"Hay que facilitar el desmarque de ERC de Puigdemont y
provocar unas elecciones autonómicas para forjar una alianza de Gobierno de la
izquierda, con el PSC de bisagra y gozne negociador".
No, no me refiero a Tony Blair como antídoto a Jeremy
Corbyn, después de la derrota histórica del laborismo británico. Ciertamente,
podría ser oportuno y muy sugerente enfrentar a los partidarios de radicalizar
la socialdemocracia con los resultados británicos, comparándolos con los de los
mejores momentos electorales del laborismo. Pero no es a eso a lo que me
refiero con la apelación a la ‘tercera vía’, sino a un tema más doméstico y a
nuestro particular dolor de muelas, que es el llamado conflicto catalán. Por
cierto, recuerdo que en una de aquellas reuniones discretas que celebramos
miembros de las diferentes corrientes políticas vascas para abordar el nuestro,
el denominado conflicto vasco, el abogado Txema Montero –entonces brillante y
seductor letrado de la izquierda abertzale– decía que el nacionalismo es como
tener una carie en una muela. Quieras o no, tu lengua acude a horadar el
agujero con una insistencia tan reiterada como dañina. Siempre está ahí,
quieras o no. O arrancas la muela o empastas la carie.
De empastes hablamos. La propuesta de Pedro Sánchez de abordar
el tema catalán mediante el diálogo y en el marco de las leyes se parece mucho
a la tercera vía en la que siempre ha estado el PSC. Merece el desprecio de los
extremos, que es lo que hoy triunfa en conflictos identitarios de este tipo,
pero solo a primera vista, solo en primer término, no a medio o a largo plazo.
Es como el populismo: falsas y simples respuestas a problemas complejos.
Porque, ¿Dónde quedó el triunfo de Ciudadanos en las elecciones autonómicas
catalanas? ¿Cuánto sumaron el PP y Cs en los últimos comicios generales en
Cataluña? O, al revés, ¿adónde van los nacionalistas independentistas en la
política catalana? Solo la tercera vía nos ofrece opciones de solución. Por eso
el PSC merece nuestro aplauso. Por su persistencia, por su coherencia, por su
defensa del pacto entre diferentes, por ofrecerse una y otra vez como partido
de diálogo y acuerdo con el nacionalismo. Por reiterar su oferta generosa y
pragmática de mejorar el autogobierno y la financiación catalanes dentro de la
Constitución y de acuerdo con el resto de España. Por hacer fuerte el
catalanismo español y defender así esa línea gruesa de mayoría catalana que
reivindica más autogobierno en España. Por empeñarse en hacer fuerte el
catalanismo no independentista y evitar que el catalanismo sentimental e
identitario se haga independentista.
Por eso el PSC ha votado a Miquel Iceta por unanimidad. Por
haber sorteado los peores años de Cataluña y del propio PSC con mucho aguante,
con coherencia, inteligencia, con convicción. Durante los últimos años su
partido sufrió un desgaste brutal, un asalto fratricida por sus extremos.
Notables dirigentes se fueron al nacionalismo. Alcaldes, Exconsejeros, nombres
ilustres, militantes, votos, engordaron a Esquerra. Pero, por el otro lado,
ciudadanos se llevó igualmente cuadros muy relevantes y sobre todo miles de
votos. El PSC aguantó, mantuvo su mano tendida, incomprendida a veces en el PSOE,
denostado casi siempre por los medios y manipulado por sus adversarios. Fueron
momentos dificilísimos, pero su posición centrada, pactista, dialogante,
pragmática, aparece todavía como la opción útil, quizás como la única y última
oportunidad de encauzar políticamente el problema.
¿Por qué es tercera vía? Porque ninguna de las otras
dos ofrece salidas. Lo hemos dicho mil veces, el independentismo no es
mayoritario y el unilateralismo, es decir, la ilegalidad, solo conduce a la
cárcel, al exilio y a la ruina. Jamás habrá independencia sin pacto y este no
será posible a las bravas y contra España. Pero ¿alguien cree que el conflicto
se encauzará no reconociéndolo? ¿Cambiarán las mayorías sociales electorales
negando el diálogo y sin ninguna oferta política por parte del Estado? Quizá
sí, pero en sentido contrario a la integración y haciendo mayoritarias las opciones
rupturistas, probablemente.
Reconozco que mucho de lo que está haciendo y diciendo el
PSOE después del 10-N es por necesidad. Es más, no oculto que en campaña no fue
este su discurso. Pero hoy, la estrategia de Sánchez es inevitable y buscar el
diálogo político con Esquerra es no sólo necesario para la gobernabilidad de
España, sino bueno para encauzar a la política lo que solo políticamente debe
ser resuelto. Los compromisos no pueden ir más allá de formalizar la voluntad
de diálogo y la búsqueda de soluciones en el marco de nuestras leyes. Por eso
me pregunto, ¿es eso tan grave?
Desconozco los términos de la negociación del PSOE con
Esquerra. Tiempo habrá para juzgar los acuerdos si finalmente los hubiera, pero
las críticas al diálogo mismo son inconsistentes. ¿Acaso hay otra opción de
Gobierno? Cualquier otro intento nos conduce a nuevas elecciones.
Desgraciadamente, la regla que algunos defendimos cuando el
PSOE se abstuvo para que gobernase el único que podía hacerlo en 2016 no se ha
asentado en la cultura política española. Esa regla deberíamos llevarla a la
ley para evitar esta catástrofe que estamos viviendo desde hace cuatro años.
Por eso la tercera vía del PSC sigue siendo la única
salida. Difícil, lo sé, pero es la vía a explorar, algo que no se ha hecho en
los últimos diez años de política española. Eso empieza por facilitar el
desmarque de Esquerra de Puigdemont y Junts per Catalunya ahora y provocar
mañana unas elecciones autonómicas catalanes para forjar después una alianza de
gobierno de las izquierdas con el PSC de bisagra y gozne negociador. Un nuevo
Estatuto validado por el Tribunal Constitucional y un referéndum de
ratificación para dar legitimidad política y social al pacto. Eso es tercera
vía. O algo en esa línea. Todo lo demás es persistir en el error o en la
inacción.
Publicado en El Correo, 17/12/2019