políticas a cambio del cese de la violencia y que permita a la izquierda abertzale capitalizar su historia, saliendo fortalecida al juego democrático. El problema es que busca una alianza nacionalista, polo soberanista o como quieran que se llame, que pretende absorber todas las expresiones del nacionalismo independentista y ponerlas al servicio de su vieja causa (demoler la vía estatutaria y configurar un nuevo marco jurídico-político con España). El problema es que todos esos nuevos inventos son cortinas de humo para sortear la decisión de la democracia de no permitir la acción política al entramado político de ETA mientras persista la violencia. El problema es que sabemos que toda su estrategia de contactos, de propuestas, etcétera, está rigurosa y detalladamente controlada por ETA. El problema es que llevan treinta años queriendo engañarnos con promesas de paz, treguas locales, parciales, temporales, sin que hayamos visto todavía un solo atisbo de sincera voluntad de abandono de la violencia. Todo son tácticas tramposas, falsas treguas, negociaciones maximalistas, argucias para continuar y mantener el aparato militar y seguir ejerciendo su chantaje para imponer sus objetivos. Entre otras cosas porque los que mandan son herederos de 'Txeroki' y porque todos, unos y otros, no aceptan que sólo son el 10% del censo electoral (si llegan).
Ésta es la verdad y todos lo sabemos. No podemos ser tan frágiles de memoria cuando sólo han pasado tres años desde el frustrado proceso de paz de 2006. Sabemos muy bien cómo, por qué y quién rompió el proceso. ¿Hace falta recordar el papel que jugaron entonces Otegi y compañía? ¿Cómo reaccionaron a las bombas de la T-4 de Barajas y a los atentados del verano de 2007?
Para quienes lo olvidan, bueno será que les recordemos que en enero de 2000, cuando rompieron la tregua de 1999 (la de Lizarra, por cierto), pasó exactamente lo mismo ¿Vamos a ser tan ingenuos como para permitirles -otra vez- que se inventen un nuevo truco para sortear la ilegalización aprovechándose de siglas legales y para dividir al mundo nacionalista democrático, prometiendo una paz a medias y mentirosa? ¿No es ya hora de decirles todos juntos que no les admitimos en nuestro marco democrático hasta que dejen de matar y de ponernos bombas? Por eso no entiendo a los que dicen que se manifiestan en defensa de derechos básicos para todos. ¿Qué derecho se niega a quienes sólo hacemos política? ¿Qué idea o proyecto, qué objetivo político está prohibido en Euskadi? Si hablamos de derechos, empecemos por el de la vida, que está amenazado para miles de vascos, y seamos consecuentes y solidarios para con ellos, siempre y en todo lugar. No de vez en cuando y según convenga. Los partidos y sindicatos que negocian un polo soberanista con Batasuna no pueden contentarse con vagas promesas o sofisticadas expresiones de aceptación del juego democrático si no obtienen seguridad plena y previa de la desaparición de ETA. Ya les engañaron en Lizarra como para que vuelvan a caer en el mismo error. La apuesta confiada en que arrastrando a Batasuna a la democracia arrastran a ETA a la política es ingenua y acaba sucediendo lo contrario, es decir, que ETA reencuentra el escenario con el que justificar su violencia.
Los partidos nacionalistas tienen que dar un paso que les cuesta enormemente. Asumir como plenamente democrática la ilegalización de Batasuna y aceptar, como acertada y conveniente, la estrategia de aislamiento a todo su entramado. No hay un solo argumento jurídico de puridad democrática contra la ilegalización después de la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. No hay una sola razón política contra la persecución judicial de quienes siguen la estrategia de ETA y proponen métodos reiteradamente fracasados para engañarnos con una paz falsa y tramposa. Se acabó. No negamos el diálogo, pero éste sólo será posible cuando dejen las armas y hagan política como los demás. No será la condición para el cese de la violencia, sino su consecuencia, una vez haya sido éste contrastado.
A la política antiterrorista no le toca sólo unificar la respuesta democrática a los atentados y el marco de apoyo a las víctimas y a los perseguidos. Eso está bien, pero no es suficiente. Lo que nos falta todavía en Euskadi es ese marco de principios comunes en el proceso de paz: ilegalización, aislamiento, persecución judicial, etcétera, y unas bases mínimamente consensuadas para abordar el proceso de finalización y desaparición de ETA.
El Correo, 29/10/2009