15 de julio de 2014

Paradojas europeas.


· El asamblearismo, la democracia directa y el populismo pueden acabar coincidiendo en los extremos ideológicos del abanico.

De vuelta a Estrasburgo, casi nada ha cambiado. La ciudad, bellísima, acoge a la familia europea los primeros días de julio con un sol sorprendente en su corto verano. En ese clima raro de su multietnicidad, Francia celebra su victoria sobre Nigeria en la Copa del Mundo, mientras su extensa población argelina llora su eliminación frente a Alemania.

La líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, quiere eliminar la doble nacionalidad de los argelinos, como si eso fuera a privar a esa parte de su población de sus sentimientos identitarios y el alcalde de Niza, de la Union pour un mouvement populaire (UMP), Christian Estrosi, empujado por el Frente Nacional, quiere prohibir el uso de la bandera extranjera en el centro de la villa.

El comienzo de las sesiones del nuevo Parlamento europeo ofrece imágenes con enorme fuerza simbólica. Cuando una pequeña orquesta interpreta el himno de Europa y todos los diputados nos ponemos de pie y escuchamos con una ligera emoción la sinfonía que nos identifica, Nigel Farage, líder de UKIP, en las primeras filas de los escaños pegados a los músicos y al resto de los líderes europeos de las demás familias políticas, se da ostensiblemente la vuelta y se pone de espaldas a la orquesta mirando a los escaños de la filas superiores. Todos sus compañeros de grupo (hasta un total de 48 miembros, procedentes del Reino Unido y de Italia, principalmente) hacen lo mismo. El gesto, maleducado y grosero, simboliza su ‘no’ a Europa. ¿Por qué están allí?, me preguntó. ¿Para qué?

Comienzan los debates. El presidente del Consejo europeo, Van Rompuy, presenta a la Cámara las conclusiones de la cumbre de los pasados 26 y 27 de junio en la que, por fin, el Consejo ha respetado el acuerdo democrático electoral de presentar al Parlamento como candidato a presidente a quien encabezaba la lista electoral más votada.

El debate ofrece otra imagen extraña. Los tres portavoces (de entre los siete grupos parlamentarios) más agresivos contra las propuestas y las conclusiones del Consejo son los antieuropeos. De nuevo Farage, en representación de su grupo, Europa de la Libertad y de la Democracia, el Sr. Kammal, que representa al Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos, y la señora Le Pen, que encabeza a los no inscritos pero que despotrica contra Europa en defensa de sus posiciones ultranacionalistas. La dialéctica final de ese debate está marcada por el eje Europa-No Europa. Veníamos de una campaña electoral marcada por las coordenadas ideológicas de la política económica frente a la crisis, austeridad o expansión, empleo e inversiones, Banco Central y política monetaria, etc. De pronto, nos damos de bruces con un parlamento que nos plantea una cuestión mucho más primaria: el ser de Europa, ¿qué Europa?

Aparece Renzi. El flamante primer ministro italiano, señalado como la esperanza renovada de la izquierda europea, presenta su programa para la presidencia europea del semestre. Es un orador brillante. Atrevido, rompedor, seguro. Hace un discurso europeísta, ilustrado, emocionante y progresista. Comienza el debate y de nuevo las imágenes y los discursos nos dibujan la Europa extraña y difícil que tenemos delante.

El jefe de filas de los populares, un alemán de Baviera, ortodoxo de la austeridad y devoto del liberalismo económico, lanza un durísimo alegato contra la deuda pública, las políticas de flexibilidad en el Pacto de Estabilidad y contra las inversiones públicas para estimular el consumo. Una vez más, el combate ideológico a favor de una política económica distinta choca con esa línea divisoria, más geográfica que ideológica, que divide a Europa desde hace unos años entre el Norte y el Sur, creando espacios suprapartidarios en función de intereses nacionales. Hay derechas griegas, italianas o españolas de acuerdo con Renzi y socialistas finlandeses o daneses favorables a que el Sur siga ajustando su cinturón para reducir sus enormes deudas públicas.

Renzi contesta a Webber pero éste ha abandonado su escaño. Es verdad que durante los debates todos aprovechamos para hacer más cosas. Reuniones, charlas, teléfono y lecturas se simultanean obligatoriamente en los cuatro días que duran los plenos. Pero ausentarse después de intervenir y criticar tan duramente es inadmisible. Renzi recuerda a Webber que la única vez que la Unión Europea incumplió el Pacto de Estabilidad para admitir la vulneración del déficit público de un país fue en 2003. Y ese país fue… Alemania. Webber touché.

Paradojas europeas. Un diputado italiano llamado Corrao, del Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo, interviene duramente contra Renzi. Pertenece al grupo de Nigel Farage, es decir, el antieuropeísmo militante. Muestra su preocupación por el Acuerdo de libre Comercio UE-EE UU, y asegura que si se firma ese acuerdo el queso italiano se acabará haciendo en un laboratorio de Tejas. Pide la palabra para el pueblo ante esa amenaza. Suena un aplauso. Miro a mi derecha y observo al diputado Pablo Iglesias aplaudiendo al diputado italiano. No entiendo nada. O quizás sí. Asamblearismo y democracia directa más populismo pueden acabar coincidiendo en los extremos ideológicos del abanico.

Por eso, también para nosotros, se plantean dudas y contradicciones, difíciles de explicar. Nuestros nuevos jóvenes líderes nos exigen no votar a Juncker porque la socialdemocracia necesita diferenciarse de la derecha europea y presentar su propia oferta, coherente con nuestros discursos electorales. Quizás tengan razón. Pero no dejo de preguntarme si ese es nuestro lugar en el Parlamento que les he descrito, donde el ‘no’ a Juncker será el ‘no’ de los antieuropeos, el de Le Pen y Nigel Farage. ¿Es ese nuestro sitio?

Publicado en El Correo el 15/07/2014