4 de enero de 2023

Nicolás Redondo, un sindicalista de hierro.



El socialismo guipuzcoano de los primeros años setenta del siglo pasado estaba aglutinado en torno a un grupo de jóvenes abogados que giraba alrededor de Múgica y Benegas. El del socialismo vizcaíno era Ramón Rubial y la margen izquierda de la ría y dentro de su mundo fabril, Altos Hornos y sobre todo La Naval. Allí destacaban dos figuras prominentes: Lalo y Nico, es decir, Eduardo López Albisu, padre de Patxi y Nicolás Redondo Urbieta padre del otro Nico.

Era el tiempo del tardofranquismo, una época de luchas y esperanzas, entre el final de la dictadura y el comienzo de la libertad. Eibar y la margen izquierda eran lugares casi míticos para nosotros y la figura de Nicolás Redondo era referencial en nuestro primitivo socialismo.

Yo estuve en Suresnes, un pequeño pueblecito en las afueras de París, en 1974, cuando Nico hizo su gran renuncia a liderar el PSOE del Interior en favor de 'Isidoro', el Felipe de poco después. A aquello lo llamamos 'el pacto del Betis' porque un pacto del socialismo vasco y asturiano con el andaluz (el de la famosa foto de la tortilla) derrotó las pretensiones de liderazgo de Pablo Castellanos. Nico fue generoso e inteligente. Generoso porque pudo ser y no fue, e inteligente porque su renuncia abrió el paso a un líder que hizo ganador al PSOE.

Era recio y seco. No era fácil bromear con él, salvo cuando utilizaba su ironía para sus críticas y sonreía como sin hacerlo. Daba seguridad por la firmeza de sus convicciones y por la seriedad con la que las expresaba. Era duro con su entorno. Mucho con sus adversarios y algo menos con sus colaboradores, pero en todo caso duro. Hombre de palabra directa, forjado en un sindicalismo del hierro y en el socialismo clandestino de los años 60, de un país pobre y gris por las penurias y triste por la represión y la falta de libertad. Contra todo ello luchó Nico y eso le hizo así.

Dicen que se distanció de Felipe cuando sus caminos se encontraron liderando ambos la UGT y el PSOE respectivamente. No sé cuándo comenzó su alejamiento, pero fue notorio a partir del 83. En lo personal, intuyo que sus respectivas personalidades nunca congeniaron. En lo político, entiendo que Nico quiso romper con las excesivas connotaciones negativas de un partido en el Gobierno, obligado hacer y decidir cosas muy difíciles de admitir para un sindicato.

No hay que olvidar que la marca UGT- PSOE estaba demasiado unida en la clandestinidad y que el mismo Nico fue diputado al Congreso en aquellas memorables elecciones de 1982. Su ruptura se escenificó en 1985 cuando Nico abandonó el pleno del Congreso para no votar la reforma de la Seguridad Social que había preparado su antiguo colaborador y ministro del Trabajo entonces, Joaquín Almunia.

Visto con perspectiva, Nico acertó al ubicar al sindicato socialista al margen del Gobierno y al establecer con él una dialéctica de reivindicación y de presión. La huelga general de 1988 fue la gran ruptura con el PSOE y el inicio de un camino autónomo estrictamente sindical para la UGT.

En estas decisiones influyeron mucho los dirigentes de USO, que se habían fusionado con UGT pocos años antes y especialmente el sindicalista más preclaro de la UGT de aquellos años, también vasco, Jose Maria Zufiaur.

Nico mantuvo, no obstante, hasta el final de sus días, una profunda atracción política y una lucidez de análisis encomiables a su edad. Se mantuvo hasta el final como lo que fue siempre en su vida: un hombre de hierro.

Imagen: Fundación Felipe González