2 de marzo de 2018

Mejor, callaros.

Estamos encantados de que ETA se disuelva. Estamos felices de que desaparezca. Pero, por favor, que se vaya discretamente. Su error y sus horrores pesarán en un relato que solo puede ser el de la verdad.

El vacío informativo que ha acompañado al documento que, al parecer, ha elaborado ETA sobre su futura disolución y la falta de reacción que suscitó en las fuerzas políticas vascas son la mejor prueba del desprecio que mereció ese documento. He dudado mucho sobre los inconvenientes de dar pábulo a ese panfleto, pero creo que, en nombre de muchos, merece una respuesta.

Es muy evidente que el verdadero propósito de sus autores es explicar a su gente su disolución aludiendo a un cambio de estrategia. Pero en el fondo, bajo la apariencia de un documento para el debate, solo hay un desesperado intento de autojustificación histórica y una patética reivindicación de su papel e influencia en el objetivo independentista. En el fondo, todo es mentira y ellos lo saben.

ETA dice que «no renegará de su aportación». ¿A qué aportación se refieren? No hace falta repetir lo que todos los vascos sabemos y hemos dicho mil veces sobre los daños que nos han causado a lo largo de estos últimos cincuenta años, incluidos los que se produjeron a sí mismos. Pero incluso para los que militan en el campo independentista, ¿cuál fue su contribución a su causa? ¿Qué aportaron con sus asesinatos a la lucha obrera? Pues bien, quienes debaten ese papel deberían preguntarse si las aportaciones de ETA a esos objetivos han ayudado o perjudicado su conquista. Pueden incluso mirar a Cataluña y reflexionar al efecto.

Tan evidente es que han sido una rémora y una fuerza retardataria que fue su propio brazo político quien les mandó parar y quien, probablemente, les está escribiendo las esquelas de su defunción. Dicen que en estos sesenta años se ha producido «una recuperación nacional» y que «el independentismo de izquierda ha colocado las bases suficientes para avanzar en el camino de la libertad». Pero ¿de qué país hablan? ¿Del que expresa el menor porcentaje de apoyo a la independencia de los últimos cuarenta años?

Con frecuencia recuerdo el debate que se produjo en ese mundo en los comienzos de la democracia y de la autonomía, a finales de los setenta, cuando rechazaron los sucesivos pasos que otros estábamos dando para construir un Estado Social y de Derecho, las libertades, la democracia, los derechos humanos y el autogobierno. ¡Con qué desprecio nos miraban! ¡Cómo descalificaban lo que ellos llamaban una democracia ‘militar’ y un autogobierno de cartón-piedra! ¡Con qué virulencia desplegaron sus armas para asesinar a casi cien personas cada año! Me pregunto y les pregunto: ¿cómo habría sido nuestra vida si hubieran hecho caso a algunos de sus líderes que hicieron el meritorio recorrido de la cárcel a la política y a la democracia, como el recordado Mario Onaindia, entre otros?

Nos perdonan la vida diciendo que ETA «ha renunciado siquiera a intentar imponer la integridad de su relato». Vano intento, añado yo. ¿Creen posible cambiar la historia? Sería algo parecido a los negacionistas que pretenden cuestionar el Holocausto, el asesinato de seis millones de judíos por los nazis. Nunca, nadie, podrá negar que mataron injustamente a más de 800 personas. No pueden imponer un relato falso, una descripción antagónica de los hechos reales. No es posible que cambien la realidad en la memoria de la ciudadanía vasca. Por el contrario, su error y sus horrores pesarán definitivamente en un relato que sólo puede ser el de la verdad. El de las víctimas, que mantendrán por generaciones su exigencia de verdad y de justicia y que se hará más presente cada día.

«Nos corresponde cerrar el ciclo del conflicto armado». Mienten al expresar la idea de que han cumplido su función durante un ciclo (se supone que el de la violencia) y que ahora toca la política. Mienten porque fue su propio mundo el que les reclamó parar porque arruinaban su causa. Mienten porque pararon cuando la Policía los desarboló y cuando la ley y el Estado les impidieron seguir combinando violencia y política. No hubo convicción en la entrega de las armas, sino necesidad imperiosa de sobrevivir. No acaba un ciclo y comienza otro, porque tampoco pueden jugar ningún papel en el futuro. Con grandilocuencia dicen descartar su continuidad como «organización convencional» (es decir, como un partido político u organización civil) «al objeto de mantener algún tipo de autoridad moral, las amplias mayorías a conseguir, si son ciertamente amplias, no lo entenderían». ¡Es el colmo! Todavía pretenden liderazgo social y autoridad moral en lo que ellos llaman nuevo ciclo «en el proceso independentista». No sé si ETA aporta alguna influencia en la izquierda abertzale. Quizás nostálgica solidaridad en algunos, pero liderazgo, ninguno, influencia, cada vez menos afortunadamente, y autoridad moral... será para algunos presos, y creo que pocos.

Curiosamente hay un rasgo de realismo en sus palabras, cuando reconocen que «las mayorías amplias no entenderían» ese tipo de autoridad moral. Y ese parece ser el argumento que les mueve a desaparecer. Dicho de otra manera, reconocen que su presencia perjudica la obtención de mayorías. Ergo, su actividad criminal les ha condenado. ¡Acabáramos!

Por eso, estamos encantados de que os disolváis. Estamos felices de que desaparezcáis. Pero, por favor, iros discretamente. Mejor, callaros: Hobeto ixilik.
El Correo, 2/03/2018