Despedir a un amigo, sorpresiva y prematuramente fallecido, siempre duele. Escribir un pequeño epitafio para Txiki Benegas, con quien tantos socialistas vascos hemos compartido gran parte de nuestra vida, resulta imposible. Ni hay espacio para contarlo todo, ni encuentro las palabras para expresar esos sentimientos.
Lo hago en nombre de muchos. De muchos militantes socialistas que le quisimos y de muchos ciudadanos que le votaron y que apreciaron su trabajo. Lo hago para reivindicarle y para proclamar, orgulloso, que Euskadi le debe mucho.
No son éstos, tiempos de reconocimientos. Mucho menos a políticos, una actividad que estamos devaluando peligrosamente. No es éste un país que agradezca nada, aunque, algunas vidas hayan estado preñadas de heroísmo y de épica. Podemos ensalzar a un cocinero, encumbrar a un actor o entusiasmarnos con un deportista. Pero no acostumbramos a elogiar a un responsable público, ni siquiera cuando ya no está. Estas líneas humildes, te quieren rendir homenaje, Txiki. Y, aunque vienen del amigo dolorido por tu pérdida y del compañero socialista que vivió contigo la misma ambición de paz y de progreso para Euskadi, no por ello pierden objetividad y sinceridad.
Txiki representó en los años setenta, el cordón umbilical del nuevo socialismo vasco con las instituciones vascas en el exilio. Él mismo participó en el gobierno Leizaola recogiendo la representación del socialismo vasco de la República en el primer Ejecutivo vasco del Lehendakari Aguirre. Él organizó y modernizó el socialismo vasco de la clandestinidad hasta hacer un partido de masas, sólidamente implantado en todo Euskadi. Él negoció el primer entendimiento con el nacionalismo en el llamado Frente Autonómico al Senado, en las primeras elecciones de 1977. Él se empeñó y consiguió que Ramón Rubial fuera elegido primer lehendakari de la democracia. Él fue consejero de aquél gobierno de la preautonomía y fue figura clave en la negociación del Estatuto de Gernika.
Pero, sobre todo, Txiki fue la voz que reclamó hasta la saciedad, desde 1978 a 1987, un frente antiterrorista. El que se desgañitó durante años, diciendo que había una línea de unidad de los demó- cratas muy anterior y superior, prepolítica casi, a la que separaba a los nacionalistas de quienes no lo éramos. En los años más duros, su discurso fue constante, reiterativo, insistente: Para vencer al terrorismo, hace falta unidad. Cuando el PNV se dividió y el PSE obtuvo 19 diputados, dos más que el PNV, renunció a la Lehendakaritza para gestar el primer Gobierno de coalición de la democracia española y para alumbrar con él, el Pacto de Ajuria Enea, embrión de una unidad que exigía generosidad y esencia de una decisión de largo alcance: Dar al PNV el liderazgo de la lucha social contra la violencia. La paz, empezó a gestarse allí.
Viví con él esos pactos y aquellas negociaciones difíciles con Arzallus y Ardanza. Le conocía bien y siempre admiré su habilidad para negociaciones imposibles, su perspicacia para ver lejos, es decir, para dibujar con precisión, las consecuencias de unas u otras decisiones y su capacidad de análisis político, su persistencia para convencer.
Txiki nació en Caracas, hijo de un nacionalista vasco exiliado. Él nunca fue nacionalista pero, siempre tuvo claro que la paz exigía el pacto con ellos y que Euskadi, debía construirse sobre la base de una alianza de pluralidad con ambas identidades.
Hoy han vuelto esos pactos. Justo cuanto tú te vas. Ellos te despiden también, dándote la razón una vez más. Agur Txiki. Euskadi te debe mucho y, aunque muchos no lo digan, yo lo proclamo.
Publicado para El Correo, 26/8/2015