La sociedad española es mucho más plural que ese esquema de blancos y negros que nos ofrece el ruedo político. Lo grave es la fractura del país
Unos quieren exhumar a los fusilados por el franquismo ocultos todavía en cunetas rurales o en paredes de cementerios y otros pintan ‘Asesinos’ en las estatuas de Prieto o Largo Caballero o, peor aún, eliminan su nombre de un callejero que otro alcalde democrático otorgó a los exministros socialistas de la República.
Unos recuerdan la contribución democrática de Juan Carlos o elogian la monarquía parlamentaria española con simplificados mensajes de ‘Viva el Rey’, mientras otros aprovechan el lamentable episodio del rey emérito para proponer la república y utilizan un incidente evitable para acusar a Felipe VI de «maniobras contra el Gobierno democráticamente elegido».
Unos dicen que este Gobierno está atacando la separación de poderes y violando la Constitución y los otros acusan al PP de incumplimiento constitucional y atribuyen al principal partido de la oposición ser «un partido antisistema».
Los nacionalistas catalanes desprecian la democracia española y son cada día más ofensivos contra sus instituciones: la Justicia, la monarquía, el Gobierno, los españoles en general. A su vez, en España es difícil oír hablar elogiosa o positivamente de los catalanes.
La Constitución y sus posibles reformas ofrecen este abanico extremista, desde quienes se oponen a tocarla a quienes proponen una asamblea constituyente para elaborar una nueva Constitución. La valoración de la Transición y de la España del pacto reconciliatorio es un orgullo de trabajo bien hecho –admirado en el mundo entero– para muchos, y para otros es un pacto amañado por la influencia de los poderes fácticos y proponen una «transformación histórica».
La gestión de la pandemia también ha extremado y polarizado el debate político. Ningún país europeo ha sufrido una tensión partidaria y territorial tan grave como la que todavía padecemos en España. Y sigue a pesar del millón de contagiados.
La moción de censura ha cristalizado está división en el Parlamento. Ha solemnizado la fractura extrema del debate político español, pero, mucho antes, cada semana en el Congreso y en el Senado, el nivel del enfrentamiento se eleva en tensión, agresiones, descalificaciones e insultos. Yo no me hago ilusiones pactistas con la ruptura de Casado con Vox en la moción. Es un buen paso, pero creo que su apuesta estratégica contra este Gobierno no incluye los pactos con él y en consecuencia, me temo que el enfrentamiento Gobierno-oposición seguirá polarizado.
Todo en España es utilizado hoy para extremar las posiciones arrasando el espacio más ecléctico, más moderado, más gris que ofrece cualquiera de los grandes temas a debate: la familia, el sexo, la eutanasia, el feminismo, Europa, las migraciones... Hay un gusto peligroso por colocar a la derecha en el espacio de la extrema derecha y al Gobierno, en el Frente Popular social-comunista, ofreciendo así una visión maniquea, simple, del arco político español. La sociedad española es mucho más plural, más rica en valores y en opiniones que ese esquema ramplón de blancos y negros que nos ofrece cada día el ruedo político.
No es mi propósito en este momento señalar culpables. Las responsabilidades, por supuesto, existen y no son iguales. Pero lo grave de las consecuencias que ya se están produciendo es la fractura sociopolítica del país. La enemistad social que genera, la polarización política que produce.
España es un país con una memoria atormentada y divisiva por la Guerra Civil y la represión posterior de la dictadura. El pacto reconciliatorio y la Constitución nos han permitido convivir en libertad y progresar como nunca en los últimos dos siglos. Pero el peligro de esta deriva es que no podremos seguir haciéndolo porque hemos perdido la capacidad de pactar, de estimar el consenso, de apreciar las ventajas de su conquista.
Es más. El verdadero peligro de la polarización es la victoria de los extremos y del populismo. Es arrastrar a la mayoría hacia trincheras irreconciliables. Es privar al debate público de la racionalidad y de alternativas y cargarlo de sentimientos, de identidades enfrentadas y de falsas soluciones. Un informe recién publicado por Esade y el CSIC señala que «En España lleva años creciendo la polarización afectiva e ideológica: los partidos políticos españoles se encuentran cada vez más lejos en su posición ideológica y territorial y los sentimientos de los votantes de un partido hacia el resto están entre los más negativos del mundo».
El peligro no está solo en la mirada retrospectiva. Es que el futuro, después de la pandemia, solo podremos construirlo juntos. El volumen de los esfuerzos y el carácter intergeneracional de las políticas necesarias reclama acuerdos que la polarización hace imposible.
Publicado en El Correo, 28/10/2020