De cara a la Conferencia sobre el futuro de Europa, sería buena idea que el Parlamento vasco lidere el conjunto de iniciativas a remitir a Bruselas.
Las tres instituciones europeas, Parlamento, Comisión y Consejo, lanzaron el pasado 10 de marzo la Declaración que convoca la Conferencia sobre el futuro de Europa. Tan pretencioso título responde a la voluntad de ofrecer a la sociedad civil europea la oportunidad de debatir y proponer ideas sobre el futuro de nuestra Unión.
La idea surgió a finales de la anterior legislatura (2019) después de las crisis sucesivas que atravesaron Europa entre 2008 y 2018, al comprobarse que al gunas reformas estructurales eran necesarias en la arquitectura y en el funcionamiento de la Unión y que el dinamismo económico y tecnológico del mundo re clamaba una Eu ropa más cohesionada y fuerte. El Brexit aceleró estas sensaciones al liberar a Europa de un socio que siempre impidió o limitó los movimientos federalistas o unionistas del resto.
Pero hay una cierta con fusión entre título y realidad. Podría pensarse que se trata de un debate tan abierto y permisivo como para que los ciudadanos se conviertan en una especie de asamblea constituyente, con derecho a proponer una re novación de nuestros instrumentos constitucionales (los Tratados que con figuran nuestro ordenamiento jurídico) y definir así un futuro alternativo a nuestra Unión. Para nada.
El Consejo, es decir, el órgano que representa los intereses de los 27 Estados miembros, y la Comisión, el Gobierno de la Unión, han dejado claro que la Conferencia puede discutir sobre todo, pero que la materialización de las ideas o propuestas de la conferencia les corresponde a ellas. El Parlamento es más receptivo, pero, muy probable mente, la conferencia será un marco muy abierto a la discusión y al debate y mucho menos a la implementación de sus conclusiones.
Las resistencias internas, para una profundización federalista, siguen muy presentes.
El documento que presentaron los países más escépticos (Austria, Dinamarca, Países Bajos, Suecia y Finlandia) trataba de limitar la reflexión y la participación ciudadana a los grandes retos de la Unión (liderazgo climático, transición digital, migraciones, seguridad...), pero excluía intencionadamente las reformas institucionales internas. En la misma línea de suspicacia sobre la potencialidad de la Conferencia, el Consejo se ha negado a aceptar la presidencia del Parlamento Europeo y ha impuesto un triunvirato de presidencia para evitar las pulsiones reformistas-federalistas del candidato original del Parlamento, el liberal belga Guy Verhofs tadt.
La conferencia está concebida como una oportunidad de participación ciudadana, y como instrumento de fortalecimiento democrático europeísta. Pero su razón de ser era más debatir sobre las reformas internas que reclama nuestro entramado constitucional que sobre los grandes temas políticos de su gestión, sin excluir estos. La unanimidad limitada impide incluso las decisiones en política exterior y en materias económicas y fiscales; La Comisión ha perdido autonomía e iniciativa frente al Consejo; el Parlamento tiene todavía demasiadas limitaciones de intervención en el proceso decisorio legislativo; la financiación de la Unión debe adaptarse a nuevos ingresos propios y a las consecuencias del Plan de Recuperación económica; la Unión Monetaria tiene que dar nuevos pasos en su arquitectura y en su gobernanza y así podríamos seguir con otros importantes temas internos de su funcionamiento.
No obstante, y a pesar de estas y otras limitaciones procedimentales y de fondo, la Conferencia es una buena, oportuna y necesaria iniciativa. Ofrece a la sociedad civil europea una plataforma inédita para que hablemos de Europa, reflexionemos sobre retos e instrumentos y propongamos reformas o al ter-nativas al estado actual de la Unión.
Es una oportunidad democrática y europeísta por que facilita la participación ciudadana, más allá de las elecciones, y fortalece el debate sobre la Unión supranacional que es tamos construyendo desde hace más de setenta años. Servirá para enriquecer nuestro debate político frente a los populismos, tan frecuentes como simples, y forzosamente nos conducirá a la complejidad de los temas a los que nos enfrentamos, en un siglo de disrupciones mucho más trascendentales que otros vierteaguas de nuestra historia .
Hay que ordenar ese debate. Universidades, ‘think tanks’, líderes de opinión, ONGs, movimientos sociales, sindicatos y un largo etcétera, están llamados a participar. Se me ocurren muchas sugerencias para que el País Vasco tenga una participación amplia en este foro. Me consta que ya hay en movimiento algunas iniciativas, pero una buena idea sería que el Parlamento vasco lidere el conjunto de iniciativas y ordene las propuestas para su remisión a Bruselas.
Naturalmente, eludiendo cualquier pretensión de monopolizar o instrumentar la participación ciudadana.
Publicado en El Correo, 11/04/2021