27 de mayo de 2013

Socialismo y Cristianismo en laicidad.

“Socialismo y cristianismo en laicidad”
Carta abierta a Ximo


Ramón Jáuregui, Diputado socialista y ex Ministro de la Presidencia y
Carlos García de Andoin, Politólogo, Coordinador Cristianos Socialistas
País Vasco


En 1994, hace dos décadas, convenimos en la necesidad de tender puentes entre socialismo y cristianismo. Uno, desde la orilla de la política, como dirigente, el otro desde la religión, como militante. Eran tiempos en que el PSOE tras más de una década en el gobierno acusaba un fuerte desgaste ético, pérdida de impulso transformador y distanciamiento de las nuevas problemáticas sociales. Por su parte la Iglesia se había hecho conciliar y la vieja caridad paternalista se transformaba en un voluntariado de nuevo rostro, con tanto testimonio de abajamiento a la periferia como compromiso con la emancipación. La teología de la liberación nos hablaba del pobre como sujeto histórico. Había en aquel cristianismo auténticos socialistas sin carnet. Cuando ya Cristianos por el Socialismo era pasado podíamos proseguir el surco de nueva manera, como cristianos en el socialismo ¿por qué no recorrer aquel camino?

            Nos arremangamos. La paz, la regeneración ética de la política y el combate contra la exclusión social eran los campos de encuentro entre un socialismo y un cristianismo movidos por una doble convicción. Primera, ya es hora de pasar definitivamente la página de aquella laicidad que nos enfrentó, para construir esa laicidad amiga, donde se hacen posibles el encuentro y el diálogo. Segunda, entre la estrella polar del socialismo que es la igualdad (Bobbio) y la maldita costumbre de la Biblia de ponerse del lado de los pobres, no sólo hay compatibilidad sino más aún, afinidad. En una y otra convicción allí estaba Ximo García-Roca ofreciendo profundidad, creando puentes y dibujando horizontes.

En aquel 1994 año Ximo publicó “Solidaridad y voluntariado”. Estábamos todavía sumidos en la crisis los 90. Ya había voces que argumentaban la necesidad de desmantelar un Estado de Bienestar que acababa de nacer pero desechaban por insostenible. En este contexto Ximo escribía que el tercer sector y el voluntariado no podían ser utilizados como “una coartada para desmantelar los compromisos del Estado”. En Bilbao nos decía el voluntariado necesita “competencia humana y calidad técnica, con el amor no basta”; debe ser “sujeto social capaz de ser interlocutor de las políticas sociales”. Dos años después hacíamos la Ley de Voluntariado del País Vasco impulsando la formación y la creación del Consejo de Voluntariado para canalizar la interlocución del voluntariado en las políticas sociales.

Dimos el salto a Madrid, en los Encuentros Cristianos y Socialismo, recurrimos nuevamente a Ximo. Recordamos que decía en presencia del candidato J. Borrell (1999): la exclusión social es el “escenario obligado para el encuentro del socialismo y el cristianismo”. Cristianismo y Socialismo no son dos territorios que acotan sus fronteras sino que están llamados a derribar los muros identitarios para salir al encuentro “con y desde los excluidos”. Ni uno ni otro pueden arreglar solos la exclusión. A la tradición socialista “le sobran razones para enfatizar la necesidad de los agentes políticos, remover las causas de la exclusión y atribuir al Estado el papel principal en las políticas de redistribución”, pero sin alianzas sociales, sin ecumenismo social, “sin comunidades de sentido con sus organizaciones sociales”, no hay inclusión social a “la medida humana”, porque “el Estado no es un sustituto del corazón”. Ahí es necesaria la tradición samaritana que se despliega en proximidad y cercanía.

En efecto estábamos de acuerdo con Ximo en que cristianismo y socialismo comparten “la misma pasión por las víctimas y la sensibilidad por reducir el sufrimiento humano provocado por circunstancias históricas y evitables”. En aquellas fechas, año 2000, el PSOE introducía a propuesta de los cristianos socialistas el primer programa potente de políticas de cooperación al desarrollo en que destacaban una secretaría de Estado de Cooperación y el objetivo del 0,7%.

Recordamos bien, como organizadores, cuando dijiste que aquellos encuentros Cristianos y Socialismo podían significar “perversamente” que el cristiano para ser socialista necesita “una motivación especial mientras que los populares nunca necesitarán de un encuentro de estas características porque se suponen en su casa”.

Luego vino la renovación del PSOE. La nueva igualdad –que venía con todo derecho- dejó en un segundo plano la vieja igualdad. Eran tiempos de posmaterialismo, a caballo de un crecimiento económico que resultaría tan frágil y espumoso. También vino la involución de la religión. El cristianismo de la mediación perdía fuelle ante las formas fundamentalistas que parece se acomodaron mejor al mundo de la globalización. La religión dejaba de ser compromiso con la exclusión para asociarse a la intolerancia y al extremismo. Todo ello dejó el proyecto, el tuyo y el nuestro, a la intemperie.

Pasado el primer año de gobierno la idea de tender puentes había acabado hecha añicos. La Iglesia católica veía en el PSOE un adversario antropológico, mientras el Gobierno se enfrentaba a una jerarquía eclesiástica que se había erigido en el primer adversario político. La derecha católica sintió amenazado el corazón de su pensamiento. La patria era amenazada por el Estatut de Catalunya, la familia católica por el matrimonio homosexual y la religión se veía amenazada por la reforma educativa. Queríamos pasar definitivamente la página de aquella laicidad que nos enfrentó en los siglos XIX y XX, pero la polarización política sobre los valores reabrió nuevamente el debate político el debate del laicismo. La Iglesia a la sacristía, toda palabra es injerencia en el debate democrático. Toda legislación y todo legislador no conforme a la ley natural (¿) son ilegítimos. No había lugar para los puentes sino para las trincheras. O laicos o cristianos.

En este contexto escribías Ximo, un artículo sobre la laicidad en Iglesia Viva 221 (2005). La laicidad es la autoridad última de la conciencia y la emancipación del individuo; la laicidad es el espacio público donde se producen las relaciones entre el poder político y las comunidades religiosas; la laicidad es la configuración plural de la sociedad civil de forma multicultural. Nosotros defendíamos la laicidad incluyente. Una idea de laicidad que no es antirreligiosa que reconoce el lugar público de la religión en la sociedad democrática, en la deliberación y en la construcción de una sociedad con más cohesión, más decente, con más  virtud ciudadana. Así quedo en las resoluciones del 37 Congreso del PSOE (2008): “más laicidad para una mejor convivencia”. Allí dijimos  que “la laicidad constitucional, fruto de un pacto entre los españoles, no es una propuesta para la confrontación sino para garantizar las libertades y para construir la convivencia de una ciudadanía plural en valores y creencias”. 

En aquel artículo de 2005 ponías el dedo en la llaga sobre varios de los problemas aún pendientes: la pervivencia de un esquema de “reparto de poderes” entre dos potestades de carácter decimonónico; la necesidad de afirmar definitivamente que no es la verdad la que tiene derechos sino que es la persona el sujeto de derechos; la denuncia de una laicidad burguesa que dibuja un espacio neutro vacío de valores y relleno de individuos aislados sin vínculos ni tradiciones.

Proponías dos retos que siguen vigentes: una laicidad abierta a una nueva conexión de la política con religión, en condiciones de democracia, a través de los valores; una laicidad intercultural como mestizaje y convivencia frente a las identidades cerradas y en conflicto, promotora de inclusión social, cultural y política. Nosotros en el 37 Congreso en una extensa declaración sobre la laicidad defendíamos la complementariedad entre la democracia laica y una religión pública: “la democracia proporciona el mejor marco a la libertad de conciencia, al ejercicio de la fe y el pluralismo de las religiones” evitando de esta manera derivas fundamentalistas; por su parte “la religión por su contribución a la producción moral, a la cohesión social y a la expresión cultural es un complemento valioso de la sociedad democrática”.

Desde el año 2008 la brutal crisis económica ha impuesto una agenda política bien distinta. La vieja igualdad ha vuelto a las portadas, también la austera ética de la virtud recta. El valor de lo colectivo y de la militancia ciudadana recobran la vitalidad que nunca debieron perder. Decías Ximo hace 15 años que cristianismo y socialismo compartíamos adversario; que era necesario pleitear juntos contra el huracán neoliberal que entronizando lo individual estaba operando la “destrucción sistemática de todas las estructuras colectivas”. Decías que “cuando se debilita lo colectivo, los débiles no pueden resistir al furor económico, a la prepotencia del poder y a los egoísmos corporativos”. Es lo que estamos viendo y padeciendo. En efecto la cultura neoliberal ha disuelto vínculos preparando el camino mientras hoy la economía neoliberal, cuan tsunami, impacta contra las estructuras colectivas de solidaridad y cohesión de que nos hemos dotado, estas que son “el distintivo de una civilización” construida “sobre el pacto social, por el cual el enfermo dependía del sano mientras estaba enfermo, el anciano dependía del joven en la misma manera que éste dependió ayer de aquel, el parado se apoyaría en el trabajador mientras estuviera en el paro”. ¿Será demasiado tarde? ¿Podremos corregir el rumbo antes del desmoronamiento total?

Una pregunta es del todo pertinente para los que como tú y nosotros somos de la tradición de tender puentes y tejer redes: ¿puede ser la crisis ocasión para un reencuentro del socialismo democrático con las tradiciones del profetismo religioso?

Cuando todo, también la política se muestra débil y frágil para proteger los derechos ciudadanos ante el huracán neoliberal, nadie sobra para crear alianzas y levantar muros de resistencia. Si algo caracteriza la religión es la acontemporaneidad. El peso de la tradición, la referencia trascendente y la relevancia del factor antropológico hacen a la religión especialmente refractaria a los cambios culturales rápidos. Este carácter, con efectos tan negativos en el caso del avance de la igualdad de género o de los derechos civiles de homosexuales, puede sin embargo operar positivamente, como casa edificada sobre roca, en la necesaria rearticulación de la sociedad civil y de la política frente a la devastación de la crisis. No es empresa fácil someter la “lógica del don” a la “lógica del mercado”.


Hermann Cohen, el referente del socialismo ético neokantiano -fundador de la Escuela de Marburgo e inspirador del socialismo humanista de Fernando de los Ríos- en la última etapa de su evolución intelectual, cuando se revuelve contra la disolución de la religión en el universalismo ético ilustrado, dice que la religión –para él era el profetismo judío- aporta dos cosas: la primera, los pobres son los “fiadores históricos de la humanidad”, la suerte de Dios está unida a ellos, su destino histórico es la pauta de la verdad del universalismo moral; la segunda, la “individualidad moral”, la religión enfrenta al individuo ante su responsabilidad inalienable e ineludible ante Dios, impidiendo tanto su disolución como hacer descansar en otros su responsabilidad ante el prójimo. Cohen vio en la religión judía las raíces profundas que preservaban el individualismo moral frente a su disolución por el capitalismo industrial, por el marxismo materialista y por el Estado fascista.

La crisis nos obliga a volver a los fundamentos, a las raíces, a prescindir de hojarasca y papel couché para quedarnos con lo esencial. Toca tanto al socialismo como al cristianismo beber del propio pozo de nuestras tradiciones. ¿Por que no construir juntos los muros de resistencia frente al nuevo totalitarismo, el que todo lo somete, el  económico?

Nos solías citar Ximo, a E. Sábato. La verdadera resistencia es la “que combate por valores que se consideran perdidos”. Te necesitamos ahí como “roca”, más ahora que el huracán arrecia.

Un abrazo. 

Carta incluida en el libro Brújulas de lo social. Voces para un futuro solidario de Joaquin García Roca.