No es extraño decir que los seres humanos reaccionan frente a los riesgos y los peligros extrayendo lo mejor de sí mismos. Resulta más sorprendente que lo hagan siempre, frente a crisis sucesivas y que sean las instituciones –organizaciones humanas complejas– y no los individuos quienes alcancen este grado de superación frente a la adversidad.
Es sin duda el caso de la Unión Europea. Si echamos la vista atrás, solo a los últimos quince años, es fácil recordar la sucesión de crisis sufridas por Europa, en una cadena de acontecimientos adversos que nos llevaron a lo que Junker llamó «policrisis existencial». Primero fue la crisis financiera de 2009 a 2014, que afectó a las deudas soberanas y al sistema bancario y nos puso al borde del despeñadero ante el temor de la caída del euro. Luego vinieron el Brexit, la crisis migratoria, los movimientos políticos antieuropeos y finalmente la pandemia y la guerra por la invasión rusa de Ucrania.
Pues bien, a cada uno de esos negativos acontecimientos la Unión ha respondido dando significativos saltos adelante en su integración y en la fortaleza de su sistema institucional. Tan es así que, si imagináramos el desenlace de todos estos años sin la policrisis descrita, bien podríamos decir que tendríamos una Unión más parecida a la de diciembre de 2009, cuando entró en vigor el Tratado de Lisboa, que a la que tenemos afortunadamente ahora mismo.
Es verdad que la respuesta dada a la crisis financiera fue errónea y procíclica; muy diferente, por cierto, a la que se ha producido estos últimos años con la pandemia y la guerra. Pero, con todo, el esfuerzo producido en la gobernanza del euro y las instituciones creadas para sostener la crisis fueron extraordinarios. Desde el famoso ‘six pack’ al Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). Desde la unión bancaria al Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Todos ellos son ahora la base de la gobernanza del euro y de las futuras instituciones económicas pendientes de desarrollo: el Tesoro Europeo y la unión de mercados de capitales.
El Brexit produjo un temor comprensible a que en otros países se instalara la idea de que «fuera de la Unión Europea se está mejor», algo opuesto a lo que había sido una constante histórica de todos los países empeñados en entrar para progresar. Recordemos las propuestas electorales en Francia o en Italia de la extrema derecha, que prometían referendos semejantes al británico. Pues bien, una negociación bien hecha ha permitido a la Unión salir fortalecida de la pérdida de uno de sus principales Estados miembros y dejar bien sentado el principio contrario al temor inicial: ‘El que abandona el barco se ahoga’.
La pandemia ha reforzado el sentimiento de pertenencia y el valor de la ciudadanía europea. El papel jugado por la Comisión en la investigación de las vacunas y en el reparto de las mismas por igual a sus ciudadanos compensó los problemas iniciales en la provisión de materiales sanitarios. El conjunto de instrumentos económicos puestos a disposición de los Estados miembros –MEDE, Sure, BEI...– por valor de casi 600.000 millones para ayudar a los Estados miembros en función de los daños producidos, y especialmente el Next Generation UE (750.000 millones), han sido pasos gigantescos que han convertido a la Unión en nuestro gran paraguas federal. Se dijo, con razón, que fue un momento hamiltoniano, aludiendo a la absorción de las deudas de los Estados Confederados después de la Guerra Civil norteamericana. Fue, sin duda, algo así como el mayor instrumento federal puesto en marcha por una Unión que no responde todavía a esa calificación política.
Incluso la guerra nos ha llevado a aprobar por unanimidad diez paquetes de sanciones a Rusia, a comprar armas como Unión Europea y a construir un embrión de unión política: la Comunidad Política Europea, con los países vecinos, desde Reino Unido a los Balcanes.
Es más, de todas estas crisis han surgido demandas de avances en temas que han emergido con una poderosa urgencia: la defensa europea, la autonomía energética, los liderazgos industriales, la Agenda Digital, nuestro papel internacional... exigiéndonos respuestas nucleares para nuestra supervivencia, todas ellas en clave de más integración y más poder internacional.
Solo encuentro una excepción a esta tesis de avance europeo frente a las crisis: la respuesta a los problemas migratorios. Fallamos en 2015 ante la crisis siria y seguimos siendo incapaces de acordar una política migratoria común. El Mediterráneo golpea nuestra conciencia y somos incapaces de dar una solución razonable a una emigración que necesitamos como el respirar para enfrentar una demografía letal (nunca mejor dicho).
Publicado en El Correo, el 23/03/2023