Definitivamente viene un tiempo nuevo en la política vasca. Pero, quienes ya peinamos canas, sabemos bien que no conviene sobredimensionar los acontecimientos. La vida -y la política más- es un continuo y es muy pronto para asegurar que los nuevos pactos y los nuevos gobernantes vayan a transformar la compleja realidad vasca. Ésta, la realidad de una sociedad tan fragmentada políticamente, tan viciada por los efectos de la violencia terrorista, tan apasionadamente identitaria, modifica sus tendencias muy despacio y a veces permanece anclada en sus claves y problemas tiempos larguísimos. Basta ver, por ejemplo, la lenta y costosa superación de la violencia en más de cuatro décadas o la evolución lentísima del voto en estos treinta años de democracia (aunque la aproximación en el eje nacionalistas-no nacionalistas no haya dejado de avanzar desde 1987).
Pero, además, las dificultades del nuevo Gobierno vasco para realizar una auténtica tarea transformadora son objetivas y evidentes. El margen económico se estrecha gravemente con la reducción de ingresos en la recaudación fiscal y con la hostilidad financiera que seguramente le van a mostrar las diputaciones forales del PNV. La crisis económica será larga y serán muchos los sectores y las empresas que le van a plantear demandas angustiosas. Los sindicatos nacionalistas ya le han convocado una huelga general, antes incluso de haberse conformado el nuevo Gobierno. El PNV no va a ayudar. Le negará el agua, el aire y hasta el respeto me temo. Muchos sectores sociales, más o menos ligados a las siglas nacionalistas, están esperando con la escopeta cargada (metafóricamente hablando, se entiende), especialmente aquellos que temen perder privilegios y dádivas que se habían acostumbrado a considerar derechos.
En fin, para qué seguir. Es un reto tan difícil como necesario y sólo espero que tengamos la paciencia de juzgarlo con objetividad al final de su mandato.
Pero, antes incluso de que comience su andadura, la apuesta del socialismo vasco está provocando algunas consecuencias destacables. La primera, sin duda la más importante, es el efecto de normalización que está produciendo. Hemos oído, hasta la saciedad, apelar a la normalización como un valor de cultura nacionalista aplicado a todo aquello que constituía su imaginario reivindicativo: Navarra, euskera, soberanía, etcétera. Incluso a la paz, ligada a la 'normalización', que en esa interpretación tan del gusto de los nacionalistas sólo se alcanzará cuando se supere el conflicto que la motiva.
Sin embargo, y por primera vez, la normalización se ha aplicado, casi con total naturalidad, a que una mujer del PP presida el Parlamento vasco y a que el hijo de un soldador de la Naval, socialista de la margen izquierda del Nervión, vaya a ser el próximo lehendakari. Normalización es hoy afortunadamente que quienes han sido excluidos de la política vasca hoy la gobiernan. Que la comunidad a quien se ha querido someter a una asimilación política forzosa al proyecto nacionalista (vía Estado libre asociado, consulta soberanista, carné vasco, etcétera) hoy es mayoría y gobierna Euskadi. La normalización será que gobiernen los escoltados, los amenazados, los que morían en la misma trinchera de la libertad, el Estatuto y la Constitución o, dicho de otra manera, lo normal, será que se escolte y proteja a quienes gobiernan y no a la oposición, como es ahora.
La trascendencia de este cambio normalizador en enorme. Pero su verdadero impacto, su auténtica potencialidad transformadora sólo se verificará si se asienta y prospera, si la ciudadanía vasca acaba aceptándolo y apreciándolo superando las incomprensiones y las campañas intoxicadoras contra él. Si el Gobierno disipa temores infundados e interesados. Si sus protagonistas demuestran que son válidos y capaces para asumir la dirección política del país y éste, es decir, su economía, industria, educación, sanidad, justicia, etcétera, funcionan y mejoran. Esa será la prueba del nueve del cambio.
Aunque no será fácil, algunas cosas ayudarán. La primera es la inercia administrativa como garantía de continuidad. La maquinaria pública del País Vasco es bastante buena y las bases de su funcionamiento son razonablemente profesionales. Cuando el nuevo Gobierno tome posesión de sus puestos directivos, no se encontrarán con una Administración hostil, como se atribuye bastante frívolamente desde sectores que nada saben de este tema. La actuación administrativa está sometida a reglas y a exigencias legales que no toleran la arbitrariedad ni la direccionalidad. La función pública vasca, incluidos cuerpos y organismos sensibles como la Ertzaintza o las escuelas públicas, por poner sólo dos ejemplos, seguirán ejerciendo sus funciones con toda normalidad. La Administración pública vasca es una administración profesional que trabaja al servicio de la dirección política que establece la democracia vasca. Y eso se verá cuando cambie el Gobierno y todo siga funcionando como antes.
El segundo factor favorable al nuevo Gobierno es que las reflexiones sobre el cambio tienen que hacerlas los demás. El mundo de Batasuna debe saber que su vinculación a ETA les condena a la clandestinidad. Habiendo perdido más de cincuenta mil votos y viendo subir a Aralar como opción útil del voto abertzale de izquierda, su condena al ostracismo político será irreversible si sigue bajo la estrategia violenta. ¿Y el PNV? Hará fuerte y rotunda oposición en Euskadi y en Madrid. En todo y para todo. Pero seguirá amaneciendo cada día. Yo no soy de los que creen que el PNV sin el poder institucional evolucione hacia la moderación y el pacto con el PSE. No. Su apuesta es por el fracaso de Patxi López y su Gobierno, pero lograrlo no está en sus manos. Su éxito no será suyo, sino nuestro fracaso. En Madrid están contra el PSOE en todo y con el PP para todo. Pero, me pregunto, ¿es eso lo que entiende y quiere su electorado, ante la crisis económica, por ejemplo? No debe importar la evolución del PNV. Ese es su problema.
Por último, el nuevo Gobierno vasco cuenta con apoyos importantes. El del Gobierno de España en primer lugar. El de los empresarios vascos, que están teniendo una respuesta ejemplar en el respeto al marco institucional y en la actitud de colaboración que están mostrando. El de los medios de comunicación vascos y estatales que están apoyando el cambio desde posiciones de sana alternancia democrática. Y el de la mayoría de opinión pública que votó a los partidos que son mayoritarios en el país.
'La hora de la verdad', como reiteradamente decía Winston S. Churchill a los ingleses en los comienzos de la gran guerra, ha llegado para los socialistas vascos. Salvando las enormes distancias de tiempo, lugar y circunstancias, me gustaría que ese fuera nuestro sentimiento. El de una auténtica responsabilidad histórica.
El Correo 12/04/2009