29 de enero de 2015

Partido de país

Asusta poner en manos desconocidas la recomposición del entramado territorial, económico y social

Decir que el PSOE vive una encrucijada delicada, es tan evidente como decirlo del país. La crisis del sistema político y partidario español es, solo uno —aunque no el menor— de los problemas de España. Lo que asusta es poner en manos desconocidas la ingente tarea de recomposición de nuestro entramado territorial, económico y social. Lo que aterra es encargar esa delicada tarea, que exigirá recuperar los consensos políticos que son necesarios para una reforma acotada de nuestra Carta Magna, a quienes quieren demoler el edificio barriendo —literalmente— la Constitución.

A lo largo de 40 años militando en el PSOE, he vivido todo tipo de situaciones difíciles pero, siempre hubo un horizonte, una meta, un proyecto de país y para el país. La conquista de la democracia en los setenta, la Constitución, modernizar el país, la reconversión industrial, entrar en Europa, construir el Estado del bienestar, el empleo, los derechos… Esos objetivos fueron incluso épicos, en algunos casos. Acabar con la violencia y conquistar la paz ha sido como una larga marcha llena de dolor y de tragedias, felizmente ganada por la democracia española.

El PSOE siempre tuvo un relato de su acción política, coincidiendo con las necesidades del país y ha sido arquitecto principal de la formidable transformación española. Éramos, solíamos decir, el partido que más se parece a España porque representábamos las aspiraciones mayoritarias de la sociedad española y porque respondíamos, con aciertos y errores, claro, a esas demandas. Fuimos siempre un partido del país y para el país. Nunca perdimos nuestra aspiración de mayoría, es decir, fuimos siempre un partido de Gobierno que adaptaba sus propuestas y perfiles políticos, a las aspiraciones de un espectro social muy amplio.

Aunque la crisis y el enfado con la corrupción han desplazado a la izquierda el centro sociológico, la mayoría sigue estando en el centro izquierda y, el PSOE no debe abandonarlo por complejos con el pasado ni por una competencia con otros grupos, que nunca ganaremos. Hoy debemos recuperar ese papel central de la política española y luchar contra ese pronóstico fatal que quiere convertirnos en pasado, ni siquiera glorioso. Pero evitar ese destino requiere acertar en la estrategia y mantenernos serenos y unidos.

Lo primero que debemos hacer es ofrecer a los españoles un proyecto de renovación profunda de nuestro entramado político institucional, que incluya la reforma constitucional para abordar el tema territorial, los derechos sociales, la reforma del Senado, la ley electoral, el sistema de partidos, etcétera. Nuestra propuesta de cambio político en España debe huir de esa idea peregrina y peligrosa que atribuye a nuestra Transición democrática, el origen de todos los males y pretende una construcción ex novo del edificio constitucional.

Debe ser una oferta de cambio profundo. Democráticamente radical y regeneracionista, pero abierta al pacto. Al pacto con todos. Desde luego a la derecha política —entre otras cosas, porque una reforma constitucional no es posible hacerla sin ellos— pero, también a la izquierda y a los nacionalistas. Nosotros podemos pactar con todos, suele decir Pedro Sánchez. Debemos enarbolar esa bandera con más convicción y menos complejos. Tender la mano a los pactos, y hacer gala de ello, no equivale a proponer alianzas electorales o coaliciones de gobierno. Simplemente, muestra una actitud ofrece una disposición a los grandes acuerdos que, una determinada coyuntura histórica (política y económica), reclaman. En el fondo, es marcar una identidad de transversalidad, una idea de tolerancia democrática y una generosidad partidaria, muy lejos de la chulería que han definido las mayorías absolutas, desde Aznar a Rajoy, y de la soberbia intelectual que aventura Podemos.

Debemos ofrecer una alternativa económica solvente, creíble, seria, centrada, europea. La tentación rupturista con el statu quo es comprensible por la disconformidad social con la gestión de la crisis y el sufrimiento de la mayoría con ella. Por eso es más importante que nunca ofrecer al país un equipo económico renovado y capaz, con crédito en el medio y entre los expertos y con un proyecto de política económica realizable y pragmático, porque los electores están hartos de promesas incumplidas. Nosotros somos los únicos que podemos ofrecer una verdadera oferta socialdemócrata contra el paro y la desigualdad, aunque tengamos que admitir límites a nuestros deseos y asumir el largo plazo de muchas soluciones. Hay márgenes para una política económica alternativa en Europa y en España que los socialdemócratas debemos clarificar y explicar. Pero harán falta novedades en nuestras recetas. Innovar en fiscalidad, aprovechando que Europa se ha lanzado a la coordinación supranacional y al combate a la elusión y al fraude después del escándalo Lux-leaks, es una pieza capital en el camino a la igualdad social. Modernizar el marco de nuestras relaciones laborales con un 30% de empleo eventual, el 50% de nuestros jóvenes en paro y múltiples dualismos internos, exigirá revisar muchos capítulos del estatuto laboral del siglo pasado. Revisar la fiscalidad del empleo en un país con cinco millones de parados es imprescindible. Esas y otras son las ofertas que debemos concretar pronto y bien.

No es necesario desdecirse del pasado. Las rectificaciones más sonoras no nos ayudan. No tenemos que insistir en pedir perdón. Primero, porque todo lo que tuvimos que hacer, había que hacerlo a riesgo del rescate o del impago. No explicar ni defender la gestión de los Gobiernos socialistas, ha sido nuestro principal error estos últimos años. Segundo, porque insistir en el pasado no añade nada y los intentos de desmarcarse de él, solo lo recuerdan.

Por último, la unidad. Hemos elegido en primarias, hace solo seis meses, a un nuevo líder del partido. Fue una elección novedosa, masiva, plenamente democrática. Como es natural, el líder busca consolidarse y convertirse en un activo que añada votos a las siglas. Su liderazgo orgánico quiere convertirlo en liderazgo social y electoral. Así ha sido siempre y así lo ven y lo quieren los ciudadanos. Tiene un año para hacerlo. No es mucho tiempo. La obligación de todos nosotros es ayudarle con lealtad y trabajo.

El momento que atravesamos —como partido y como país— no admite divisiones ni dudas de nosotros mismos. Solo podremos ser la alternativa al PP en otoño de 2015, si el partido es lo que siempre fue: una comunidad de ideas, orgullosa de su historia, y unida por el afecto y por la ambición irrenunciable de hacer progresar a los que menos tienen.

Ramón Jáuregui es diputado del PSOE en el Parlamento Europeo.

Publicado en "El País" 29/01/2015

14 de enero de 2015

12 de enero de 2015

Fanatismo y violencia: Mezcla explosiva.



Con Sergio Gutierrez y Eider Gardiazabal


“Los caricaturistas, al igual que los artistas o los intelectuales, son como esos canarios que se bajan a las minas para advertir de una fuga de grisú; si cantan, es que todo va bien, si mueren, hay que temerse lo peor”. La frase no es mía, sino de Laurant Raphaël, el redactor jefe del diario belga Le Vif, pero resume muy gráficamente una grave preocupación que surge a raíz del execrable atentado contra el semanario parisino Charlie Hebdo. Es la preocupación por la libertad, que tanto esfuerzo, tanta sangre y tanta lucha ha costado conseguir en las sociedades democráticas avanzadas.

Los asesinos de las 17 personas que murieron la semana pasada en Francia no sólo pretendían acabar con las vidas de seres humanos inocentes y aterrorizarnos a todos, que también. Su objetivo principal, su verdadera meta, era acabar con el derecho consagrado por las constituciones europeas a creer o no en una fe u otra, y a escribirlo o dibujarlo o simplemente a vivir conforme a esos principios. Acabar con el derecho a ser quien uno es, y a expresar a través de la palabra, el humor, el arte o la política los propios pensamientos, las convicciones, las críticas, la discrepancia, los sentimientos.

No lo podemos permitir. Por eso todos somos Charlie Hebdo. La mejor manera de mostrar nuestra solidaridad con las familias y amigos de las víctimas es decir que no nos van a callar, que no nos vamos a dejar llevar ni por el miedo ni por el odio, como lo hicieron ayer millones de personas en la manifestación de París y en otras ciudades europeas.

Soy vasco. He vivido amenazado por la violencia terrorista durante décadas. He visto caer amigos a manos de esa violencia. Pero al final en España la razón y la democracia triunfaron sobre la barbarie y el terror. Sé muy bien de qué estoy hablando.

Ojalá hoy las voces de Charlie Hebdo y las del resto de víctimas de estos espantosos crímenes siguieran vivas, cantando a plena voz su mensaje. Sirvan nuestra indignación y nuestra repulsa para mantenernos firmes en la reivindicación de lo que ellos representaban: la libertad.

5 de enero de 2015

Paradojas Vascas

"Hay algo inconsistente en ese depósito de confianza en un desconocido, lo que sugiere que mucho del apoyo que suscita la nueva fuerza política estelar es más voto de castigo que esperanza de cambio"

La política vasca sigue ofreciendo signos distintivos, incluso tres años después de desaparecida la más trágica expresión de nuestras anomalías: la violencia terrorista. Así, por ejemplo, no me negarán que resulta poco explicable que un joven político que jamás ha hecho política en Euskadi y que es solo conocido por la televisión y desde hace muy pocos meses sea el político con más apoyo popular para los vascos, muy por encima del lehendakari Urkullu. Eso es lo que destacaba el Euskobarómetro de diciembre, otorgando a Pablo Iglesias una valoración de 5,6 con un nivel de notoriedad del 89% por delante de Urkullu, que no llegaba al aprobado (4,6).

Admito, desde luego, que el descontento de la crisis arrastra a las peores valoraciones a quienes llevamos tiempo representando a los ciudadanos y responsabilizándonos de su gobierno. Pero hay algo inconsistente en este depósito de confianza en un desconocido, lo que me reafirma en la idea de que mucho del apoyo que suscita la nueva fuerza política estelar es más voto de castigo que esperanza de cambio.

Tampoco se explica fácilmente que, a punto de concluir los cuatro años de mandato, la gestión de Bildu en las instituciones guipuzcoanas no sufra ningún desgaste. Porque, si quitamos el ‘efecto Podemos sobre Bildu, todos los sondeos confirmaban hasta hace muy poco que, en San Sebastián y en el conjunto del territorio guipuzcoano, la coalición abertzale no sufriría un descenso significativo de sus expectativas electorales, a pesar de fracasos tan sonoros como la suspensión de las obras de la incineradora que han dejado a Guipúzcoa sin solución a sus residuos urbanos o, el rechazo social que ha generado su ‘modelo’ de recogidas de basuras, por no citar su fracaso en la gestión fiscal y del empleo, así como sus relaciones con el tejido empresarial.

Aquí la estrategia de Eguibar y el PNV guipuzcoano negándose a una coalición con el PSE, esperando el fracaso de Bildu en las instituciones, ha resultado parcialmente errónea. Lo que a su vez muestra un interesante acomodo del electorado radical al sistema autonómico institucional y pone en evidencia, una vez más, la solidez de ese espacio sociológico. Todo ello, a la espera, de que Podemos le dé –o no– un bocado por el lado de los descontentos y antisistema.

Otro rasgo peculiar de nuestro particular espacio político es el que examina la evolución del nacionalismo tres años después del fin de la violencia. Hay una doble percepción. Por una parte, los espacios políticos del PNV y Bildu se consolidan y se presume su asentamiento en las instituciones locales (ayuntamientos, diputaciones y comunidad). Dicho de otra manera, el voto nacionalista se consolida en su identificación con las instituciones locales y autonómicas. Pero por otra, y al mismo tiempo, el proyecto independentista se relaja y la tensión nacionalista del llamado conflicto vasco se serena y tiende a atenuarse.

Personalmente aprecio el apaciguamiento de la tensión identitaria en el país. Desaparecida la violencia, parece como si los ciudadanos se hubieran quitado la presión a la que nos sometía el fanatismo del relato terrorista. El drama y la tragedia de los atentados y el miedo difuso a ese poder siniestro en la sombra han desaparecido y los vascos empezamos a sentirnos libres de esa exigencia sorda y tácita, pero constante y espesa, de ser vascos a su manera.

Un análisis objetivo de la información política en Euskadi confirma también este enfriamiento de la tensión nacionalista. Nuestros debates parlamentarios y partidarios no giran ya tanto sobre plataformas reivindicativas de nuestra autonomía, como sobre la gestión de nuestro autogobierno. Las denuncias al gobierno central, ruidosas y constantes durante muchos años, se han suavizado y son más esporádicas. Tres décadas de un autogobierno pleno, muy beneficioso en términos económicos (máxima autonomía fiscal y un cupo inmejorable) y, plena soberanía en los ámbitos simbólicos (lengua, TV, policía, territorios, ayuntamientos, etc.), han ido instalando la opinión de que un mejor statu quo, es difícil tener.

Por supuesto que hay un sentimiento nacionalista fuerte y que una parte de la población sigue aspirando a ser un Estado. Pero, la pluralidad es tan fuerte, las tres ciudades son tan claramente cosmopolitas y el proyecto independentista tan arriesgado que, bien puede decirse que la sociedad vasca busca más perfeccionar lo que tiene que cambiarlo por lo desconocido (o por lo imposible, añado yo).

A este aquietamiento y serenidad política no es ajeno el PNV. El tándem Urkullu-Ortuzar está resistiendo, con inteligente estrategia, las presiones de su rival más directo (Bildu) y del proceso catalán que produce en Euskadi una lógica emulación. Sin embargo, es preciso reconocer que el PNV está muy lejos de esa estrategia y de ese proyecto político, ciertamente cargado de riesgos para el país y para sus propias siglas.

Estos rasgos, paradójicos en parte, de la política vasca a comienzos de un año electoral, pueden verse alterados por las aspiraciones de una nueva fuerza política con expectativas, a todas luces desproporcionadas y con todas las incógnitas del mundo que, ni sus propios creadores serán capaces de resolver. Pero, si de paradojas hablamos, mucho me temo que puede haber muchas más si esas expectativas se materializan. Entonces no hablaremos de paradojas sino de un terremoto político cuyo análisis merecerá otros comentarios.

Publicado en El Correo 5/01/2015