El tiempo electoral es propicio a reflexiones de fondo sobre el tiempo que viene. Reconozco de entrada, que las mías son subjetivas y que, inevitablemente estarán preñadas de una visión partidista. Intentaré, no obstante, hacerlo con el menor sectarismo en torno a dos retos principales.
Euskadi ha dado un salto inmenso a la paz. Inesperado hace solo unos años. Definitivo probablemente. Ha sido una victoria clara de la democracia y del pueblo sobre el totalitarismo y el terror. Creo que no valoramos suficientemente lo que ha ocurrido. A vivir sin ETA nos acostumbramos muy fácilmente y, es natural, porque es la forma natural de vivir, pero olvidamos demasiado pronto lo que era aquello y devaluamos la importancia de lo conseguido. Tampoco analizamos adecuadamente lo que significa el fin de ETA, porqué se ha producido y lo que queda por hacer. Haciendo memoria y resumiendo, ETA ha puesto fin a la violencia porque estaba policialmente cercada y medio arruinada. Pero también, porque su expresión política, sus apoyos ciudadanos o populares, le han exigido el fin y han promovido un proceso que les ha hecho protagonistas y beneficiarios exclusivos de ese final.
Que les premien electoralmente por ello nos parece fatal y totalmente injusto a la mayoría. Pero no podemos cuestionarlo. Creer y decir que sus buenos resultados electorales en las elecciones locales del año pasado o, en las autonómicas de mañana, son el triunfo de ETA, es equivocarse mucho, y peligrosamente.
Para empezar, yo creo que el soufflé Bildu se desinflará más pronto que tarde. Pero, sobre todo, no podemos confundir un proyecto político sustentado en las pistolas con el que se apoya en los votos. ETA ya perdió. Ya fue derrotada. Ahora tenemos que dilucidar el futuro con arreglo a las leyes y a la democracia y nuestra obligación es convencer a la mayoría de la conveniencia y de la sensatez de nuestras ideas.
Mucho peor es todavía, seguir cuestionando la presencia electoral de sus seguidores. Durante treinta años nos hemos cansado de decir que no había razón para matar. Que defendieran con la palabra y en legalidad su proyecto político. Ahora que lo hacen, ¿vamos a volvernos atrás de nuestras convicciones y de nuestros principios? Otra cosa es recordar que su aprendizaje democrático durará todavía algunos años y otra cosa será, si la tentación violenta persiste o se utiliza o se amenaza con ella. Pero soy de los que creen que para asentar la apuesta que han hecho -y para consolidarla y hacerla irreversible- ahora, treinta y cinco años tarde y centenares de muertos después, todos, ellos los primeros, pero nosotros los demócratas también, debemos respetar, definitivamente, nuestras reglas del juego democrático.
La política post-ETA, es importante y está por hacer. La batalla por el relato, el asentamiento cultural de la democracia, presos, víctimas, el voto de todos los vascos, los retornos, la educación de los niños sobre esta historia, la normalización de relaciones políticas y personales… Todo eso es política con mayúsculas, que exige pactos, grandeza suprapartidaria, miradas amplias y mucha inteligencia.
El otro gran tema del nuevo tiempo es la adaptación urgente de nuestras cuentas públicas y de nuestro entramado institucional al horizonte económico en el que estamos. Todos los parámetros de ese horizonte son negativos. Por decirlo brevemente y casi con titulares: Estamos en vísperas de un rescate blando a España que nos va a dejar estancados en recesión o con crecimientos muy pequeños durante varios años. Los presupuestos municipales, forales y autonómicos tendrán que ajustarse a cifras de ingreso inferiores a las que hemos tenido los últimos años porque, los ingresos fiscales no van a crecer y el concierto no da más de sí en las dificilísimas circunstancias en las que se encuentra la financiación autonómica en España. Nuestros servicios públicos del bienestar: Educación, Sanidad, Política Social, Dependencia, requieren nuevas medidas de sostenibilidad, incluida una revisión fiscal interna profunda.
La tarea del país, los próximos años, es ingente y requerirá consensos muy amplios, dado el reparto institucional tan fragmentado que tiene Euskadi. Los cuatro grandes partidos que gobiernan ayuntamientos, diputaciones y Comunidad, tenemos la responsabilidad de abordar estas tareas inaplazables.
Que nuestra política fiscal, por empezar con la más importante, sea distinta en los tres territorios y que seamos incapaces de poner de acuerdo a las tres diputaciones en el IRPP es, sencillamente, intolerable. Pongamos, por ejemplo, que se decide implantar algún tipo de fiscalidad verde, como en muchos países del centro y del norte de Europa. Pongamos que su destino es finalista: para financiar la sanidad vasca, OSAKIDETZA ¿Qué hacemos si una diputación se niega? Con este ejemplo abordamos la necesidad de revisar nuestro entramado institucional, las duplicidades, los excesos y, sobre todo, las incongruencias de un Gobierno Vasco responsable de los Servicios Públicos, sin competencia alguna en los ingresos.
Hay que repensar Euskadi para unos años dificilísimos. Hay que tomar decisiones importantes con altos costes financieros y sociales. La política industrial, por seguir con otro ejemplo, ha sido y es buena, desde hace muchos años, pero su financiación es costosa. Los esfuerzos en I+D+i, en los últimos diez años han sido formidables ¿Podremos mantenerlos? ¿A qué coste? Parecidas preguntas podemos y debemos hacernos sobre otras políticas públicas del país.
Estamos llamados a grandes decisiones, bien lideradas, fuertemente asentadas en las instituciones y en los territorios y bien consensuadas en la pluralidad del país. No como ocurre en el gobierno de España, que no ofrece ni liderazgo, ni consenso territorial, ni acuerdos partidarios. (El Correo 10/09/2012)
Euskadi ha dado un salto inmenso a la paz. Inesperado hace solo unos años. Definitivo probablemente. Ha sido una victoria clara de la democracia y del pueblo sobre el totalitarismo y el terror. Creo que no valoramos suficientemente lo que ha ocurrido. A vivir sin ETA nos acostumbramos muy fácilmente y, es natural, porque es la forma natural de vivir, pero olvidamos demasiado pronto lo que era aquello y devaluamos la importancia de lo conseguido. Tampoco analizamos adecuadamente lo que significa el fin de ETA, porqué se ha producido y lo que queda por hacer. Haciendo memoria y resumiendo, ETA ha puesto fin a la violencia porque estaba policialmente cercada y medio arruinada. Pero también, porque su expresión política, sus apoyos ciudadanos o populares, le han exigido el fin y han promovido un proceso que les ha hecho protagonistas y beneficiarios exclusivos de ese final.
Que les premien electoralmente por ello nos parece fatal y totalmente injusto a la mayoría. Pero no podemos cuestionarlo. Creer y decir que sus buenos resultados electorales en las elecciones locales del año pasado o, en las autonómicas de mañana, son el triunfo de ETA, es equivocarse mucho, y peligrosamente.
Para empezar, yo creo que el soufflé Bildu se desinflará más pronto que tarde. Pero, sobre todo, no podemos confundir un proyecto político sustentado en las pistolas con el que se apoya en los votos. ETA ya perdió. Ya fue derrotada. Ahora tenemos que dilucidar el futuro con arreglo a las leyes y a la democracia y nuestra obligación es convencer a la mayoría de la conveniencia y de la sensatez de nuestras ideas.
Mucho peor es todavía, seguir cuestionando la presencia electoral de sus seguidores. Durante treinta años nos hemos cansado de decir que no había razón para matar. Que defendieran con la palabra y en legalidad su proyecto político. Ahora que lo hacen, ¿vamos a volvernos atrás de nuestras convicciones y de nuestros principios? Otra cosa es recordar que su aprendizaje democrático durará todavía algunos años y otra cosa será, si la tentación violenta persiste o se utiliza o se amenaza con ella. Pero soy de los que creen que para asentar la apuesta que han hecho -y para consolidarla y hacerla irreversible- ahora, treinta y cinco años tarde y centenares de muertos después, todos, ellos los primeros, pero nosotros los demócratas también, debemos respetar, definitivamente, nuestras reglas del juego democrático.
La política post-ETA, es importante y está por hacer. La batalla por el relato, el asentamiento cultural de la democracia, presos, víctimas, el voto de todos los vascos, los retornos, la educación de los niños sobre esta historia, la normalización de relaciones políticas y personales… Todo eso es política con mayúsculas, que exige pactos, grandeza suprapartidaria, miradas amplias y mucha inteligencia.
El otro gran tema del nuevo tiempo es la adaptación urgente de nuestras cuentas públicas y de nuestro entramado institucional al horizonte económico en el que estamos. Todos los parámetros de ese horizonte son negativos. Por decirlo brevemente y casi con titulares: Estamos en vísperas de un rescate blando a España que nos va a dejar estancados en recesión o con crecimientos muy pequeños durante varios años. Los presupuestos municipales, forales y autonómicos tendrán que ajustarse a cifras de ingreso inferiores a las que hemos tenido los últimos años porque, los ingresos fiscales no van a crecer y el concierto no da más de sí en las dificilísimas circunstancias en las que se encuentra la financiación autonómica en España. Nuestros servicios públicos del bienestar: Educación, Sanidad, Política Social, Dependencia, requieren nuevas medidas de sostenibilidad, incluida una revisión fiscal interna profunda.
La tarea del país, los próximos años, es ingente y requerirá consensos muy amplios, dado el reparto institucional tan fragmentado que tiene Euskadi. Los cuatro grandes partidos que gobiernan ayuntamientos, diputaciones y Comunidad, tenemos la responsabilidad de abordar estas tareas inaplazables.
Que nuestra política fiscal, por empezar con la más importante, sea distinta en los tres territorios y que seamos incapaces de poner de acuerdo a las tres diputaciones en el IRPP es, sencillamente, intolerable. Pongamos, por ejemplo, que se decide implantar algún tipo de fiscalidad verde, como en muchos países del centro y del norte de Europa. Pongamos que su destino es finalista: para financiar la sanidad vasca, OSAKIDETZA ¿Qué hacemos si una diputación se niega? Con este ejemplo abordamos la necesidad de revisar nuestro entramado institucional, las duplicidades, los excesos y, sobre todo, las incongruencias de un Gobierno Vasco responsable de los Servicios Públicos, sin competencia alguna en los ingresos.
Hay que repensar Euskadi para unos años dificilísimos. Hay que tomar decisiones importantes con altos costes financieros y sociales. La política industrial, por seguir con otro ejemplo, ha sido y es buena, desde hace muchos años, pero su financiación es costosa. Los esfuerzos en I+D+i, en los últimos diez años han sido formidables ¿Podremos mantenerlos? ¿A qué coste? Parecidas preguntas podemos y debemos hacernos sobre otras políticas públicas del país.
Estamos llamados a grandes decisiones, bien lideradas, fuertemente asentadas en las instituciones y en los territorios y bien consensuadas en la pluralidad del país. No como ocurre en el gobierno de España, que no ofrece ni liderazgo, ni consenso territorial, ni acuerdos partidarios. (El Correo 10/09/2012)