El famoso péndulo con el que se alude al abanico ideológico-sentimental en el que se ubica la militancia nacionalista heredera de Sabino Arana y en el que se sitúa la historia política del PNV se encuentra hoy, después del 17-A, en el foco de todas las miradas: ¿Qué hará el PNV, a la vista de los resultados del pasado domingo? ¿Con quién buscará mayoría? ¿Cuál será su estrategia política después de comprobar que su plan ha sido rechazado?
Mirar al PNV es natural. Es a Ibarretxe a quien le corresponde tomar la iniciativa y el PNV es el partido responsable de formar gobierno y lograr la mayoría necesaria para gobernar. Ocurre, sin embargo, que sus opciones son sólo dos. O busca la investidura con el PCTV o la busca con el PSE. Dentro de cada una de ellas, hay variantes, pero los caminos de la encrucijada nacionalista son sólo ésos. Porque gobernar en minoría es imposible, tal como están de envenenadas las relaciones entre las fuerzas políticas vascas y además previamente nos tendrían que explicar cómo obtienen la investidura, de 38 ó de 34 parlamentarios que la hacen posible en primera o segunda convocatoria, respectivamente.
El PNV tiene que orientar su péndulo hacia uno u otro extremo. Entre la tentación patriótica de la unidad abertzale y el soberanismo hoy para la independencia mañana y el autonomismo profundo sin cuestionar las bases del autogobierno de nuestro marco jurídico constitucional y el reconocimiento y aceptación de la pluralidad identitaria de los vascos. En el fondo, es el debate que abrieron con Lizarra y continuaron con el plan Ibarretxe, y que tiene ante sí un resultado electoral cargado de mensajes para la reflexión y de urgencias políticas para mantener el poder.
Los resultados electorales siempre permiten lecturas optimistas, pero a mis amigos nacionalistas yo no les he felicitado, porque creo que han perdido, aunque hayan ganado. Ibarretxe convocó estas elecciones al día siguiente de que su plan fuera rechazado en las Cortes. Sus intenciones han sido claras en todo momento: obtener una amplia mayoría de votos a favor de su plan soberanista, con objeto de negociar y arrancar su contenido al Gobierno de España, bajo la amenaza de movilizaciones, referendum, etcétera. Fue él quien estableció un carácter plebiscitario a estas elecciones, confiando en que el principal y casi único acto político de su legislatura anterior resultaría avalado masivamente en las urnas, legitimando una política, una estrategia y un liderazgo y reafirmando el poder eterno del PNV. Y es todo eso lo que ha sido derrotado.
Esto es lo que ha centrado el debate político vasco de los últimos meses y años, y éste fue el tema central de la campaña. Éste era el reto político de Euskadi y de España y todos sabíamos que lo que se dilucidaba el 17 de abril era si Ibarretxe y el tripartito aumentaban o no su apoyo electoral y se legitimaba socialmente la política soberanista del plan Ibarretxe. Seamos sinceros. Éste era el tema y ahora parece que unos y otros quieren olvidarlo.
Los nacionalistas, alegando que han ganado, aunque hayan perdido 140.000 votos, hayan bajado cuatro escaños y hayan comprobado que no sólo no han arrastrado una «marea imparable de votos para negociar», sino que, por el contrario han perdido votos por una parte hacia la izquierda abertzale y por otra hacia la abstención y el PSE, o lo que es lo mismo, hacia el flanco autonomista de su electorado. Los populares, empeñados en olvidar el plan Ibarretxe, santo y seña de su discurso, durante años, por no reconocer que la estrategia de Zapatero ha resultado claramente vencedora frente al pulso del lehendakari, aplicando una política netamente diferente a la que pregonaba Rajoy y practicó en su día Aznar.
Los analistas y los partidos, a la vista de los sondeos y de las impresiones anteriores al 17-A, habían establecido que la gran cuestión de estas elecciones era saber si la coalición PNV-EA se acercaba a la mayoría absoluta o si sus escaños junto a IU serían superiores al llamado bloque constitucionalista. Prácticamente nadie, desde luego ninguna encuesta, vaticinó que el tripartito no fuera a ser la minoría mayoritaria. Pues bien, todos se equivocaron y la gran sorpresa es precisamente que la suma de PNV-EA más IU es inferior a la suma del PSE más el PP y que, incluso sumando a Aralar, quedan igualados con la oposición de la anterior legislatura, es decir, con la oposición al plan Ibarretxe.
El PP sólo habla de la presencia legal del PCTV en el Parlamento vasco y trata de ocultar estos otros datos tan importantes y tan positivos que en parte le son propios por haber obtenido un resultado electoral digno. Pero nadie entiende que se olvide ahora de lo que tanto le preocupaba antes y de que su sectarismo antisocialista llegue a los niveles de ocultar la evidencia del triunfo ciudadano y constitucional que se ha producido frente al desafío soberanista-etnicista. Empeñados en negar el pan y la sal al PSOE, no quieren reconocer que la estrategia no frentista ha dado mejores resultados. Se ha llegado a decir que «ahora hay más apoyo al plan Ibarretxe», a pesar de que en el bloque constitucionalista hay un escaño más que antes.
Comentario aparte merece la decisión del Gobierno y de la Fiscalía General de no impugnar las listas del PCTV. Se han vertido un cúmulo de acusaciones y de sospechas atribuyendo cálculos políticos a lo que es puro respeto al Estado de Derecho. Las sentencias del Tribunal Supremo y sobre todo del Tribunal Constitucional anulando las listas de Aukera Guztiak han endurecido enormemente la aplicación de la Ley de Partidos, exigiendo pruebas y no convicciones y elevando el listón de las coincidencias personales y políticas de las listas impugnadas con las de los partidos ilegalizados. Cuando, al comienzo de la campaña electoral, se supo del apoyo de Batasuna a un partido legalizado (por cierto, legalizado en 2002 por el ministro Acebes), no se pudieron encontrar pruebas suficientes de una relación que los tribunales no estaban dispuestos a reconocer 'ad infinitum' a las candidaturas electorales de partidos legalizados. Es la convicción jurídica de que se perderá la impugnación y de que, en caso de presentarse, anularía las elecciones y provocaría un efecto 'boomerang' a la lista impugnada lo que conduce a instancias independientes, la Fiscalía General y los servicios jurídicos del Estado, a una misma conclusión. Razones y conclusiones que se comunican minuciosamente al PP. Que el PP diga ahora lo que está diciendo es puro oportunismo y máxima deslealtad.
Pero volvamos al péndulo. Poderosas fuerzas tiran de él en sentido opuesto. Arzalluz ya lo va diciendo, pero Egibar piensa lo mismo: Unidad abertzale y soberanismo. 'Si no quieres taza, taza y media'. EA también presiona lo suyo. Siete de los veintinueve parlamentarios quieren Euskadi independiente -ya lo dijo en campaña Begoña Errazti, su líder- y el propio lehendakari insiste en las virtudes milagrosas de su plan. Hay quien dice, por otra parte, que Ibarretxe difícilmente podría gestionar otro plan y no les falta razón. En sentido contrario, se supone que el EBB y Bizkaia reclaman una reflexión en profundidad y un cambio estratégico sin prisas, pero sin pausas. Los sectores económicos del país caminan en idéntica dirección y no digamos amplios espacios de pensamiento, universidad, Iglesia, medios de comunicación, etcétera. Los que reclaman un nacionalismo cívico, moderno, actualizado al siglo XXI, plural y ciudadano, presionan al péndulo hacia el pragmatismo autonomista.
¿Qué hará el PNV? ¿Seguirá inédita la actual dirección atravesada por los temores de la escisión? ¿Aceptarán resignados que no pueden girar el enorme barco en tan pequeña dársena, en tan poco tiempo y con un capitán empeñado en surcar los mares de la incertidumbre, aunque no lleguen a ningún puerto o lo que es peor, se estrellen y nos estrellemos todos? Continuará.
El Correo, 23/4/2005