La razón principal que esgrime el Gobierno vasco para su proyecto de consulta es que resulta imprescindible ofrecer una salida, una solución al eterno conflicto vasco y a la violencia de ETA. Ésta es en esencia la razón de ser del tripartito y de los gobiernos de Ibarretxe desde 1998 y esta idea de resolución histórica late en su propuesta. Una especie de camino al futuro, de nueva vía política se nos ofrece como pócima milagrosa para superar la odiosa e interminable violencia de ETA y para hacer posibles las aspiraciones políticas mayoritarias de la población vasca. Intentaré razonar la falsedad de tales propósitos y la imposibilidad de que soluciones simples resuelvan problemas complejos.
Suponiendo que se realizara la consulta y que un sí abrumador contestara a las dos preguntas, ¿quién asegura que ETA abandonaría la violencia? Tenemos suficiente conocimiento de sus móviles y de su práctica mafiosa como para creer ingenuamente que el rechazo de los vascos sea argumento concluyente para que esta organización abandone las armas. ¿O es que no llevamos treinta años mostrando continua y masivamente el rechazo a ETA? Sabemos que el único diálogo que entienden es el que acepta sus reivindicaciones clásicas: autodeterminación y Navarra. Y sobre todo, hemos comprobado, todos y muy recientemente, que ese diálogo, aunque venga precedido del «cese inequívoco de la violencia», se produce bajo la amenaza de su reanudación. Dicho de otra manera, sabemos y el lehendakari y el PNV lo saben bien (Lizarra, Loyola, etcétera) que ETA ‘dialoga’ poniendo precio político a su definitiva desaparición. Por eso es falso que la consulta traiga la paz y es más falso todavía que el final dialogado que propugna la pregunta sea un diálogo democrático y pacificador.
Dicen Ibarretxe y los jelkides que esta formulación del final de ETA es semejante o literalmente idéntica a la que aprobó el Congreso de los Diputados en 2005. ¿Pero es que no ha cambiado nada de entonces hasta ahora? Estábamos entonces en las vísperas de una declaración de ‘alto el fuego permanente’, discreta e inteligentemente construida, y hoy estamos en plena ofensiva terrorista. Aquella declaración estaba cargada de oportunidad y probablemente respondía a un movimiento que desencadenaría la tregua posterior. ¿Qué tiene eso que ver con los asesinatos recientes de Isaías Carrasco y Juan Manuel Piñuel? ¿Pero es que no hemos aprendido nada del frustrado proceso? Todos somos conscientes de la incapacidad de la dirección de ETA para asumir la paz. Todos sabemos quién rompió y por qué, en diciembre de 2006. Lo saben especialmente bien en Sabin Etxea y lo sufrieron en sus propias carnes Urkullu y Josu Jon Imaz. Lo sufrió el lehendakari -y de qué manera- en 2000 y 2001, cuando ETA nos mataba a socialistas y populares después de haberles engañado a ellos en la tregua de 1999.
De manera que no es verdad que ETA vaya a desaparecer por el mandato popular salvo que se le esté prometiendo un diálogo político posterior a su alto el fuego. Es decir, salvo que el lehendakari contemple precisamente ese escenario y esté pensando en un diálogo político con ETA para negociar sus pretensiones. Entonces la consulta y su propuesta ya no es tan falsa. Es tramposa, porque nos conduce a lo que niega y oculta a los ciudadanos. Es decir, nos lleva a negociar el final de la violencia sobre la base de la autodeterminación del pueblo vasco planteada en la segunda pregunta y a su vez legitimada por otro abrumador ’sí’ que surge condicionado y estimulado por el deseo de paz de la ciudadanía. Es ingenioso, pero burdo y fraudulento.
Las fechas del segundo referéndum -2010- y la explicación del lehendakari de esta propuesta en el debate del Parlamento vasco de septiembre de 2007 arrojan luz sobre esta operación. El lehendakari pretende hacer y ganar la consulta. Ganar después las elecciones autonómicas, como único gestor capaz de este particular y peculiar proceso, y negociar después, desde un nuevo gobierno nacionalista, con la izquierda abertzale este programa de autodeterminación y unidad territorial con Navarra, para trasladar por fin los acuerdos al ordenamiento jurídico y político vasco y español en el referéndum de 2010. Esto es lo que hay.
Es por esto que la consulta engaña y divide a los vascos. Les engaña porque promete una paz imposible en términos democráticos y de respeto a la memoria de las víctimas, o quizás posible, pero en ese caso es la paz de los nacionalistas. Es la paz que construyen los del árbol y las nueces, metáfora que siempre me ha repugnado porque nunca he dudado de la voluntad de paz y de las convicciones democráticas de los nacionalistas, pero que sería tristemente realidad con este esquema.
Pero además divide. Esta estrategia es rotundamente rechazada por los dos grandes partidos no nacionalistas que articulan a la mitad del país. La responsabilidad del lehendakari es buscar solución a los problemas estructurales de nuestra comunidad, con el máximo consenso. Una ley de servicios sociales se puede hacer con tal o cual mayoría, pero una definición del marco jurídico-político y de las bases de convivencia de la complejidad identitaria vasca no se puede hacer imponiendo una comunidad sobre la otra. La interesada teoría del ‘empate infinito’ que propugna la necesidad de superar un equilibrio de fuerzas y de componentes sociales que paraliza y bloquea el futuro es una solemne estupidez. O peor, es una falacia argumental para acabar preconizando la imposición de una comunidad sobre la otra y conducir al país a una construcción étnica de la comunidad. Procesos asimilacionistas como éste han sido germen de horribles fracasos colectivos y nacionales.
Es completamente falso y además grave error pretender resolver los problemas vascos mediante la imposición de una de las culturas políticas existentes en el país sobre las demás. En la esencia de la estrategia del lehendakari se ubica este principio. La ‘mayoría nacionalista’ que se articuló en el Pacto de Estella lleva diez años en este intento y la propuesta de consulta es la plasmación de este objetivo: un gobierno nacionalista que gestione la larga marcha hacia la independencia de Euskadi aprovechando un final de ETA que conquista el derecho a la autodeterminación. Se trata de la vieja acumulación de fuerzas nacionalistas que inspiró el Pacto de Lizarra y que Ibarretxe y algunos nacionalistas del PNV, EA, Aralar y Ezker Batua siguen considerando clave de bóveda de un futuro vasco en el que la violencia sobra porque esa mayoría nacionalista gestiona su causa.
Pero, por Dios, todo parece un gigantesco engaño. El lehendakari sabe que este confuso y demagógico plan no saldrá adelante y ha elegido a Batasuna como compañero de viaje para colocar al Gobierno y especialmente al PSE-EE como los represores y responsables de su rechazo legal y político, para después, confortablemente instalados en el victimismo y en la maldita equidistancia, conquistar una nueva mayoría electoral para rehacer un gobierno nacionalista a tres -o quizás cuatro, con Aralar- y seguir ejerciendo el poder para la nada. Espero que el pueblo no lo permita.
El Correo, 01/06/08.