«La verdadera revolución en América Latina es de eficiencia pública, de honestidad y ejemplaridad de sus clases dirigentes»
URUGUAY también gira a la derecha aunque la victoria de Lacalle ha sido por los pelos. Lo hizo Brasil con Bolsonaro, Chile con Piñera, Perú con Kuczynski, Ecuador con Lenin Moreno, y Colombia con Duque. Salvo Alberto Fernández con los peronistas en Argentina, todo el subcontinente americano está en manos de la derecha política, más o menos neoliberal. Bolivia, pendiente de unas elecciones que, con toda seguridad representarán un cambio notable sobre los doce años de Morales, sea quien sea el ganador. Este giro a la derecha puede deberse a la destructiva imagen que ofrece el modelo bolivariano de Venezuela que, en mi opinión, daña a la izquierda política socialdemócrata de una manera letal. El país más rico del continente, con la renta más alta y mayor nivel de vida, se ha convertido en un caso paradigmático de crisis humanitaria y de expulsión de su propia población (más de cuatro millones de venezolanos están huyendo de su país en los últimos años). El fiasco venezolano, no obstante, no es generalizable a otros países donde gobernó una izquierda también bolivariana. Ecuador y Bolivia han realizado progresos notables en sus servicios públicos, en sus sistemas de protección social y en sus infraestructuras físicas y tecnológicas durante los años de Correa y Morales.
Pero hay dos reflexiones que se nos ofrecen hoy ante este giro político neoliberal. La primera tiene que ver con uno de sus más notorios fracasos: Argentina. Macri generó enormes expectativas al comienzo de su gestión, devolviendo a su país a los mercados financieros internacionales, pero su gestión ha acabado de la peor manera. Con un mayor endeudamiento, bolsas de pobreza alarmantes en un país rico por naturaleza y un sistema productivo paralizado en un marco económico de desconfianza total. El nuevo Gobierno peronista suscita todo tipo de dudas, muchas más teniendo en cuenta el volumen del ajuste fiscal que le amenaza. La buena noticia fue el funcionamiento impecable de su sistema electoral, el alto grado de seriedad institucional que están mostrando las dos grandes fuerzas políticas y la serenidad con la que el pueblo ha votado y soporta esta situación. Aquí ha funcionado la política.
Pero, atención, el cambio neoliberal que se está produciendo viene acompañado por el descontento y la protesta. Chile y Colombia son el ejemplo de una reacción social inesperada, pero masiva y elocuente ¿A qué viene este descontento? ¿Qué expresan y qué reclaman los jóvenes colombianos y chilenos en las calles? ¿Por qué protestaron con tanta virulencia los transportistas ecuatorianos contra el alza de los carburantes?
En mi opinión, hay dos notas comunes. En ambos países y en todo el subcontinente se observan unas clases medias crecientes, empoderadas por la nueva sociedad de internet y modernizadas en su vida urbana, que reclaman nuevos servicios que sus Estados no les prestan. Son demasiados débiles para ofrecerles educación y sanidad universales y de calidad, ni siquiera, seguridad ciudadana y un sistema judicial independiente y eficaz. Por otra parte la productividad de su economía está basada en unas condiciones laborales paupérrimas y que el sistema público de protección social y de bienestar, es ínfimo. Salarios miserables y derechos sociales mínimos se suman a un sistema de Seguridad Social (capitativo) que proporciona pensiones de miseria a la mayoría de la población. Si se añade que la Universidad es privada, o pública con matrículas muy altas, y que las diferencias sociales se perpetúan (hacen falta más de diez generaciones para que funcione el elevador social) se comprende muy fácilmente que la subida del precio del metro provoque la chispa de la revuelta social. La economía informal es demasiado alta en casi todos los países de América Latina. En algunos sobrepasa el 50 por ciento de la actividad económica. Sin cotizaciones no hay Seguridad Social. Sin pagar impuestos no hay Estado. Las élites económicas de demasiados países se niegan a su contribución fiscal. En esas condiciones, con recaudación de entre el 10 y el 20 por ciento como ingreso fiscal del Estado, no hay servicios públicos redistributivos. No hay igualación social. Las familias ricas y poderosas se perpetúan en el poder y la desigualdad se cronifica. Y el pueblo se enfada. Peor aún, desconfía de la democracia y de sus protagonistas principales: los partidos y los políticos que, a su vez, viven en el mejor de los mundos.
La verdadera revolución pendiente de muchos de esos países es una revolución de eficiencia pública, de honestidad y ejemplaridad de sus clases dirigentes, de reformas sociolaborales pactadas, de formalizar la economía, haciéndola trasparente y cotizante, de contribución fiscal de sus élites económicas, de democracia ordenada y estable, de pacto sociopolítico amplio que aúne esfuerzos y vertebre país. Europa y España principalmente quieren ayudar a esas revoluciones, tan sencillas de expresar como difíciles de realizar.
Publicado en ABC, 19/12/19