Quienes esperábamos una decisión del G-20 sobre regulación limitativa de retribuciones variables (bonus, primas, blindajes, stock-options, etc, en el sector financiero), nos hemos quedado un poco decepcionados por la ambigüedad de sus resoluciones. Pero, como decía Machado, se hace camino al andar.
Toda una serie de propuestas e iniciativas que hasta sólo unos meses eran impensables, se abren paso sorprendentemente en los círculos económicos ortodoxos, reabriendo polémicas y debates que la doctrina oficial del pensamiento económico liberal habían despreciado.
La primera es la gobernanza misma de la economía globalizada. Más allá de las formulaciones técnicas que se adopten, una cosa es indiscutible: quienes despreciaban al Estado e idolatraban al mercado, han visto destruidas sus aparentemente firmes convicciones cuando la política en estado puro ha sido llamada con urgencia al quirófano de la crisis.
Es la economía, los bancos, las bolsas, las empresas, los trabajadores, la sociedad entera quienes miran angustiados a sus instituciones representativas para resolver los problemas. Y al hacerlo, las instituciones se reivindican como fundamentos de una organización social, de una sociedad política. Triunfa lo público frente a la expansión egoísta de lo privado y al individualismo descreído e insolidario.
Se reafirma el papel interventor y arbitral de la política sobre los intereses particulares del mercado. Es el orden democrático el que se refuerza frente a la desregulación y la intervención marginal del Estado, con que se nos veía intoxicando desde hace más de veinte años. ¡Justamente lo que proclama la izquierda!.
Respuestas globales
La cumbre de Pittsburgh ha formalizado la decisión de los países más poderosos de la tierra (85% del PIB mundial) de constituirse en el gobierno del mundo, ante la evidencia de que los problemas que afrontamos son supranacionales y requieren respuestas globales. Desde la crisis financiera al cambio climático, desde la seguridad energética a la paz mundial, sólo las decisiones coordinadas y planetarias serán eficaces.
A todo ello no es ajena la profundidad del cambio que la administración americana de Obama y Hilary Clinton han dado a su política geoestratégica, enterrando el unilateralismo militarista de Bush y proponiendo a los países amigos un multilateralismo cooperativo. El G20 se ha convertido así en la instancia internacional para la gobernanza global y es en su seno donde se están discutiendo las grandes decisiones sobre la arquitectura financiera de la economía del futuro.
Pero, claro, la complejidad de diseñar una gobernanza a la globalización es enorme, especialmente en un marco en el que es imprescindible poner límites a los mercados sin coartar la actividad económica. Precisamente por ello debemos pensar más allá de los instrumentos, métodos y marcos teóricos convencionales. Debemos considerar ideas nuevas y transgresoras.
Como lo es la iniciativa europea que pretende vincular la retribución variable de los altos ejecutivos no sólo a los beneficios, sino también a las pérdidas, de manera que las primas reflejen los verdaderos riesgos que se toman en la banca.
Un mayor período de tiempo para la repartición de las primas evitará caer en incentivos perversos cortoplacistas y los bonus reflejarán con más fidelidad los resultados, tanto de los individuos como de las entidades financieras. La iniciativa también propone eliminar los bonus garantizados y prohibir la venta de stock options o participaciones en las empresas en un tiempo mínimo.
En este mismo sentido, celebro por su valentía propuestas interesantes que se han escuchado en las últimas semanas y que atacan a los fundamentos del modelo económico neoliberal del Consenso de Washington. Sin ir más lejos el Sr. Lord Turner, una de las mayores autoridades financieras del Reino Unido, ha dejado a todo el mundo perplejo declarando la posibilidad de aplicar la, hasta hace muy poco demonizada por todos –por marxista y tópica– Tasa Tobin, sobre los movimientos de capital.
Regulación y supervisión
El comisario Almunia –inspirador de muchas de las propuestas de la Unión Europea sobre la regulación y supervisión de los productos y actividades del sector financiero– ha confirmado que la posible fiscalidad a los movimientos financieros transnacionales es una magnífica idea, aunque también ha dicho que su implantación no es fácil.
Pero es que sólo hace unos días, en estas mismas páginas, el ministro de finanzas alemán, Peer Steinbrück, publicó un luminoso artículo sobre este tema cuyo título no ofrecía lugar a la duda: “A favor de un impuesto a las operaciones financieras globales”.
La base moral y política del discurso que soporta esta idea es inapelable. Resulta evidente que la crisis que vivimos ha sido creada por excesos de entidades y directivos pertenecientes a lo que genéricamente podríamos llamar el capital financiero del sistema. Los Estados de todo el mundo han tenido que emplear ingentes cantidades de recursos públicos para sanear los daños y garantizar el funcionamiento del sistema.
Y cuando los Estados quieren compensar sus gastos y reducir sus déficits públicos y recurren a la fiscalidad, las rentas más altas y las grandes fortunas, las rentas del capital, etc., no aportan nada porque se esconden del fisco o se escapan de él hacia espacios fiscales opacos. En consecuencia, somos los ciudadanos los que volvemos a endeudarnos a través del Estado o sufragamos el coste de la crisis con los impuestos indirectos (desde el IVA a los combustibles). ¿Es esto aceptable?
Por eso, la creación de una FTT (impuesto a las transacciones financieras globales) es una necesidad “para la distribución equitativa del gasto que ha originado esta crisis entre los contribuyentes y Wall Street”, como muy bien decía en el artículo citado Peer Steinbrück. Por cierto, quisiera terminar este artículo, como lo hacía el ministro alemán: Si alguien tiene una idea mejor, que la diga.
Toda una serie de propuestas e iniciativas que hasta sólo unos meses eran impensables, se abren paso sorprendentemente en los círculos económicos ortodoxos, reabriendo polémicas y debates que la doctrina oficial del pensamiento económico liberal habían despreciado.
La primera es la gobernanza misma de la economía globalizada. Más allá de las formulaciones técnicas que se adopten, una cosa es indiscutible: quienes despreciaban al Estado e idolatraban al mercado, han visto destruidas sus aparentemente firmes convicciones cuando la política en estado puro ha sido llamada con urgencia al quirófano de la crisis.
Es la economía, los bancos, las bolsas, las empresas, los trabajadores, la sociedad entera quienes miran angustiados a sus instituciones representativas para resolver los problemas. Y al hacerlo, las instituciones se reivindican como fundamentos de una organización social, de una sociedad política. Triunfa lo público frente a la expansión egoísta de lo privado y al individualismo descreído e insolidario.
Se reafirma el papel interventor y arbitral de la política sobre los intereses particulares del mercado. Es el orden democrático el que se refuerza frente a la desregulación y la intervención marginal del Estado, con que se nos veía intoxicando desde hace más de veinte años. ¡Justamente lo que proclama la izquierda!.
Respuestas globales
La cumbre de Pittsburgh ha formalizado la decisión de los países más poderosos de la tierra (85% del PIB mundial) de constituirse en el gobierno del mundo, ante la evidencia de que los problemas que afrontamos son supranacionales y requieren respuestas globales. Desde la crisis financiera al cambio climático, desde la seguridad energética a la paz mundial, sólo las decisiones coordinadas y planetarias serán eficaces.
A todo ello no es ajena la profundidad del cambio que la administración americana de Obama y Hilary Clinton han dado a su política geoestratégica, enterrando el unilateralismo militarista de Bush y proponiendo a los países amigos un multilateralismo cooperativo. El G20 se ha convertido así en la instancia internacional para la gobernanza global y es en su seno donde se están discutiendo las grandes decisiones sobre la arquitectura financiera de la economía del futuro.
Pero, claro, la complejidad de diseñar una gobernanza a la globalización es enorme, especialmente en un marco en el que es imprescindible poner límites a los mercados sin coartar la actividad económica. Precisamente por ello debemos pensar más allá de los instrumentos, métodos y marcos teóricos convencionales. Debemos considerar ideas nuevas y transgresoras.
Como lo es la iniciativa europea que pretende vincular la retribución variable de los altos ejecutivos no sólo a los beneficios, sino también a las pérdidas, de manera que las primas reflejen los verdaderos riesgos que se toman en la banca.
Un mayor período de tiempo para la repartición de las primas evitará caer en incentivos perversos cortoplacistas y los bonus reflejarán con más fidelidad los resultados, tanto de los individuos como de las entidades financieras. La iniciativa también propone eliminar los bonus garantizados y prohibir la venta de stock options o participaciones en las empresas en un tiempo mínimo.
En este mismo sentido, celebro por su valentía propuestas interesantes que se han escuchado en las últimas semanas y que atacan a los fundamentos del modelo económico neoliberal del Consenso de Washington. Sin ir más lejos el Sr. Lord Turner, una de las mayores autoridades financieras del Reino Unido, ha dejado a todo el mundo perplejo declarando la posibilidad de aplicar la, hasta hace muy poco demonizada por todos –por marxista y tópica– Tasa Tobin, sobre los movimientos de capital.
Regulación y supervisión
El comisario Almunia –inspirador de muchas de las propuestas de la Unión Europea sobre la regulación y supervisión de los productos y actividades del sector financiero– ha confirmado que la posible fiscalidad a los movimientos financieros transnacionales es una magnífica idea, aunque también ha dicho que su implantación no es fácil.
Pero es que sólo hace unos días, en estas mismas páginas, el ministro de finanzas alemán, Peer Steinbrück, publicó un luminoso artículo sobre este tema cuyo título no ofrecía lugar a la duda: “A favor de un impuesto a las operaciones financieras globales”.
La base moral y política del discurso que soporta esta idea es inapelable. Resulta evidente que la crisis que vivimos ha sido creada por excesos de entidades y directivos pertenecientes a lo que genéricamente podríamos llamar el capital financiero del sistema. Los Estados de todo el mundo han tenido que emplear ingentes cantidades de recursos públicos para sanear los daños y garantizar el funcionamiento del sistema.
Y cuando los Estados quieren compensar sus gastos y reducir sus déficits públicos y recurren a la fiscalidad, las rentas más altas y las grandes fortunas, las rentas del capital, etc., no aportan nada porque se esconden del fisco o se escapan de él hacia espacios fiscales opacos. En consecuencia, somos los ciudadanos los que volvemos a endeudarnos a través del Estado o sufragamos el coste de la crisis con los impuestos indirectos (desde el IVA a los combustibles). ¿Es esto aceptable?
Por eso, la creación de una FTT (impuesto a las transacciones financieras globales) es una necesidad “para la distribución equitativa del gasto que ha originado esta crisis entre los contribuyentes y Wall Street”, como muy bien decía en el artículo citado Peer Steinbrück. Por cierto, quisiera terminar este artículo, como lo hacía el ministro alemán: Si alguien tiene una idea mejor, que la diga.
Expansión, 2/10/2009