Al razonar a periodistas y amigos las
bondades del Acuerdo suscrito entre PNV y PSE-EE, me venían ideas y argumentos
y hasta palabras, que han formado parte de mi discurso político desde hace
muchos años y al que he sido fiel toda mi vida. A nadie puede sorprender pues,
que me identifique tanto y tan orgullosamente con este acuerdo. De hecho, mucho
de lo que hoy expreso, lo he venido diciendo desde aquel lejano marzo de 1987
en que se firmó el primer Pacto entre nacionalistas y socialistas vascos y que
dio lugar al primer gobierno de una coalición que gobernó Euskadi durante 12
años y que dirigió todos esos años la política y las instituciones vascas.
Decíamos ayer, que aquel Pacto iba a
cambiar la lucha contra el terrorismo ¡y vaya si lo cambió!, con el Pacto de
Ajuria Enea y el liderazgo de Ardanza y el PNV, de una sociedad vasca
movilizada contra ETA. Tan es así que, en mi opinión, aquél fue el gran punto
de inflexión que dio lugar a un escenario de superación de la violencia, que
nunca se habría producido de otra manera. En la larga perspectiva histórica de
tantos años de dolor, sinceramente creo que el Pacto de Ajuria Enea del año 88
y los acuerdos contra el terrorismo del PSOE y el PP de 2000, resultaron
fundamentales en la victoria de la democracia contra el terror.
Decíamos ayer, que la estabilidad política y los gobiernos fuertes, con amplia mayoría de apoyo parlamentario, eran condiciones necesarias para superar la crisis. Y lo decíamos, porque la Euskadi del 87 estaba reconstruyendo su tejido económico después de una durísima reconversión industrial, que ocupó buena parte de la década de los 80.
Decíamos ayer, que la Euskadi plural, la que se expresa en un abanico identitario y cultural tan amplio, solo podría vertebrarse desde la conjunción de nacionalistas y autonomistas y que esa alianza reflejaba mejor que nada las tradiciones históricas y políticas del nacionalismo democrático y del socialismo vasco, juntos ya en el primer gobierno vasco de la República y unidos después, en la dictadura y en la clandestinidad.
Decíamos ayer que excluir la tentación
radical del nacionalismo independentista
y del frentismo anti nacionalista, era necesario y bueno para construir una
convivencia de reconocimiento y respeto mutuo en un país en el que banderas,
lenguas, sentimientos, aspiraciones políticas y hasta tradiciones, podrían
separarnos y enfrentarnos en los espacios más íntimos de nuestra vida, desde la
familia hasta la cuadrilla, desde el trabajo, a la comunidad vecinal.
Durante 12 años, nada fáciles por
cierto (1987-1998), PNV y PSE-EE, hicimos, mal que bien, todo esto y muchas más
cosas. La Euskadi moderna, la que ha renovado sus infraestructuras y sus
municipios, Osakidetza, la escuela vasca y la I+D+i, el nuevo Bilbao, la
diversificación industrial y mil cosas más, se planificaron y se iniciaron
entonces. Sin ninguna exageración y con legítimo orgullo, afirmo que aquellos años
fueron muy buenos para el país y creo que los vascos guardan un buen recuerdo
de ellos.
Hoy asistimos a un acuerdo que no conforma una coalición de gobierno. Ni siquiera un pacto de legislatura -aunque se parece bastante- entre los mismos protagonistas. Por cierto, un pacto en el que no hay reparto de poder, en el que no hay sillones ni salidas personales o políticas para nadie como, demasiadas veces, se han interpretado simplificadamente los pactos políticos en otras ocasiones. No, aquí hay un acuerdo político puro sin compensaciones personales o partidarias porque es, una vez más, un acuerdo de país.
No encuentro mejores argumentos que los que tuvimos entonces, los que decíamos ayer, para defenderlo y elogiarlo. Salvadas las distancias de tiempo y de contexto, creo que las dos fuerzas políticas, centro de la pluralidad identitaria y de la moderación ideológica, han hecho lo mejor para el país. Lo más necesario y lo más urgente: dar estabilidad al gobierno, asegurar un proyecto económico y social para los próximos años y proponer al país un camino cierto y ordenado de combate a la crisis y de apoyo social a quienes lo sufren.
Hoy asistimos a una definición
estratégica de la política vasca para los próximos años en torno a dos partidos
llamados a configurar mayorías institucionales sólidas, evitando las
tentaciones frentistas que vivimos a partir del Pacto de Estella (1998) y que
en la actual composición política vasca, habría significado una alianza con
Bildu, de consecuencias impredecibles.
Hoy asistimos a un acuerdo que pone
también las bases de una modernización institucional del país, de una
racionalización de nuestro pesado entramado institucional y de una ordenación y
coordinación fiscal, que no puede esperar más y para la que, por cierto, sería
conveniente contar con los otros dos partidos del arco parlamentario vasco.
Quizás al acuerdo PNV- PSE-EE, le falte una mayor aproximación en la política post-ETA. Ha sido curioso que, en los mismos días en que se anunciaba el acuerdo, ambos partidos escenificaban sus diferencias en relación con la mesa de la pacificación del Parlamento Vasco. Éste es un tema importante de nuestra agenda política y, aunque lo fundamental -la paz- la hemos ganado y parece irreversible, el trabajo de reconstrucción sobre una historia tan trágica, con tantas heridas, incluso con tan crecientes tentaciones de olvido y, en fin, con tantas y tan delicadas tareas pendientes, es demasiado grave y difícil como para hacerlo solos o separados. Aquí, como siempre, la unidad de todos es fundamental.
(El Correo, 17 /09/ 2013)