16 de diciembre de 2024

Unión Europea-Mercosur: mucho más que un acuerdo comercial.

El acuerdo finalmente suscrito entre Mercosur y la Unión Europea no es solo el segundo mayor acuerdo comercial del mundo, detrás del acuerdo con China y muy superior al T-MEC de Estados Unidos con México y Canadá. No es solo el establecimiento de un gran mercado para las exportaciones respectivas de Mercosur y de la Unión Europea. No se trata solo de eliminar barreras comerciales, de facilitar a las empresas la venta de bienes y servicios, de establecer reglas seguras para las inversiones. Es mucho más.

Es mucho más porque frente a las amenazas de Trump de imponer múltiples y elevadas tasas comerciales al resto del mundo, este acuerdo, por el contrario, proclama las bondades de un comercio mutuo liberalizado de aranceles. Es mucho más porque supera esa concepción ramplona y cutre de las balanzas comerciales entre países y establece una sana competencia por los mercados respectivos. Es mucho más porque el acuerdo se ha producido en un contexto geopolítico de conflictos bélicos, de guerras comerciales y de batallas tecnológicas intercontinentales, como si de pronto, todos los parámetros de una globalización ordenada hubieran implosionado y el mundo se encomendara a la competencia salvaje. Es mucho más porque este acuerdo, en este contexto, ha sido como un grito de esperanza en el diálogo, un significativo gesto hacia el acuerdo, un sonoro movimiento internacional hacia la cooperación y la paz.

Para la Unión Europea, el acuerdo con Mercosur completa nuestro marco comercial con toda América Latina, porque estos importantísimos países, que agrupan a casi 300 millones de personas, estaban excluidos de nuestra red de acuerdos con el continente. Con el acuerdo Unión Europea -Mercosur, Europa tiene un marco de reglas justas y acordadas con todos los países de América Latina para regular sus exportaciones e importaciones e inversiones respectivas, que se suma a los acuerdos con Centroamérica, México, Comunidad Andina y Chile,. aprobados muchos años antes.

Pero conviene recordar que el plano comercial es solo uno de los contenidos de este tipo de acuerdos. Se trata de acuerdos de asociación política y de cooperación que explican la naturaleza estratégica de nuestras relaciones, desde que en 1999 se pusieron las bases de esta relación política preferencial en la primera cumbre UE-CELAC, celebrada en Río de Janeiro. La última de esas cumbres entre jefes Estado y de Gobierno de los 33 países de América Latina y el Caribe y los 27 de la Unión Europea se celebró el pasado julio de 2023 y la próxima se celebrará a finales de 2025 en Colombia.

Europa y América Latina tenemos muchas razones para establecer esta alianza. Conviene recordar que más de seis millones de europeos viven en América Latina y el Caribe y más de siete millones de Latinoamericanos viven actualmente en Europa (y quizás sean diez millones en unos pocos años). En los primeros años de este siglo, la inversión europea en América Latina fue de tal nivel que mucha de la modernidad productiva de muchos países latinoamericanos se debió a las enormes inversiones que modernizaron sus viejos servicios públicos y establecieron unas bases productivas propias del siglo XXI. Por último, América Latina y Europa compartimos grandes causas comunes en la organización internacional y tenemos una idea común sobre la ordenación de la gobernanza económica.

Además, queremos construir juntos los modelos de transición ecológica digital y social que configuran el mundo del siglo XXI. América Latina y Europa tenemos una misma idea de la lucha contra el cambio climático y de la la ética regulatoria que debe acompañar a la digitalización tecnológica. Una misma idea, que se extiende también al contrato social que debe configurar nuestros modelos democráticos, en base a Estados Sociales y de Derecho que aseguren libertades y cohesión social. Estas son las razones que explican nuestra asociación estratégica.

A todo esto responde también la agenda Global Gateway que aprobó la cumbre de Bruselas antes citada. Europa está comprometida con la inversión en América Latina y con la implementación de esta agenda Global Gateway, que en sí misma, encierra los proyectos más importantes de inversión para modernizar la economía latinoamericana y para incrementar poderosamente su productividad en los próximos diez años. Este acuerdo Mercosur-UE, es el marco ideal para desarrollar estas inversiones a las que Europa quiere dar una nueva impronta. Queremos que las empresas europeas, mediante esas inversiones, asuman compromisos con el desarrollo de los países en los que operan, transfieran tecnología para añadir valor y trasladen así las mejores condiciones sociolaborales y medioambientales para los trabajadores y para el país. Esa” etiqueta social” que distingue Europa de otros competidores internacionales implica una concepción cooperativa y no extractivista de la inversión europea en América Latina.

No puedo ocultar que el acuerdo tiene que pasar dos importantes filtros democráticos en Europa: el Consejo, que integra a las representaciones permanentes de los Veintisiete Estados miembros y el Parlamento Europeo, en el que diferentes fuerzas políticas pueden ser sensibles a fuertes opiniones públicas contrarias al mismo.

No desprecio esas opiniones, pero ,con todo respeto, digo que son parciales y están manipuladas por prejuicios y malas o confusas informaciones. Con este acuerdo ganamos todos. El proteccionismo no nos salvará de nada y la competencia en igualdad de exigencias y condiciones nos hará mejores a todos.

Desde la Fundación Euroamérica, con España y en Europa, trabajaremos por conseguir la aprobación de este acuerdo y así seguiremos trabajando por hacer mejores y más ricas nuestras relaciones con América Latina. Para terminar quiero expresar un sincero ¡Bravo, Europa! ¡Bravo, Mercosur!


Publicado en El País, Edición América. 16/12/2024

15 de diciembre de 2024

El peligro de los "hombres fuertes".

La mayoría de los analistas de la crisis democrática que sufre el mundo de hoy llaman ‘hombres fuertes’ a los líderes políticos que sacrifican los principios liberales de las democracias –libertades, separación de poderes, respeto a las minorías, oposición política– para imponer autocracias manipulando los sistemas electorales o cuestionando abiertamente los resultados de las urnas; naturalmente, en su beneficio. El mundo está lleno de ellos. A finales del siglo pasado, después de la caída del Muro y el fin de la Guerra Fría, creíamos que el único horizonte del mundo era la democracia. Hoy sabemos que el 70% de la población mundial vive bajo regímenes autoritarios y en las democracias del resto abundan las erosiones a las instituciones que cuestionan seriamente su calidad.

Las tentaciones autoritarias de los llamados ‘hombres fuertes’ son conocidas. Sus pretensiones autocráticas, también. Pero lo verdaderamente peligroso es la voluntad ciudadana que las impulsa y el apoyo político que concitan estos personajes en muchas de las experiencias contemporáneas a las que estamos asistiendo. Lo que tenemos que reconocer, para entender y combatir estas tendencias, es que surgen en un contexto de fuerte descrédito de las instituciones políticas democráticas en muchos países y de una preocupante pérdida de confianza en la eficacia de muchos de los gobiernos democráticos.

Bukele devuelve la seguridad a los ciudadanos de El Salvador mediante una eficaz acción represiva de las bandas juveniles y su ciudadanía le premia con una mayoría política abrumadora. Poco importa a sus votantes que esa eficacia haya vulnerado derechos humanos básicos y todo el garantismo procesal penal que habíamos construido en el último siglo. Tampoco importa, al parecer, que Bukele y su familia se estén haciendo inmensamente ricos durante su mandato. 

Trump nombra a Elon Musk jefe de una agencia encargada de reducir los gastos de la Administración estadounidense, sin que este organismo esté sometido a las garantías parlamentarias y a las exigencias legales de una oficina pública. Lo que importa es que despida a funcionarios y reduzca –cuanto más, mejor– la burocracia. Todo vale en el altar de la eficacia. Más graves serán todavía los acuerdos desregulatorios que decidirán ambos dirigentes en ámbitos tecnológicos muy importantes para la Humanidad. 

Milei, al grito de «¡¡es la libertad, carajo!!», polariza la sociedad argentina, destruye sindicatos, insulta a diestro y siniestro y recorta gastos del Estado, eliminando subvenciones, ayudas y prestaciones, lo que empobrece, más todavía, a la mitad larga de su país a cambio de salvar supuestamente su macroeconomía. 
Nuestra Europa no es ajena a estas tendencias. Muchas políticas contra los inmigrantes son contrarias al Derecho Internacional y a los derechos humanos, pero vienen avaladas por una opinión pública asustada y manipulada en las redes. A Calin Georgescu, candidato independiente a la presidencia rumana, nadie le conocía, pero de pronto, y desde la red china TikTok, se ha convertido en unos pocos meses, en el ganador de la primera vuelta de unos comicios que la Justicia ha ordenado repetir. Se trata de un aspirante prorruso y contrario a las ayudas europeas a Ucrania. Como Orbán en Hungría.

Ante los enormes desafíos que Draghi ha señalado para Europa en su famoso informe, he llegado a leer que algunos añoran un Elon Musk europeo para llevar a cabo las complejas decisiones que debemos adoptar. Parece como si la democracia y sus reglas y la gobernanza multinivel, que inexorablemente debe respetar la Unión, fueran un obstáculo insalvable para la eficacia. Putin es el prototipo de ‘hombre fuerte’, una mezcla de populismo nacionalista y autoritarismo; pero lo son también Orbán en Hungría, Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Maduro en Venezuela, Erdogan en Turquía, Modi en India... Son líderes elegidos por sus ciudadanos que destruyen sus contrapoderes, colonizando las instituciones y falsificando los resultados electorales, si fuera necesario, para perpetuarse en el poder en regímenes semidemocráticos o abiertamente autoritarios. 

Es una reflexión que también me surgió cuando conocí la elección de un militar, que se manifiesta «independiente» de la política, como si de la peste se tratara, para la reconstrucción de Valencia. Parecería que el presidente valenciano hubiera querido sortear las críticas a su gestión de la catástrofe nombrando a un teniente general como garantía incuestionable de la eficacia para esa tarea. Lo grave no me parece solo el nombramiento, sino la aquiescencia con la que ha sido recibido tanto en la opinión pública como en la opinión publicada. ¿Un ‘hombre fuerte’ para la reconstrucción valenciana?

Publicado en El Correo, 15/12/2024