La izquierda es popular por naturaleza. Pero la izquierda populista no es izquierda. Es populismo de izquierdas. El contenido principal de esa política es la retórica, la demagogia, el engaño masivo y 'de izquierdas' es adjetivo del sustantivo populismo. Viendo dos noticias de la Prensa estos días pasados, aclaramos con dos imágenes esta pequeña disquisición conceptual. En una de ellas, Chávez, el presidente venezolano, en el último mitin de su campaña para aprobar un referéndum que afortunadamente ha perdido, anunciaba a voz en grito la posible nacionalización de los dos grandes bancos españoles en su país, si el Rey no se disculpaba con él. El mismo día, Lula, presidente de Brasil, prometía a un millón de habitantes de la Favela de Río, la legalización de sus pobres propiedades y la inversión de 15.000 millones de euros para llevar agua y saneamiento y accesos a esas casas. Lula es de izquierdas y Chávez es un populista de izquierdas que lo único que sabe de tan noble término político es su ubicación física.
El incidente con el Rey de España sirvió a Chávez para hacer una demagógica e hipernacionalista campaña en su dudoso referéndum, democráticamente hablando. Pero, más allá de tan detestables recursos para el engaño y el nepotismo, la pregunta es: ¿qué está haciendo este hombre con su pueblo? ¿Cómo está aprovechando el precio del petróleo a cien dólares, para modernizar Venezuela y colocarla en la competitividad mundial? ¿En qué está invirtiendo un presupuesto público que se ha multiplicado por tres en pocos años, por la creciente entrada de petrodólares en las arcas públicas? Lamentablemente y a pesar del crecimiento de la economía venezolana, en gran parte impulsado por el incremento del consumo interior, derivado a su vez del precio del petróleo, todas estas preguntas y otras muchas tienen una misma respuesta: nada serio se está haciendo.
No quiero creer que el staff político del país está corrompido. Escucho a directivos de empresas que trabajan allí contar cosas demasiado graves y paso sobre ellas porque no tengo datos suficientes como para darles carta de naturaleza. Supongamos que no, que se trata de un país sin corrupción y analicemos ahora su política. No se conocen grandes apuestas de inversión pública por modernizar sus infraestructuras. No se están mejorando los sistemas educativos y universitarios para tener gente cualificada capaz de producir competitivamente en el mundo. No se atraen empresas y con ellas capitales y tecnologías con las que asentar un tejido productivo que genere empleo. No se plantean políticas de reforma fiscal para hacer que paguen quienes no lo hacen y que paguen más quienes más tienen. El petróleo sigue siendo el 80% de los ingresos públicos. No, nada de todo eso que es izquierda, se está haciendo. Quizás se reparten subsidios a los más pobres, que acaban produciendo un consumismo exagerado en la ciudad de Caracas donde se agotan los televisores de plasma y el whisky, pero, me pregunto ¿es eso socialismo? ¿Qué es la revolución bolivariana sino un nacionalismo barato y del pasado, basado como todos los nacionalismos, en la exaltación demagógica de virtudes colectivas y la culpabilización mentirosa de todos los males al enemigo exterior? Chávez reparte sus excedentes generosamente a Cuba, a Nicaragua y a Bolivia y busca así ejercer de gran líder revolucionario de lo que llama ampulosamente socialismo del sigo XXI. Es penoso que a eso se le llame izquierda.
Lula era un sindicalista y ganó el poder con su partido de izquierda -el partido de los trabajadores- en Brasil, hace ahora seis años. Brasil tiene enormes bolsas de pobreza a lo largo de un país inmenso y desigual. Pero Lula ha tenido muy claro, desde el primer día, que el futuro de su inmensa población (cerca de 190 millones de habitantes) pasa por cambiar el viejo modelo económico de Latinoamérica consistente en exportar al mundo materias primas e importar tanto o más de productos de consumo, empobreciendo así al país, al tiempo que expulsan los capitales hacia fondos financieros en países estables y negocios de inversión rentables. Lula está construyendo un país moderno, creando confianza en el sistema financiero nacional e internacional, atrayendo a capital y empresas multinacionales, al tiempo que asegura una macroeconomía saneada en crecimiento de PIB y empleo. Su prolongada apuesta por la suficiencia energética, ya sea con el bioetanol o con la búsqueda de petróleo y gas, ha sido recompensada además con el descubrimiento de una inmensa bolsa de hidrocarburos en el océano, a más de trescientos kilómetros de Sao Paulo, en la costa sur brasileña, a más de dos mil metros de profundidad, bautizada con el nombre de Tupí. No es de extrañar por ello que Lula, emocionado ante tal hallazgo, exclamara en la cumbre chilena de Latinoamérica del pasado noviembre en la que anunció tal descubrimiento: «este hallazgo prueba que Dios es brasileño».
Pero Lula está haciendo esta política pragmática con discreción y sentido del tiempo y del espacio en el que vive. Para empezar ha reforzado la democracia y sus reglas, huyendo de toda tentación de abuso y nepotismo del poder, cortando de raíz los escándalos de corrupción de su partido al comienzo de su mandato. Además ha aplicado con éxito programas de redistribución social muy notables: 'hambre-cero' o 'bolsa-escuela' y está reforzando su poderío militar, consciente del papel estratégico de su defensa y de sus funciones como árbitro internacional en el cono sur latinoamericano. Ha ganado limpiamente sus segundas elecciones democráticas y puede muy bien ganar las próximas, dando así continuidad a este ambicioso proyecto.
Ustedes perdonarán la referencia, pero a mí, Lula me recuerda mucho al Felipe González español de los ochenta. Aquél que tenía que consolidar la democracia después del golpe de Estado de Tejero, hacer la reconversión industrial, modernizar la economía del país, entrar en Europa y hacer las autonomías, entre otras muchas urgencias. Fue durísimo pero fueron aquellos años los que aseguraron el progreso de España con crecimientos del 6% del PIB cuando ingresamos en la UE en 1986. Nada de todo lo mucho y bueno que hemos hecho en los noventa y del espectacular progreso español desde hace más de diez años, habría sido posible si en aquellos decisivos años hubiéramos mirado hacia otro lado ante los problemas de la economía española y nos hubiéramos dejado deslizar por la tentadora y peligrosa rampa del populismo.
Yo creo que eso es política de izquierdas. Aceptar el libre mercado en el terreno económico es obligado porque no hay alternativa ideológica conocida al funcionamiento y al progreso económico en la globalización. Lo que hemos conocido como modelo de nacionalización y planificación estatal, ha fracasado como es bien sabido. La izquierda necesita una economía en crecimiento y pleno empleo para hacer posible su proyecto redistribuidor de justicia e igualdad de oportunidades. Algunos desprecian la tarea transformadora del modelo socialdemócrata de redistribución, pero no se han conocido sociedades más justas en libertad, más iguales en oportunidades y más protegidas contra la exclusión. Basta salir de Europa para verlo y sufrirlo.
Volviendo al principio. Latinoamérica es un enorme continente, desde Río Bravo hasta Bariloche, lleno de necesidades y de oportunidades. Con unas poblaciones castigadas por el fracaso de la política y de sus políticos a lo largo de decenios. Más de doscientos millones de personas con pobreza extrema, enormes desigualdades sociales, casi ochenta millones de seres sin servicio de agua corriente. Pero al mismo tiempo unas generaciones de gente joven, preparada y con ganas de trabajar y salir adelante. La pregunta es con qué política, con qué modelo económico, con qué líderes. Lula es la esperanza de una izquierda que ha ganado la mayoría democrática de esos países. Lula es la izquierda posible. Lo otro, es verborrea demagógica. Es populismo y mentira.