I. INTRODUCCIÓN
En el corazón de esta utopía que encabeza este artículo, late precisamente una aspiración de justicia social y de dignidad laboral tan vieja como el mundo. Hoy puede llamarse, más pomposamente, sostenibilidad y añadir así esa exigencia de que nuestras actividades económicas y productivas en general, no menoscaben los recursos existentes y respeten el futuro de las próximas generaciones. Pero cuando apelamos a una “nueva empresa en una nueva sociedad”, estamos reconociendo, en el fondo dos cosas: que las actuales no cumplen esas exigencias o esas aspiraciones y que, sin embargo, es posible que, en una “nueva” concepción de la empresa y de la sociedad, pudieran llegar a cumplirlas.
Esta es mi aproximación al poliédrico tema de la Responsabilidad Social de las Empresas. La de quien quiere ver a la RSE como una herramienta de avance social, como una feliz oportunidad de que las empresas, en la búsqueda de su competitividad, incorporen a su estrategia niveles de excelencia en las relaciones con sus empleados, con el medioambiente y con sus entornos sociales e institucionales más próximos. Es así como se produce una extraordinaria convergencia entre los que se acercan a la RSE porque saben que es una herramienta imprescindible de innovación y modernidad de la gestión empresarial en una economía competitiva global y los que lo hacemos creyendo además, que la RSE puede ser una formidable palanca de cambio social para que puedan avanzar la democracia cívica, la cohesión social, la dignidad laboral y las bases sostenibles de nuestro ecosistema.
II. ORÍGENES Y CONCEPTO
Pero, antes de tan pretenciosas intenciones, debiéramos hacernos algunas preguntas: ¿Qué es la RSE? ¿A qué responde? ¿Cuáles son las fuerzas que la impulsan? ¿Cuáles son sus carencias y obstáculos? ¿Cuál será su futuro? ¿Será simplemente una cuestión pasajera? ¿Es una moda? ¿Es una técnica de gestión? ¿Corresponde a un nuevo invento de un gurú de la gestión empresarial o responde a fuerzas más estructurales y por tanto de mayor proyección?
Aunque de la RSE hemos empezado a hablar en serio sólo hace cinco o seis años, las ideas que relacionan empresa y sociedad, son tan viejas como el mercado. Por eso, en las teorías sobre los orígenes del concepto, hay quien se remite a principios del siglo XX. En EEUU ya en 1.929 el presidente Hoover encargó la elaboración de un informe sobre “las disfunciones entre el crecimiento económico y el desarrollo social”, y en los años cincuenta y sesenta, algunos sociólogos comenzaron a destacar el enorme poder y la consiguiente responsabilidad de los grandes emporios industriales que se estaban creando en el contexto económico virtuoso de los treinta años de la posguerra mundial. En 1.973 un economista y sociólogo norteamericano, Daniel Bell, publicó: “The coming of Post Industrial Society”, destacando entre sus ideas centrales que “la responsabilidad social de las empresas se convertirá en el eje del debate en los próximos años”. Esta opinión nunca fue pacífica. Desde el principio de los tiempos de la libre empresa se ha dicho que el objetivo esencial y único de la empresa es obtener un beneficio y, dicho en términos financieros actuales, elevar el precio de la acción. Baste citar a Milton Friedman, precursor de los neoconservadores de hoy, señalando que el directivo sólo tiene una responsabilidad, y ésta lo es para con sus patronos. “Esa responsabilidad consiste en dirigir el negocio de acuerdo con los deseos de aquellos que, generalmente se reducirán a ganar tanto dinero como sea posible, siempre que se respeten las reglas básicas de la sociedad, tanto las prescritas por la ley como por la costumbre moral”.
Dos autores norteamericanos, expertos en el management, contestaron en su día a Friedman. Kenneth Andrews consideraba la RSE un compromiso inteligente y objetivo y la sitúa como el cuarto componente de la estrategia empresarial junto a las oportunidades de mercado, las competencias corporativas y los recursos y valores internos. Peter Drucker, en 1.993, señalaba que las reglas básicas para obtener una actuación responsable, se pueden resumir en tres: “En primer lugar, quien dirige una empresa debe subordinar sus acciones a un estándar de conducta ética, refrendando su propio interés y autoridad siempre que el ejercicio de ambos pueda causar daño al bien común o a la libertad de los individuos. En segundo lugar, el directivo, frente a cada decisión, debe preguntarse cuál sería la reacción pública si todas las empresas actuaran de la misma manera. Y, en tercer lugar, al ser cada uno responsable de los impactos que causa intencionadamente o no en el entorno, el directivo tiene el deber de identificarlos anticipadamente y si no se pueden considerar plenamente conformes con el tipo de actividad por la que la sociedad y los clientes quieren pagar, se puede considerar como impactos sociales no deseables y, por tanto, se tiene la responsabilidad de evitarlos”.
Doménech Melé, investigadora del IESE ha publicado recientemente en la revista “EKONOMIAZ” del Gobierno Vasco, una revisión crítica de las principales teorías de la RSE, concebida ésta desde cuatro planos diferentes. Una primera destaca la idea de la Responsabilidad Social “al considerar que la empresa en su actuación en la sociedad produce no sólo efectos económicos, sino también sociales. Desde esta perspectiva, se habla de actuación social de la empresa para significar el comportamiento empresarial orientado a producir menos daño y unos resultados más beneficiosos para la gente y la sociedad.” La RSE se ve aquí como una inversión para crear reputación empresarial de la que se esperan ciertos retornos a medio o largo plazo.
Un segundo enfoque es el clásico de la “teoría del valor” para el accionista. Realmente, esta teoría niega el sentido y la filosofía misma de la RSE pues para sus defensores, la empresa no tiene más responsabilidad social que la de maximizar el valor de la acción. Cualquier otra actuación social sólo será aceptable si contribuye a ese objetivo económico.
La tercera, según Doménech Melé, es la teoría de los grupos implicados. Según ella, “es la empresa y en su nombre los directivos y quienes la gobiernan, quienes tienen responsabilidades hacia todos los grupos constituyentes de la empresa, y no sólo hacia los accionistas (stakeholders). Entre estos grupos de implicados se encuentran los empleados, los accionistas, los clientes y consumidores, los proveedores y la comunidad local. En algunos casos, también pueden considerarse grupos implicados algunas organizaciones cívicas, medios de comunicación y otros grupos sociales”.
Por último, la autora citada alude a la teoría de la “ciudadanía empresarial”. Como fundamento de la RSE, esta teoría viene a reclamar las exigencias de la ciudadanía para las empresas “se considera que la empresa es parte de la sociedad y ha de participar en la vida social contribuyendo en alguna medida y voluntariamente al desarrollo y bienestar de la sociedad más allá de la creación de riqueza”.
Pero además del debate teórico sobre los orígenes y fundamentos de la RSE, lo cierto es que esta nueva concepción de la empresa ha cobrado extraordinaria extraordinaria fuerza no sólo como factor de estrategia empresarial moderna en una economía globalizada y financiera, sino también como nuevo elemento de reflexión ideológico en el contexto de los cambios sociales y políticos que se están produciendo desde la caída del muro, a finales de los 80 del siglo pasado.
Es esta convergencia de factores económicos e ideológicos la que produce una combinación de impulsos a la RSE. Los unos proceden de una exigencia de calidad y excelencia en todos los planos de la estrategia empresarial. Algo así como un plus de exigencia en el proceso productivo y en la concepción integral de la empresa en relación con todos sus grupos de interés, desde los trabajadores hasta los proveedores, pasando por clientes, instituciones y entorno social. Y de otro, toda una serie de implicaciones y relaciones con el entramado social en el que habita la empresa, surgidas de ese nuevo rol que desempeñan las empresas en la nueva sociedad. Un papel cada vez más relevante, revaluado por la importancia y las repercusiones de sus decisiones empresariales y por su enorme influencia en la política y en la sociedad. Un papel más decisivo en la vida de los ciudadanos por la enorme trascendencia de las grandes corporaciones en las políticas de los países. Un papel, revaluado también como consecuencia de la nueva legitimación que el emprendedor y el empresario han adquirido en la nueva sociedad. Todo este conjunto de cambios, es el que está transformando la percepción social de la empresa en el siglo XXI, superando la vieja dicotomía entre capital y trabajo, y los antagonismos de la vieja lucha de clases, produciendo a su vez un conjunto de nuevas exigencias a las empresas para con la sociedad.
La RSE debe ser concebida desde una dimensión rigurosa e integral. Doy por sentado que una concepción así de la RSE nada tiene que ver con la vieja filantropía social ni con el paternalismo empresarial más propios de Finales del siglo XIX. La RSE de la que hablamos es una cultura integral y estratégica, yo diría que incluso una concepción cultural de la empresa y de su papel para con la sociedad. No se trata de una moda. Mucho menos de una simple estrategia comercial. La RSE no son acciones puntuales de acción social, por importantes que éstas sean. Una política de integración de la discapacidad o de cooperación al desarrollo en un país en el que opera la empresa o una importante actividad de voluntariado de todo el personal son acciones puntuales de política social, pero no constituyen una política integral de RSE. La RSE es todo eso y mucho más. Es una cultura empresarial que responde a un concepto de responsabilidad para con la sociedad, de ciudadanía corporativa y de responsabilidad ética, desde unos valores que inspiran el sentido de la empresa y sus fines.
Michael E. Porter y Mark R. Kramer mostraban en un reciente trabajo publicado la Harwad Business Review la unión entre la generación de capacidades distintivas en materia de responsabilidad social corporativa y el desarrollo de las correspondientes ventajas competitivas subsiguientes. Los autores proponen un nuevo modo de contemplar la relación entre la empresa y la sociedad que no trate el éxito empresarial y el bienestar social como un juego de suma nula y cuestionan la metodología que emplean las empresas para reflejar sus avances en su asimilación de las demandas sociales. Proponen un nuevo marco que sea empleado para identificar las consecuencias sociales de sus acciones y descubrir las oportunidades y nuevas formas de generar beneficios para la sociedad y para si mismas, fortaleciendo el contexto competitivo en el que operan, así como la forma de determinar que iniciativas de RSE deberían abordar y la vía para encontrar el modo mas eficaz de hacerlo.
Porter y Kramer defienden que la RSE supone algo más que la gestión de los riesgos o la defensa de la reputación mediante campañas publicitarias y actuaciones cosméticas frente al activismo. Muestran la RSE como una oportunidad de generar ventajas competitivas. “La interdependencia entre las empresas y la sociedad puede ser analizada con las mismas herramientas que se emplean para determinar la posición competitiva y el desarrollo de estrategias en las empresas”. Se trata de herramientas que permiten a las empresas organizar su agenda de RSE. Las empresas han de entender las ramificaciones sociales de la cadena de valor, pero también deben comprender las dimensiones sociales de la organización en un contexto competitivo y los vínculos existentes desde el exterior de la empresa hacia su interior”. (Fuente: Harvard Business Review 2006, resumen publicado en “Los nuevos desafíos de la RSC” Informe 2007 Fundación Alternativas).
La UE ha definido a la RSE como la contribución empresarial al desarrollo sostenible. Efectivamente, en una sociedad cada vez más consciente de la insostenibilidad del actual modelo de producción y consumo, uno de los actores protagonistas en el camino del desarrollo sostenible es la empresa, como ciudadano corporativo que ejerce un poder e influencia más que significativos sobre su entorno físico, político, económico y social. En consecuencia, las nuevas sensibilidades sociales exigen a las empresas de un modo creciente que asuman su responsabilidad: responsabilidad ante los accionistas y los clientes, pero también ante los empleados, los proveedores, el medio físico o las comunidades en las que opera.
La definición española de RSE ha sido elaborada por consenso en el Foro de Expertos que a lo largo de los años 2006 y 2007 ha venido trabajando para dar sus orientaciones al desarrollo español de la RSE. Dice así: “La Responsabilidad Social de la Empresa es, además del cumplimiento estricto de las obligaciones legales vigentes, la integración voluntaria en su gobierno y su gestión, en su estrategia políticas y procedimientos, de las preocupaciones sociales, laborales, medio ambientales y de respeto de las derechos humanos que surgen de la relación y el dialogo transparentes con sus grupos de interés, responsabilizándose así de las consecuencias y los impactos que se derivan de sus acciones. Una empresa es socialmente responsable cuando responde satisfactoriamente a las expectativas que sobre su funcionamiento tienen los distintos grupos de interés”.
Después de varios años de trabajo en el impulso político a este importante tema, creo que la responsabilidad social de las empresas es la búsqueda de una relación armoniosa y conciliada con todos los grupos de interés. Una relación honrada y transparente con accionistas, trabajadores, proveedores, clientes, comunidad y entorno ecológico. Incorpora una idea de pacto entre empresa y sociedad que inspira una estrategia responsable en la gestión económica, productiva y de recursos humanos. La RSE, así concebida, es una práctica voluntaria, superadora de los mínimos exigidos por las leyes, que busca la excelencia en sus comportamientos internos y externos, que asegura el buen gobierno hacia sus accionistas. Que promueve la defensa activa de los derechos humanos, establece condiciones laborales dignas para sus trabajadores y respeta el medio ambiente.
III. INICIATIVAS INTERNACIONALES
Diversas organizaciones supranacionales han tomado la RSE como un instrumento útil para el fomento y la consecución de grandes objetivos humanitarios y sostenibles.
a) El Desarrollo Sostenible
Ya en 1972, La Conferencia de la ONU sobre el Ambiente Humano, publicó mediante declaración consensuada, el reconocimiento de los impactos adversos que la humanidad ocasionaba en su entorno natural. La publicación de 1987, del Informe Brundtland “Nuestro Futuro Común”, informe de la Comisión Mundial sobre Medioambiente y Desarrollo, creada por las Naciones Unidas y presidida por Gro Brundtland, la primer ministro de Noruega definió el Desarrollo Sostenible como “el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. En el citado Informe Brundtland, también fue recogido el concepto de Empresa Responsable y Sostenible por John Elkington y su relación con la consecución del llamado triple objetivo (triple bottom line): ser económicamente viable, ser socialmente beneficiosa y ser ambientalmente sostenible.
En 1988, se creó el Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) por iniciativa de la Organización Meteorológica Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Este Grupo presentó en 1991 un primer informe de evaluación en el que se reflejaban las opiniones de 400 científicos. En él se afirmaba que el calentamiento atmosférico era real y se pedía a la comunidad internacional que tomara medidas para evitarlo.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro (Brasil) en junio de 1992. Las conclusiones presentadas por IPPCC alentaron a los 173 gobiernos asistentes para organizar La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) dio a lugar Declaración de Río y estableció una agenda para el sector público en el siglo XXI (Agenda 21).
En marzo de 1997 durante el foro Río+5 (Brasil), fue redactado el Borrador de Referencia de la Carta de la Tierra y constituida su Comisión y Secretaría para el proceso de debate y consulta que fue ampliamente realizado con carácter universal.
b) Objetivos de Desarrollo del Milenio
Los Jefes de Estado y de Gobierno, reunidos en la sede de Naciones Unidas en Nueva York en septiembre de 2000 aprobaron la Declaración mediante la que fueron definidos 8 objetivos, para lograr el desarrollo económico, social y ambiental en el planeta, uno de los cuales es “Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente”.
Del 26 de agosto al 4 de septiembre de 2002, en Johannesburgo, tuvo lugar
la Cumbre Mundial para el Desarrollo Sostenible (Río+10) en donde fue formulado, entre otras cosas, que el sector público y privado deberían trabajar asociadamente en la búsqueda de la sostenibilidad.
c) El Pacto Mundial (Global Compact)
En la reunión del Foro Económico Mundial de 1999, en Davos, el Secretario General de la ONU, Kofi Annan, propuso este Pacto con el fin de conseguir la incorporación de los distintos agentes sociales (empresas, sindicatos y organizaciones sin ánimo de lucro), en todo el Planeta, a un modelo de actuación que propicie el progreso económico, social y ambiental, armonizando desarrollo y medio ambiente.
La adhesión al Pacto supone asumir diez principios básicos y universales, referidos a la promoción y el respeto de los derechos humanos, los derechos laborales, el trabajo infantil, la protección del medio ambiente y el principio contra la corrupción añadido posteriormente. Tanto por la universalidad de los principios que promueve como por la globalidad de su ámbito territorial de aplicación, se trata de un Pacto, como su nombre indica, verdaderamente mundial. Se presentó en España en el mes de abril de 2002 y desde entonces se han adherido a él numerosas organizaciones españolas.
d) OCDE. Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico agrupa a 30 países miembros comprometidos en promover la democracia y la economía de mercado a los que se han adherido otros 70 países, incorporándose a los debates internos organizaciones del Tercer Sector para que se tengan en cuenta sus puntos de vista y recomendaciones.
Los acuerdos, decisiones y recomendaciones de la OCDE en materia de RSE, medio ambiente y cohesión social son:
• Convenio de lucha contra la corrupción
• Principio de “Quien Contamina Paga”
• Principios de Buen Gobierno Empresarial
• Líneas Directrices de la OCDE para Empresas Multinacionales y Procedimientos de Puesta en Practica
• Revisión de las Directrices de la OCDE y los Puntos Nacionales de Contacto. OCDE Watch (2005).
e) Unión Europea
LIBRO VERDE- “Fomentar un Marco Europeo para la Responsabilidad Social de las Empresas”. COM(2001). 18/7/2001
La Comisión definió la RSE como “La integración voluntaria por parte de las empresas, de las preocupaciones sociales y medioambientales en sus operaciones comerciales y sus relaciones con sus interlocutores”
Los acuerdos de la UE en esta materia más importantes, han sido:
• Comunicación de la Comisión” La responsabilidad Social de la Empresas una Contribución Empresarial al Desarrollo Sostenible” COM (2002). 2/7/2002. La comisión reconoce la necesidad de adoptar la RSE como elemento muy importante para la gestión empresarial y como herramienta de adaptación a la globalización, mejorar la imagen y el prestigio y la productividad de la empresa.
• Creación del Foro Multilateral Europeo sobre RS “Promover la transparencia y la convergencia de las practicas y los instrumentos de responsabilidad social” Este foro fue presidido por la propia Comisión.
• Comunicación de la Comisión al Parlamento Europeo, al Consejo y al Comité Económico y Social Europeo Bruselas, 22.3.2006. "Poner en práctica la asociación para el crecimiento y el empleo: Hacer de Europa un polo de excelencia de la responsabilidad social de las empresas"
• Comunicación de la Comisión al Parlamento Europeo al Consejo y al Comité Económico y Social 20/12/2006. Fue aprobado por el Parlamento en Marzo del 2007.
• Creación de una Alianza Europea para la RSE. Queda configura como la cobertura política para las iniciativas de la RSE, tanto desde las grandes empresas como de las PYME y sus interlocutores.
Diario Responsable, 30/05/2008
30 de mayo de 2008
23 de mayo de 2008
El error fatal del 'lehendakari'
En política lo que convierte el error en fatalidad es persistir en él. El papel que publicó el lehendakari Ibarretxe como propuesta-temario de su visita al presidente del Gobierno es la versión actualizada de su viejo plan, ya rechazado por el Congreso de los Diputados y relativamente derrotado en las elecciones vascas de 2005. En aquél, bajo la apariencia de una reforma estatutaria, se proponía un modelo de asociación voluntaria de Euskadi a España, que, desde la soberanía originaria vasca, proponía una especie de Estado Libre Asociado (modelo Puerto Rico, se decía). En éste, la clave es que se reconozca el derecho del pueblo vasco a decidir (eufemismo que esconde el derecho de autodeterminación de Euskadi) y que se incorpore después al ordenamiento jurídico constitucional y autonómico. En ambos casos, el objetivo es el mismo: dar un salto desde el autonomismo constitucional a un soberanismo de corte confederal, para avanzar hacia la creación de un Estado independiente cuando haya una mayoría social que así lo avale.
¿Por qué es un error? No sólo porque no cabe en nuestra Constitución. Con ser un argumento concluyente, siempre me ha parecido insuficiente. Caber, podría caber en su reforma, pero debería ser asumido y aprobado por todos los españoles porque también a ellos les compete y les afecta. Sobre todo, es un error porque tal proyecto puede quizás corresponder a una tercera parte de la población vasca, pero violenta las legítimas opciones identitarias autonomistas y no nacionalistas del resto del país. Bien puede decirse que la propuesta Ibarretxe II es la ensoñación nacionalista de la mítica Euskal Herria que, legítimamente, defienden algunos, pero en absoluto representa el consenso en el variado abanico identitario de los vascos. Es más, entre los muchos fracasos que la historia atribuirá a este PNV que dirige el lehendakari Ibarretxe, no es el menor su falta de respeto a la pluralidad política de los vascos y su notable incapacidad para vertebrarla. Para, en terminología nacionalista, hacer país y avanzar en la construcción nacional de una comunidad. Hoy hay dos, y si me apuran hasta tres, según como las miremos.
Tras casi 30 años de autogobierno, las fracturas lingüísticas, territoriales, partidistas y sociopolíticas del País Vasco están descosiendo las costuras de un traje ilusionadamente tejido y en el que creíamos caber todos.
¿Y por qué es una fatalidad? Porque, aun sin pretenderlo él, esa estrategia del lehendakari es utilizada por los terroristas para dar la cobertura ideológica y argumental a su violencia. El lehendakari quiere y busca la paz, por supuesto. Es más, estará convencido de que su fórmula deja a la violencia sin argumentos y sin reivindicaciones, además de resolver el eterno y etéreo conflicto vasco. Pero es necesario que reflexione sobre los perniciosos efectos que produce generando esta dialéctica extremista con el Gobierno de España, al que coloca, cuando niega sus pretensiones, en el lugar ideal que quieren los terroristas, es decir, en su argot, "aplastando las ansias de libertad del pueblo vasco".
No estoy especulando. La semana pasada, el máximo dirigente de Batasuna en Francia compareció como testigo en el juicio que se sigue en París contra el que fue máximo dirigente de ETA, Fernández Iradi, Susper. Dicen las crónicas que, preguntado por el presidente del tribunal si el combate de ETA era compartido por la población vasca, Xabi Larralde, que así se llama el dirigente, trajo a colación el plan Ibarretxe y, tras recordar que la iniciativa recibió a finales del 2004 un "no categórico" en Madrid pese a ir refrendada por el Parlamento de Vitoria, señaló que José Luis Rodríguez Zapatero acaba de reiterar que "la consulta es ilegal al no estar contemplada por la Constitución española".
Los nacionalistas suelen decir, ofendidos, que la violencia no puede limitar sus legítimas reivindicaciones. Yo creo que por lo menos debe condicionarlas a un tiempo de paz, porque no pueden ser ajenos al hecho de que nos matan a los demás precisamente por ellas. ¿Es ésa la misión del PNV en estos momentos? Imaz, en un reciente artículo, reclamaba para su partido una misión principal: deslegitimar la violencia. Azkuna, alcalde de Bilbao, también lo decía el pasado sábado: "Lo prioritario en este país es acabar con ETA".
Después de la ruptura de la última tregua, conocidas las intransigencias de los terroristas, acreditada su mafiosa costumbre de negociar su final con la presión de las armas... ¿tiene algún sentido mandar un papel al presidente del Gobierno de España con un primer punto que reivindica el diálogo con ETA? ¿Favorece el final del terrorismo escenificar, con buscado victimismo electoralista, un portazo de Madrid a un plan como mínimo discutible? No nos merecemos esto.
¿Por qué es un error? No sólo porque no cabe en nuestra Constitución. Con ser un argumento concluyente, siempre me ha parecido insuficiente. Caber, podría caber en su reforma, pero debería ser asumido y aprobado por todos los españoles porque también a ellos les compete y les afecta. Sobre todo, es un error porque tal proyecto puede quizás corresponder a una tercera parte de la población vasca, pero violenta las legítimas opciones identitarias autonomistas y no nacionalistas del resto del país. Bien puede decirse que la propuesta Ibarretxe II es la ensoñación nacionalista de la mítica Euskal Herria que, legítimamente, defienden algunos, pero en absoluto representa el consenso en el variado abanico identitario de los vascos. Es más, entre los muchos fracasos que la historia atribuirá a este PNV que dirige el lehendakari Ibarretxe, no es el menor su falta de respeto a la pluralidad política de los vascos y su notable incapacidad para vertebrarla. Para, en terminología nacionalista, hacer país y avanzar en la construcción nacional de una comunidad. Hoy hay dos, y si me apuran hasta tres, según como las miremos.
Tras casi 30 años de autogobierno, las fracturas lingüísticas, territoriales, partidistas y sociopolíticas del País Vasco están descosiendo las costuras de un traje ilusionadamente tejido y en el que creíamos caber todos.
¿Y por qué es una fatalidad? Porque, aun sin pretenderlo él, esa estrategia del lehendakari es utilizada por los terroristas para dar la cobertura ideológica y argumental a su violencia. El lehendakari quiere y busca la paz, por supuesto. Es más, estará convencido de que su fórmula deja a la violencia sin argumentos y sin reivindicaciones, además de resolver el eterno y etéreo conflicto vasco. Pero es necesario que reflexione sobre los perniciosos efectos que produce generando esta dialéctica extremista con el Gobierno de España, al que coloca, cuando niega sus pretensiones, en el lugar ideal que quieren los terroristas, es decir, en su argot, "aplastando las ansias de libertad del pueblo vasco".
No estoy especulando. La semana pasada, el máximo dirigente de Batasuna en Francia compareció como testigo en el juicio que se sigue en París contra el que fue máximo dirigente de ETA, Fernández Iradi, Susper. Dicen las crónicas que, preguntado por el presidente del tribunal si el combate de ETA era compartido por la población vasca, Xabi Larralde, que así se llama el dirigente, trajo a colación el plan Ibarretxe y, tras recordar que la iniciativa recibió a finales del 2004 un "no categórico" en Madrid pese a ir refrendada por el Parlamento de Vitoria, señaló que José Luis Rodríguez Zapatero acaba de reiterar que "la consulta es ilegal al no estar contemplada por la Constitución española".
Los nacionalistas suelen decir, ofendidos, que la violencia no puede limitar sus legítimas reivindicaciones. Yo creo que por lo menos debe condicionarlas a un tiempo de paz, porque no pueden ser ajenos al hecho de que nos matan a los demás precisamente por ellas. ¿Es ésa la misión del PNV en estos momentos? Imaz, en un reciente artículo, reclamaba para su partido una misión principal: deslegitimar la violencia. Azkuna, alcalde de Bilbao, también lo decía el pasado sábado: "Lo prioritario en este país es acabar con ETA".
Después de la ruptura de la última tregua, conocidas las intransigencias de los terroristas, acreditada su mafiosa costumbre de negociar su final con la presión de las armas... ¿tiene algún sentido mandar un papel al presidente del Gobierno de España con un primer punto que reivindica el diálogo con ETA? ¿Favorece el final del terrorismo escenificar, con buscado victimismo electoralista, un portazo de Madrid a un plan como mínimo discutible? No nos merecemos esto.
El País.23/05/2008
3 de mayo de 2008
Patxi Teillatu en Mondragón
Un periodista que trata de explicar el ambiente de la vida ordinaria en Arrasate-Mondragón, después del asesinato de Isaías Carrasco, se sorprende de que la verja que rodea la fachada del Banco Guipuzcoano en la localidad aparezca totalmente cubierta de 18 fotos de miembros de ETA, perfectamente enmarcadas y alineadamente colocadas. Nada en el pueblo recuerda al vecino recientemente asesinado. El periodista, sorprendido, mantiene un expresivo diálogo con el director del banco, al que interroga por la gratuita y generosa concesión de su espacio público a ETA y entre extrañas y evasivas respuestas, el director concluye: «Es que siempre han estado ahí...».
Hace ya muchos años, a principios de los ochenta, o incluso quizás un poco antes, Caja Laboral, nacida en Mondragón precisamente, en el seno de ese modelo empresarial que son las cooperativas, lanzó una potente y llamativa campaña publicitaria en la que aparecía un joven tocado con una boina con un texto en el que, más o menos, se leía algo así: 'Yo me llamaba Francisco Tejada. Nací en Cáceres, desde joven vine a Euskadi y trabajo en Ahora me llamo Patxi Teillatu y tengo mis ahorros en '. El texto es aproximativo y sólo recuerdo la base del motivo publicitario. Pido disculpas por los errores aunque creo ser fiel a la idea del anuncio. Cuando aquella impactante campaña inundaba los periódicos vascos, un amigo y compañero, muy querido entonces y tristemente recordado ahora por su asesinato, Fernando Múgica, me contó una divertida anécdota que hace a la cuestión. Un notario de San Sebastián, conocido de ambos en nuestro trabajo como abogados, se encontró una mañana con Fernando y con un notable enfado le dijo: 'Acabo de anular mi cuenta corriente en Caja Laboral. He visto este anuncio y me parece indignante. Yo soy aragonés y me llamo Paco Roig y no estoy dispuesto a que para ser vasco me tenga que llamar Patxi Gorria'. También aquí, el recuerdo de la anécdota es personal y probablemente imperfecto, pero vale para lo que nos convoca a esta reflexión.
Isaías Carrasco era un ciudadano vasco, nacido aquí o allí, qué más da, de apellido autóctono o no, a quién le importa, afiliado a un partido o a ninguno, qué tiene eso que ver, que gozaba de los mismos derechos personales y ciudadanos que el común de los mortales en un Estado de Derecho y en una democracia como la nuestra. Y, sin embargo, la enumeración teórica de estas obviedades me suena a retórica. ¿De verdad era un ciudadano como los demás? ¿De verdad lo reconocemos como 'uno de los nuestros'? Me cuesta y me duele tocar esa línea delicada y peligrosa de nuestras comunidades identitarias, pero cuando veo que el pueblo de Mondragón olvida al asesinado mientras homenajea en el centro de la villa a los asesinos me asalta la eterna duda sobre si hemos hecho, de verdad, en nuestros sentimientos y en nuestra cultura social, la integración plena de tantos y tantos ciudadanos que no están blindados por la carcasa nacionalista. La imagen de la realidad diaria en ese municipio reflejada en la crónica citada al principio de este artículo es tan bochornosa que, una vez más, la reflexión sobre la actitud social de los ciudadanos vascos ante la violencia resulta ineludible. Pero además, el desarrollo de la gestión política de la censura contra la alcaldesa de Batasuna la hace obligada y apremiante.
¿Cómo abordamos el hecho incuestionable de que unos cuantos miles de nuestros conciudadanos, algunos de ellos representantes públicos de todos nosotros, estén materialmente amenazados de muerte por sus ideas o por sus actividades profesionales? Por natural que parezca tal aberración y tamaña injusticia, la pregunta interpela a todos y cada uno de nosotros, y especialmente a los representantes públicos de los ciudadanos y a sus instituciones, a los líderes políticos y sociales del país, a los medios de comunicación y a toda la sociedad civil. Es sencillamente vergonzoso que este pueblo nuestro, tan admirable en tantas cosas, esté aceptando con tanta indignidad como naturalidad este hecho cotidiano y patente sin que nadie mueva una ceja o, lo que es peor, mirando hacia otro lado como si la cosa no fuera con cada uno de nosotros. Es incalificable que los partidos y las instituciones no hayamos construido un clima de apoyo moral y de acompañamiento ciudadano a los amenazados. Es inexplicable que los partidos democráticos no acuerden condenas, rechazos y alianzas políticas contra los que aceptan y ayudan a los asesinos a materializar esas amenazas. Es inaguantable seguir escuchando alegatos partidistas y viejas apelaciones al conflicto vasco, como cobarde excusa para no hacer lo que exigen la democracia y la ética más elementales.
Estamos ante un tema anterior a la política y muy superior a los intereses partidistas. Cuando un partido acepta o apoya el asesinato del adversario, sea cual sea su explicación, debe ser expulsado del sistema y eso debería ser una premisa acordada por todos. Cuando unos representantes públicos se niegan a rechazar o condenar las amenazas ciertas y evidentes contra los compañeros de corporación y contra los militantes políticos de su ciudad, los demás partidos tiene que darles la espalda, tienen que quitarles la responsabilidad institucional y tienen que proscribirlos como indeseables al tiempo que arropan y animan a los perseguidos. A eso se le llama dignidad personal y política, ética democrática y principios humanos. Lo demás, las explicaciones rebuscadas e incomprensibles, son palabras vacías, partidismos miserables. Es el cinismo más abyecto. Para limpiar sus conciencias o para engañar su miedo, algunos creen que con ellos no va, sin comprender ni recordar el viejo poema de Bretch: 'Primero fueron a por los comunistas ( ). Cuando vinieron a por mí, ya era demasiado tarde'. Otros se aferran a un discurso tan viejo como falso: 'Ésta no es la forma de abordar el problema', 'Así no se arregla nada', y adornan su impostura con fraseología y retórica izquierdista más falsa que ellos. Otros, simplemente, hacen cálculos partidistas y niegan apoyos que favorezcan al adversario en este ambiente miserable y sectario en el que se desenvuelven de un tiempo a esta parte las relaciones políticas en Euskadi.
Por una cosa o por otra, el espectáculo es lamentable. La política vasca está dando un nuevo ejemplo de división y de bajeza moral. Huiré de siglas y nombres para no incurrir en subjetivas calificaciones, pero eso no debería tranquilizar a los responsables de lo que está sucediendo en el país, porque todo el mundo sabe quiénes son y cómo se llaman. Hubo un tiempo en que estos hechos eran contestados por una ciudadanía movilizada, un sistema de partidos unido en los postulados democráticos y unas instituciones que lideraban con dignidad y ejemplaridad la respuesta a la violencia. Basta mirar atrás y ver al lehendakari Ardanza rodeado de todos los líderes de todos los partidos políticos, en las escalinatas de Ajuria-Enea, dirigirse al país con palabras claras, con condenas rotundas, con convocatorias únicas y estrategias compartidas. Lo que ocurre ahora es penoso.
Pero no son sólo los partidos y las instituciones los que deben reaccionar ante estos hechos. Somos todos. Usted también, querido lector, y todos los ciudadanos de bien que tienen en su mano poderosos instrumentos para producir la catarsis vasca que nos saque de este atolladero indigno. Por supuesto, el voto es fundamental, pero no es lo único. Yo no tengo cuenta abierta en el Banco Guipuzcoano, pero juro que si la tuviera la anulaba para decirle al director de ese banco en Arrasate que me repugna su acomodaticia actitud que permite la reivindicación de los terroristas mientras se olvida a sus víctimas.
Hace ya muchos años, a principios de los ochenta, o incluso quizás un poco antes, Caja Laboral, nacida en Mondragón precisamente, en el seno de ese modelo empresarial que son las cooperativas, lanzó una potente y llamativa campaña publicitaria en la que aparecía un joven tocado con una boina con un texto en el que, más o menos, se leía algo así: 'Yo me llamaba Francisco Tejada. Nací en Cáceres, desde joven vine a Euskadi y trabajo en Ahora me llamo Patxi Teillatu y tengo mis ahorros en '. El texto es aproximativo y sólo recuerdo la base del motivo publicitario. Pido disculpas por los errores aunque creo ser fiel a la idea del anuncio. Cuando aquella impactante campaña inundaba los periódicos vascos, un amigo y compañero, muy querido entonces y tristemente recordado ahora por su asesinato, Fernando Múgica, me contó una divertida anécdota que hace a la cuestión. Un notario de San Sebastián, conocido de ambos en nuestro trabajo como abogados, se encontró una mañana con Fernando y con un notable enfado le dijo: 'Acabo de anular mi cuenta corriente en Caja Laboral. He visto este anuncio y me parece indignante. Yo soy aragonés y me llamo Paco Roig y no estoy dispuesto a que para ser vasco me tenga que llamar Patxi Gorria'. También aquí, el recuerdo de la anécdota es personal y probablemente imperfecto, pero vale para lo que nos convoca a esta reflexión.
Isaías Carrasco era un ciudadano vasco, nacido aquí o allí, qué más da, de apellido autóctono o no, a quién le importa, afiliado a un partido o a ninguno, qué tiene eso que ver, que gozaba de los mismos derechos personales y ciudadanos que el común de los mortales en un Estado de Derecho y en una democracia como la nuestra. Y, sin embargo, la enumeración teórica de estas obviedades me suena a retórica. ¿De verdad era un ciudadano como los demás? ¿De verdad lo reconocemos como 'uno de los nuestros'? Me cuesta y me duele tocar esa línea delicada y peligrosa de nuestras comunidades identitarias, pero cuando veo que el pueblo de Mondragón olvida al asesinado mientras homenajea en el centro de la villa a los asesinos me asalta la eterna duda sobre si hemos hecho, de verdad, en nuestros sentimientos y en nuestra cultura social, la integración plena de tantos y tantos ciudadanos que no están blindados por la carcasa nacionalista. La imagen de la realidad diaria en ese municipio reflejada en la crónica citada al principio de este artículo es tan bochornosa que, una vez más, la reflexión sobre la actitud social de los ciudadanos vascos ante la violencia resulta ineludible. Pero además, el desarrollo de la gestión política de la censura contra la alcaldesa de Batasuna la hace obligada y apremiante.
¿Cómo abordamos el hecho incuestionable de que unos cuantos miles de nuestros conciudadanos, algunos de ellos representantes públicos de todos nosotros, estén materialmente amenazados de muerte por sus ideas o por sus actividades profesionales? Por natural que parezca tal aberración y tamaña injusticia, la pregunta interpela a todos y cada uno de nosotros, y especialmente a los representantes públicos de los ciudadanos y a sus instituciones, a los líderes políticos y sociales del país, a los medios de comunicación y a toda la sociedad civil. Es sencillamente vergonzoso que este pueblo nuestro, tan admirable en tantas cosas, esté aceptando con tanta indignidad como naturalidad este hecho cotidiano y patente sin que nadie mueva una ceja o, lo que es peor, mirando hacia otro lado como si la cosa no fuera con cada uno de nosotros. Es incalificable que los partidos y las instituciones no hayamos construido un clima de apoyo moral y de acompañamiento ciudadano a los amenazados. Es inexplicable que los partidos democráticos no acuerden condenas, rechazos y alianzas políticas contra los que aceptan y ayudan a los asesinos a materializar esas amenazas. Es inaguantable seguir escuchando alegatos partidistas y viejas apelaciones al conflicto vasco, como cobarde excusa para no hacer lo que exigen la democracia y la ética más elementales.
Estamos ante un tema anterior a la política y muy superior a los intereses partidistas. Cuando un partido acepta o apoya el asesinato del adversario, sea cual sea su explicación, debe ser expulsado del sistema y eso debería ser una premisa acordada por todos. Cuando unos representantes públicos se niegan a rechazar o condenar las amenazas ciertas y evidentes contra los compañeros de corporación y contra los militantes políticos de su ciudad, los demás partidos tiene que darles la espalda, tienen que quitarles la responsabilidad institucional y tienen que proscribirlos como indeseables al tiempo que arropan y animan a los perseguidos. A eso se le llama dignidad personal y política, ética democrática y principios humanos. Lo demás, las explicaciones rebuscadas e incomprensibles, son palabras vacías, partidismos miserables. Es el cinismo más abyecto. Para limpiar sus conciencias o para engañar su miedo, algunos creen que con ellos no va, sin comprender ni recordar el viejo poema de Bretch: 'Primero fueron a por los comunistas ( ). Cuando vinieron a por mí, ya era demasiado tarde'. Otros se aferran a un discurso tan viejo como falso: 'Ésta no es la forma de abordar el problema', 'Así no se arregla nada', y adornan su impostura con fraseología y retórica izquierdista más falsa que ellos. Otros, simplemente, hacen cálculos partidistas y niegan apoyos que favorezcan al adversario en este ambiente miserable y sectario en el que se desenvuelven de un tiempo a esta parte las relaciones políticas en Euskadi.
Por una cosa o por otra, el espectáculo es lamentable. La política vasca está dando un nuevo ejemplo de división y de bajeza moral. Huiré de siglas y nombres para no incurrir en subjetivas calificaciones, pero eso no debería tranquilizar a los responsables de lo que está sucediendo en el país, porque todo el mundo sabe quiénes son y cómo se llaman. Hubo un tiempo en que estos hechos eran contestados por una ciudadanía movilizada, un sistema de partidos unido en los postulados democráticos y unas instituciones que lideraban con dignidad y ejemplaridad la respuesta a la violencia. Basta mirar atrás y ver al lehendakari Ardanza rodeado de todos los líderes de todos los partidos políticos, en las escalinatas de Ajuria-Enea, dirigirse al país con palabras claras, con condenas rotundas, con convocatorias únicas y estrategias compartidas. Lo que ocurre ahora es penoso.
Pero no son sólo los partidos y las instituciones los que deben reaccionar ante estos hechos. Somos todos. Usted también, querido lector, y todos los ciudadanos de bien que tienen en su mano poderosos instrumentos para producir la catarsis vasca que nos saque de este atolladero indigno. Por supuesto, el voto es fundamental, pero no es lo único. Yo no tengo cuenta abierta en el Banco Guipuzcoano, pero juro que si la tuviera la anulaba para decirle al director de ese banco en Arrasate que me repugna su acomodaticia actitud que permite la reivindicación de los terroristas mientras se olvida a sus víctimas.
El Correo, 3/05/2008
Suscribirse a:
Entradas (Atom)