Parafraseando a Kundera, Europa y España mantienen una preocupante “levedad política” en América Latina, desde hace más de una década. Coincide está pérdida de peso e influencia con el agravamiento de todos los males estructurales que sufre la región, a raíz de la covid-19. Simplificadamente, América Latina está muy mal y nosotros no estamos. Quizás sea una frase demasiado injusta, para con nuestra cooperación, para con el volumen de nuestra presencia económica y para con el entramado institucional que mantenemos en y con América Latina. Pero es provocadora de una reflexión que necesitamos hacer y de una reacción que nuestros entramados sociales y políticos debemos tener con urgencia.
No repetiré el diagnóstico pesimista de la América Latina actual. Es demasiado conocido y genera un peligroso desinterés en círculos económicos y en determinadas cancillerías europeas. Diré simplemente que el estancamiento económico de estos últimos años y los daños de la pandemia, amenazan la recuperación futura; que la región está más desunida y fracturada que nunca y que la democracia, finalmente asentada en todos los países a finales del siglo pasado, hoy sufre una peligrosa crisis de credibilidad social y una alarmante aparición de populismos de distinto signo, en un contexto de polarización ideológica extrema. Perú y Chile son los últimos ejemplos, pero hay otros en los que todos pensamos. Diferentes y enquistados conflictos nacionales representan bien este panorama descriptivo y la inestabilidad institucional de otros muchos, lo certifican.
La gran pregunta es si nuestra presencia e influencia están al nivel de los intereses que representamos y si nuestra acción exterior en la región corresponde al papel que históricamente hemos ejercido en América Latina. Por recordar solo el pasado más reciente, España fue clave en los Acuerdos de Paz de la región centroamericana en Esquipulas en 1985. Fue España quién abrió la puerta de Europa a la región promoviendo la organización de la Primera Cumbre UE- AL en Rio de Janeiro en 1999, germen de la Asociación Estratégica birregional. Fueron las grandes empresas españolas quiénes invirtieron en la modernización de sus servicios básicos (telefonía, bancarización, energía, electrificación, telecomunicaciones etcétera), en la primera década de este siglo, la más brillante económicamente hablando para América Latina. Fue España quién impulsó los grandes Acuerdos de Asociación y libre comercio entre Europa y los países latinoamericanos. Fue España quién creó e implementó la arquitectura institucional de la SEGIB y de los organismos sectoriales (Justicia, Seguridad Social, Educación etcétera de la comunidad iberoamericana).
Lo cierto es que por circunstancias propias y ajenas, España ha reducido su papel y su influencia en la región. Aunque sean ejemplos puntuales, son significativos los casos de Colombia, Venezuela o Nicaragua. No estuvimos en el proceso de paz de Colombia, perdimos lugar en las negociaciones de Venezuela y aunque en 1979, en el triunfo de la Revolución Sandinista, nuestra embajada fue la única del mundo abierta, hoy no tenemos embajador porque tuvimos que retirarlo ante las ofensas del dictador Ortega a nuestro país.
Nuestros recursos para la acción exterior y para la cooperación sufrieron drásticos recortes en la crisis de 2010 y no hemos recuperado esos medios para hacernos presentes en múltiples espacios en los que nuestra experiencia y colaboración podrían resultar imprescindibles. Nuestro sistema de partidos, muy presente en América Latina hasta los primeros años de este siglo, ha desaparecido. Las únicas fundaciones de pensamiento político presentes en América Latina son las alemanas. Nos alarma la presencia de Vox en México o en Perú y en otros países latinoamericanos fortaleciendo vínculos ultras, pero la preocupación debería llegar al PP y a sus ausencias en su arco ideológico latinoamericano. Lo mismo podría decirse de la alarmante debilidad de las organizaciones socialdemócratas y de su sustitución por expresiones bolivarianas de una izquierda populista con graves deficiencias democráticas. El PSOE debería reforzar y retomar una presencia política, de todo punto necesaria, en muchos países latinoamericanos para hacer fuerte el proyecto socialdemócrata en Estados particularmente necesitados de esas soluciones. En Brasil, por ejemplo, es probable la victoria de Lula el año próximo y la influencia política y económica de ese país en toda América Latina, es fundamental. Vemos el proceso constituyente chileno y se hacen notorios los paralelismos con la Constitución de 1978 pero nuestro consejo y ayuda a un proceso tan importante como difícil, brilla por su ausencia. Lo mismo pienso de la delicada situación peruana o ecuatoriana. Los vínculos políticos de España y la experiencia política europea en múltiples políticas: cohesión social y territorial, regiones transfronterizas, etc. no están suficientemente presentes en la región latinoamericana.
Es verdad que España ha ganado influencia en las élites a través del creciente peso en la formación de cuadros en sus prestigiosas escuelas posgrado. Pero se trata de una influencia técnico-económica, sin mayor trascendencia política institucional. Es verdad también que España sigue siendo un inversor principal en la región, que el 30% de nuestras inversiones en el exterior se dirige a América Latina y que una parte importante del negocio y de los beneficios de muchas de nuestras principales empresas, se producen en América Latina. Pero eso ocurre al tiempo que se están produciendo desinversiones notables de algunas de nuestras compañías más importantes y la búsqueda de mercados alternativos en otros continentes (EEUU, Canadá y Asia), cada vez más aceleradamente.
A su vez, América Latina tiene ya otros grandes socios económicos. China en particular con cuya fuerza expansiva como comprador y como inversor resulta difícil competir. Pero no solo. Asia y el Pacífico resultan mucho más dinámicos que Europa, en comercio especialmente, y Rusia también realiza una presencia comercial y geopolítica creciente en la región.
Lo cierto es que China ha ido ocupando los vacíos económicos y de poder que tanto EEUU como Europa hemos ido dejando en las últimas décadas. No es solamente la formidable capacidad de compra y de inversión de China, la que nos está superando, como señalaba en el párrafo anterior, sino su asertiva política exterior en la región y la consolidación de una imagen de aliado solidario frente a los retos globales.
La presencia del líder Chino Xi Jinping en la región en esta última década y la creación de una estructura birregional permanente acompaña la creciente inversión en infraestructuras tecnológicas de comunicación y de energía, (con vistas a la decisiva batalla por el 5G), así como su presencia en la red de puertos y en las comunicaciones y transporte global. A su vez, la llegada de la vacuna Sinovac, a varios países de América Latina, en el primer semestre de 2021 añade una inteligente imagen de amistad política. De hecho, China está concentrando la producción de su vacuna SINOVAC en laboratorios latinoamericanos con Chile en primer lugar.
Hay una razón que explica, en parte, la postergación de América Latina en nuestra política exterior. España ha concentrado la mayoría de sus esfuerzos en los temas europeos y en su vecindad norteafricana. Cierto que Europa no es política exterior propiamente, pero la intensidad de las sucesivas crisis de la Unión han absorbido nuestros principales preocupaciones y nuestros mayores esfuerzos. Comenzando por la crisis económico-financiera del Euro (2009-2014), la crisis migratoria, con las guerras de Oriente Medio (2015) como origen, el Brexit (2016), continuando con las convulsiones antieuropeas de diferentes países y culminando con la Pandemia.
Europa se ha hecho tan imprescindible -afortunadamente, podríamos añadir- que gran parte de nuestro debate político y económico gira en su entorno. ¿Explica esto nuestra pérdida de influencia en América Latina? No totalmente, pero, sin duda es un factor fundamental que se produce, casi sin darnos cuenta, como complemento de otros de diferente naturaleza, propios y ajenos.
Ajenos lo son las múltiples fracturas político-institucionales que sufre la región latinoamericana. Cuesta encontrar otro periodo histórico en el que las tensiones nacionales e ideológicas hayan fracturado más extensa y gravemente al conjunto de la región. El conflicto de Venezuela dio lugar a la creación del Grupo de Lima. En Consecuencia, las Cumbres UE-CELAC se suspendieron sin solución de continuidad. La Alianza del Pacífico está en punto muerto desde que México la metió en el congelador. MERCOSUR está lastrada en sus avances por problemas internos y por la recelosa mirada respectiva de Brasil y Argentina. Ni UNASUR ni ALBA funcionan mínimamente. CELAC ha sido abandonada por Brasil y los esfuerzos mexicanos de su presidencia protémpore, no han llegado a buen puerto a pesar de la cumbre de este año 2021. La falta de acuerdos para abordar las consecuencias de la pandemia (financiación, vacunas, etc.) es quizás la expresión más penosa de esas fracturas. Una América Latina tan desunida, es un interlocutor incómodo o sencillamente imposible, para avanzar en las relaciones políticas y económicas con España y Europa, lo que nos obliga a concentrar en la bilateralidad nacional muchos de nuestros intereses comunes. Sin olvidar que las sinergias y la potencialidad política que podríamos obtener de una alianza UE-AL en la escena global, quedan reducidas a cero. La cumbre birregional de diciembre de 2021 Unión Europea - América latina, como sustituto a las cumbres UE-CELAC, suspendidas desde 2015, abren, no obstante, un mínimo umbral de expectativas a esa relación. Pero, hay otros factores -estos propios-, además de los ya citados, que perjudican gravemente nuestro papel en América Latina. Parte de la polarización política que sufre la región latinoamericana nos llega y se traslada al debate interno español provocando una fractura inédita en nuestra política exterior. Durante más de treinta años, desde el comienzo de nuestra democracia, la política exterior española quedaba fuera de la dialéctica gobierno-oposición. Grosso-modo, los dos grandes partidos respetaban la acción exterior del gobierno, o la pactaban, o simplemente evitaban trascender con sus diferencias al espacio público. Eso acabó desde que nuestro sistema político se hizo multipartidista.
El propio gobierno mantiene en su seno visiones encontradas en algunas realidades políticas latinoamericanas. Demasiadas evidencias muestran las simpatías y la colaboración del partido minoritario del gobierno con las izquierdas bolivarianas y su posicionamiento ideológico a favor de la interpretación y de los intereses de esas expresiones políticas y de sus líderes en buen número de los conflictos que allí se producen. Por supuesto, la política exterior española la representan y la dirigen el Presidente del Gobierno y el Ministro de Asuntos Exteriores, pero eso no evita que la percepción exterior de nuestra política, quede, a veces, en entredicho.
A su vez, el partido en la oposición hace ya tiempo que viene utilizando la política exterior española como una parte sustancial de su estrategia de desgaste al gobierno. Los conflictos enquistados en América Latina son utilizados de manera reiterada para cuestionar la posición española y la fuerte polarización que atraviesa la política latinoamericana, marca y acentúa las posiciones políticas internas. España ha dejado de ser percibida con claridad y su división debilita extraordinariamente nuestra acción exterior. En el Parlamento Europeo se vive una situación similar. La tensión política española se traslada, desgraciadamente, a los grupos políticos europeos. La ausencia de representantes del Partido Popular europeo en la Misión de observación electoral europea a las elecciones regionales del pasado 21 de noviembre en Venezuela es una buena muestra de ello.
Otra grave circunstancia se ha añadido a este cuadro. Europa está poniendo en duda nuestro marco de asociación política y comercial con América Latina. El éxito de lograr un Acuerdo comercial con Mercosur, después de veinte años de negociaciones, ha quedado estancado por las dificultades de ratificación en algunos países europeos (por razones que esconden un proteccionismo caduco) y en el Parlamento Europeo (por razones medioambientales perfectamente discutibles). Lo cierto es que un acuerdo de una significación económica y política enorme para Europa con el espacio económico más moderno y dinámico de América Latina, duerme el sueño de los justos en los cajones europeos, hasta después de las elecciones presidenciales francesas. Muy probablemente morirá definitivamente si las reformas y garantías medioambientales que exige Europa, después de que la negociación acabara, no son aceptadas por alguno de los gobiernos de Mercosur. Es más, un cambio de gobierno en Brasil, altamente probable en 2022, también cuestionaría el texto negociado, lo que condena al fracaso, el que hubiera podido ser el más importante Acuerdo comercial y de Asociación política de Europa y de América del Sur.
Pero, más grave todavía, los dos Acuerdos de Asociación y Libre Comercio más importantes que Europa suscribió con México y Chile, hace ahora veinte años, corren el riesgo de quedar empantanados por distintas razones, una vez superada la negociación de su actualización-modernización. Chile por su proceso constituyente y electoral y México porque no acepta -con razón en mi opinión- el Split del acuerdo para aprobar separadamente la parte comercial de la asociación política, ante las dudas que muestra Europa en su ratificación parlamentaria. Es ofensivo para México rebajar su actual acuerdo a un tratado comercial y dejar el Acuerdo de Asociación política pendiente de una ratificación parlamentaria más que dudosa. Lo que, por cierto y dicho sea de paso, cuestiona, cada vez más gravemente, la capacidad negociadora de la UE ante la Comunidad Internacional, dadas las dificultades políticas de ratificación parlamentaria (Parlamento Europeo, Parlamentos Nacionales y algunos Parlamentos regionales) de sus Acuerdos Comerciales y de Asociación Política.
España lamenta esta situación y naturalmente, trabaja para evitar este desastroso panorama. Pero su influencia en Europa no llega a tanto. Es verdad que no resulta fácil superar ciertos vetos europeos pero, muchas cancillerías latinoamericanas observan nuestras dificultades para defender su causa en Europa y recelan de nuestro poder de influencia.
Esta es una cuestión capital de nuestra política exterior. España ha sido y es, la voz más autorizada para decidir la estrategia europea en relación a los temas latinoamericanos. Mucho mas ahora mismo, con Borrell al frente de la política exterior europea. La pregunta es si estamos siendo capaces de defender estos mutuos intereses en el seno de una Europa que solo mira a su vecindad en el Este y en el mediterráneo y se preocupa de su marginalidad en Asia, mirando al mar de China a través del Indo-Pacífico.
Es bastante comprensible, no obstante esa preocupación por nuestra vecindad al observar las muy serias amenazas que se están acumulando contra Europa como actor global. Los incidentes en la frontera polaca con Bielorrusia son expresión del agravamiento de las relaciones con Rusia, que se suman a nuestros riesgos en Ucrania, Turquía, Balcanes y Oriente Medio. Crecientes amenazas que han obligado a nuestros Ministros de Exteriores a abordar sin más dilación el documento elaborado por el Alto Representante: “Strategic Compass” que debería ser el inicio de una Fuerza Militar conjunta de la Unión Europea sin cuestionar nuestra vinculación con la OTAN.
Pero, volviendo a la cuestión, la pregunta es si América Latina está en el radar europeo o es una mancha marginal y sin pulsión, en ese radar del mundo que se ve desde Bruselas. No es una pregunta retórica. Desgraciadamente fue el mismo Alto Representante para la política exterior de la Unión Europea quien la respondió, recientemente, a la vuelta de su primer viaje a América Latina, después de casi dos años de mandato ( con permiso de la COVID), al decir que “ las relaciones con América latina no están en el radar de la Unión Europea”.
También debemos repensar el gran instrumento iberoamericano, la SEGIB. Fue una gran iniciativa que puso en evidencia el esplendor de nuestra apuesta latinoamericana aquellos años. Ha sido y es, un instrumento valioso, en gran parte, por el impulso poderoso de sus Secretarios Generales, Enrique Iglesias y Rebeca Grynspan. Sus cumbres han sido importantes y se han mantenido siempre, a pesar de las enormes divisiones latinoamericanas a las que me referí más arriba. Su protagonismo y sus actividades han colocado a la comunidad iberoamericana en el tablero de nuestras políticas. Baste recodar, por ejemplo, el Convenio Multilateral Iberoamericano de Seguridad Social, un convenio importante y modélico de cooperación internacional en un área tan importante como son las carreras de cotización de los trabajadores en países diferentes.
Pero ha llegado el momento, de abordar el futuro de la SEGIB con el nuevo Secretario General, elegido a finales de noviembre pasado en República Dominicana y de darle nuevos impulsos, de revisar el formato y el contenido de las Cumbres, incluso de fortalecer su estructura englobando en su funcionamiento los organismos sectoriales, en materia de Seguridad Social, Educación, Ciencia y Cultura, Justicia y Juventud. Reforzar las sedes de SEGIB en México, Colombia y Uruguay y aumentar su presupuesto para abordar estas tareas, también debiera ser contemplado. Desgraciadamente, la elección del nuevo Secretario General por votación ajustada ha roto una de las grandes fortalezas de la SEGIB: el consenso. La Cumbre de Santo Domingo ha introducido en SEGIB parte de las divisiones internas de la región y eso no había ocurrido hasta la fecha. Mala señal.
Todo esto sucede en un contexto de cambios internacionales acelerados y concatenados. Lo sabemos, todo evoluciona rápidamente y la geopolítica después de Trump está en plena ebullición. El riesgo de marginalidad para América Latina y también para Europa, aconsejan replantear nuestra alianza en la búsqueda de mutuos beneficios y en la convicción de que nuestros valores, deben ser defendidos en común, haciendo más fuerte nuestro peso en la escena internacional. No son solo valores, con ser estos muy importantes. Son también intereses muy complementarios. El liderazgo europeo en la lucha contra el cambio climático por ejemplo, obtendría una fuerza considerable si contara con la Alianza de América Latina en una defensa común del proceso de lucha contra el Cambio Climático. La biodiversidad de su naturaleza, las reservas de agua, la amazonia, etc. hacen de América Latina un continente imprescindible para establecer un pacto mundial de transición ecológica. La agenda digital y el modelo regulatorio (privacidad, competencia, derechos de los usuarios, etc.) de los europeos, encontraría un aliado fundamental en un subcontinente de 600 millones de personas y un desarrollo tecnológico notable (más de 1.000 unicornios). Así podríamos seguir con la cultura, con el Comercio Internacional regulado, con la fiscalidad internacional… La escena internacional, cargada de retos globales, reclama fortalecer el binomio UE-AL por el bien de importantes causas humanas, y porque nuestro peso geopolítico aumenta exponencialmente con nuestra alianza.
Es hora de repensar esta alianza UE-AL. Es hora de que España ofrezca un nuevo impulso a su política exterior y de cooperación con América Latina. Es hora de reforzar SEGIB y la gran comunidad iberoamericana. Se me ocurre que una forma de hacerlo - entre otras muchas- sería el encargo a un comité de sabios de un Informe Básico que oriente nuestras relaciones en los próximo años a la luz del tablero mundial. En 2010, la UE encargó a Felipe González y a un grupo de expertos de varios países europeos visualizar la Europa 2030 y definir sus retos principales. Una iniciativa semejante podría ser aconsejable.
Hay demasiada gente que se acomoda al presente. Como si el presente fuera el único estado de las cosas o la forma natural de la realidad. No, este presente no puede ser el futuro de nuestras relaciones con América Latina. No es sostenible. No es coherente con nuestra historia. No sería justo para con tantos pueblos a los que queremos tanto.
Publicado en la revista: POLÍTICA EXTERIOR. 1/1/2022