Quizás uno de los errores más graves de Rajoy y del PP en su estrategia de oposición a Zapatero sea el de despreciar las capacidades políticas del Presidente. Los expertos que asesoran al PP tratan de acuñar la imagen de un líder elegido provisionalmente y por los pelos (en plena crisis del PSOE en el año 2000), ganador inesperado y en su opinión circunstancial de las elecciones de Marzo de 2004 (por el atentado del 11-M) y aliado en su gobernación a unos socios imposibles (IU y Esquerra). A esa imagen de inestabilidad institucional y personal se le van añadiendo perfiles despectivos según convenga. Inexperiencia a veces, inconsistencia otras, debilidad siempre frente a los nacionalistas y comunistas que le apoyan. Con esas pócimas, los alquimistas del PP quieren extender la imagen de que quien nos gobierna es un irresponsable y un osado.
Este calculo despectivo hacia Zapatero está en la base de una estrategia que ha sido, desde el primer día, profundamente desestabilizadora para la política española. El objetivo de la oposición del PP ha sido y es estrellar al Presidente contra sus proyectos y hacerle fracasar en su gestión. Todo lo contrario de lo que hizo Zapatero cuando era jefe de la oposición entre 2000 y 2004, que se empeñó en trasladar la imagen de un líder responsable (recuérdese su propuesta de firmar el Pacto Antiterrorista) y de aparecer como una oposición útil (recuérdese la insistencia en el talante y en el espíritu constructivo).
Rajoy, influenciado por Aznar y la vieja guardia de su partido, ha optado por una oposición radical que se endurece a medida que avanza la legislatura. Zapatero, que confiaba en Rajoy, en su actitud personal y en las virtudes centristas del consenso, ha acabado por creer que la legislatura está perdida para el consenso y que sólo los resultados electorales harán posible otro escenario. La tensión acumulada en el debate estatutario catalán y en el que circunda la cuestión del final de la violencia en el País Vasco, es buena muestra de este clima político, tan alejado del consenso entre los dos partidos, como necesitado de él.
La oposición del PP es desesperada y en parte angustiosa. Pende sobre ella la espada de Damocles de una derrota electoral que arrastraría a toda la cúpula del partido que la está protagonizando. Han lanzado todas las naves de su flota a la batalla de la desestabilización y del acoso y derribo de Rodríguez Zapatero, minusvalorando su entidad personal y su proyecto. Y al hacerlo están quemando sus naves.
Contra lo que se empeñan en creer algunos, los parámetros del proyecto Zapatero para la España de principios de siglo, son muy sólidos, extraordinariamente importantes y profundamente reformistas. No despreciar las capacidades del adversario es una regla política elemental y el PP se equivoca al cuestionar la firmeza de las ideas del Presidente y la ambición de su proyecto político para España.
Pueden resumirse en cuatro sus grandes proyectos:
PRIMERO: LAS REFORMAS AUTONÓMICAS
Zapatero inició su legislatura recibiendo a los presidentes autonómicos en la Moncloa, enviando a su Ministro de Administraciones Públicas a visitar todas las comunidades, convocando dos conferencias de Presidentes, desatascando una espesa conflictividad judicial entre el Estado y las CC. AA ante el Tribunal Constitucional y resolviendo las últimas transferencias pendientes del desarrollo autonómico.
Anunció que apoyaría una fase de reforma de los Estatutos de Autonomía si éstas se producían por consenso y en la Constitución. Rechazó el Plan Ibarretxe en las Cortes, precisamente porque le faltaba lo uno y lo otro y avaló la toma en consideración de las reformas valenciana y catalana.
Pero no es sólo eso. Las reformas estatutarias, justificadas por múltiples razones que se derivan de la importancia de los cambios producidos en veinticinco años largos de vida democrática española, son además de una necesidad técnica, política y económica, una oportunidad para consolidar el modelo territorial y para seguir avanzando en ese proyecto histórico de una España que integra a sus nacionalismos. Aquí se puede discrepar, lo admito, sobre el sentido histórico, ventajas y riesgos de este nuevo pacto con el nacionalismo catalán, pero conviene recordar a los que ven el caos territorial por doquier, que la política del palo antinacionalista practicado con tosca persistencia en los cuatro años de mayoría absoluta del PP, se saldó con una amplia derrota del PP en Cataluña y País Vasco y con un extraordinario crecimiento del nacionalismo independentista.
Zapatero está fraguando un pacto que actualiza el acuerdo constitucional de 1978, que consolida el modelo autonómico de nuestro título VIII y que proyecta en términos generacionales (veinte o treinta años) el encaje de los nacionalismos en una España plural, integradora de su diversidad identitaria. Hay quien ve en los pactos con nuestros nacionalismos el preámbulo de una fractura inevitable, sin comprender que a los nacionalistas los retroalimenta la exclusión y el enfrentamiento esencialista. Algunos, por el contrario, creemos que estos pactos, el constituyente del 78, los pactos autonómicos de los noventa y este nuevo acuerdo de impulso y actualización autonómica, integran y vertebran España y muy probablemente irán diluyendo las ansias más extremistas de los nacionalismos más irredentos.
SEGUNDO: LA PAZ
Con la legislatura de Zapatero se ha iniciado una esperanzadora etapa hacia el fin de ETA. No fue mérito suyo, sino fruto de un conjunto de circunstancias que han favorecido en ese mundo una reflexión –¡ojalá que irreversible!- hacia la inutilidad de la violencia. El 11-S cambió la actitud política de todos los gobiernos del mundo hacia el terrorismo. El 11-M arrastró a ETA a un conglomerado terrorista ajeno a sus orígenes y reivindicaciones, contaminando hasta la exageración y el odio masivo, su historia y su causa. El IRA, auténtico espejo en el que siempre se miraron, abandonó la violencia hace ya varios años y hace solo unos meses, entregó las armas. La organización operativa y política de los terroristas había sufrido una acción represiva desde la ruptura de la tregua en 2000, que le obligó a replegarse y a buscar salidas para todo su entramado socio-político. Es este contexto el que probablemente movió a ETA-Batasuna a diseñar un proceso hacia el fin de la violencia que se presentó en Anoeta (noviembre 2004) y que a lo largo de todo 2005 ha venido desarrollando un guión más o menos previsible: Fin de los atentados mortales, violencia contenida y hasta cierto punto controlada y búsqueda compleja de un aflojamiento legal de su entramado político y electoral.
Zapatero pudo quedarse quieto y mirar para otro lado cuando este conjunto de circunstancias se hicieron explícitas. Pero su enorme ambición de paz le ha llevado a un terreno tan peligroso como esperanzador. Solo que nadie le ayuda y quien menos lo hace es su oposición que , empeñada en que se estrelle, ha decidido poner el máximo de obstáculos en los recodos de este camino hacia la paz.
TERCERO: UNA POLÍTICA DE FUERTE CONTENIDO SOCIAL
Un suelo económico favorable, está permitiendo a Rodríguez Zapatero, dotar a su acción de gobierno de un importante impulso social. Para corroborarlo basta un dato: No ha habido en los treinta años de gobiernos democráticos, un presupuesto con tantos avances redistributivos: Mejora de Pensiones mínimas, becas, salario mínimo interprofesional, viviendas sociales, permiso de paternidad, etc, configuran, junto a la próxima regulación de la dependencia, una decisiva influencia en la creación de un cuarto pilar del Estado del Bienestar. Todo ello, no se olvide, en un marco macroeconómico de fuerte creación de empleo (casi un millón de nuevos empleos en un año) y de fuerte descenso del paro, hasta cotas desconocidas en los últimos treinta años.
CUARTO: LA PROFUNDIZACIÓN DE LA DEMOCRACIA
Todo ello viene haciéndose en un contexto político de fuerte impulso democrático. Zapatero es un convencido del poder de los ciudadanos y hay en todas sus propuestas un empeño intencionado en fortalecer la capacidad de decisión de una ciudadanía informada y madura a través de una democracia fortalecida en sus instituciones y en sus reglas. Detrás del talante hay una fe ciega en el diálogo que el presidente practica con todos hasta la extenuación (por ejemplo, con todos los presidentes autonómicos o con las víctimas del terrorismo o con los portadores de cualquier pancarta). Su empeño en llevar a Las Cortes el debate del Plan Ibarretxe fue una muestra de su respeto a las reglas y de su confianza en el Parlamento. Su radical apuesta para la igualdad de géneros, su concepción moderna de las relaciones de familia y su firmeza en reconocer esos derechos a los homosexuales, su mirada mas laica hacia la sociedad española del siglo XXI y el pulso que ha ganado a la Iglesia Española en la Educación, son todas ellas expresiones de un socialismo de los ciudadanos, de una profunda creencia en las virtudes republicanas de una democracia moderna y laica.
Son todos estos cambios los que más han alterado a una derecha conservadora y antigua, que ha visto temblar su firmamento simbológico: la familia tradicional y paternalista, una patria esencialista, una Iglesia preponderante y una España excluyente. Lo grave es que el PP se ha apuntado a todas estas causas sin comprender que hay una sociedad española más moderna, más laica, más tolerante, más joven también, impregnada de nuevos valores sociales que está generacionalmente más próxima a lo que puede representar el gobierno y el proyecto de Rodríguez Zapatero. Lo peor es que se nota demasiado que el PP se ha apuntado al bombardeo y se suma a todas las pancartas, un poco como dice el proverbio chino: “Reina un gran desorden bajo los cielos; la situación es excelente”.
Expansion, 08/02/2006