En el desconcierto internacional que nos rodea, destaca con particular oscuridad el conflicto de Kosovo en el hervidero balcánico. La implosión de la ex Yugoslavia ha convertido la vieja república de la cogestión en una especie de matriohska (muñeca rusa) de la que surgen nuevos Estados, cada vez más pequeños, sin que sepamos muy bien cuántos quedan por aflorar.
Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro, Bosnia? quizás Kosovo. Y por supuesto, Serbia. Quizás por ello, en Belgrado, los resignados serbios hacen chistes sobre su país, comparándolo con un teléfono móvil, que compite cada día por hacerse más pequeño.
Escuché en Estrasburgo, en el Consejo de Europa, hace unos días, a M. Martti Ahtisaari, el ex primer ministro finlandés, enviado especial de la ONU para negociar una solución a este enclave albanés en el corazón de Europa. Debo confesar que su intervención me dejó frío, aunque era previsible que sus anuncios los haga a los países que tutelan el proceso, el grupo de contacto (Alemania, Francia, Italia, Reino Unido, EEUU y Rusia) en los primeros días de febrero, tal como estaba previsto. Los próximos días, el negociador internacional presentará a serbios y kosovares su propuesta. En los siguientes meses intentará un acuerdo con ellos que pueda ser avalado por la Comunidad Internacional. No parece tarea fácil.
Kosovo es territorio serbio, sin ningún género de dudas. Es más, guarda para Serbia importantes referencias simbólicas, religiosas e históricas, que proceden de hechos históricos muy significativos y monumentos religiosos muy venerados. Desde principios del siglo XX, una marea humana de inmigración albanesa se ha ido haciendo mayoritaria en la población de esa región, hasta llegar al 90% actual frente a una minoría Serbia del 10%. Es sabido que la locura de Milosevic provocó un genocidio expulsando a más de 600.000 kosovares a Albania, en una guerra que generó 10.000 muertos del lado kosovar y mil en el lado serbio.
La intervención de la OTAN y los bombardeos aliados contra el ejército de Milosevic y Belgrado pusieron fin al éxodo. Una fuerza militar de la OTAN asegura la paz y la convivencia en Kosovo. Pero, ¿qué convivencia es posible? El odio interétnico y la venganza recíproca han provocado que más de cien mil serbios que vivían en Kosovo hayan abandonado la región y rehecho su vida en Serbia. Otros cien mil serbios permanecen en Kosovo, pero viven asediados por una mayoría kosovar que no les quiere, mientras la comunidad internacional busca una solución a una región que nunca en la historia fue un Estado, cuyo territorio pertenece indiscutiblemente a otro y cuya población quiere independizarse, muy mayoritariamente, por no decir casi unánimemente.
Mala situación económica
Las condiciones socioeconómicas son penosas, Kosovo es una de las regiones más pobres de Europa, con una renta per cápita de 1.560 dólares, el 37% de la población en niveles de pobreza y el 15% en pobreza extrema. Una tasa de paro del 40% y del 70% entre las minorías. La mayor parte de la población demandante de empleo tiene entre 25 y 39 años. Desde los años 90, los servicios de educación y sanidad yugoslavos abandonaron a la población albanesa.
La comunidad internacional está dividida y perpleja. Obligada a buscar una solución que devuelva la estabilidad a los Balcanes, pero agobiada por las enormes consecuencias de todo orden que se derivan de cualquiera de las soluciones.
Una autonomía política para Kosovo dentro de Serbia sería la mejor solución, pero todo el mundo sabe que no será solución. “Kosovo no es un problema de territorio o de fronteras ?decía un diputado británico, durante el debate del Consejo de Europa?, es un problema de gente, de ciudadanos, que ocupan un territorio serbio, pero no son y no quieren ser serbios”. La independencia de Kosovo, obtenida, pongamos a través de un referéndum, desencadenaría enormes problemas sucesivos. En un artículo publicado en julio pasado en el Washington Post por el primer ministro serbio Kostunica, señalaba cuatro reflexiones imprescindibles:
· Privar a un Estado soberano de una parte de su territorio para satisfacer las aspiraciones de independencia de un “grupo étnico que amenaza con recurrir a la violencia” no tiene ningún fundamento en Derecho Internacional y es “moralmente e históricamente inaceptable.”
· La independencia de Kosovo “sería considerada como un precedente que haría nacer reivindicaciones análogas en otros lados”.
· Un Kosovo independiente podría ser foco de tensiones crónicas en la región, ya que se podrían formular nuevas reivindicaciones territoriales. La provincia no es viable económicamente y además abrigaría un reducto de criminalidad organizada.
· Y sobre todo, la independencia de Kosovo pondría en peligro la democracia en Serbia. Cito: “Recordemos que Serbia se ha liberado de su régimen comunista a un precio de gran esfuerzo y considerables riesgos. El país que a todos los efectos es democrático, ¿podría sobrevivir a la amputación forzosa del 15% de su territorio?”.
Las elecciones, democráticas, de Serbia, del pasado día 20 de enero, han producido un nuevo y delicado equilibrio. Las fuerzas ultranacionalistas y antieuropeas han vuelto a obtener un 25% de los votos, aunque no podrán impedir un gobierno de coalición pro europea. Pero la independencia de Kosovo provocará sin duda graves desequilibrios en Serbia y el enorme esfuerzo que estamos haciendo para incorporar a los Balcanes a Europa y para estabilizar definitivamente esa zona tumultuosa pueden ir al fracaso.
Por último, no debemos olvidar que la independencia de Kosovo generará alteraciones en las soluciones nacionales de la zona. Me explico. Los serbios de la República Srpska (Bosnia-Herzegovina) pedirán su marcha y su incorporación a Serbia. La minoría albanesa del sur de Serbia, en el Valle de Presevo, se complicará notablemente y podrá producir otro movimiento migratorio masivo.
Como se ve y como ocurre en política muchas veces, no hay soluciones buenas. Todas son malas. ¿Qué hará Martti Ahtisaari? Yo creo que acabará proponiendo un estatus especial para Kosovo, especie de autonomía cuasi independiente bajo soberanía internacional (incluyendo Serbia) como tránsito a un modelo abierto al futuro. Durante este tránsito, las fuerzas internacionales garantizarán el orden y la UE arbitrará los conflictos internos. La autonomía de Kosovo será total respecto a Serbia, pero se garantizarán los derechos de la comunidad serbia agrupados en siete municipios-región interna y se protegerá el legado histórico, religioso y cultural serbio. En definitiva, una especie de protectorado internacional.
En el comienzo del siglo XXI, en plena globalización económica, es el siglo de las migraciones masivas, de las sociedades multiétnicas, del melting pot urbano, seguimos prisioneros de nuestras raíces. Envenenados por los dioses de la etnia y por los odios de la historia. Me pregunto con frecuencia si seremos capaces de organizar el mundo sobre otras bases y valores. Reivindico de la política una organización más racional, más adecuada a los problemas, más capaz de construir sociedades libres, tolerantes, capaces de la convivencia en la diversidad. Mirando a los Balcanes, observando el desastre del Cáucaso y sufriendo a algunos de nuestros nacionalismos, ¿podemos ser optimistas?