20 de octubre de 2021

Avanzan, pero nunca llegarán.

Positivo, aunque insuficiente. Ese sería el análisis más objetivo, más equilibrado de la reciente declaración de Otegi-Sortu, para conmemorar el décimo aniversario del fin de la violencia. Entre las valoraciones extremas de ese comunicado, las que consideran que ha sido un paso histórico y las que lo desprecian, creo que el término medio es el más justo y el que contempla con más precisión su significado.

Es positivo porque nunca habían llegado tan lejos: “Queremos trasladarles (a las víctimas) nuestro pesar y nuestro dolor por el sufrimiento producido”. Realmente no es la primera vez que lo hacen, pero nunca lo hicieron tan solemne ni tan expresamente. El día y el lugar elegidos y la forma en que lo expresaron añadieron simbolismo y cierta sinceridad al reconocimiento del daño causado.

“Nunca debió haberse producido”. ¿Es esto una condena? No, no llega a tanto, aunque sí es una autocrítica, que, sin embargo, ya fue introducida en el comunicado de ETA de 2018, cuando anunciaron la disolución de la banda. “ETA reconoce la responsabilidad directa que ha adquirido en ese dolor y desea manifestar que nada de ello debió producirse jamás o que no debió prologarse tanto en el tiempo”. (abril 2018)

Como verán, esto ya estaba dicho, pero eso no quita que tenga un valor hacerlo, en una cumbre de la izquierda abertzale, aunque sea tan tarde. El significado político más relevante es la confirmación de una paz que resulta irreversible.

Puede que el objetivo de Sortu sea reforzar su legitimidad política y abrir así expectativas de gobierno y de poder que estaban cerradas por las exigencias éticas no cumplidas. Pero, incluso en ese caso, tranquiliza saber que su apuesta política, tan tardía como forzada por su propia derrota, es bienvenida.

Este es el sentimiento mayoritario de la sociedad vasca cuando ve y lee este tipo de declaraciones. La paz se ha asentado en nuestras calles y en nuestras vidas de una manera rápida y sólida. En poco tiempo, nos hemos acostumbrado a está normalidad maravillosa que nos fue arrebatada a lo largo de casi toda nuestra vida.

¿Es suficiente? En mi opinión no lo es. Falta el reconocimiento de que matar estuvo mal. Falta un reconocimiento político de que la lucha armada nunca fue necesaria y que su verdadero error político y moral fue combatir a sangre y fuego a la democracia, al autogobierno, al pluralismo y al pueblo. Falta reconocer la injusticia de aquella opción. Falta asumir la culpa y la responsabilidad del daño causado a tantos inocentes y falta hacerlo con claridad y sin escudarse en la vieja filosofía del conflicto. Falta decir “Matar estuvo mal”.

¿Pueden llegar a este punto? Es muy difícil porque supone una enmienda a la totalidad de toda su historia. Representa un reconocimiento de que sus crímenes y su propio dolor no sirvieron para nada. Algo parecido a lo que respondieron algunos “provos” (militantes del IRA) cuando sus dirigentes les explicaron los acuerdos del “Good Friday” (GFA) “¿Se nos está diciendo que, visto lo visto, nunca deberíamos haber emprendido la lucha armada?”

Pues eso.

Publicado en  Huffington Post, 20/10/2021