De los resultados electorales del pasado domingo seguiremos extrayendo lecturas diversas y encontradas, mucho tiempo. De la palabra soberana de los ciudadanos se obtienen mensajes inapelables que deben guiar, inexorablemente, la conducta de los partidos en el tiempo venidero. Lo malo es cuando, de unos mismos hechos, se extraen conclusiones antagónicas. Es un fenómeno frecuente en los análisis postelectorales. A la izquierda europea en general siempre le asalta la misma duda cuando pierde las elecciones. De inmediato surge un sector izquierdista reclamando una orientación más social y unas alianzas nítidamente de izquierdas, y a él se contrapone, casi siempre, una corriente más pragmática, advirtiendo de que los votos no se han perdido por la izquierda, sino por el centro político y que son precisas políticas más moderadas para ganarse ese espacio sociológico tan difuso como socorrido.
Al PNV le está pasando algo parecido con la importante pérdida electoral del pasado día 9. Una parte de sus dirigentes y de su estructura orgánica interpreta que no se han hecho las alianzas electorales necesarias para evitar tan grandes pérdidas en votos y escaños y que se ha postergado, por contradicciones internas y miedos, el discurso soberanista y la agenda del lehendakari. Pero, por paradójico que resulte, otra parte del aparato directivo piensa justamente lo contrario. Que es el lehendakari con su propuesta de autodeterminación y referéndum el que está arrastrando a su partido a una radicalización muy peligrosa que asusta a votantes nacionalistas moderados y que ubica a su partido rivalizando con las demás formaciones nacionalistas en un terreno en el que nunca ganarán. ¿Cuál será la orientación final que guíe al PNV los próximos meses? Honradamente no lo sé y tengo para mí que es una de las cosas más importantes del próximo futuro.
Hace unos días, hablando con un viejo amigo nacionalista, comparábamos la tensión ideológica interna del PNV de hoy con la producida en los primeros años ochenta. Ambos coincidíamos en que la dimensión política de las diferencias actuales es sensiblemente mayor a la que se produjo entonces a propósito de la famosa LTH o al papel del partido y del Gobierno en el proyecto nacionalista vasco. Ahora, el PNV está atravesado por una pulsión independentista-autonomista mucho más diáfana y profunda, y es el lehendakari desde el Gobierno el que ha impuesto de manera clara y rotunda una estrategia al partido, al que arrastra a la gloria o al abismo. El EBB no puede impedir los planes del lehendakari sin riesgo de quebrar al partido o de quedarse sin candidato. Es una elección diabólica entre lo malo y lo peor.
Otra de las lecturas obligadas es el triunfo del PSE-EE (PSOE). Omito por conocidas, y por pudor, las cifras, pero son espectaculares e inéditas. La dirección de los socialistas vascos ha reaccionado con prudencia y ha rechazado la extrapolación a otro tipo de elecciones. Bien hecho. Al fin y al cabo, no debemos olvidar que venimos de unas elecciones municipales y forales en las que, aun habiendo sido muy buenas, no se alcanzaron semejantes porcentajes de cuota electoral. ¿A qué se ha debido el fortísimo incremento socialista en el País Vasco? Sin duda a dos fuentes incuestionables: los votos provenientes de PNV-EA y Ezker Batua y una parte de los procedentes del voto nuevo que se ejercía por primera vez. Pero esto es conocido. Lo que de verdad interesa saber es por qué cerca de cien mil votantes del tripartito se han pasado al Partido Socialista. Yo creo que hay dos razones básicas, aunque este análisis debe perfeccionarse con los expertos. La primera es un voto a favor de que el Gobierno de España lo encabece Rodríguez Zapatero y no Mariano Rajoy. La segunda es una prima electoral al esfuerzo del presidente por lograr el fin de la violencia. Cuánto hay de uno u otro es importante para conocer el potencial de crecimiento socialista en las próximas elecciones autonómicas, pero hacemos bien situando en la primera de las dos razones la mayoría de esos votos.
¿Quiere decir eso que volverán todos ellos al tripartito en la convocatoria autonómica? También se equivocarán en eso, si creen que sólo el 'bipartidismo centralista' es el causante de su debacle. En la deserción nacionalista del 9-M hay además un razonamiento más complejo y diverso. Votantes nacionalistas que no están de acuerdo con la derrota de Imaz, con el rumbo del lehendakari, con los abusos de un poder excesivamente prolongado (al igual que ha podido ocurrir en Andalucía con el PSOE) o nacionalistas que no comparten la estrategia comprensiva o equidistante hacia la violencia de que vienen haciendo gala el EBB y el Gobierno vasco desde hace unos meses. Muchas razones que llaman a la puerta jeltzale con inusitada ansiedad.
Lectura obligada también para el PP vasco. Porque una primera impresión satisfactoria con un resultado casi idéntico al de 2004 en cuota electoral debe ir acompañada de dos reflexiones obligadas. ¿Por qué todo el voto que se desprende de las otras formaciones, absorbido por el dilema bipartidista Zapatero-Rajoy, se va con Zapatero? Y, sobre todo, ¿por qué tanto voto útil al PSOE, en su contra? La segunda no es menos importante: ¿Es consciente el PP de que una política tan hostil al pacto en Euskadi, tan marcada por actitudes antiautonómicas y prácticamente monopolizada por el discurso contra el terrorismo, limita inexorablemente su crecimiento electoral y sus juegos de alianzas futuras?
El horizonte político de Euskadi es muy incierto. Es verdad que nunca ha sido estable, pero me atrevo a afirmar que estamos en una crisis. El espacio electoral de la izquierda abertzale, llámese Batasuna o ANV, está enrocado e ilegalizado. Lectura obligada también, ésta para todos, es reconocer que más o menos disfrazados en la abstención, ese mundo permanece inalterable en el entorno del 10% y que sigue a pies juntillas las consignas de sus jefes, sean estos terroristas directos o delegados. Ahí, nada se mueve, ni la alcaldesa de Mondragón y sus concejales, acorralados política y moralmente por el asesinato de un vecino y ex concejal socialista e incapaces de una sola palabra de rechazo al crimen. ETA ya nos anunció, después de la ruptura de la tregua, que iba contra los socialistas y mucho nos tememos que Isaías Carrasco no será el último. El Estado, por su parte, ya ha enseñado sus cartas: persecución policial, colaboración internacional, firmeza judicial e ilegalización total de todo el entramado político. La regla de que con violencia no hay política se va a aplicar hasta el extremo de nuestro ordenamiento político jurídico. Va de pulso, nos guste o no.
Paralelamente, la política vasca y el sistema de partidos están más rotos que nunca. Cuatro partidos en el espacio nacionalista: PNV-EA-Aralar y Ezker Batua se disputan un electorado semejante y todos ellos cavilan sobre sus pretensiones hacia el espacio electoral de los ilegalizados. Esta enorme inestabilidad del campo nacionalista se agrava por la fuerte tensión ideológica que sufre el PNV desde los dos extremos de su famoso péndulo y, en este magma de confusión y rivalidad fraterna, el lehendakari se inventa una fórmula que, a modo de pócima milagrosa, quiere resolverlo todo al margen de ETA, que seguirá matando, y del profundo desacuerdo que le expresan los otros dos grandes partidos vascos sobre sus planes. Todo ello a pesar de que el tripartito que preside se ha visto deslegitimado nuevamente por las urnas. Y van tres, la primera en mayo de 2005 en las elecciones autonómicas, la segunda en las municipales y forales de 2007 y la tercera el pasado domingo, perdiendo los tres partidos más de doscientos mil votos respecto a 2004. Y sin embargo, y a pesar de todo, quizás nos lleve a unas elecciones anticipadas y plebiscitarias. ¿Hay quien dé más? Es patético. Hubo un tiempo en que Ajuria Enea era otra cosa.
El Correo, 16/03/2008