La escisión comunista surgida en las juventudes de SortuBildu nos recuerda tiempos lejanos. La tensión ideológica entre patria y proletariado fue intensísima en nuestra tierra en los años 70 como consecuencia de un tiempo de confusiones muy primarias y de apasionadas emociones. La pulsión izquierdista de muchos movimientos políticos de aquella época de antifranquismo clandestino chocaba frecuentemente con los brotes nacionalistas que, claro está, también animaban y vertebraban aquellos movimientos.
Todas las escisiones de la primitiva ETA tuvieron ese fondo argumental, con los frentes obreros o comunistas de la época, y siempre acabó venciendo el ideal patriótico con toda su batería sentimental como argamasa. En contra de lo que algunos jeltzales de la época solían decir, ETA nunca fue una organización de comunistas vascos, por mucho que el socialismo se añadiera a su ideario, más como un apéndice retórico que como corazón de su cuerpo doctrinal. ETA mató por Euskadi y la izquierda abertzale que le sucedió es y será nacionalistas antes que nada y más que ninguna otra cosa.
Por eso, observo con curiosidad y no poca sorpresa la aparición de unas juventudes comunistas, a sí mismas llamadas Gazte Koordinadora Sozialista (GKS), surgidas en el seno del espacio político de la izquierda abertzale, y me pregunto cómo y por qué ha crecido una opción netamente comunista en un espacio sociocultural y político monopolizado por el nacionalismo.
Todo parece indicar que se trata de jóvenes abertzales que han tomado como guía ideológica de su militancia el liderazgo de un movimiento socialista radical que abiertamente llaman comunismo. Su aparición en los últimos años en el contexto social de las organizaciones englobadas en el llamado Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV) responde seguramente a varias circunstancias.
La primera de ellas es la desaparición de ETA. Sin violencia y sin la jerarquía militar, el pensamiento es más libre y los jóvenes –estudiantes, sobre todo– y dirigentes de algunos gaztetxes han debido de considerar que las causas tradicionales del movimiento obrero estaban abandonadas por sus direcciones. La segunda es que Bildu ha abrazado una estrategia de conformismo institucional aceptando las reglas democráticas y participando dócilmente del juego político. Es más, su grado de colaboración política con el Gobierno de coalición del Estado y su indisimulado proyecto de alcanzar mayorías de gobierno en Euskadi alejan a estos jóvenes de tanto pragmatismo político y de tantas componendas como las que se derivan de su apoyo al Ejecutivo de España.
Es fácil imaginar que estas circunstancias han acabado forzando la escisión de unos jóvenes que nacieron en ese entorno y que han crecido bajo estos nuevos parámetros políticos. Si a eso añadimos las sanciones económicas de algún Ayuntamiento de Bildu (Hernani) por colocar txoznas en el pueblo en fiestas y el boicot informativo que les han declarado sus medios de comunicación, entenderemos bien la lucha en solitario que han emprendido estos jóvenes comunistas vascos a través de GKS y múltiples publicaciones y manifestaciones, como la que tuvo lugar hace unos días en Bilbao. Por cierto, a destacar su iconografía: todo son banderas rojas y ni una sola ikurriña. Hablan de Perú, de la OTAN, de la guerra en Ucrania, se declaran internacionalistas y pretenden ser «la herramienta política de la clase trabajadora vasca». Claramente se observa en sus escritos y en sus planteamientos políticos una primacía de la causa proletaria sobre la pulsión nacionalista.
¿Tienen futuro? Lo dudo. Ser comunista en el siglo XXI me parece anacrónico y dudo mucho de que su vanguardia arrastre masas, pero su idealismo y su tensión con los nacionalistas me han recordado aquellos tiempos pasados y en concreto una vieja anécdota de mi juventud en mi barrio de Herrera en San Sebastián a finales de los años 70. Un grupo de los miembros del Olentzero que recorría casas y bares del barrio la tarde de Nochebuena reclamó vestirse con el buzo de obreros que éramos y abandonar las típicas vestimentas de baserritarras: blusa negra, albarcas, boina, etcétera. Gran Debate, discusiones acaloradas, divisiones fraternas... Por supuesto, ganaron las blusas.
A mediados del siglo pasado se hizo famosa la frase «quien no es comunista de joven no tiene corazón y quien no es socialdemócrata de adulto no tiene cabeza». Cierto que la frase se ubicaba (Clemenceau 1929) en la euforia de la Revolución rusa y en la tensión ideológica entre comunismo y socialismo que atravesó toda la izquierda política europea de la época. Pero, con todo, no deja de sorprender que esa radicalidad proletaria aparezca de nuevo hoy, en 2023, en las aquietadas aguas sociales del País Vasco y pretendan nada más y nada menos que convertir a la vieja izquierda abertzale en izquierda sin más.
Publicado en El Correo, 9/2/2023