4 de julio de 2016

La paz vale la pena.

Nadie valora tanto la paz como quien ha vivido una situación de violencia enquistada. Incluso una paz imperfecta es siempre mejor que la guerra. De ahí que el proceso de paz impulsado por el presidente Santos en Colombia haya llenado de esperanza a la comunidad internacional. Pues bien, ha llegado la hora de felicitar a Santos por su éxito. El acuerdo del cese al fuego bilateral con las FARC que acaba de anunciarse, previo al acuerdo global definitivo -que tendrá lugar el 20 de julio, un día especialmente simbólico porque se celebra la independencia de Colombia- es la prueba más palpable de que Colombia está a punto de alcanzar la ansiada meta de la convivencia pacífica. Poner fin a más de 50 años de conflicto armado no es solo una buena noticia para ese país; es un hecho histórico para toda la región, y sus repercusiones tienen carácter global.

El Gobierno de Santos ha apostado su credibilidad política a la culminación de esta empresa, y está trabajando denodada e inteligentemente para lograrlo. Pero también la otra parte ha demostrado su compromiso con una salida negociada del conflicto. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) han sabido comprender que su lucha tocaba a su fin. Era no solo una tragedia, era un anacronismo en la región y en el mundo. Su decisión de abandonar las armas y de participar en la política democrática es también valiente e inteligente, además de moralmente justa y necesaria. La violencia solo conduce a más violencia y en pleno siglo XXI ninguna idea, ningún proyecto, ninguna propuesta política es defendible matando e infligiendo sufrimientos a los ciudadanos. Reconocer esto era tan imperioso desde el punto de vista moral como meritorio tras décadas de lucha armada.

En tercer lugar, hay que recordar y agradecer el papel facilitador que han desempeñado en todo este proceso determinados actores internacionales. Esa ayuda exterior ha resultado fundamental para afianzar la credibilidad del proceso. Cuba, Noruega y otros países de la región han ayudado mucho y merecen por ello nuestro reconocimiento, como lo merece Naciones Unidas, quien se ocupará de supervisar y verificar el cese bilateral del fuego.

Quedan ahora dos urgencias:

En primer lugar, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la segunda gran guerrilla de Colombia, tiene que seguir los pasos de las FARC. Es verdad que las negociaciones ya están en marcha, con algún sobresalto hace unas semanas, que afortunadamente ha quedado superado. Es preciso ahora más que nunca pedir al ELN un esfuerzo adicional, guiado por la altura de miras e la inteligencia política. Apostar por las armas ya no es una opción, en un país al borde de la paz: a medio plazo, no subirse a ese tren es una decisión suicida para los propios integrantes de esa organización.

En segundo lugar, hay que ganar la partida -que no la batalla- de la opinión pública. Y hay que ganarla ahora, porque el presidente Santos se ha comprometido con el pueblo colombiano a consultarle en referéndum si está o no a favor del acuerdo. Como opción democrática es impecable, pero los riesgos de esa consulta son enormes en un país donde buena parte de la ciudadanía ha sufrido mucho a causa del conflicto armado, y es precisamente a esa parte doliente de la ciudadanía a quien el postconflicto pedirá un mayor esfuerzo de tolerancia. Para aquellos que experimentaron la violencia en sus carnes o en la de sus seres queridos, resultarán especialmente difíciles de asumir algunos términos del acuerdo relacionados con el futuro papel de los exguerrilleros en la sociedad colombiana. Sin embargo, es imprescindible que así sea. Este tipo de conflictos no terminan con una paz perfecta. No siempre la paz es totalmente justa. Pero es paz.

Ganar el referéndum es el siguiente paso que dará lugar al postconflicto, un periodo largo, costoso, difícil, en el que las víctimas deben ser el centro de gravedad sobre el que gire una política amplia de compensaciones y reparaciones, además de un relato cultural y político basado en la verdad y la justicia. Es además necesario para asentar la paz y poder poner en marcha los términos del acuerdo. Hay que pedir a los partidos políticos y a la sociedad civil colombiana apoyo al proceso de paz, comprensión con los términos del acuerdo y generosidad con la integración social de todos.

Merece la pena.

Publicado en El Pais, 4/07/2016