25 de octubre de 2019

El Valle sin Franco.

La exhumación de Franco de la Basílica del Valle era condición necesaria para la resignificación de aquel lugar convertido en mausoleo al dictador. Un recinto que, inicialmente, había sido concebido para perpetuar bajo el canon nacional-católico la memoria de los caídos del bando nacional.
 
Los expertos a los que convocamos para elaborar un informe que permitiera transformarlo en un Memorial de las Víctimas de la Guerra Civil y en un espacio de memoria reconciliada establecieron que nada podía hacerse si el dictador seguía siendo el centro simbólico de la basílica. Sería imposible construir un memorial a todas las víctimas en el mismo lugar en el que se homenajeaba al verdugo de miles de ellas. Desde 2011 las fuerzas políticas se han ido posicionando a favor de las conclusiones del informe hasta que en 2017 el Congreso de los Diputados por amplísima mayoría, con la abstención del Partido Popular, recomendó la exhumación y apoyó las conclusiones de los expertos. La misma Iglesia fue viendo con buenos ojos el informe. A partir de ahí se necesitaba un Gobierno con determinación, el de Sánchez, que optó con acierto por un procedimiento garantista. Finalmente, el Tribunal Supremo ha cerrado la voluntad del Estado democrático expresada por sus tres poderes.
 
 Franco ha sido exhumado y sus restos descansan ya en el cementerio de Mingorrubio. Se ha puesto así fin a una anomalía histórica y a un injusto agravio a las víctimas de la dictadura franquista. La democracia española no merecía ese borrón en su imagen internacional. El proceso ha sido largo y complejo por la oposición de la familia y por la histriónica actitud de los monjes, que han demostrado incompatibilidad absoluta con un Valle transformado. Si su misión era cuidar la tumba, ahora sin ella se quedan sin razón de ser.
 
¿Qué hacer ahora con el Valle? Algunos recomiendan su destrucción. Olvidan que en los columbarios de la basílica yacen los restos registrados de 33.847 personas víctimas de la guerra y de la posterior represión franquista. Entre ellas, miles de fusilados en las paredes de los cementerios de muchas de nuestras ciudades, enterradas en fosas comunes extramuros del cementerio y trasladadas posteriormente a las criptas del Valle a partir de 1959.
 
Semejante desafuero nos haría, además, perder la oportunidad de convertir ese lugar en el Memorial y en el homenaje a las víctimas de nuestra guerra, a todas las víctimas. No hay en España otro lugar como ese en el que poder simbolizar tanto el horror de lo que fue la dictadura y la Guerra Civil como el perdón colectivo de la Transición y el abrazo reconciliatorio que nos han permitido superar aquel trauma y construir los mejores cuarenta años de convivencia democrática y de progreso social en nuestra historia. Pero para eso es necesario actuar en el Valle, resignificarlo, convertirlo en un lugar de todos, consiguiendo que los españoles que jamás lo visitaron por ser lo que era tengan razones ahora para ir a recordar el horror de nuestra guerra y a rendir homenaje a sus víctimas.
 
Eso es lo que nos propusieron los expertos. ¿Qué falta por hacer? No poco. Siguiendo sus recomendaciones, lo primero es dignificar la situación de los restos y de los columbarios. En el marco de esta acción, que requiere paralelamente investigación documental y creación de un gran banco de ADN, es preciso atender las peticiones de quienes quieren recuperar los restos de sus familiares allí enterrados, muchos, sin conocimiento ni consentimiento. Desgraciadamente, eso no será posible para todos. Las condiciones en las que se encuentran algunos de los columbarios hacen harto difícil, imposible, la identificación. Sin embargo, hay criptas y columbarios mejor conservados en los que no debe ser la falta de voluntad política el impedimento para su identificación y posterior exhumación.
 
 La segunda tarea es construir un gran monumento memorial. En la explanada central del Valle hay que erigir un gran y hermoso monumento a las víctimas. Una obra artística de gran tamaño en la que puedan esculpirse en piedra los nombres de los allí enterrados, acompañada de elementos de expresión de la solidaridad y respeto por parte de los visitantes (pebetero, flores, firmas, etc.). Algo parecido a los grandes monumentos del mundo a las víctimas de guerras o de grandes tragedias (Washington, Berlín, etc.). Podría convocarse un gran concurso internacional concitando el interés de los mejores arquitectos del mundo.
 
Por último, en los edificios hoy gestionados por los monjes cabría ubicar un gran museo en el que se pudieran exhibir diferentes exposiciones sobre la Guerra Civil, la construcción del Valle, realizada por represaliados del franquismo bajo el régimen de redención de penas, el arte del exilio, etc. Todo el conjunto habría de convertirse en un gran centro de interpretación con funciones didácticas y de investigación. Todas estas actuaciones exigirían que a ese lugar le cambiáramos también el nombre con la palabra memorial en su cabecera.
 
Esta es una tarea larga y quizá cara, pero merece la pena. Por la dignidad de nuestra memoria y por el prestigio del país. No importa que dure tres o cuatro años o más. Debe hacerse con criterios técnicos y profesionales del máximo nivel. Quizás, por ello, debería ser el Patrimonio del Estado quien se encargase de su dirección. Asimismo, el régimen jurídico del conjunto deberá ser adaptado y transformado conforme a su nueva función. Por último y no menos importante, deberíamos hacerlo por consenso de todos los partidos. Así honramos el espíritu de la Transición. Se trata de que la memoria, en este lugar, en vez de provocarnos división sea motivo de unión cívica.
 
*Ramón Jáuregui encargó el Informe de la Comisión de Expertos sobre el futuro del Valle de los Caídos cuando era ministro de la Presidencia en 2011. Carlos García de Andoin fue el impulsor de sus trabajos como director adjunto y secretario de la Comisión.

Artículo publicado conjuntamente con Carlos García de Andoin en El Correo, 25/10/2019