Decía Camus que «la paz es la única causa por la que merece la pena morir». Es un buen preámbulo para explicar, en términos generales, la iniciativa del presidente Zapatero en torno al fracasado proceso de paz. ¿Se equivocó al iniciarlo? ¿Lo ha conducido con acierto? ¿Morirá (políticamente se entiende) en ese intento, por esa causa? Me gustaría ofrecerles una reflexión crítica sobre lo ocurrido evitando en lo posible el natural sesgo partidario en el análisis.
Estamos recibiendo visiones antagónicas del proceso, casi todas simplificadas y maniqueas. Una de ellas es la que parte de 2004 con una ETA cuasiderrotada que emerge ahora, tres años después, rearmada y fortalecida por el oxígeno recibido de un proceso lleno de concesiones y errores del Gobierno. Es muy fácil desbaratarla. Ni estaban derrotados a comienzos de 2004, ni ahora son más fuertes. Vuelven al terror, sí, pero seamos prudentes y desde una mirada serena, con perspectiva histórica, coincidiremos en la lenta agonía de su existencia. Tampoco cabe una lectura triunfalista que destaca los cuatro años transcurridos con 'sólo' dos muertos y exagera la importancia de las disidencias internas de la izquierda abertzale o de la propia ETA. En mi opinión, nuestro análisis después de la batalla debe hacerse constatando avances y retrocesos, cambios a mejor y otros no tanto y sobre todo extrayendo lecciones que todos, repito todos, debemos extraer de lo acontecido.
Decía el presidente del Gobierno en el Comité Federal del PSOE del sábado pasado que había puesto «montañas de esfuerzo personal en este intento». Me consta. Se ha dedicado en cuerpo y alma y ha sufrido una notable decepción. La primera, el 30 de diciembre, pocas horas después de su optimista anuncio para 2007. Quizás por ello, quien antes que nadie ha aprendido una buena lección sea precisamente Zapatero, y ésta es la de conocer mejor a esta gente de ETA y Batasuna. A lo largo de estos años me ha sorprendido el tesón con el que el presidente sostenía el proceso. Es más, he admirado la intención con la que insuflaba confianza en la paz y la valentía de sus mensajes hacia el entorno violento. ¿Le han engañado? No lo creo, pero hoy los conoce mejor que ayer, sin duda. Primera lección.
En la misma línea, procede reflexionar sobre un objetivo que ha estado siempre en las estrategias de la paz: conseguir que Batasuna arrastre a ETA hacia la política. Convencidos de que los dirigentes de la izquierda abertzale quieren que esto acabe, hemos dedicado ingentes esfuerzos a 'convencerles' de su papel mediador y protagonista en la solución. Pero, una vez más -y son innumerables-, se ha puesto de manifiesto con claridad meridiana que es ETA la que manda, y que utiliza a Batasuna como simple recadista de sus decisiones. Mirando hacia atrás, resultan patéticas las imágenes de Anoeta 2004, el ramo de olivo, las dos mesas y toda la liturgia legitimadora desplegada por los ingeniosos dirigentes de Batasuna durante estos años. ETA se ha cargado toda su alambicada arquitectura sobre las mesas negociadoras, toda su calculada ambigüedad semántica de la violencia, todas sus pretensiones políticas personales y colectivas. ETA manda y al final, como siempre, las pistolas imponen su lenguaje. ¿Qué hacer, pues, con Batasuna y la izquierda abertzale, si de nada sirven los diálogos y las conversaciones con sus dirigentes? Es más, si ni siquiera ayudan a la paz, ¿quedan todavía dudas sobre su ilegalización, mientras sus jefes nos matan a los demás?
La tercera lección es de democracia básica. Es el alfa y omega del fin de la violencia. ETA y la izquierda abertzale, incluidos sus votantes, no han aprendido que sus objetivos políticos sólo serán posibles en paz y en libertad y que la democracia no pagará precios políticos a su chantaje. Ni con Navarra, ni con la autodeterminación, ni con nada. La irrupción de ETA en el diálogo del año 2006 ha sido evidente y abrupta. Evidente porque de nuevo son sus planteamientos maximalistas ya conocidos los que rompen el proceso, y abrupta porque, presos de su lógica militarista, colocan la bomba en Barajas para «avanzar en su negociación».
Dos son las lecciones que cabe extraer de estos hechos: la primera es que la tregua se la cargan cuando les interesa, otorgando un carácter táctico a sus promesas de cese de la violencia, aunque se llame 'alto el fuego permanente' y arruinando, espero que para siempre, sus treguas como condición del diálogo. La segunda es que éste, el diálogo, sigue anclado en unas pretensiones ilegítimas, por antidemocráticas y por ilegales. Con ellos no cabe más diálogo que el dirigido a resolver las circunstancias humanas y operativas de la disolución de la banda, tal como ha quedado dicho desde Ajuria Enea en 1988 y tal como ha quedado demostrado también, en este proceso, roto precisamente por eso.
De todo ello se desprende lo que para mí es materia principal de un nuevo pacto de todas las fuerzas democráticas contra ETA. Además de los principios de actuación suprapartidaria (una de las cosas que no ha sido cumplida en esta ocasión y de las más graves en estos años), además de los instrumentos de lucha contra la banda y de los mensajes unitarios que ese tipo de pactos trasladan a la sociedad y a los violentos, el próximo pacto debe clarificar las condiciones, del cuándo, el para qué y los límites del diálogo con ETA, a efectos de su disolución.
Por último y aunque soy consciente de que faltan todavía lecturas que nos enseña este pasado, resulta obligado reflexionar sobre la manera en que se ha desarrollado este proceso. Honradamente, no ha podido ser peor. La durísima oposición que ha hecho el PP al Gobierno, en mi opinión, no es admisible. No hay justificación alguna. Ha podido haber errores en la gestión del proceso para con el PP. ¿Lo fue la aprobación de la resolución parlamentaria de mayo de 2005 sin su consenso? ¿Lo pudo ser el anuncio de la reunión PSE-Batasuna en pleno debate del Estado de la Nación de 2006, cuando se había pactado no polemizar sobre el proceso? Quizás las relaciones personales del presidente y Rajoy reclamaban alguna mediación. Pero nada de todo eso y mil agravios más merecía una oposición política tan brutal, manipuladora y desleal como la que ha hecho el PP al Gobierno y a su presidente. Me pregunto, sin embargo, si visto lo visto, un Gobierno de España puede iniciar una andadura tan compleja y delicada como ésta, sin el concurso de su principal oposición. La pregunta es peligrosa porque, de responderla negativamente, estaremos otorgando un derecho de veto a la oposición en un tema fundamental de la política nacional, para la que el Gobierno está legitimado y democráticamente mandatado con el apoyo de la mayoría gubernamental.
Todo ello me lleva a recomendar una doble fase en la recuperación del consenso antiterrorista. Por ser pragmático, creo que debemos acordar hoy un pacto de unidad frente a ETA que nos permita responder unidos a sus atentados, que traslade un mensaje unívoco de la democracia vasca y española a los ciudadanos en términos de confianza institucional y que a su vez responda a su probable ofensiva con un claro y rotundo: 'Perded toda esperanza'.
Más tarde, quizás después de las elecciones, debemos recomponer la estrategia para vencer definitivamente a ETA y acordar entre todos los partidos, puntos y problemas más delicados que atañen al diálogo sobre su disolución. Pero para eso falta un tiempo. (El Correo, 14/06/2007)
Estamos recibiendo visiones antagónicas del proceso, casi todas simplificadas y maniqueas. Una de ellas es la que parte de 2004 con una ETA cuasiderrotada que emerge ahora, tres años después, rearmada y fortalecida por el oxígeno recibido de un proceso lleno de concesiones y errores del Gobierno. Es muy fácil desbaratarla. Ni estaban derrotados a comienzos de 2004, ni ahora son más fuertes. Vuelven al terror, sí, pero seamos prudentes y desde una mirada serena, con perspectiva histórica, coincidiremos en la lenta agonía de su existencia. Tampoco cabe una lectura triunfalista que destaca los cuatro años transcurridos con 'sólo' dos muertos y exagera la importancia de las disidencias internas de la izquierda abertzale o de la propia ETA. En mi opinión, nuestro análisis después de la batalla debe hacerse constatando avances y retrocesos, cambios a mejor y otros no tanto y sobre todo extrayendo lecciones que todos, repito todos, debemos extraer de lo acontecido.
Decía el presidente del Gobierno en el Comité Federal del PSOE del sábado pasado que había puesto «montañas de esfuerzo personal en este intento». Me consta. Se ha dedicado en cuerpo y alma y ha sufrido una notable decepción. La primera, el 30 de diciembre, pocas horas después de su optimista anuncio para 2007. Quizás por ello, quien antes que nadie ha aprendido una buena lección sea precisamente Zapatero, y ésta es la de conocer mejor a esta gente de ETA y Batasuna. A lo largo de estos años me ha sorprendido el tesón con el que el presidente sostenía el proceso. Es más, he admirado la intención con la que insuflaba confianza en la paz y la valentía de sus mensajes hacia el entorno violento. ¿Le han engañado? No lo creo, pero hoy los conoce mejor que ayer, sin duda. Primera lección.
En la misma línea, procede reflexionar sobre un objetivo que ha estado siempre en las estrategias de la paz: conseguir que Batasuna arrastre a ETA hacia la política. Convencidos de que los dirigentes de la izquierda abertzale quieren que esto acabe, hemos dedicado ingentes esfuerzos a 'convencerles' de su papel mediador y protagonista en la solución. Pero, una vez más -y son innumerables-, se ha puesto de manifiesto con claridad meridiana que es ETA la que manda, y que utiliza a Batasuna como simple recadista de sus decisiones. Mirando hacia atrás, resultan patéticas las imágenes de Anoeta 2004, el ramo de olivo, las dos mesas y toda la liturgia legitimadora desplegada por los ingeniosos dirigentes de Batasuna durante estos años. ETA se ha cargado toda su alambicada arquitectura sobre las mesas negociadoras, toda su calculada ambigüedad semántica de la violencia, todas sus pretensiones políticas personales y colectivas. ETA manda y al final, como siempre, las pistolas imponen su lenguaje. ¿Qué hacer, pues, con Batasuna y la izquierda abertzale, si de nada sirven los diálogos y las conversaciones con sus dirigentes? Es más, si ni siquiera ayudan a la paz, ¿quedan todavía dudas sobre su ilegalización, mientras sus jefes nos matan a los demás?
La tercera lección es de democracia básica. Es el alfa y omega del fin de la violencia. ETA y la izquierda abertzale, incluidos sus votantes, no han aprendido que sus objetivos políticos sólo serán posibles en paz y en libertad y que la democracia no pagará precios políticos a su chantaje. Ni con Navarra, ni con la autodeterminación, ni con nada. La irrupción de ETA en el diálogo del año 2006 ha sido evidente y abrupta. Evidente porque de nuevo son sus planteamientos maximalistas ya conocidos los que rompen el proceso, y abrupta porque, presos de su lógica militarista, colocan la bomba en Barajas para «avanzar en su negociación».
Dos son las lecciones que cabe extraer de estos hechos: la primera es que la tregua se la cargan cuando les interesa, otorgando un carácter táctico a sus promesas de cese de la violencia, aunque se llame 'alto el fuego permanente' y arruinando, espero que para siempre, sus treguas como condición del diálogo. La segunda es que éste, el diálogo, sigue anclado en unas pretensiones ilegítimas, por antidemocráticas y por ilegales. Con ellos no cabe más diálogo que el dirigido a resolver las circunstancias humanas y operativas de la disolución de la banda, tal como ha quedado dicho desde Ajuria Enea en 1988 y tal como ha quedado demostrado también, en este proceso, roto precisamente por eso.
De todo ello se desprende lo que para mí es materia principal de un nuevo pacto de todas las fuerzas democráticas contra ETA. Además de los principios de actuación suprapartidaria (una de las cosas que no ha sido cumplida en esta ocasión y de las más graves en estos años), además de los instrumentos de lucha contra la banda y de los mensajes unitarios que ese tipo de pactos trasladan a la sociedad y a los violentos, el próximo pacto debe clarificar las condiciones, del cuándo, el para qué y los límites del diálogo con ETA, a efectos de su disolución.
Por último y aunque soy consciente de que faltan todavía lecturas que nos enseña este pasado, resulta obligado reflexionar sobre la manera en que se ha desarrollado este proceso. Honradamente, no ha podido ser peor. La durísima oposición que ha hecho el PP al Gobierno, en mi opinión, no es admisible. No hay justificación alguna. Ha podido haber errores en la gestión del proceso para con el PP. ¿Lo fue la aprobación de la resolución parlamentaria de mayo de 2005 sin su consenso? ¿Lo pudo ser el anuncio de la reunión PSE-Batasuna en pleno debate del Estado de la Nación de 2006, cuando se había pactado no polemizar sobre el proceso? Quizás las relaciones personales del presidente y Rajoy reclamaban alguna mediación. Pero nada de todo eso y mil agravios más merecía una oposición política tan brutal, manipuladora y desleal como la que ha hecho el PP al Gobierno y a su presidente. Me pregunto, sin embargo, si visto lo visto, un Gobierno de España puede iniciar una andadura tan compleja y delicada como ésta, sin el concurso de su principal oposición. La pregunta es peligrosa porque, de responderla negativamente, estaremos otorgando un derecho de veto a la oposición en un tema fundamental de la política nacional, para la que el Gobierno está legitimado y democráticamente mandatado con el apoyo de la mayoría gubernamental.
Todo ello me lleva a recomendar una doble fase en la recuperación del consenso antiterrorista. Por ser pragmático, creo que debemos acordar hoy un pacto de unidad frente a ETA que nos permita responder unidos a sus atentados, que traslade un mensaje unívoco de la democracia vasca y española a los ciudadanos en términos de confianza institucional y que a su vez responda a su probable ofensiva con un claro y rotundo: 'Perded toda esperanza'.
Más tarde, quizás después de las elecciones, debemos recomponer la estrategia para vencer definitivamente a ETA y acordar entre todos los partidos, puntos y problemas más delicados que atañen al diálogo sobre su disolución. Pero para eso falta un tiempo. (El Correo, 14/06/2007)