El acuerdo de última hora Macron-Merkel para colocar a sus candidatas ha sido recibido por el Parlamento, los grupos políticos, y por los socialistas en particular, con gran descontento.
Los acuerdos de reparto del poder en Europa llegaron ‘in extremis’, horas antes de que se produjera la votación para el primero de esos ‘top jobs’ que se han negociado en eternas reuniones estos días pasados. Efectivamente, el presidente del Parlamento se eligió al día siguiente de que fuese anunciado el acuerdo para las presidencias de la Comisión, del Consejo, del Banco Central y el Alto Representante para la política exterior de la Unión Europea. Fue un acuerdo negociado exclusivamente entre los Jefes de Gobierno en el Consejo Europeo, que se anunció finalmente el martes, 2 de julio, y que –como casi todos los acuerdos de esta naturaleza en Europa– tiene aspectos positivos y otros no tanto. Empecemos por los primeros.
Lo mejor es el acuerdo en sí mismo. Evita los peligrosos efectos del desacuerdo y la parálisis en un momento muy delicado para Europa. Basta imaginar lo que habría significado iniciar la legislatura en el Parlamento esa semana con una elección del Presidente al margen de los equilibrios que esa figura ejerce en el conjunto institucional, dificultando, o peor, haciendo casi imposible el acuerdo posterior para la elección del Presidente de la Comisión y el del Consejo.
Un aplazamiento del nombramiento del Presidente de la Comisión para después del verano sería una catástrofe porque hay que afrontar el 31 de octubre la marcha sin acuerdo de Reino Unido de la Unión. Si Boris Johnson gana el liderazgo conservador, ese horizonte es cada vez más probable y las consecuencias son inmensas en múltiples planos. El acuerdo en las instituciones era, y es por ello, la condición necesaria –aunque no suficiente– para que la UE afronte ese y otros retos muy importantes con la maquinaria engrasada y en pleno funcionamiento.
Sobre la mesa de la Unión están pendientes decisiones inaplazables. Un acuerdo en materia migratoria es vital para nuestro futuro. El marco financiero plurianual de 2020 a 2027 está pendiente de un dificilísimo trílogo entre Comisión, Parlamento y Consejo. Lo mismo pasa con la PAC (Política Agraria Común), la Unión Energética y la Agenda Digital. El mundo no espera a Europa y cada día se dilucidan ante nosotros grandes contenciosos sin que Europa juegue en el nivel que nos corresponde. Basta mirar a Irán, a las guerras comerciales y tecnológicas de Trump y a los retos demográficos europeos para entenderlo.
Positivo es también poner a una mujer al frente de la Comisión y a otra al frente del Banco Central. Son dos instituciones de tal entidad, con tan enorme presencia política, económica y mediática, que la revolución igualitario entre mujeres y hombres recibe un gran impulso. Positivo, poco más. Quizás haber evitado que el candidato alemán presida el BCE. Por el contrario, los elementos críticos son considerables.
Lo más negativo ha sido el rechazo sufrido por el candidato socialista Frans Timmermans a presidir la Comisión. Era, sin duda, el mejor candidato y contaba con una mayoría de apoyo al sumar los votos de socialistas y liberales en un pacto hábilmente trabado en la cumbre del G-20 de Osaka por Sánchez y Macron. Curiosamente, ese acuerdo contaba con el apoyo de Ángela Merkel, quien se vio desautorizada por su grupo y acabó aceptando el veto al candidato socialista tanto de los suyos, como, peor todavía, el de los países del este. Timmermans representaba muchas cosas. Era un socialista para después de más de veinte años de presidencia conservadora. Contaba con una mayoría de apoyos parlamentarios (socialistas 150 más 106 de liberales) frente a los 180 del PP europeo y su capacidad de atraer a los verdes para ampliar a cuatro los grupos parlamentarios de apoyo a la Comisión, era muy superior a la de su rival Manfred Weber. Fue candidato electoral a la presidencia, es decir, cumplió con la exigencia de ser ‘Spitzenkandidat’, y por último, su gestión como vicepresidente encargado de los temas institucionales le había llevado a ser el defensor de los valores europeos: Democracia y Estado de Derecho, frente a los países que los estaban vulnerando: Hungría, Polonia, Italia (tema migratorio), etc. Su papel como el gran europeísta, máximo defensor del Artículo 2 del Tratado ha sido fundamental.
Pues bien, el acuerdo Macron-Merkel de última hora, rompiendo los compromisos anteriores y colocando su pareja femenina franco-alemana en la Comisión y en el Banco Central, con un liberal belga al frente del Consejo, ha sido recibida por el Parlamento, los grupos políticos, y por los socialistas en particular, con enorme descontento.
Los grupos políticos porque han estado totalmente al margen de la negociación. El Parlamento porque se ha roto la regla del ‘Spitzenkandidat’ al elegirse a una señora que no había participado para nada en el proceso electoral y que se enteró de que será la Presidenta de la Comisión, horas antes de la propuesta. El grupo socialista porque ha perdido una ocasión de oro y un candidato excepcional para presidir la Comisión. Su enfado se agrava al conocerse el veto de los países más retardatarios de la construcción europea. Ha sido una negociación que ha marginado al Parlamento y que ha puesto de manifiesto el creciente intergubernamentalismo que sufre la Unión.
Los acuerdos de reparto del poder en Europa llegaron ‘in extremis’, horas antes de que se produjera la votación para el primero de esos ‘top jobs’ que se han negociado en eternas reuniones estos días pasados. Efectivamente, el presidente del Parlamento se eligió al día siguiente de que fuese anunciado el acuerdo para las presidencias de la Comisión, del Consejo, del Banco Central y el Alto Representante para la política exterior de la Unión Europea. Fue un acuerdo negociado exclusivamente entre los Jefes de Gobierno en el Consejo Europeo, que se anunció finalmente el martes, 2 de julio, y que –como casi todos los acuerdos de esta naturaleza en Europa– tiene aspectos positivos y otros no tanto. Empecemos por los primeros.
Lo mejor es el acuerdo en sí mismo. Evita los peligrosos efectos del desacuerdo y la parálisis en un momento muy delicado para Europa. Basta imaginar lo que habría significado iniciar la legislatura en el Parlamento esa semana con una elección del Presidente al margen de los equilibrios que esa figura ejerce en el conjunto institucional, dificultando, o peor, haciendo casi imposible el acuerdo posterior para la elección del Presidente de la Comisión y el del Consejo.
Un aplazamiento del nombramiento del Presidente de la Comisión para después del verano sería una catástrofe porque hay que afrontar el 31 de octubre la marcha sin acuerdo de Reino Unido de la Unión. Si Boris Johnson gana el liderazgo conservador, ese horizonte es cada vez más probable y las consecuencias son inmensas en múltiples planos. El acuerdo en las instituciones era, y es por ello, la condición necesaria –aunque no suficiente– para que la UE afronte ese y otros retos muy importantes con la maquinaria engrasada y en pleno funcionamiento.
Sobre la mesa de la Unión están pendientes decisiones inaplazables. Un acuerdo en materia migratoria es vital para nuestro futuro. El marco financiero plurianual de 2020 a 2027 está pendiente de un dificilísimo trílogo entre Comisión, Parlamento y Consejo. Lo mismo pasa con la PAC (Política Agraria Común), la Unión Energética y la Agenda Digital. El mundo no espera a Europa y cada día se dilucidan ante nosotros grandes contenciosos sin que Europa juegue en el nivel que nos corresponde. Basta mirar a Irán, a las guerras comerciales y tecnológicas de Trump y a los retos demográficos europeos para entenderlo.
Positivo es también poner a una mujer al frente de la Comisión y a otra al frente del Banco Central. Son dos instituciones de tal entidad, con tan enorme presencia política, económica y mediática, que la revolución igualitario entre mujeres y hombres recibe un gran impulso. Positivo, poco más. Quizás haber evitado que el candidato alemán presida el BCE. Por el contrario, los elementos críticos son considerables.
Lo más negativo ha sido el rechazo sufrido por el candidato socialista Frans Timmermans a presidir la Comisión. Era, sin duda, el mejor candidato y contaba con una mayoría de apoyo al sumar los votos de socialistas y liberales en un pacto hábilmente trabado en la cumbre del G-20 de Osaka por Sánchez y Macron. Curiosamente, ese acuerdo contaba con el apoyo de Ángela Merkel, quien se vio desautorizada por su grupo y acabó aceptando el veto al candidato socialista tanto de los suyos, como, peor todavía, el de los países del este. Timmermans representaba muchas cosas. Era un socialista para después de más de veinte años de presidencia conservadora. Contaba con una mayoría de apoyos parlamentarios (socialistas 150 más 106 de liberales) frente a los 180 del PP europeo y su capacidad de atraer a los verdes para ampliar a cuatro los grupos parlamentarios de apoyo a la Comisión, era muy superior a la de su rival Manfred Weber. Fue candidato electoral a la presidencia, es decir, cumplió con la exigencia de ser ‘Spitzenkandidat’, y por último, su gestión como vicepresidente encargado de los temas institucionales le había llevado a ser el defensor de los valores europeos: Democracia y Estado de Derecho, frente a los países que los estaban vulnerando: Hungría, Polonia, Italia (tema migratorio), etc. Su papel como el gran europeísta, máximo defensor del Artículo 2 del Tratado ha sido fundamental.
Pues bien, el acuerdo Macron-Merkel de última hora, rompiendo los compromisos anteriores y colocando su pareja femenina franco-alemana en la Comisión y en el Banco Central, con un liberal belga al frente del Consejo, ha sido recibida por el Parlamento, los grupos políticos, y por los socialistas en particular, con enorme descontento.
Los grupos políticos porque han estado totalmente al margen de la negociación. El Parlamento porque se ha roto la regla del ‘Spitzenkandidat’ al elegirse a una señora que no había participado para nada en el proceso electoral y que se enteró de que será la Presidenta de la Comisión, horas antes de la propuesta. El grupo socialista porque ha perdido una ocasión de oro y un candidato excepcional para presidir la Comisión. Su enfado se agrava al conocerse el veto de los países más retardatarios de la construcción europea. Ha sido una negociación que ha marginado al Parlamento y que ha puesto de manifiesto el creciente intergubernamentalismo que sufre la Unión.
Publicado en El Correo, 14/07/2019