Hace casi diez años que se inició el proceso de paz en Irlanda del Norte y quienes conocen Belfast dicen que es una ciudad nueva. Edificios de acero y cristal se elevan junto al río Logan. La Great Victoria Sreet, una zona del centro en la que antes había sólo un restaurante, y con mala suerte podías morir, ahora es un distrito comercial pujante en el que se amontonan restaurantes y otros lugares de ocio. Una crónica de 'The New York Times' destacaba recientemente los «enormes dividendos de la paz» que estaba experimentando su población: la universidad, la arquitectura urbana, la economía, la sociedad en suma.
Casi al mismo tiempo que leía esta esperanzadora noticia, ETA envió a 'Gara' un vídeo con su mensaje más actual: «Euskal-Herria es un pueblo oprimido. Los burukides de ETA respondemos con las armas en la mano a la negación que nos imponen desde la fuerza de las armas» ( ). «Utilizamos la lucha armada para recuperar los derechos de nuestro pueblo». Hace ahora diez años que el IRA declaró el alto el fuego. En 1998 se alcanzaron los Acuerdos de Viernes Santo y aunque el proceso de paz irlandés es difícil, nadie cree que vuelva la violencia.
Cuando leía la crónica de 'The New York Times', me acordé del verano del 99 en Euskadi. Llevábamos un año de tregua y a la gente de Euskadi le brillaban los ojos de esperanza. Luego vino la ruptura de Lizarra y el bienio negro de 2000 y 2001, con casi cincuenta muertos. En septiembre de 2004, ETA sigue en lo mismo. Coincidiendo con el Alderdi-Eguna y el debate de política general, ETA proclamaba su vieja doctrina: «Actuar contra quienes niegan los derechos de este pueblo» (sic), es decir, matarles o extorsionarles y en todo caso amenazarles.
Hasta aquí, desgraciadamente, nada nuevo. ETA es impermeable a cualquier razonamiento, a toda evidencia. A su enorme soledad internacional, al extraordinario fracaso de sus pretensiones en cualquier cancillería internacional, a la incomprensión infinita que la ciudadanía de todo el mundo muestra a la barbarie terrorista de Nueva York, de Madrid, de Bali ó de Beslán. Es impermeable incluso a las enseñanzas que bien podía obtener del proceso irlandés y que llevó al IRA a la política y a encauzar en cuatro años de paz lo que no obtuvo en 30 años de guerra.
ETA es puro fanatismo. Inasequible a la razón y a la piedad, a la sociedad y a los tiempos. Es curioso observar el desprecio y el bajo tono mediático que ha tenido su comunicado, en gran parte porque no había 'noticia' en él, pero también por lo rudimentario y panfletario de su mensaje, por la insoportable anacronía de sus postulados, por la pesada reiteración de sus paranoias.
No creo que en este análisis pesimista influya decisivamente la desarticulación de la cúpula etarra de principios de octubre. La operación es fundamental para la desarticulación policial de la organización y para su progresiva desaparición como banda armada. Pero me temo que estamos condenados a una lenta 'grapización' y que en el camino seguiremos sufriendo la espada de Damocles de su amenaza.
Lo que me parece destacable y de interés político es la particular actitud que adoptan los partidos nacionalistas ante este horizonte y en este estadio.
Por ejemplo, me resultó patético el consejo de Begoña Errazti al presidente Zapatero en su visita a La Moncloa, para que «retomara el camino del diálogo» con la banda. Algo parecido dijo Egibar en el debate de política general: «Si el cierre no es dialogado, puede acabar siendo un cierre en falso». No sé qué más tiene que ocurrir para que nos convenzamos de que no hay un final dialogado de la violencia. No sólo porque ofende a las víctimas y a su memoria. No sólo porque sus exigencias son democráticamente imposibles. También porque todas las experiencias 'negociadoras' han fracasado por la incapacidad congénita de ETA de negociar y de ceder sobre su esencialista concepción de pueblo oprimido y su etnicista ambición de una Euskal Herria 'libre'. Basta recordar, otra vez, el vídeo del 27 de septiembre.
Pero produce mayor preocupación el fondo del mensaje del nacionalismo democrático en estos momentos y circunstancias. Al mismo tiempo que ETA reiteraba que seguirá la lucha armada hasta que se respeten los derechos del pueblo vasco, los burukides nacionalistas, el lehendakari en el Parlamento vasco, Imaz en el Alderdi y Egibar en Radio Euskadi insistían en un escenario político bien parecido.
Es evidente la aproximación ideológica que en los últimos años ha recorrido el PNV en su estrategia respecto a ETA. Ya en Lizarra, el nacionalismo rompió con el Pacto de Ajuria Enea y asumió la naturaleza del conflicto vasco así como la explicación histórica de la violencia, al establecer que ésta era la consecuencia de aquél y que, más allá de su condena, debían atajarse sus causas. Esta apelación al viejo pueblo vasco y a sus ancestros como sujeto de derechos estaba en Lizarra, está en el plan Ibarretxe y vuelve a citarse como el tótem ideológico de ETA en el comunicado-vídeo del 27 de septiembre pasado.
La otra gran coincidencia, más allá de divergencias tácticas, es que el PNV ha finiquitado la vía estatutaria y abandera una misma 'solución' a la violencia: una consulta para legitimar el derecho de autodeterminación. No es casualidad que Batasuna aprecie del plan Ibarretxe precisamente esas tres cosas a) que da por superado -y fracasado, añaden- la vía estatutaria; b) la primacía de la soberanía del pueblo vasco; y c) que se convocará una consulta popular sobre esos términos y en contra del Estado. Otra cuestión es que su grupo político exige una negociación directa en el proceso y el protagonismo histórico de la alternativa.
Ésta es la cuestión: ETA está siendo desarticulada por la Policía y el nacionalismo cubre con su manta ideológica y discursiva una lucha fracasada. Es verdad que ofrece a ETA y a la izquierda abertzale una salida a la política, pero lo hace asumiendo sus principios y sus objetivos para imponerlos a la otra mitad de los vascos, que no quieren más nacionalismo sino más pluralidad y democracia. Buscan la desaparición de la violencia, pero quieren ganar para su causa común, la nacionalista, las ventajas y el precio de la paz. Y ante todo ello surge una pregunta: ¿No estarán ayudando a que se retroalimente, otra vez, la bestia de una violencia justificada por estas explicaciones y estas aspiraciones? A esos chavales que capta ETA, ¿cómo les educaron? ¿Quiénes les han influido?, ¿Quién alimenta sus fantasías? ¿Quién les engaña?
Rogelio Alonso, un estudioso de la realidad norirlandesa que nos ilustra sabiamente sobre lo ocurrido en Irlanda, en estas mismas páginas nos insiste en que el IRA abandonó la violencia cuando llegó a la conclusión de que la violencia, además de una vía de muerte, era una vía muerta. ¿Cómo les ayudamos a los nuestros a que lleguen a esa misma conclusión? Los caminos de los nacionalistas y de los autonomistas divergen hasta el antagonismo, y así está Euskadi.
El Correo, 10/10/2004.