Euskadi puede intentar mejorar su bajísima tasa de nacimientos o afrontar los efectos en sanidad, educación, inmigración o atención al envejecimiento.
Es un hecho que el País Vasco tiene la tasa de natalidad más baja de toda Europa. Si la medimos en número de nacimientos por cada mil habitantes, nuestra tasa es de 6,7, frente al 7,1 de España, que a su vez es de las más bajas de la Unión Europea, junto a Italia, (6,8). Por seguir con las estadísticas, en Euskadi nacieron 14.739 niños en 2020 y esa cifra desciende ininterrumpidamente desde 1975, año en el que había nacido 39.646 niños, con una tasa de natalidad del 19,1. En estos últimos 45 años, la cifra de nacimientos por año se ha dividido casi por tres y la tasa de natalidad ha descendido casi 13 puntos.
¿Deben preocuparnos estos datos? Hay países en los que se han puesto en marcha políticas muy potentes de fomento de la natalidad y de protección a las familias y han alcanzado cifras mucho mejores que las nuestras. Francia, sin ir más lejos, y Suecia tienen una tasa del 10,9 y países nórdicos como Dinamarca y Noruega, el 10,4 y 9,8 respectivamente. Irlanda alcanza la más alta de Europa, 11,2, casi el doble que el País Vasco. Seguramente hay factores sociológicos propios que también explican estas cifras. El catolicismo irlandés y la población inmigrante en Francia favorecen sus tasas de natalidad, además de las políticas propias de fomento de esos países.
Pero vuelvo a la pregunta: ¿es importante que tengamos tan pocos niños si cubrimos con inmigrantes nuestro déficit poblacional? Me lo pregunto seriamente, porque vienen a Euskadi muchas personas de todo el mundo y nuestra población total no desciende. Veamos: si tomamos el año 2019 como referencia (2020 es anómalo por la covid), nacieron en Euskadi 15.418 niños, murieron 21.560 personas y llegaron 34.687 inmigrantes (18.834 de América Latina). Eustat nos dice que sus previsiones demográficas no alteran la población vasca en los próximos diez años. Si hoy somos 2.181.000 habitantes, en 2030 seremos 2.185.000. Dicho de otro modo, la tasa de reemplazo, situada en 2,1 niños por mujer (Euskadi apenas supera uno por mujer), la cubrimos con inmigración.
Los intentos públicos de fomentar la natalidad han fracasado en nuestro país. El famoso cheque-bebé de 2.500€ por niño nacido solo duró tres años (2007-2010) y no tuvo efectos en esa estadística. Las medidas de conciliación laboral y familiar han atenuado pero notado los perjuicios de la maternidad en las carreras laborales de las mujeres. Conviene recordar a estos efectos que en el País Vasco hay muchas más mujeres licenciadas universitarias (246.000 frente a los 181.000 hombres) y esos perjuicios en las carreras laborales son más evidentes en las profesiones más cualificadas. Por unas razones u otras, lo cierto es que en Euskadi las estadísticas y las tendencias son estas. Los problemas de una tasa de natalidad tan baja no afectan tanto a la población total, sino a la estructura interna de esa población. De una parte, el aumento de la población mayor, es decir, de la pirámide invertida, provoca una fuerte demanda de cuidados y servicios sanitarios que deben ser atendidos y que requieren fuertes inversiones públicas. De otra, nuestra población laboral sufre un claro desajuste de profesiones cualificadas, algo que es evidente en la fuerte sociedad industrial y tecnológica vasca. Los servicios educativos de preescolar e infantil se vacían, los funcionarios públicos envejecen y algunos barrios se degradan. Por último hay un riesgo de pérdida de dinamismo económico cuando más del 25 % de la población tiene más de 60 años.
Por eso, quizás debiéramos intentar mejorar nuestra bajísima tasa de natalidad con algunas políticas que han tenido cierto éxito en algunos países con situaciones semejantes. La Republica Checa ha conseguido subir del 1,1 al 1,7 su tasa de fecundidad y los casos citados de Francia y los países nórdicos deben ser estudiados.
En todo caso, si decidimos no aventurarnos en unas políticas de fomento de la natalidad, bien por sus altos costes, bien porque son de dudosa eficacia o porque, en definitiva, consideramos que hay una cierta voluntad social de vivir así, con estas bajísimas tasas de fecundidad, lo consecuente será reconstruir el entramado comunitario –el ecosistema social, si preferimos llamarlo así– tomando medidas que enfrenten los desajustes derivados de esa decisión colectiva. La sanidad vasca, por ejemplo, necesita una inyección presupuestaria considerable, mucho más después de las carencias que nos ha mostrado la pandemia. La captación de inmigrantes formados puede reclamar una búsqueda más selectiva en países de cultura semejante. La planificación de los cuidados gerontológicos para las próximas décadas parece urgente. La reorganización de nuestro sistema educativo requiere ajustes internos. El urbanismo de algunos barrios ‘envejecidos’ demanda actuaciones especiales. También la política de inclusión social deberá ser adaptada a nuevas situaciones de exclusión.
Es importante introducir este tema en nuestro debate político y, sobre todo, en nuestras previsiones presupuestarias.
18/01/2022, El Correo.