Ramón Jáuregui es sobradamente conocido por su dilatada trayectoria política, en la que ha desempeñado numerosas responsabilidades en todos los escalones de la administración, local, autonómico, nacional y europeo. Su última y fructífera etapa como europarlamentario le permitió participar muy activamente en la construcción de lo que entendemos hoy como responsabilidad social y su divulgación. En la actualidad preside la Fundación EuroAmérica. Nos recibe amablemente y mantenemos una animada charla que compartimos con vosotros.
Desde tu perspectiva, desde el papel protagonista que has desempeñado estos años en la consolidación de la responsabilidad social en el ámbito de la Unión Europea, ¿en qué momento podemos decir que se encuentra Europa en la materia?
Europa tiene el mérito del origen con el Libro Verde de 2001, de suscitar la cuestión, de generar cultura. Durante casi 10 años su trabajo ha estado vinculado a la consecución de consensos. La primera parte del trabajo de la UE fue el de motivar, generar las bases teóricas de la cultura de la RS y, sobre todo, propiciar un diálogo entre sindicatos y empresarios en el Comité Económico y Social para conseguir los primeros avances. Creo que el gran logro de la UE es la directiva de 2014 sobre información no financiera que desgraciadamente en España se traspuso con un retraso muy considerable en diciembre de 2018.
En este momento está en marcha otro avance también notable, a través de una directiva que el comisario de justicia ha prometido sobre diligencia debida. Esto permitirá garantizar la aplicación de los derechos humanos y de las normas universales en materia de dignidad laboral, así como estándares medios en materia medioambiental para el conjunto de la cadena de valor de las grandes compañías.
Estas aportaciones de la UE pueden parecer modestas, pero sin ellas no tendríamos la RS, la cultura de la sostenibilidad.
Uno de tus postulados es que la RS se debe abrir paso de una manera voluntaria y de una manera progresiva dentro del sector empresarial, pero al mismo tiempo defiendes la utilidad de imponer ciertas obligaciones a las grandes empresas, a las multinacionales, a las grandes corporaciones, ¿cómo consideras que este doble enfoque logra mejorar las practicas responsables de estas organizaciones, especialmente en su relación con los grupos de interés?
La voluntariedad es una condición intrínseca de la RS, o de la sostenibilidad como se le llama ahora, pero en la cultura de la responsabilidad las exigencias sociales que se han ido planteando han ido generando compromiso que se ha acabado por transformar en normas legales. Hay por tanto una dicotomía falsa cuando se establece una contraposición entre legalidad y voluntariedad porque, a la postre, han estado más vinculadas de lo que creemos. Por ejemplo, comenzamos hablando de la redacción de memorias de sostenibilidad con la triple perspectiva y conforme ha avanzado la cultura de la RS esto ha desembocado en la directiva de información no financiera. Las empresas han se han acostumbrado a informar y quien no lo hace a explicar por qué, de manera que el compromiso se ha hecho cada vez más fuerte como exigencias propias de esta cultura.
Desde 2018 la UE ya ha establecido toda una taxonomía para las inversiones sostenibles, para las finanzas sostenibles, impensable hace solo unos años. No son propiamente directivas, no son normas, pero sí son técnicas que van permiten discernir entre lo que es sostenible y lo que no lo es en el ámbito financiero. Una práctica de excelencia en RS se convierte poco a poco en una norma de uso generalizado. 0tro ejemplo es la responsabilidad penal de las empresas. Hasta 2012 no existía como tal, la responsabilidad penal era individual, pero entonces entran las empresas en el Código penal. Esto viene motivado por la frustración ciudadana con los comportamientos no sostenibles en el core business de las propias compañías en la crisis del 2008. El descontento social se transforma en una corriente de exigencia que culmina en un artículo del Código Penal. Así, la práctica responsable se convierte en ley y generaliza planes de compliance para velar por el comportamiento ético y conforme a las normas en los consejos de administración.
Otro buen ejemplo son las tres reformas que ha sufrido el código de buen gobierno. El código de conducta de los consejos de administración ha sido reformado sucesivamente para dar respuesta a la creciente exigencia de transparencia, de accountability hacia las compañías. Esta exigencia ya no es sólo una cuestión de ONG’s o de consumidores, sino que se dirige, especial y curiosamente, hacia los agentes financieros. La gente quiere saber cómo obtienen sus beneficios, que riesgos tienen, donde opera, en que países.. Transparencia, accountability, ¿todo esto origina normas?, no propiamente normas, pero los códigos de conducta se acaban convirtiendo en normas de comportamiento de los consejos.
La presencia de las mujeres en los consejos de administración es un caso en el que sí hemos creado leyes. Algunos países han establecido cuotas para los consejos, Alemania entre otros. ¿Quién podía imaginar hace 15 años que un gobierno iba a acabar imponiendo a una empresa y a su consejo de administración que tuviera un numero mínimo de mujeres en su consejo?, era impensable. Sin embargo, la demanda de igualdad entre hombre y mujeres ha ido entrando en el mundo de la empresa, en los convenios colectivos -junto con la conciliación-, pero también, obviamente, en las carreras profesionales, la presencia de mujeres directivas, la igualdad salarial, etc.… Toda esa corriente se ha ido plasmando en leyes.
En definitiva, la dicotomía entre voluntariedad y obligatoriedad es una dicotomía no tan antinómica como podríamos pensar, sino que es una dialéctica forzada por la realidad. La RS y sus prácticas, y, sobre todo, la expansión de su cultura, han ido generando medidas legales que de otra forma no habrían existido. Eso significa que el camino recorrido da frutos.
Y además seguimos avanzando por esa senda. Como decía, la directiva que se está gestando sobre diligencia debida -que, por cierto, en Francia ya es ley- responde en esencia a algo que también está en la cultura de la RSE, y es la sostenibilidad de las compañías en su larga cadena de suministro. Son conocidos los escándalos que se han producido por la despreocupación de las empresas sobre los efectos que producen sus subcontratas en países cuya seguridad jurídica es baja o donde las exigencias legales son mínimas. Se vuelve necesario hacer hincapié en los derechos humanos, en la diligencia debida, lo que desemboca en planes nacionales de Derechos Humanos pero que, quizás mañana, sea una directiva de la Unión Europea, siendo optimistas en 2021 y que puede acabar siendo traspuesta en 2024. Es decir, estamos en ese camino.
A veces no lo vemos, y cuando somos muy críticos con el balance puede ser que, quizás, no destaquemos suficientemente que estamos creando un humus sobre el que nacen unas normativas, digamos civilizatorias, más avanzadas.
Tal vez quienes trabajamos y creemos los temas de sostenibilidad, igualdad, responsabilidad social… tenemos prisa, nos gustaría que las cosas fueran más deprisa de lo que van… Por ejemplo, el hecho de poder disponer de parámetros internacionales homologados para evaluar comportamientos responsables
La instrumentación para medir todo lo que llamamos responsabilidad social sigue siendo muy heterogénea. Creo que nunca hemos conseguido verdaderos acuerdos sectoriales -a excepción del textil que sí logró algo-, pero realmente hubiera sido muy interesante que cada sector económico hubiera consensuado sus propios parámetros de medición, pero el mundo empresarial no ha querido atarse a esas cosas. De esta manera, los instrumentos de Global Reporting son bastante precisos, pero es una selva de datos que acaba perdiendo entidad a la hora de llegar a una determinada conclusión sobre una empresa. Pienso que en ese terreno hay mucho que hacer todavía.
Uno de los temas que con el que está ahora muy sensibilizada la opinión pública es la responsabilidad fiscal, ¿hasta qué punto las empresas son fiscalmente responsables? Tenemos varias herramientas para la medición del cumplimiento fiscal… Hay varios mecanismos de medición y eso genera tal confusión y complicación a la hora de presentar la bendición, inclusive a los que quieren hacerlo, que acaba siendo un obstáculo real para el avance de esta materia.
¿Opinas que convendría una cierta simplificación, sobre todo para extender el concepto a la empresa más pequeña que no tiene su departamento de sostenibilidad ni de responsabilidad social, y que no puede dedicar demasiados recursos ni demasiado personal?
Sin duda es demasiado compleja la materia, y las empresas no tienen tiempo, sobre todo las pequeñas, para poder ser cumplidoras de semejante complejidad.
¿Qué opinión te merece la falsa confrontación entre competitividad y la sostenibilidad? ¿Considera que la sostenibilidad medioambiental, social o laboral puede ayudar a que las empresas resulten más rentables?
Sí, lo que sucede es que la sostenibilidad realmente implica, a corto plazo, un incremento notable de costes. Normalmente las exigencias derivadas de la sostenibilidad implican inversiones y una consecuente reducción de beneficios en general, si es que los había. Entonces, siendo completamente francos en esta materia, los beneficios que esperábamos de la etiqueta de la sostenibilidad no se han dado… son demasiado etéreos, son demasiado virtuales… Tú puedes mejorar mucho tu reputación corporativa, pero hemos comprobado (y este es uno de los elementos negativos de la experiencia) que la ciudadanía no tiene la capacidad de aprender o de saber tanto como para que aprecie cuál es la marca que merece premio y cuál es la que merece castigo… Por tanto, no hay una equivalencia entre el esfuerzo en sostenibilidad y el premio del consumo o de la reputación.
Quizás sea importante el papel que puedan desempeñar las administraciones públicas en el fomento de una determinada manera de producir y de una manera de consumir.
Por supuesto, pero la administración pública tampoco puede transformar el mundo en el que está, y quizás nos habíamos hecho una idea falsa de la sociedad que íbamos a tener… Creíamos, por ejemplo, que las redes nos iban a empoderar y las redes nos están alienando, embruteciendo… A pesar de que tenemos a nuestra disposición un volumen inmenso de información, realmente no tenemos la capacidad ni de ordenarla ni de gestionarla… Pienso que idealizamos un poco lo que creíamos que era la sociedad resultante de estas disrupciones que se estaban produciendo, y pensamos que iban a ser todas ellas favorecedoras de la RS, pero no es cierto. Por ejemplo, en esta materia de la información, hoy en día las empresas están muy interesadas en la información a los medios, y especialmente al sistema financiero, a los inversores, las bolsas y los circuitos financieros, puesto que van a evaluarles. Sin embargo, el consumo no está siendo alterado por la responsabilidad. Es muy difícil conseguir que la ciudadanía tenga un grado de madurez tal como para que pueda, por ejemplo, premiar o castigar los comportamientos responsables o irresponsables. En eso nos hemos equivocado.
Quizá habría que abrir también un debate sobre la responsabilidad social de las tecnologías…
R: Claro, porque la tecnología es una ciencia, una herramienta… Otra cosa es que luego tengamos la capacidad de regularla y de ordenarla para que no genere más diferencias… Pero hemos llegado a la conclusión de que algunas cosas que creíamos que iban a ser estímulos muy poderosos de la cultura de la sostenibilidad no lo están siendo… quizás han fallado un poco las administraciones, puede ser, podrían hacer más… Pero no idealicemos el mundo y no nos equivoquemos en la manera en la que estimulamos esto porque hemos despreciado la importancia que tenía todo el sector financiero a la hora de establecer la culpabilidad y la transparencia de las empresas, cuando en el fondo han sido los que verdaderamente han forzado esos avances, sin duda.
A lo mejor esto se pueda trasladar también a los Objetivos de Desarrollo Sostenible: altas expectativas y lentitud con la que se producen avances
Los ODS son una herramienta que permite hacer más fácil la sostenibilidad de las empresas y que permite también que una empresa pueda plantearse determinados objetivos en su quehacer social. Nos facilitan el camino, identifican conductas y aspectos en los cual es la empresa puede trabajar, pero creo que tienen el enorme riesgo de que muchas empresas crean que incorporándose a uno de los 17 objetivos ya están siendo responsables… Esto es muy peligroso, favorece que una empresa pueda atribuirse estas “etiquetas”, como en su día sucedió con la acción social… Como cuando fuimos el país que más adhesiones tuvo al Pacto Global, pues no era otra cosa que principios de derechos humanos, de la OIT… que dentro del mundo occidental se cumplían fácilmente. Eso era muy engañoso. Lo mismo ha sucedido con el marketing social derivado de acciones sociales, muy meritorias y que son muy estimables muchos casos, pero a veces se llevan también acciones totalmente irresponsables en la sede de la misma empresa…
Por eso, esta estrategia de exigencia de integridad y de cultura de la sostenibilidad, en sentido amplio, que abarca la totalidad de las acciones de la compañía, en todos sus planos, no puede confundirse con los ODS. Ese es el peligro que veo a los ODS, pero en su conjunto no podemos olvidar que los ODS marcan, por así decirlo, unos caminos para el mundo entero y eso es bueno.
Hablando de la Universidad y de estructuras más locales para generar una comunidad autónoma, cómo crees o qué papel piensas que podemos desarrollar desde la universidad en el fomento de la cultura de la sostenibilidad y la responsabilidad social
Creo que en España el desarrollo teórico que ha tenido la responsabilidad social en los ámbitos de la formación universitaria en general ha sido espectacular. España ha contribuido con una aportación teórica muy notable, ahora mismo existen no menos de 100 o 200 libros publicados sobre estas materias, se han realizado numerosos foros y eventos y se han creado cátedras en muchas universidades españolas… a veces ligadas también a algunas marcas comerciales. Pienso que esa es la parte nuclear de la contribución que la Universidad puede hacer, pero también tiene la capacidad de ligar mejor la investigación con la empresa, una ecuación que en España no ha funcionado muy bien. La llamada transferencia del conocimiento, la financiación de la investigación… Conozco universidades británicas y norteamericanas en las que una parte importante de los recursos proceden de proyectos de investigación en los que se colabora con empresas. No es fácil que la conexión entre investigación básica y empresa se pueda producir, sobre todo porque no existe una gran cultura en España de que las empresas estén más presentes en el mundo universitario.
Creo que a la Universidad española y a la educación en España les falta un punto y medio de PIB, por lo menos, y eso -si no queremos subir las matrículas- necesita incorporar otras fuentes de ingreso. Pienso que en general le falta un poco más de competitividad, de apertura exterior, menos corporativismo, menos carreras interminables…
Lo que quiero decir con esto es que la Universidad en esta materia ha hecho un gran trabajo, pero puede seguir haciéndolo mucho más, formando, creando teoría y dándonos materiales… Soy de los que cuando hacía política pensaba que la Universidad me ayudaba… hay muy pocos políticos que lo piensen “voy a preguntar a la Universidad a ver cómo podría yo mejorar la fiscalidad”, por ejemplo.
En todo caso, mi impresión es que tenemos una Universidad muy concienciada en el tema de la RS, más que en otros países. Diría que la Universidad tiene que aplicarse también a la práctica de la RSE en su funcionamiento, en su información… pero desde luego la clave sigue siendo formar abogados y economistas, directores de empresa, sindicatos… que sepan de qué va esto.
Por último, en estos momentos eres presidente de la Fundación EuroAmerica. ¿Qué tipo de sinergias crees que se pueden establecer entre las dos regiones en este ámbito de la responsabilidad social?
El problema es que América Latina tiene un grado de desarrollo de instituciones sociolaborales muy primario. En países en los cuales del 50% del empleo es informal… no tiene demasiado sentido decir que se tiene mucha RS o que existe un código ético. Allí falta lo principal, la base, estado del bienestar…
Hay bastante desarrollo en materia universitaria, se han construido arquitecturas, instituciones y divulgación, pero América Latina está necesitada, sobre todo, de formalizar su economía, de consolidar su estado, de aumentar su recaudación fiscal. La Fundación es una organización de sociedad civil, creada hace más de 20 años, muy humilde porque no tenemos prácticamente recursos más allá de las contribuciones de nuestros patronos, que son grandes compañías y algunas universidades. Lo que hacemos es fomentar las relaciones entre América Latina y Europa todo lo que podemos y tratamos, fundamentalmente, de aportar nuestras propias experiencias organizativas, de tocar la puerta de Europa sobre la existencia de ese subcontinente, de que los tratados de los acuerdos comerciales entre Europa y América Latina prosperen, etc. Realmente harían falta más instrumentos y hay muchísimas cosas que se pueden hacer desde la Universidad, como potenciar más los Erasmus o unificar y homologar los estudios universitarios
En Europa nadie se acordaba de América Latina hasta que España entró en la UE y tocó la campana. Además, tiene una gran convergencia de objetivos estratégicos y también de concepción democrática civilizatoria, mucho más que la que tengamos con Turquía o con Asia.
Revista: ComunidadRS