No pudo ser más lamentable la teatralización que hicieron Podemos y el PSOE de sus diferencias en la negociación del gobierno non-nato. Fue tan descarnada la exposición pública de la lista de peticiones y propuestas de ministerios , que resultó una discusión obscena sobre el reparto del poder sin contenidos programáticos previos. Fue también una peligrosa puesta en escena de las culpas recíprocas, en una desesperada búsqueda del relato favorable. Tarde y mal, sin paliativos.
No merecen menores reproches las actitudes del PP y de Ciudadanos. No ha habido manera de obtener la abstención de alguno de ellos, bien porque no se ha buscado de manera coherente, bien porque, desde un principio, ambos partidos apostaron por un Gobierno de Sánchez apoyado en Podemos y en los nacionalistas para acentuar así los defectos que decían combatir: la debilidad y las malas compañías de un gobierno al que deseaban corta y fracasada vida. Particularmente cínica, además de groseramente insultante, resultó la definición de Rivera al «Plan Sánchez y a su banda», que estaba en su mano evitar. De manera que una conclusión parece clara, después de la frustrada semana que hemos vivido, un nuevo intento negociador parece obligado.
El gobierno de coalición PSOE-Podemos es, sin embargo, un Ejecutivo de mayoría minoritaria. Es decir, insuficiente. Sabemos que varios grupos nacionalistas se abstendrán para hacer posible la investidura en segunda vuelta, pero eso no quita para que se converse con ellos con carácter previo. La cortesía obliga y la prudencia lo aconseja, porque la mayoría absoluta será necesaria cientos de veces a lo largo de la legislatura (no olvidemos que 123 + 42 son 165)
Pero la insuficiencia de ese gobierno no es solo aritmética. Es política, y eso es mucho más grave. Los apoyos nacionalistas llevan factura y algunas de ellas son de alto coste. Con Cataluña y el Poder Judicial en el escenario, el Gobierno de España no tiene márgenes para alterar su política de firmeza democrática constitucional y mano tendida al diálogo y me temo que eso no será suficiente en los tiempos que vienen.
La inestabilidad también procede de la sociedad con Podemos. Es un partido cuyos comportamientos institucionales y políticos en la máxima esfera del poder son una incógnita. La desconfianza no era fácil de verbalizarla en la tribuna, pero es bastante comprensible. Procede de su propia naturaleza. Han nacido hace muy poco, en el origen de un movimiento asambleario y de protesta social. Nunca han gobernado y su íntima vocación era, y me temo que lo es, sustituir al PSOE en la izquierda española.
No conocemos cuál será su respeto institucional a la monarquía, cómo se comportarán con otras instituciones del Estado y hasta qué punto respetarán las normas internas de la jerarquía del Gobierno. Hay dudas sobre su política europea y sobre el pragmatismo al que obliga la gobernanza de la Unión en momentos muy difíciles, como lo será el Brexit sin acuerdo y otros planos de la política internacional sobre los que son constatables diferencias importantes: los acuerdos internacionales de Comercio (Mercosur, por ejemplo); la defensa europea y sus relaciones con la OTAN; la política monetaria del Euro; etc.
Sabemos ya que quieren protagonizar áreas de gestión propias y hacer valer su presencia en el Gobierno como garantía de sus propuestas partidarias. Lógico, pero preocupante. Sabemos también que en el tema catalán están más cerca de los nacionalistas que del Estado, lo que resultará conflictivo a buen seguro más pronto que tarde. De hecho, ya lo hemos visto en un par de episodios previos en la Mesa del Congreso y en la calificación de los procesados en prisión.
Es una inestabilidad y una insuficiencia nada deseables en un Ejecutivo y en un país que acumula importantes retrasos en la toma de decisiones, inaplazables en un mundo que no espera. La disrupción digital, la demografía y las inmigraciones, el cambio climático o los riesgos geopolíticos de un mundo en cambio exigen políticas concretas nada fáciles. Si añadimos la conflictividad política interior, se entiende bien esta alarma general que suscita la política española desde hace cuatro años.
Y sin embargo... tienen que entenderse. Hay que probar, cuanto antes mejor. No hay alternativa de gobierno, salvo nuevas elecciones, las cuartas en tres años y sin Ejecutivo hasta febrero de 2020 (y a saber). Inaceptable. Vergüenza de país.
Pero la insuficiencia de ese gobierno no es solo aritmética. Es política, y eso es mucho más grave. Los apoyos nacionalistas llevan factura y algunas de ellas son de alto coste. Con Cataluña y el Poder Judicial en el escenario, el Gobierno de España no tiene márgenes para alterar su política de firmeza democrática constitucional y mano tendida al diálogo y me temo que eso no será suficiente en los tiempos que vienen.
La inestabilidad también procede de la sociedad con Podemos. Es un partido cuyos comportamientos institucionales y políticos en la máxima esfera del poder son una incógnita. La desconfianza no era fácil de verbalizarla en la tribuna, pero es bastante comprensible. Procede de su propia naturaleza. Han nacido hace muy poco, en el origen de un movimiento asambleario y de protesta social. Nunca han gobernado y su íntima vocación era, y me temo que lo es, sustituir al PSOE en la izquierda española.
No conocemos cuál será su respeto institucional a la monarquía, cómo se comportarán con otras instituciones del Estado y hasta qué punto respetarán las normas internas de la jerarquía del Gobierno. Hay dudas sobre su política europea y sobre el pragmatismo al que obliga la gobernanza de la Unión en momentos muy difíciles, como lo será el Brexit sin acuerdo y otros planos de la política internacional sobre los que son constatables diferencias importantes: los acuerdos internacionales de Comercio (Mercosur, por ejemplo); la defensa europea y sus relaciones con la OTAN; la política monetaria del Euro; etc.
Sabemos ya que quieren protagonizar áreas de gestión propias y hacer valer su presencia en el Gobierno como garantía de sus propuestas partidarias. Lógico, pero preocupante. Sabemos también que en el tema catalán están más cerca de los nacionalistas que del Estado, lo que resultará conflictivo a buen seguro más pronto que tarde. De hecho, ya lo hemos visto en un par de episodios previos en la Mesa del Congreso y en la calificación de los procesados en prisión.
Es una inestabilidad y una insuficiencia nada deseables en un Ejecutivo y en un país que acumula importantes retrasos en la toma de decisiones, inaplazables en un mundo que no espera. La disrupción digital, la demografía y las inmigraciones, el cambio climático o los riesgos geopolíticos de un mundo en cambio exigen políticas concretas nada fáciles. Si añadimos la conflictividad política interior, se entiende bien esta alarma general que suscita la política española desde hace cuatro años.
Y sin embargo... tienen que entenderse. Hay que probar, cuanto antes mejor. No hay alternativa de gobierno, salvo nuevas elecciones, las cuartas en tres años y sin Ejecutivo hasta febrero de 2020 (y a saber). Inaceptable. Vergüenza de país.
No hay otra fórmula que la coalición de gobierno, una vez rechazada por Podemos la Colaboración (sic) y el Pacto de legislatura. Es legítima su exigencia y es una fórmula usual en todo el mundo en casos semejantes. La coalición exige negociar primero un acuerdo programático que incluya, incluso, algunos desacuerdos puntuales, delimitando las actuaciones diferenciadas al margen del gobierno y definiendo las normas de funcionamiento interno. Solo después se acuerdan las carteras, las funciones y las competencias respectivas. En Euskadi llevamos desde 1987 haciendo estas cosas, cuando se acordó el primer gobierno de coalición de la democracia española.
Se trata de una negociación prolija y larga, que deberían iniciar sendas representaciones cuanto antes. El reparto del poder no tiene por que ser proporcional. De serlo, no lo es a los votos (como reiteradamente pretende Iglesias), sino a los escaños en la Cámara. Se entiende y se debe aceptar que el presidente se reserva los ministerios de Estado, pero no son razonables otros límites en el reparto.
Aitor Esteban tenía razón. Todavía hay tiempo para enmendar el daño producido en una investidura fallida y volver a la senda de la sensatez y de las necesidades del país. Inclusive a la de las ilusiones de una izquierda política que puede sufrir en carne propia su fracaso en este intento.
Publicado en El Correo, 27/07/2019