También es evidente que la crisis es global. Planetaria, podríamos decir. Hasta los chinos, que siguen creciendo al 10% anual de su Producto Interior Bruto, están afectados, entre otras cosas porque tienen una cuarta parte de sus reservas en los deprimidos mercados financieros de occidente (EE UU y Europa principalmente) y necesitan la recuperación de los indicadores bursátiles del capitalismo para no perder ingentes cantidades de sus ahorros colectivos. Nadie se salva. Ni los países emergentes, ni América Latina, ni Corea, ni Indonesia, ni India. La crisis financiera es internacional porque hace años que los mercados financieros lo son. Pero es que la globalización no ha sido sólo financiera, también lo es productiva. A través de la externalización ('outsourcing') todo el mundo produce en todo el mundo y todas las grandes firmas subcontratan a miles de pequeños fabricantes en decenas de países a través de una cadena ilimitada de proveedores.
Es así que la crisis llegará a todo el mundo y que afectará más o menos, de una manera u otra, en unos sectores u otros, pero afectará a todos y me temo que gravemente durante varios años. Por cierto que, comentando tan sombrío panorama a un grupo de amigos, hubo uno que introdujo un chiste relajante al señalar los paralelismos entre la descripción catastrofista que se hace estos días de la crisis económica y aquel cura tremendista que se regodeaba en su sermón con los horrores del infierno amenazando a los feligreses con detallado relato de los sufrimientos del fuego eterno, hasta que uno de ellos (de Bilbao, por supuesto) le interrumpió diciéndole: «Bueno, padre, déjelo ya, si hay que ir, se va, pero no acojone». Pues eso, dejemos la descripción del caos y hagamos ahora una lectura realista desde nuestro pequeño mundo, obteniendo algunas conclusiones de interés local.
El tamaño importa
El argumentario nacionalista ha venido desplegando un variado abanico de ventajas a favor de la soberanía política o de la independencia de Euskadi (o de Euskal-Herría, que dicen nuestros futbolistas, igual me da) relacionando de manera explícita el ámbito vasco de decisión con el mejor desarrollo del país y con el bienestar mismo de los vascos. El victimismo respecto de España, el agravio económico (falso de toda falsedad), el 'mejor solos que mal acompañados' ha sido, y es, la cultura subyacente del discurso nacionalista, como es bien sabido. ¿Han visto ustedes a algunos de nuestros próceres nacionalistas reflexionar sobre cuál habría sido el destino de una Euskadi soberana en este terremoto financiero? No se trata sólo de influir o pintar algo en el G-20 y en el debate económico de las naciones que va a tener lugar después del 15-N en Washington. Mi pregunta es procedente a la vista de lo que les está ocurriendo a los países pequeños y a los que están fuera de los grandes acuerdos supranacionales (Hungría y países del Este en general). ¿Qué le ha pasado a la banca escocesa? Que se salvará bajo el paraguas de la británica. ¿Qué les ha pasado a los islandeses? Una deliciosa y sin embargo tenebrosa crónica de Íñigo Gurruchaga en EL CORREO del pasado domingo nos lo contaba con detalle: «¿Qué ocurre cuando la banca de un país con 320.000 habitantes adquiere obligaciones en el extranjero que equivalen a doce veces lo que produce el país cada año, y quiebra? Pues que un kilo de champiñones vale el doble, que dan más euros por una corona en el mercado negro que en el banco y que en ese mismo banco dan 370 euros para pasar diez días en el extranjero y sólo tras mostrar el billete de avión. Que no hay tantas ofertas para viajar en Navidad. Que en la televisión anuncian ese día la pérdida de quinientos empleos. Que jubilados que compraron casas en Alicante están muy apurados, porque la pensión vale ahora la mitad de lo que valía. Y que el presidente del país, Ólafur Ragnar Grimsson, que hace unos meses pronunciaba discursos en Londres aleccionando sobre el modelo islandés, recorre las facultades universitarias de su país pidiendo a los jóvenes que no emigren». Sobran más comentarios.
No somos inmunes a la crisis
Movidos por un cortoplacista interés electoral, nuestros gobernantes nacionalistas nos insisten en un mensaje peligroso: en Euskadi no sufrimos la crisis como en España porque somos distintos y desde luego mejores. Es evidente que el pinchazo inmobiliario nos afecta menos, pero no es verdad que no nos afecte. Tenemos suspensiones de pagos, morosidad y un parón en la construcción que no son despreciables. Es evidente que en los últimos quince años la actividad productiva vasca se ha diversificado notablemente y estamos desarrollando un sector de I+D+i muy interesante. Pero creer que eso va a evitar la crisis de la automoción y de la máquina-herramienta, y de los sectores manufactureros en general de la industria vasca, es engañarse y engañar. Al PSOE se le echa en cara -y con bastante razón, podría añadirse- no haber hecho un diagnóstico más realista de la crisis en la primavera de 2008. Algunos mensajes que escuchamos al lehendakari, hoy, pecan del mismo intencionado y peligroso optimismo.
Responsabilidad es la palabra
Vienen tiempos de esfuerzo colectivo. Las familias, en último término, acogeremos la solidaridad interna y el colchón en el que amortiguar las derivadas humanas de la crisis. Pero antes, al conjunto del país le corresponde afrontar la situación con una actitud de responsabilidad colectiva. A los gobernantes y a los partidos los primeros, desde la austeridad y el pacto en las políticas públicas. Nunca como ahora ha sido más necesario el acuerdo político entre partidos y entre Gobierno y oposición, en los presupuestos, en las medidas económico-financieras y en el discurso ante la crisis. La gente reclama a sus dirigentes que respondan juntos a «la feroz urgencia del momento», como decía M. L. King. Un llamamiento a la responsabilidad que debemos extender a empresarios, sindicatos, ejecutivos de empresas y comités, agentes y entidades financieras, redes y organizaciones sociales.
Frente a la exclusión, todos debemos responder con esfuerzo colectivo y responsabilidad social. No hace tanto que superamos crisis muy duras. En los años ochenta, la reconversión industrial. A principios de los noventa, un aumento del paro a cifras escandalosas superiores al 20%. Sabemos y podemos salir de ésta. Todos tenemos cerca ejemplos de esfuerzos colectivos (véase el cooperativismo de Mondragón) para superar estos graves momentos con responsabilidad compartida. Pues ése debería ser el mensaje, y no el autobombo y el aislacionismo.
El Correo, 22.11.2008.