Por una de esas paradojas financieras sobre las que hemos estado viviendo estos últimos años, los paraísos fiscales eran espacios necesarios para la agilidad financiera internacional. Eran un mal necesario, nos decían.
Eran inevitables en tanto que el mundo financiero de finales del Siglo XX se había construido sobre esas realidades nacionales preexistentes.
Lo cierto es que, como otra de las grandes mentiras que ingenuamente asumíamos, la crisis económica que padecemos, nos ha hecho comprender que los paraísos fiscales no eran sino espacios opacos de gestión financiera desde los que operar ocultando origen y destino de los fondos, evadiendo divisas y eludiendo la fiscalidad nacional correspondiente. En definitiva, áreas de impunidad para el dinero.
Cuando se hablaba de combatir la pobreza y el hambre en el mundo y se pensaba en establecer una tasa sobre los movimientos internacionales de capital, (Tasa Tobin), siempre topábamos con ese muro de la vergüenza que son los paraísos fiscales. “Si se pone una tasa, los fondos operarán desde los paraísos”, nos decían, “y hay más de cien lugares en el mundo para hacerlo”, añadían. Cuando se pretendía luchar contra el crimen organizado internacional (drogas, trata de mujeres, comercio de armas, etc.), los policías y los jueces de todo el mundo se topaban con esa fuerza del mal que son los paraísos fiscales a la hora de seguir las pistas del dinero negro. Y así muchas más cosas.
Pues bien, ha llegado la hora de decir basta. Como en toda buena crisis, de ella surgen las mejores oportunidades. El G20+, que se reúne el 2 de abril, abordará esta importante cuestión. He aquí algunas propuestas para mejorar la transparencia de los sistemas financieros nacionales e internacionales:
* Asegurar que las autoridades públicas tengan toda la información acerca de las instituciones, mercados e infraestructuras relevantes del sistema financiero.
* La introducción de desincentivos fiscales para todo movimiento de fondos que tengan como origen o destino un paraíso fiscal.
* No reconocimiento de la personalidad jurídica a las sociedades constituidas en paraísos fiscales para intervenir en el tráfico mercantil español e internacional.
* Prohibición de que las entidades bancarias tengan filiales o sucursales en dichos territorios.
* Establecimiento de penas agravadas cuando el fraude fiscal se produzca a través de la utilización de paraísos fiscales.
* Supresión del secreto bancario y establecimiento de medidas severas de aislamiento financiero para los Estados que no quieran colaborar.
Si me he pasado, que me lo expliquen. Y si me he quedado corto, espero sugerencias.
Diario Responsable 24/03/09
24 de marzo de 2009
15 de marzo de 2009
Ser o no ser
Como en el drama de Shakespeare, aunque sin el afán vengativo de Hamlet, el PSE EE (PSOE) tiene en su mano una decisión trascendente. Encabezar el nuevo Gobierno vasco y dar paso así a un nuevo tiempo en Euskadi poniendo fin a treinta años de lehendakaris del PNV... o lo contrario. Pero, ¿qué es lo contrario? Facilitar un nuevo Gobierno vasco encabezado por el PNV con arreglo a un exigente condicionado político que sitúe la política vasca en el marco constitucional, en la colaboración leal contra ETA y en la conjunción de esfuerzos contra la crisis económica. En esencia, ésas son las únicas opciones que puede barajar el verdadero partido decisivo del nuevo mapa electoral vasco. Porque sólo el PSE-EE puede orientar y decidir en un sentido u otro la formación del nuevo Gobierno vasco. Todos los demás pueden ser decisivos o no, pero siempre en función de la elección previa del PSE.
Mucha gente nos dice que el mejor gobierno es el que surja de una gran coalición de nacionalistas y socialistas, como el que protagonizamos PNV y PSE entre 1987 y 1998. Olvidan las profundas diferencias de contexto histórico y las graves consecuencias que se han producido entre nuestros partidos después de los últimos diez años. Una coalición entre el primer y el segundo partido de un país, entre el gobierno y el partido que aspira a la alternancia, sólo es explicable en situaciones de gravísima necesidad. En 1986, el PSE, ganador con 19 escaños sobre el PNV con 17 (EA con 13, Batasuna con 13, EE con 9, AP y CDS con 2 cada uno), estaba abocado a convocar nuevas elecciones ante la imposibilidad de investir a su candidato. Nadie apoyaba entonces a un lehendakari socialista. Hicimos un pacto con el PNV cediendo la Lehendakaritza y dimos un vuelco a la política vasca instaurando la pluralidad política en la cúspide institucional del país, la moderación nacionalista, el pacto identitario y cultural, la unidad contra ETA, el avance del autogobierno, el progreso económico y social de los grandes años posteriores a la entrada de España en la UE y de las grandes decisiones inversoras que han transformado el Gran Bilbao, nuestras infraestructuras y gran parte de la diversificación productiva del país.
El País Vasco de 2009 no se parece en nada a aquél de hace veintidós años. Sufre, como todo el mundo, una crisis financiera-económica muy grave, pero la situación de la violencia, la madurez democrática de la sociedad, la solidez de sus instituciones, la solvencia de su sistema financiero, la competitividad de su aparato productivo y económico no tienen ningún parecido con lo que teníamos entonces en estos aspectos, y no reclaman la cirugía política de la coalición entre el primero y el segundo partido del país, anulando así la tarea de oposición y alternancia democráticas.
Pero, aún admitiendo que algunos me convencieran de las bondades de un pacto semejante: ¿Sería posible eso hoy? Los nacionalistas vascos tienden a olvidar las razones de la ruptura de nuestra coalición y los perniciosos efectos que ha provocado en la política vasca, y en los socialistas vascos en particular, su pertinaz apuesta por Estella y sus derivadas. Añado un argumento personal y por tanto subjetivo: el PNV no apreció nunca nuestros enormes y generosos esfuerzos por la coalición. En cuanto pudieron nos echaron. Yo no me olvidaré de aquel Gobierno con EA y EE que hicieron en 1990 pagándonos con la expulsión del Ejecutivo nuestra cesión de la Lehendakaritza y la pérdida electoral que nos produjo la coalición. Nueve meses después nos volvieron a llamar y sustituimos a EA, a la que Ardanza y Arzalluz habían expulsado a su vez por reclamar la independencia de Euskadi en mociones municipales (¡paradoja de los tiempos!).
Yo sé que las coaliciones políticas son pactos de interés mutuo. No contraemos matrimonio ni nos comprometemos de por vida. Pero siempre he pensado que el PNV y también los electores fueron injustos con el esfuerzo que hicimos los socialistas vascos por el país aquellos años. La gota que colmó el vaso se produjo en 1998. El PSE-EE, de Nicolás Redondo entonces, abandonó el Gobierno vasco al intuir y observar los prolegómenos de un entendimiento PNV-EA-Batasuna que culminó en Estella-Lizarra. Y aunque la denuncia de aquel pacto fue premonitoria, lo cierto es que después de las elecciones de octubre de 1998 mis compañeros dirigentes del PSE-EE intentaron hacer gobierno con Ibarretxe y le reiteraron su disposición a integrar una nueva coalición de nacionalistas y socialistas. Yo no estaba allí, pero sé muy bien que fueron despachados con las contundentes razones del pacto previo que PNV y EA habían suscrito para gobernar en solitario con el apoyo externo de los 14 diputados que el anuncio de la tregua de ETA había concedido a Batasuna. El PSE-EE había dejado de ser necesario. Es más, era un estorbo. Un año y medio después los amigos del grupo que apoyaba a aquel gobierno asesinaban al jefe de la oposición socialista en el Parlamento vasco.
Desde entonces, Ibarretxe ha gobernado bajo los principios y estrategias fijados en aquel malhadado pacto: abandono del Estatuto de Gernika y apuesta por la autodeterminación de Euskadi abanderada por gobiernos nacionalistas, excluyendo pues la pluralidad anterior e imponiendo a los no nacionalistas su modelo nacionalista de país. Sin olvidar que ETA mataba a militantes y dirigentes del PP y PSOE en una tenebrosa campaña paralela a la ofensiva política soberanista.
Esa política se ha mantenido en los sucesivos gobiernos tripartitos hasta su defunción el 1 de marzo pasado. No podemos avalar su continuidad. Un nuevo gobierno y una nueva política deben sustituir ese pasado, entre otras razones porque esa apuesta ha sido derrotada en las urnas. Hay mayoría para ello, y llámese antinatura o de cualquier otra manera, lo cierto es que han sido los nacionalistas los que la han creado al establecer esa vieja y perversa división de la sociedad vasca entre nacionalistas y no nacionalistas, con su proyecto de país y con sus gobiernos excluyentes.
¿Tiene riesgos el liderazgo socialista con 25 escaños? Los tiene todos y, sin embargo, me temo que no tenemos otra opción. Frustrar las expectativas legítimas de cambio cuando éste resulta posible y democráticamente legítimo exige explicaciones a miles de ciudadanos que, honradamente, no tenemos. Una apelación a la victoria del PNV no basta porque, siendo cierto que fue el partido ganador con holgada diferencia, no lo es menos que sus mayorías han perdido y que no puede alcanzar otras para gobernar, porque su proyecto político las ha hecho imposibles.
Sólo un lehendakari socialista visualiza y asegura el cambio político. El PNV deberá estudiar si quiere compartir ese cambio o quedarse en la oposición. Pero su ausencia no convierte en frentista al gobierno socialista. Nunca lo hemos sido y no lo seremos. Nuestra trayectoria en el frente autonómico de 1977, nuestra apuesta sincera y decisiva por el Estatuto de Gernika (integrando a Álava en el País Vasco), nuestra generosa apuesta por las coaliciones transversales de 1987 a 1998 y nuestra valiente apuesta por la centralidad política después de las elecciones de 2001, y por la paz en el proceso de 2004 a 2007, acreditan nuestra vocación integradora del vasquismo.
El Diario Vasco, 15/03/2009
Mucha gente nos dice que el mejor gobierno es el que surja de una gran coalición de nacionalistas y socialistas, como el que protagonizamos PNV y PSE entre 1987 y 1998. Olvidan las profundas diferencias de contexto histórico y las graves consecuencias que se han producido entre nuestros partidos después de los últimos diez años. Una coalición entre el primer y el segundo partido de un país, entre el gobierno y el partido que aspira a la alternancia, sólo es explicable en situaciones de gravísima necesidad. En 1986, el PSE, ganador con 19 escaños sobre el PNV con 17 (EA con 13, Batasuna con 13, EE con 9, AP y CDS con 2 cada uno), estaba abocado a convocar nuevas elecciones ante la imposibilidad de investir a su candidato. Nadie apoyaba entonces a un lehendakari socialista. Hicimos un pacto con el PNV cediendo la Lehendakaritza y dimos un vuelco a la política vasca instaurando la pluralidad política en la cúspide institucional del país, la moderación nacionalista, el pacto identitario y cultural, la unidad contra ETA, el avance del autogobierno, el progreso económico y social de los grandes años posteriores a la entrada de España en la UE y de las grandes decisiones inversoras que han transformado el Gran Bilbao, nuestras infraestructuras y gran parte de la diversificación productiva del país.
El País Vasco de 2009 no se parece en nada a aquél de hace veintidós años. Sufre, como todo el mundo, una crisis financiera-económica muy grave, pero la situación de la violencia, la madurez democrática de la sociedad, la solidez de sus instituciones, la solvencia de su sistema financiero, la competitividad de su aparato productivo y económico no tienen ningún parecido con lo que teníamos entonces en estos aspectos, y no reclaman la cirugía política de la coalición entre el primero y el segundo partido del país, anulando así la tarea de oposición y alternancia democráticas.
Pero, aún admitiendo que algunos me convencieran de las bondades de un pacto semejante: ¿Sería posible eso hoy? Los nacionalistas vascos tienden a olvidar las razones de la ruptura de nuestra coalición y los perniciosos efectos que ha provocado en la política vasca, y en los socialistas vascos en particular, su pertinaz apuesta por Estella y sus derivadas. Añado un argumento personal y por tanto subjetivo: el PNV no apreció nunca nuestros enormes y generosos esfuerzos por la coalición. En cuanto pudieron nos echaron. Yo no me olvidaré de aquel Gobierno con EA y EE que hicieron en 1990 pagándonos con la expulsión del Ejecutivo nuestra cesión de la Lehendakaritza y la pérdida electoral que nos produjo la coalición. Nueve meses después nos volvieron a llamar y sustituimos a EA, a la que Ardanza y Arzalluz habían expulsado a su vez por reclamar la independencia de Euskadi en mociones municipales (¡paradoja de los tiempos!).
Yo sé que las coaliciones políticas son pactos de interés mutuo. No contraemos matrimonio ni nos comprometemos de por vida. Pero siempre he pensado que el PNV y también los electores fueron injustos con el esfuerzo que hicimos los socialistas vascos por el país aquellos años. La gota que colmó el vaso se produjo en 1998. El PSE-EE, de Nicolás Redondo entonces, abandonó el Gobierno vasco al intuir y observar los prolegómenos de un entendimiento PNV-EA-Batasuna que culminó en Estella-Lizarra. Y aunque la denuncia de aquel pacto fue premonitoria, lo cierto es que después de las elecciones de octubre de 1998 mis compañeros dirigentes del PSE-EE intentaron hacer gobierno con Ibarretxe y le reiteraron su disposición a integrar una nueva coalición de nacionalistas y socialistas. Yo no estaba allí, pero sé muy bien que fueron despachados con las contundentes razones del pacto previo que PNV y EA habían suscrito para gobernar en solitario con el apoyo externo de los 14 diputados que el anuncio de la tregua de ETA había concedido a Batasuna. El PSE-EE había dejado de ser necesario. Es más, era un estorbo. Un año y medio después los amigos del grupo que apoyaba a aquel gobierno asesinaban al jefe de la oposición socialista en el Parlamento vasco.
Desde entonces, Ibarretxe ha gobernado bajo los principios y estrategias fijados en aquel malhadado pacto: abandono del Estatuto de Gernika y apuesta por la autodeterminación de Euskadi abanderada por gobiernos nacionalistas, excluyendo pues la pluralidad anterior e imponiendo a los no nacionalistas su modelo nacionalista de país. Sin olvidar que ETA mataba a militantes y dirigentes del PP y PSOE en una tenebrosa campaña paralela a la ofensiva política soberanista.
Esa política se ha mantenido en los sucesivos gobiernos tripartitos hasta su defunción el 1 de marzo pasado. No podemos avalar su continuidad. Un nuevo gobierno y una nueva política deben sustituir ese pasado, entre otras razones porque esa apuesta ha sido derrotada en las urnas. Hay mayoría para ello, y llámese antinatura o de cualquier otra manera, lo cierto es que han sido los nacionalistas los que la han creado al establecer esa vieja y perversa división de la sociedad vasca entre nacionalistas y no nacionalistas, con su proyecto de país y con sus gobiernos excluyentes.
¿Tiene riesgos el liderazgo socialista con 25 escaños? Los tiene todos y, sin embargo, me temo que no tenemos otra opción. Frustrar las expectativas legítimas de cambio cuando éste resulta posible y democráticamente legítimo exige explicaciones a miles de ciudadanos que, honradamente, no tenemos. Una apelación a la victoria del PNV no basta porque, siendo cierto que fue el partido ganador con holgada diferencia, no lo es menos que sus mayorías han perdido y que no puede alcanzar otras para gobernar, porque su proyecto político las ha hecho imposibles.
Sólo un lehendakari socialista visualiza y asegura el cambio político. El PNV deberá estudiar si quiere compartir ese cambio o quedarse en la oposición. Pero su ausencia no convierte en frentista al gobierno socialista. Nunca lo hemos sido y no lo seremos. Nuestra trayectoria en el frente autonómico de 1977, nuestra apuesta sincera y decisiva por el Estatuto de Gernika (integrando a Álava en el País Vasco), nuestra generosa apuesta por las coaliciones transversales de 1987 a 1998 y nuestra valiente apuesta por la centralidad política después de las elecciones de 2001, y por la paz en el proceso de 2004 a 2007, acreditan nuestra vocación integradora del vasquismo.
El Diario Vasco, 15/03/2009
13 de marzo de 2009
Una decisión obligada
No es infrecuente en política tener que elegir entre lo malo y lo peor. Por lo general, siempre decidimos con profundas dudas sobre los efectos de la opción elegida y con discutibles balances sobre las ventajas e inconvenientes que ella comporta.
Pocas veces la decisión es obligada porque, literalmente, no hay ninguna otra. A mi parecer, la presentación de Patxi López a la investidura para poder ser elegido lehendakari, es una de ellas. Gobernará con unos o con otros, le apoyarán en la investidura el PP vasco o el PNV (quién sabe cómo acabará esto), pero lo que no tiene duda es que debe presentarse y convocar los apoyos que le otorguen la lehendakaritza (Presidencia) del nuevo gobierno vasco.
De no hacerlo, dejaría gobernar al PNV con Ibarretxe al frente, quien podría obtener la investidura con mayoría simple como partido más votado, después de que nadie hubiera obtenido la mayoría absoluta. No presentar su candidatura es renunciar expresamente a liderar el cambio político que ha prometido y que resulta posible porque –técnicamente y a priori– pueden votarle hasta cuarenta diputados: 25 del PSE, 13 del PP, 1 de Izquierda Unida y 1 de UPyD. Es decir, sólo él puede –teóricamente insisto– obtener la mayoría absoluta, porque es evidente que el PNV sumando a Aralar y a EA y en su caso a IU, sólo llegaría a 36 escaños.
Escenarios distintos
El PSE-EE ya le ha dicho al PNV que no puede reeditar el pacto que hicieron en 1987 y que a trancas y barrancas se prolongó hasta 1998, proporcionando al país importantes y positivos efectos en todos los planos de su realidad. Pero las circunstancias de «extrema necesidad» que se daban hace veintidós años y que explicaban un gobierno de concentración entre el primer y el segundo partido, no son las de hoy. Ocurre además que en los últimos diez años, desde el pacto de Estella en 1998, el PNV y el lehendakari Ibarretxe en particular, han hecho de la acumulación de fuerzas nacionalistas, el eje de su política para tratar de imponer a los que no lo somos un modelo de país soberanista o de avance a la independencia, que más de la mitad de los vascos no aceptan. En cierto modo, el pasado uno de marzo esto estaba en juego y la mayoría constitucionalista obtenida ha sido en parte una clara expresión de rechazo a esa política.
¿Puede ahora el PSE olvidarse de este hecho y otorgar un aval político al PNV y a su candidato, aunque nos prometa un gobierno pragmático para luchar contra ETA y la crisis económica? En coherencia con este reciente pasado, no puede. ¿Puede el PSE echar por la borda la voluntad de cambio político que ha simbolizado en su campaña electoral y los votos útiles en favor de ese cambio que ha obtenido de todos sus partidos-frontera? Porque no debemos olvidar que el fuerte crecimiento electoral obtenido por los socialistas vascos: siete escaños más (de 18 a 25) y más de ocho puntos porcentuales (del 22% al 30%), son votos prestados al cambio y comprometidos con esa idea. Decepcionar y frustrar esa expectativa sería fatal para el PSE en Euskadi y me atrevo a calcular que también para el PSOE en el resto de España.
¿Es una operación contra-natura? Admito que PSOE y PP ocupan espacios políticos antagónicos en el ámbito nacional, pero se olvida que en Euskadi, en los últimos años, la coordenada principal de debate político y de composición sociológica de la población es la nacionalista/autonomista o no nacionalista, particularmente afectada además por los sucesivos planes de «libre decisión», «Estado libre asociado» y demás derivadas del pacto de Estella de 1998. Las posibilidades de entendimiento político entre el PSE y el PP vascos no son fáciles, pero sí pueden ser lógicas, visto lo visto en estos últimos diez años. Por otra parte, el apoyo del PNV a Aznar en 1996, ¿fue natural?
Actuación del PP
Otra cosa es analizar las segundas intenciones que pueden abrigar los populares con su posible apoyo en la investidura. Cómo mantengan la estabilidad del gobierno, cuáles sean sus exigencias en la gestión del día a día, etc., son incógnitas irresolubles hoy. Incluso conviene escuchar a quienes conjeturan posibles entendimientos futuros PP-PNV en su oposición al gobierno de Zapatero y extienden sus temores a las contrapartidas que pagaría el PP vasco a la ayuda del PNV en unas hipotéticas elecciones anticipadas que ganaran los populares. Sin duda es mucho correr, pero las cosas hay que mirarlas en su conjunto y en toda su perspectiva temporal.
¿Es legítima la opción de Patxi, siendo segundo partido a cinco escaños del PNV? Es democráticamente impecable en un sistema de elección del Presidente en base a mayorías parlamentarias. Eso mismo ha ocurrido en Álava y Guipúzcoa donde el PNV ha obtenido la presidencia de las Diputaciones a pesar de ser el tercer y el segundo partido respectivamente en ambos territorios históricos. La ausencia de cien mil votos nulos del entorno de Batasuna tampoco cuestiona los resultados, porque esos escaños incrementan en idéntica suma a las tres fuerzas principales y deberíamos acostumbrarnos a no contar con la influencia, en favor de unos u otros, de una opción política que no lo será hasta que la violencia desaparezca. Por otra parte, tiene poca legitimidad esgrimir hoy ese argumento cuando se han utilizado tantas veces esos apoyos.
De manera que, sin duda es una decisión con riesgos. Pero es una decisión obligada, coherente y porqué no decirlo, llena de retos ilusionantes.
Expansión 13/03/2009
Pocas veces la decisión es obligada porque, literalmente, no hay ninguna otra. A mi parecer, la presentación de Patxi López a la investidura para poder ser elegido lehendakari, es una de ellas. Gobernará con unos o con otros, le apoyarán en la investidura el PP vasco o el PNV (quién sabe cómo acabará esto), pero lo que no tiene duda es que debe presentarse y convocar los apoyos que le otorguen la lehendakaritza (Presidencia) del nuevo gobierno vasco.
De no hacerlo, dejaría gobernar al PNV con Ibarretxe al frente, quien podría obtener la investidura con mayoría simple como partido más votado, después de que nadie hubiera obtenido la mayoría absoluta. No presentar su candidatura es renunciar expresamente a liderar el cambio político que ha prometido y que resulta posible porque –técnicamente y a priori– pueden votarle hasta cuarenta diputados: 25 del PSE, 13 del PP, 1 de Izquierda Unida y 1 de UPyD. Es decir, sólo él puede –teóricamente insisto– obtener la mayoría absoluta, porque es evidente que el PNV sumando a Aralar y a EA y en su caso a IU, sólo llegaría a 36 escaños.
Escenarios distintos
El PSE-EE ya le ha dicho al PNV que no puede reeditar el pacto que hicieron en 1987 y que a trancas y barrancas se prolongó hasta 1998, proporcionando al país importantes y positivos efectos en todos los planos de su realidad. Pero las circunstancias de «extrema necesidad» que se daban hace veintidós años y que explicaban un gobierno de concentración entre el primer y el segundo partido, no son las de hoy. Ocurre además que en los últimos diez años, desde el pacto de Estella en 1998, el PNV y el lehendakari Ibarretxe en particular, han hecho de la acumulación de fuerzas nacionalistas, el eje de su política para tratar de imponer a los que no lo somos un modelo de país soberanista o de avance a la independencia, que más de la mitad de los vascos no aceptan. En cierto modo, el pasado uno de marzo esto estaba en juego y la mayoría constitucionalista obtenida ha sido en parte una clara expresión de rechazo a esa política.
¿Puede ahora el PSE olvidarse de este hecho y otorgar un aval político al PNV y a su candidato, aunque nos prometa un gobierno pragmático para luchar contra ETA y la crisis económica? En coherencia con este reciente pasado, no puede. ¿Puede el PSE echar por la borda la voluntad de cambio político que ha simbolizado en su campaña electoral y los votos útiles en favor de ese cambio que ha obtenido de todos sus partidos-frontera? Porque no debemos olvidar que el fuerte crecimiento electoral obtenido por los socialistas vascos: siete escaños más (de 18 a 25) y más de ocho puntos porcentuales (del 22% al 30%), son votos prestados al cambio y comprometidos con esa idea. Decepcionar y frustrar esa expectativa sería fatal para el PSE en Euskadi y me atrevo a calcular que también para el PSOE en el resto de España.
¿Es una operación contra-natura? Admito que PSOE y PP ocupan espacios políticos antagónicos en el ámbito nacional, pero se olvida que en Euskadi, en los últimos años, la coordenada principal de debate político y de composición sociológica de la población es la nacionalista/autonomista o no nacionalista, particularmente afectada además por los sucesivos planes de «libre decisión», «Estado libre asociado» y demás derivadas del pacto de Estella de 1998. Las posibilidades de entendimiento político entre el PSE y el PP vascos no son fáciles, pero sí pueden ser lógicas, visto lo visto en estos últimos diez años. Por otra parte, el apoyo del PNV a Aznar en 1996, ¿fue natural?
Actuación del PP
Otra cosa es analizar las segundas intenciones que pueden abrigar los populares con su posible apoyo en la investidura. Cómo mantengan la estabilidad del gobierno, cuáles sean sus exigencias en la gestión del día a día, etc., son incógnitas irresolubles hoy. Incluso conviene escuchar a quienes conjeturan posibles entendimientos futuros PP-PNV en su oposición al gobierno de Zapatero y extienden sus temores a las contrapartidas que pagaría el PP vasco a la ayuda del PNV en unas hipotéticas elecciones anticipadas que ganaran los populares. Sin duda es mucho correr, pero las cosas hay que mirarlas en su conjunto y en toda su perspectiva temporal.
¿Es legítima la opción de Patxi, siendo segundo partido a cinco escaños del PNV? Es democráticamente impecable en un sistema de elección del Presidente en base a mayorías parlamentarias. Eso mismo ha ocurrido en Álava y Guipúzcoa donde el PNV ha obtenido la presidencia de las Diputaciones a pesar de ser el tercer y el segundo partido respectivamente en ambos territorios históricos. La ausencia de cien mil votos nulos del entorno de Batasuna tampoco cuestiona los resultados, porque esos escaños incrementan en idéntica suma a las tres fuerzas principales y deberíamos acostumbrarnos a no contar con la influencia, en favor de unos u otros, de una opción política que no lo será hasta que la violencia desaparezca. Por otra parte, tiene poca legitimidad esgrimir hoy ese argumento cuando se han utilizado tantas veces esos apoyos.
De manera que, sin duda es una decisión con riesgos. Pero es una decisión obligada, coherente y porqué no decirlo, llena de retos ilusionantes.
Expansión 13/03/2009
6 de marzo de 2009
Conferencia: "Panorama de la Responsabilidad Social Empresarial".
Video de la intervención en la Conferencia: "Panorama de la Responsabilidad Social Empresarial".Celebrada en el Club Asturiano de Calidad.Gijón, 6/marzo/2009.
Video: TABUCOMUNICACION
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