13 de marzo de 2009

Una decisión obligada

No es infrecuente en política tener que elegir entre lo malo y lo peor. Por lo general, siempre decidimos con profundas dudas sobre los efectos de la opción elegida y con discutibles balances sobre las ventajas e inconvenientes que ella comporta.


Pocas veces la decisión es obligada porque, literalmente, no hay ninguna otra. A mi parecer, la presentación de Patxi López a la investidura para poder ser elegido lehendakari, es una de ellas. Gobernará con unos o con otros, le apoyarán en la investidura el PP vasco o el PNV (quién sabe cómo acabará esto), pero lo que no tiene duda es que debe presentarse y convocar los apoyos que le otorguen la lehendakaritza (Presidencia) del nuevo gobierno vasco.

De no hacerlo, dejaría gobernar al PNV con Ibarretxe al frente, quien podría obtener la investidura con mayoría simple como partido más votado, después de que nadie hubiera obtenido la mayoría absoluta. No presentar su candidatura es renunciar expresamente a liderar el cambio político que ha prometido y que resulta posible porque –técnicamente y a priori– pueden votarle hasta cuarenta diputados: 25 del PSE, 13 del PP, 1 de Izquierda Unida y 1 de UPyD. Es decir, sólo él puede –teóricamente insisto– obtener la mayoría absoluta, porque es evidente que el PNV sumando a Aralar y a EA y en su caso a IU, sólo llegaría a 36 escaños.

Escenarios distintos
El PSE-EE ya le ha dicho al PNV que no puede reeditar el pacto que hicieron en 1987 y que a trancas y barrancas se prolongó hasta 1998, proporcionando al país importantes y positivos efectos en todos los planos de su realidad. Pero las circunstancias de «extrema necesidad» que se daban hace veintidós años y que explicaban un gobierno de concentración entre el primer y el segundo partido, no son las de hoy. Ocurre además que en los últimos diez años, desde el pacto de Estella en 1998, el PNV y el lehendakari Ibarretxe en particular, han hecho de la acumulación de fuerzas nacionalistas, el eje de su política para tratar de imponer a los que no lo somos un modelo de país soberanista o de avance a la independencia, que más de la mitad de los vascos no aceptan. En cierto modo, el pasado uno de marzo esto estaba en juego y la mayoría constitucionalista obtenida ha sido en parte una clara expresión de rechazo a esa política.

¿Puede ahora el PSE olvidarse de este hecho y otorgar un aval político al PNV y a su candidato, aunque nos prometa un gobierno pragmático para luchar contra ETA y la crisis económica? En coherencia con este reciente pasado, no puede. ¿Puede el PSE echar por la borda la voluntad de cambio político que ha simbolizado en su campaña electoral y los votos útiles en favor de ese cambio que ha obtenido de todos sus partidos-frontera? Porque no debemos olvidar que el fuerte crecimiento electoral obtenido por los socialistas vascos: siete escaños más (de 18 a 25) y más de ocho puntos porcentuales (del 22% al 30%), son votos prestados al cambio y comprometidos con esa idea. Decepcionar y frustrar esa expectativa sería fatal para el PSE en Euskadi y me atrevo a calcular que también para el PSOE en el resto de España.

¿Es una operación contra-natura? Admito que PSOE y PP ocupan espacios políticos antagónicos en el ámbito nacional, pero se olvida que en Euskadi, en los últimos años, la coordenada principal de debate político y de composición sociológica de la población es la nacionalista/autonomista o no nacionalista, particularmente afectada además por los sucesivos planes de «libre decisión», «Estado libre asociado» y demás derivadas del pacto de Estella de 1998. Las posibilidades de entendimiento político entre el PSE y el PP vascos no son fáciles, pero sí pueden ser lógicas, visto lo visto en estos últimos diez años. Por otra parte, el apoyo del PNV a Aznar en 1996, ¿fue natural?

Actuación del PP
Otra cosa es analizar las segundas intenciones que pueden abrigar los populares con su posible apoyo en la investidura. Cómo mantengan la estabilidad del gobierno, cuáles sean sus exigencias en la gestión del día a día, etc., son incógnitas irresolubles hoy. Incluso conviene escuchar a quienes conjeturan posibles entendimientos futuros PP-PNV en su oposición al gobierno de Zapatero y extienden sus temores a las contrapartidas que pagaría el PP vasco a la ayuda del PNV en unas hipotéticas elecciones anticipadas que ganaran los populares. Sin duda es mucho correr, pero las cosas hay que mirarlas en su conjunto y en toda su perspectiva temporal.

¿Es legítima la opción de Patxi, siendo segundo partido a cinco escaños del PNV? Es democráticamente impecable en un sistema de elección del Presidente en base a mayorías parlamentarias. Eso mismo ha ocurrido en Álava y Guipúzcoa donde el PNV ha obtenido la presidencia de las Diputaciones a pesar de ser el tercer y el segundo partido respectivamente en ambos territorios históricos. La ausencia de cien mil votos nulos del entorno de Batasuna tampoco cuestiona los resultados, porque esos escaños incrementan en idéntica suma a las tres fuerzas principales y deberíamos acostumbrarnos a no contar con la influencia, en favor de unos u otros, de una opción política que no lo será hasta que la violencia desaparezca. Por otra parte, tiene poca legitimidad esgrimir hoy ese argumento cuando se han utilizado tantas veces esos apoyos.

De manera que, sin duda es una decisión con riesgos. Pero es una decisión obligada, coherente y porqué no decirlo, llena de retos ilusionantes.

Expansión 13/03/2009