El jueves, ETA volvió a matar a dos guardias civiles en Mallorca. Pero los muertos de verdad son ellos. En el desgraciado cincuenta aniversario de la aparición de la banda han coincidido dos contradictorias circunstancias: por un lado, este doble crimen, que siguió a otro atentado brutal, capaz de producir decenas de muertos entre familiares, mujeres y niños, de la Guardia Civil de Burgos; por otro, y paralelamente, una fortísima corriente informativa sobre el fin de la banda. El fanatismo y el odio asesino que demostraron los terroristas, matando en Mallorca y buscando en Burgos una masacre de familiares de guardias civiles (al estilo de Zaragoza y de Vic), no les hace más fuertes, como decía Rubalcaba, les hace, simplemente, más peligrosos. Dicho de otra manera, sabemos que pueden matar y que pueden hacerlo masiva y salvajemente, pero eso no quiere decir que resulten invencibles o que su existencia sea interminable. Por el contrario, abundan las razones que confirman que estamos en la etapa final de ETA.
Hace sólo unos días conocimos algunas reflexiones escritas de uno de los dirigentes de Batasuna, el abogado Txema Matanzas, encarcelado por pertenecer a KAS-EKIN-XAKI -aparato ideológico, estratégico e internacional del movimiento civil de ETA, según el Tribunal Supremo-. En un documento intervenido por la Policía, este dirigente, al que se sitúa en el sector duro de apoyo a la banda, se contienen sucesivos y razonados argumentos en favor de que ETA abandone la violencia, y expresamente dice: «Ha llegado la hora de cerrar la persiana». Lo importante de esta información no es tanto su contenido, sino la reafirmación de una serie de datos y realidades en la misma dirección y espíritu, que son comunes a la dirección interior de la izquierda abertzale, a relevantes miembros de la dirección de ETA en las cárceles, al entorno humano de los presos y a la casi totalidad de los analistas y dirigentes políticos del País Vasco.
Jugar literariamente con 'la persiana' ofrece casi las mismas posibilidades metafóricas que hacerlo con los trenes. Aplicados ambos términos a la problemática vasca, sugiere de inmediato una serie de imágenes que todos somos capaces de trasladar a categorías políticas. Si hablábamos del 'choque de trenes', aludíamos al enfrentamiento intercomunitario de los sucesivos planes Ibarretxe. Si se sugería 'la salida del túnel', todos entendíamos que había una luz de esperanza para el fin del terrorismo. Coger 'el tren de la democracia y el autogobierno' o disparar contra él nos ofrecía una imagen casi fílmica de la desgraciada apuesta por la violencia de quienes nunca creyeron ni en la democracia ni en el autogobierno.
Pues bien, 'echar la persiana' se ha convertido en la expresión popular que recorre hoy los círculos abertzales de apoyo a ETA para decir lo que todo el mundo piensa y desea en la sociedad vasca: Que ETA abandone la violencia y 'cierre la tienda': Antes, aludiendo a la ausencia de liderazgo interno para tan difícil y costosa misión, Kepa Aulestia nos dejó aquella otra frase cargada de metafórica expresión: «No hay nadie que apague la luz y cierre la puerta». Expresado con mayor o menor acierto, con mejor o peor metáfora, lo que hoy recorre cárceles y despachos, tabernas y tertulias, autobuses de familiares o pisos clandestinos, mentideros y foros de reflexión es cuándo y cómo acabarán con la violencia quienes hoy dominan ese entramado.
Tres reflexiones se me ocurren sobre estos hechos. La primera tiene que ver con el desencadenante de esta sensación de 'fin de vida' que acompaña a ETA. Para mí la razón última de este movimiento interno hacia el final de la violencia es, sin duda, la ruptura de la tregua en diciembre de 2006 (atentado de la T-4 en Barajas) y en junio de 2007 (comunicado oficial anunciando la vuelta a la vía armada). ETA no superará jamás la brutal decepción que produjo no sólo en la sociedad vasca sino, y principalmente, en su entorno humano y político, cuando acabaron con el proceso de paz que ellos mismos abrieron en Anoeta en 2004. No hay nadie en Euskadi, ni en sus círculos más íntimos, que no piense que fue ETA, y sólo ETA, quien decidió la ruptura. Por eso, la persistencia en el proceso del presidente Zapatero fue no sólo meritoria por aguantar las tarascadas de una oposición desatada, sino por la valentía que demostró por apurar hasta la última gota de esperanza, trasladando así la responsabilidad histórica de la ruptura a quienes no podrían asumir, a la postre, las contradicciones de la oportunidad perdida.
La segunda reflexión no es tan de pasado. Yo creo firmemente que el presente de ETA declina el verbo terminar. Pero con la misma convicción creo que se trata de un proceso largo. No sólo porque resulte evidente que han iniciado un nuevo ciclo de violencia con el que nos golpean desde diciembre de 2006 y más formalmente desde el verano de 2007. No, sobre todo lo digo porque sabemos y conocemos que sus actuales dirigentes, claramente una nueva generación de los años ochenta, han acordado la vieja estrategia de golpear para exigir después la negociación, una vez acreditada su fuerza, o mejor diríamos simplemente su existencia. Es evidente además que su clandestinidad y su aislamiento impiden hoy la existencia de liderazgos y reflexiones conjuntas a favor de una discusión de abandono de la violencia.
Por lo tanto, y en tercer lugar, dejemos que las cosas evolucionen en ese entorno, sin cometer errores y manteniendo la máxima unidad entre los partidos democráticos. No cometer errores significa, sobre todo, no cuestionar la estrategia que mantiene el Gobierno desde la ruptura de la tregua. Implacable con la violencia en todos los terrenos. Desde luego en el policial, en la colaboración francesa, en el ámbito internacional (hasta extremos inéditos, para que nadie en el mundo les apoye), en la aplicación del principio de que con violencia no habrá participación política (con el importantísimo aval de la Corte de Estrasburgo), en la persecución judicial, en la deslegitimación social, en la nueva colaboración con el Gobierno vasco, etcétera. Toda esta estrategia dará frutos. Algunos dicen: «Todo eso ya se conoce y no ha terminado con ETA». Pero olvidan que nunca se aplicó igual ni en unas circunstancias semejantes. Porque nunca fue tanto el rechazo social a ETA como hoy. Nunca estuvieron tan aislados interna e internacionalmente. Nunca tan divididos. Nunca fueron tantos los convencidos en cárceles y en herriko tabernas de que esto ha acabado. Su aparato político nunca estuvo tan alejado de instituciones y de partidos democráticos. Su inexistencia política externa jamás fue tan insoportable.
No cometamos el error de darles el más mínimo resquicio en conversaciones, diálogos, etcétera, porque ya sabemos que lo convertirán en un estímulo para seguir matando. Nos hemos equivocado demasiadas veces como para cometer ese error fatal. Simplemente permanezcamos unidos cada vez que nos ataquen y esperemos juntos a que 'cierren la persiana', algo que sólo ellos pueden hacer y que nadie puede hacer por ellos.
El Correo, 1//08/2009