18 de julio de 2024

Solo el pacto salvará a Venezuela.

No basta con que las elecciones del 28 de julio se celebren sin trampas ni obstrucciones; el pacto será, además, el único camino para salvar al país, gane quien gane.

La solución a la crisis democrática y socioeconómica de Venezuela es vital para los venezolanos, pero es también importantísima para el mundo y fundamental para América Latina. Gran parte de la fractura política de la región se explica desde Caracas y el mayor problema migratorio del Sur de América Latina lo ha producido la salida de más de cinco millones de venezolanos en los últimos diez años. Pero no solo, La influencia geopolítica del caso venezolano es tan enorme que todas las potencias del mundo han estado y están involucradas en su solución. Sus derivadas energéticas no hace falta citarlas, si recordamos, simplemente, que es la primera reserva mundial de petróleo y la octava de gas.

Pero no basta con que las elecciones del 28 de julio se celebren finalmente sin trampas ni obstrucciones a la democracia, El pacto será, además, el único camino para salvar al país. Gane quien gane.

No está escrito que el chavismo será derrotado. Su implantación territorial, el ventajismo de su control sobre todos los poderes del Estado y el populismo social de sus políticas le mantienen en la carrera, a pesar de todo. Pero si gana Maduro, no podrá desoír a la mitad del país que ha votado en su contra, ni podrá contar con una asamblea legislativa que el año 2025 se renovará y dará lugar, seguro, a un abanico partidario plural, con el que deberá contar en cualquier caso. Tendrá que pactar, en definitiva, porque necesita que la comunidad internacional valide las elecciones y levante las sanciones a su economía. 

Si gana la candidatura de Gonzalez Urrutia, la transmisión de poderes, desde principios de agosto de este año hasta el 10 de enero de 2025, en que tome posesión, será un proceso delicado y peligroso en el que tiene que producirse un desmontaje institucional del chavismo, lleno de renuncias y cesiones. Será necesario un pacto generoso de perdón colectivo para que esa transmisión se produzca lealmente.

Durante los meses previos a la toma de posesión del nuevo presidente, los partidos que apoyan la candidatura de González Urrutia debieran dar muestras de una amplia voluntad de consenso y de reconstruir el futuro de Venezuela sobre la base de que nadie sobra. La manera en que se materialice este punto y aparte en la trágica historia del país, les corresponde a todos, pero el chavismo no debe temer que se le apliquen responsabilidades del pasado ni que se les condene a las mismas condiciones que ellos aplicaron a la oposición cuando ejercieron el poder.

Soy consciente de la controversia social que esta medida suscita entre quienes quieren aplicar justicia al pasado, Pero no siempre es compatible la paz con la justicia, ni la conciliación social con la exigencia de responsabilidades pasadas en procesos de esta naturaleza, Salvando las distancias históricas y políticas, el éxito de la Transición política española desde la dictadura a la democracia, a finales de los setenta del siglo pasado, se basó precisamente en la voluntad expresa de la oposición democrática española de perdonar el pasado y construir el futuro junto a los herederos del régimen franquista. A la vista de todos está el éxito de aquella generosa actitud, que hoy recomendamos a los ganadores de la contienda electoral del 28-J. Un pacto de perdón  mutuo sobre el pasado será necesario, para afrontar la recuperación democrática de Venezuela en los términos de “convivencia nacional” que, inteligente y generosamente, proclama el candidato González Urrutia en su campaña electoral.

Si las elecciones del 28 de julio son democráticas y los resultados reflejan la voluntad popular, la comunidad internacional debería articular, en cualquier caso, un conjunto de medidas que estimulen y favorezcan esta transición pactada.

En primer lugar, la comunidad internacional tiene que cubrir el vacío de reconocimiento institucional que sufren las instituciones de Venezuela en este momento. Ni la Presidencia de la República nila Asamblea Nacional están actualmente reconocidas por la mayoría de los países e instancias internacionales. Especialmente la OEA, la UE y los Estados Unidos deberemos aceptar los resultados y otorgar reconocimiento al elegido. Con la máxima celeridad, hay que eliminar las sanciones a Venezuela y en particular ayudar a recuperar la producción y exportación petrolera en coordinación con las compañías capaces de reconstruir el ingenio petrolero del país. En el plano de las sanciones, sería también una buena señal, por parte de los Estados Unidos, la eliminación de las órdenes de busca y captura con recompensa, contra Maduro y otros agentes del Gobierno.
Por último y no por eso menos importante, Venezuela necesita un plan de estabilización macroeconómica en el que participen los organismos financieros internacionales que permitan al país recuperar actividad económica, atender los servicios públicos y atraer la vuelta al país del exilio de los últimos años.

Entre los acuerdos que deben contemplarse, debería incluirse también la necesidad de pactar los próximos procesos electorales, tanto para las elecciones a la Asamblea Nacional como para las elecciones locales de gobernadores y alcaldes, que no pueden coincidir con las anteriores. Cobran especial importancia, en este plano, las elecciones legislativas a la Asamblea Nacional. Es urgente restaurar la legitimidad democrática a esta Cámara y sobre todo es imprescindible la clarificación política sobre quién es quién en el abigarrado panorama partidario del país. Una Asamblea Nacional elegida con la máxima proximidad a la toma de posesión del nuevo presidente sería un paso ideal para esta transición pactada.

Una última reflexión sobre el proceso. La cultura del pacto debe de impregnar al conjunto del país. Es una actitud colectiva que se manifiesta en una corriente social ineludible para todos.
Especialmente para todos aquellos que actualmente ejercen responsabilidades institucionales en poderes del Estado: Poder Judicial, Fiscalía, administración electoral, función pública en general, policía, Fuerzas Armadas... Todos ellos tienen que favorecer la transmisión de poderes y la transición pactada que estamos proponiendo.

Publicado en El País, edición América, el 17/07/2024

9 de julio de 2024

Soberanismo papanatas.

Muchos interpretan que la evolución pragmática de los partidos ultras, de Meloni o Le Pen, salva a Europa de riesgos sistémicos. Lamento no coincidir.

El domingo, Francia evitó un gobierno de Le Pen. Pero, ¿pasó el peligro de las fuerzas de ultraderecha para Europa? Tomo prestado el título de este artículo de una entrevista con Pascal Lamy, antiguo director de la OMC, europeísta de la época de Jacques Delors , quien destaca el movimiento «gramsciano» de la extrema derecha europea, que ha pasado de gritar 'salir de Europa' y 'viva la nación' a participar en el poder europeo y al 'Make Europe Great Again', con el que Orbán ha titulado cínicamente su presidencia de turno este semestre.

No es el único analista que se congratula de esta transformación del antieuropeísmo de los partidos ultras en la década pasada, inspirados en el Brexit, hacia la progresiva aceptación del marco europeo y de sus consecuencias, que estos partidos, Meloni y Le Pen especialmente, están haciendo en su gestión gubernamental, la primera, y en su programa político, la segunda. Son muchos los que interpretan que esta evolución pragmática salva a Europa de riesgos sistémicos, como lo eran el abandono francés del euro o la posible convocatoria de consultas antieuropeas.

Lamento no coincidir con tan benévolo pronóstico. Europa enfrenta desafíos monumentales, quizás los más graves de la historia comunitaria. La pandemia, las guerras, las tensiones comerciales y tecnológicas, el fin del dominio estadounidense y la multipolaridad desordenada del mundo, la autonomía energética, la seguridad económica… están poniendo en evidencia nuestra pequeñez demográfica,el envejecimiento de nuestra población, nuestros retrasos digitales y tecnológicos, la levedad de nuestras grandes compañías, la lentitud y contradicciones de nuestra política exterior y comercial y tantas otras cosas, dibujando un panorama inquietante para nuestro futuro.

No me detengo en la lista de nuestros desafíos, pero todos los buenos conocedores de Europa lo dicen una y otra vez: no tenemos una Unión suficientemente integrada como para tomar decisiones colectivas, urgentes y extremadamente costosas y conflictivas. La defensa europea reclamará armonizar nuestros sistemas militares nacionales y construir una auténtica industria militar comunitaria. Nuestro mercado único exigirá unificar la educación, la investigación, concentrar el sistema financiero y crear un mercado de capitales (Informe Letta). La batalla de la competitividad europea precisará revisar la política de competencia y la creación de campeones europeos en múltiples sectores económicos (Informe Draghi). La seguridad económica y la autonomía energética y estratégica nos demandarán un proceso de relocalizaciones y de recuperación industrial -después de la desordenada deslocalización productiva de los últimos veinte años-, que será, en todo caso, muy delicado y con intereses nacionales enfrentados. Nuestro liderazgo mundial en la lucha contra el cambio climático está en cuestión por la resistencia interna de agricultores, mundo rural e industria automovilística. La lista es enorme.

Como decía recientemente Wolfgang Munchau, en un artículo significativamente titulado 'Armas, árboles o fábricas', no hay dinero para todo esto y no hay consenso social para abordar tan complejos y conflictivos procesos y transiciones. Todo ello sin contar con las negativas consecuencias para Europa de un gobierno estadounidense en manos de Trump, desgraciadamente, muy probable.

Pues bien, vuelvo al principio.¿Cuál será el comportamiento de los partidos nacionalistas, de los que quieren 'una Europa de naciones libres', ante estos desafíos? No hablo del Parlamento Europeo, donde, si nada se complica, la mayoría PP+PS+Liberales y Verdes es suficiente para la defensa europeísta. Hablo de la Comisión Europea, en la que se integrarán comisarios procedentes de gobiernos ultras. Hablo del Consejo, donde hay varios ejecutivos importantes en manos de ese soberanismo papanatas (Italia, Países Bajos, Hungría, Eslovaquia) que se negará a aportar más dinero al Presupuesto de la Unión, que no querrá sacrificar sus intereses nacionales en beneficio de la Europa unida, que cerrará sus fronteras a una inmigración que necesitamos tanto como respirar, que reivindicará su soberanía nacional ante la unificación del mercado financiero y de capitales o ante la coordinación militar, o tantas otras cosas semejantes.

Sin comprender que su soberanía solo la pueden ejercer al compartirla con sus socios europeos. La suya, la soberanía nacional, es tan retórica como ridícula, porque nadie en Europa es suficientemente grande para decidir nada. Solo seremos soberanos de verdad, en un mundo hostil y adverso, si vamos y decidimos juntos. No, el soberanismo nacional de la ultraderecha europea no es un mal superado. Lo siento, es, más bien, un monumental problema europeo.

Publicado en El Correo, 9/07/2024