Las aguas latinoamericanas bajan agitadas y turbulentas. Petro quiere la “paz total” en Colombia y propone una compleja y ambiciosa mesa de negociación. Boric enfrenta el fracaso de la reforma constitucional en Chile en un clima de fuerte división partidaria. Lula iniciará su mandato en Brasil con dificultades macroeconómicas y parlamentarias para poner en marcha su programa estrella contra la pobreza. Argentina sufre la inflación y la división del Partido Justicialista. Perú encarcela a su presidente por un autogolpe y por corrupción. Nicaragua sufre la represión cruel de la pareja presidencial que se perpetúa en su tiranía…
Es una descripción provocadora de una realidad diversa y polifónica que merece, para ser justos, una mayor precisión, una pincelada más detallada, pero que muchas veces es percibida aquí en Europa como un todo conflictivo e inestable difícil de entender. Esa percepción confusa explica una cierta pereza europea para acercarse a América Latina y, sobre todo, limita la voluntad política europea para dimensionar la enorme importancia económica, social y geopolítica del subcontinente en nuestra política exterior.
Y, sin embargo, hay mucho en juego. En el complejo tablero internacional que emerge después de la sucesión de catástrofes con que hemos iniciado este siglo, aparecen tres potencias militares (Estados Unidos, Rusia y China) y dos potencias económicas (Estados Unidos y China) que se disputan todas las grandes batallas geopolíticas del mundo, incluyendo en ellas importantísimos intereses económicos, geopolíticos y comerciales. Incluso ideológicos, porque esa confrontación no esconde un determinado orden internacional y modelos de convivencia y de vida política muy distintos.
¿Qué papel juegan Europa y América Latina en ese mundo bipolar del siglo XXI? Ese es el telón de fondo de esta reflexión que el Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la Unión Europea, Josep Borrell, está presentando a los cancilleres europeos con objeto de que América Latina entre en el radar de la política exterior europea y la Unión Europea desarrolle una política hacia América Latina más próxima y efectiva, más intensa, en definitiva, más asertiva.
¿Cuáles son las razones para hacerlo? Esta podría ser una sistemática forma de explicarlo.
1. Nuestra historia y nuestra cultura nos han hecho cercanos, coincidiendo en aspiraciones de vida y en principios y valores éticos. Tenemos un mismo marco de organización de nuestra convivencia: la libertad, la democracia y el Estado de Derecho. Defendemos un marco de dignidad humana en todas las relaciones socioeconómicas. Reclamamos un universo de derechos mínimos para los seres humanos. Aspiramos a un orden interno de paz y desarrollo regido por un multilateralismo ordenado.
Con todo respeto a otras culturas y a otros modelos de vida, Europa y América hemos construido nuestro orden moral y social sobre el marco civilizatorio de los últimos siglos del mundo occidental. Pudiera parecer que esa apelación a nuestra historia y cultura común con Latinoamérica formara parte de un discurso abstracto, retórico, una especie de latiguillo argumental sin más contenido que el oportunismo de su uso. Bien al contrario, la política exterior de Europa no puede concebirse sin las enormes derivadas de esas convergencias.
Hay seis millones de latinoamericanos viviendo con nosotros y casi el mismo número de europeos viviendo en América Latina. Nuestras ideas comunes generan una enorme identidad en nuestra literatura, en nuestro cine, en nuestro arte. Nuestros estudios universitarios son relativamente comunes. Nuestros mercados de trabajo son próximos. La inmigración tiene fácil acomodo. Los destinos turísticos son enormemente atractivos. Garantizar esa convivencia acelerada por la proximidad de la tecnología y por el abaratamiento de los costos de transporte es tarea principal de la política europea. Eliminar visados, atraer inmigración laboral, homologar títulos universitarios, aumentar Erasmus, coordinar nuestra cooperación… son políticas concretas que responden a unas demandas muy concretas de esa comunidad europea y latinoamericana tan próxima, tan común.
2. Hay miles de empresas europeas en América Latina y algunas multilatinas en Europa. Nuestros intereses económicos en América Latina son enormes y, no por casualidad, tenemos tratados de libre comercio e inversiones con gran parte del subcontinente. Somos el primer inversor en América Latina, por delante de China y Estados Unidos. El 55% de la inversión extranjera en América Latina es europea.
Somos el tercer socio comercial, detrás de China y Estados Unidos. Tenemos acuerdos de asociación y cooperación con la mayoría de los países y somos el primer cooperante en la región. Nadie en el mundo tiene la red de cooperación que tiene Europa en casi todos los países de América Latina.
Todo esto ocurre al tiempo que la presencia china en el subcontinente se acelera estratégicamente. Su poder de compra es tan poderoso que nadie puede competir con China como importador de materias primas. Pero su poder inversor no es menor y su implantación como suministrador de infraestructuras físicas y tecnológicas está creciendo considerablemente. Detrás de esta monumental operación, China quiere asegurar sus importaciones de materias primas, aumentar sus mercados y crear serias dependencias tecnológicas de sus principales marcas.
El juego político que acompaña esta estrategia es muy inteligente. Las cumbres China-América Latina son frecuentes. Las ayudas financieras a muchos países son generosamente diseñadas y la apuesta solidaria con América Latina durante la pandemia fue claramente superior a la europea (aunque su vacuna contra la Covid funcione regular, el primer laboratorio de SINOVAC se instaló en Chile en 2021). Europa está perdiendo presencia económica en América Latina y esto no es baladí. La influencia política es paralela y esa pérdida nos debilita para conformar alianzas de juego político en el escenario internacional, además de perder oportunidades económicas serias en un continente que está por hacer, es decir, que tiene un potencial económico y estratégico muy grande.
3. Efectivamente, América Latina está situada en buena posición ante las dos disrupciones de este siglo: la transición energética y la transformación digital.
Empezando por la primera, el 60% de las reservas de litio están entre Bolivia, Chile y Argentina. El 40% de las reservas de agua dulce están en América Latina. La mayor biodiversidad del planeta y la masa forestal más importante del mundo están en América Latina. La capacidad de producción de hidrógeno verde es muy alta y mientras nos descarbonizamos seguiremos consumiendo combustibles fósiles en los próximos 20 años como mínimo. Pues bien, América Latina es la 1ª reserva del mundo de petróleo (Venezuela) y dispone de enormes concentraciones de gas que tanto necesita Europa. Es muy difícil concebir, planificar o coordinar una política medioambiental contra el cambio climático sin contar con América Latina.
En el ámbito digital nuestras convergencias no son menores. Europa quiere defender un marco regulatorio basado en una digitalización ética en la que el ciudadano tenga protegidos sus derechos y la titularidad de sus datos con ciberseguridad.
Ese modelo regulatorio depende, en gran parte, de su dimensión y por eso Europa se juega mucho al participar en la digitalización de América Latina con arreglo a un modelo tecnológico de red (5G) que no dependa de suministradores que no garanticen esa posibilidad. Participar desde Europa, en alianza con los países latinoamericanos, en la implementación de un desarrollo tecnológico que supere brechas sociales y regionales es un gran proyecto europeo para América Latina. Esto podría hacerse a través de grandes alianzas público-privadas al estilo de las que propone la economista Mazzucato en proyectos-país o misiones país, como ella las llama.
4. Europa es un modelo de construcción supranacional. Nadie en el mundo ha hecho algo semejante. Nuestra experiencia para construir unidad desde la diversidad y desde historias enfrentadas es extraordinaria. América Latina necesita avanzar en integración regional como condición existencial de futuro. Una América Latina fracturada en más de 20 países, muchas veces enfrentados, sin organizaciones regionales que piloten la armonización de un mercado interior, es un subcontinente condenado a la irrelevancia y a perder las extraordinarias ventajas que proporcionaría una región articulada. Simplemente en el ámbito comercial, América Latina apenas llega al 12% de su comercio interior. Europa tiene casi un 60% de su comercio en el ámbito del mercado común europeo. Pero el éxito en las grandes disrupciones, como señalamos más arriba, depende de su densidad. La explotación del litio, por ejemplo, debería llevar a planes conjuntos de los tres países que disponen de ese valioso mineral. La planificación digital y los mercados que la digitalización genera serían mucho más atractivos para la inversión extranjera si fueran supranacionales.
Hay muchos ejemplos derivados de la integración regional. Europa ha desarrollado una tecnología regulatoria extraordinaria de la problemática supranacional.
La armonización legal del mercado interior, por ejemplo, es paradigmática. Sus políticas de cohesión son únicas por su eficacia y por su solidaridad. Lo mismo podría decirse de sus innovadoras políticas para regiones transfronterizas.
Es verdad que todo requiere una base política de integración. Pero América Latina está muy cerca de entender y asumir esta urgencia y nadie como Europa para acompañarla en ese camino.
5. Por último, tanto América Latina como Europa necesitamos unir nuestras fuerzas en el mundo global para defender nuestros intereses y nuestros valores comunes. Ya lo hemos dicho, son muchos y muy coincidentes y solos no podemos. Juntos somos mucho más ante las grandes instituciones internacionales.
En el G20 hay tres países de América Latina, Brasil, México y Argentina, cuyas fuerzas, coordinadas con los países europeos, sería inmensa. Lo mismo ocurre en la ONU, en la OCDE, en la Organización Mundial del Comercio, en el turismo internacional, en la salud… Ante las instituciones financieras internacionales (FMI, Banco Mundial, bancos multilaterales de desarrollo) América Latina y Europa pueden conseguir mucho más de lo que consiguen por separado.
Hay un debate ideológico sobre el mundo que viene. Hay un dilema democrático sobre la calidad de nuestras instituciones, del Estado de Derecho, de nuestra libertad, de nuestra dignidad humana. Sobre el orden mundial y la lucha contra los grandes desafíos planetarios: cambio climático, justicia fiscal, combate al narcotráfico, regulación digital… Son grandes retos que nos afectan y sobre los que europeos y latinoamericanos podemos y debemos coincidir.
Para eso es también la alianza estratégica UE-CELAC, para abordar nuestra capacidad de influir en el resto del mundo, juntos, con un poder, con más representación y para conseguir que el mundo camine en la dirección de nuestros intereses, pero también en la dirección de nuestras aspiraciones humanas.
Todo este razonamiento está en el nuevo impulso que Europa y España quieren dar a la relación con América Latina. España se ha planteado que su presidencia del Consejo europeo durante el 2º semestre de 2023 sea el comienzo de ese nuevo y fuerte impulso. Para ello, junto al Alto Representante para la Política Exterior de Europa, Josep Borrell, está trabajando en la organización de una gran cumbre UE-CELAC a celebrar en julio de 2023 en Bruselas. La reunión preparatoria de esa cumbre ya ha tenido lugar en Buenos Aires el pasado 27 de octubre y los ministros de Asuntos Exteriores de Europa y los cancilleres latinoamericanos han acordado las bases de ese futuro encuentro de los jefes de Estado y de Gobierno de Europa y América Latina. Ojalá tengamos éxito en esa reanudación y en ese impulso. Lo necesitamos.
Boletin Enero 2023, Fundación Yuste.