Hay un corpus doctrinal, una ideología que vertebra todos los episodios y cambios que creíamos esporádicos y reversibles. ¿Cuáles son los rasgos de esa ofensiva que bien podemos llamar neoreaccionaria?
No se trata solo de
Trump. No te consueles pensando que dentro de tres años se irá definitivamente y esta ola será solo un mal recuerdo. El telón de fondo de todo lo que está sucediendo en el ámbito geopolítico e ideológico, en los valores que presiden nuestra convivencia y en la crisis democrática que sufren nuestros estados de derecho, es más profundo y serio que lo que imaginábamos hace solo unos meses.
Hay un corpus doctrinal, una ideología que vertebra todos los episodios y cambios que creíamos esporádicos y reversibles. ¿Cuáles son los rasgos de esa ofensiva que bien podemos llamar neoreaccionaria?
El nacionalismo
Todos los populismos son nacionalistas. «El futuro es de los patriotas, no de los globalistas», dijo hace ya algunos años Donald Trump. Late en el fondo de sus corazones un sentimiento nacional, una recuperación de las glorias y hazañas, reales o inventadas, para alimentar ese orgullo identitario, ese sentimiento de pertenencia, ese pretendido supremacismo.
«America First» es el eslogan que materializan, día sí día también, todas las políticas norteamericanas, que permea, como el agua, hacia otras latitudes y circunstancias. Es una idea pequeña y arcaica del mundo, que les constriñe en las coordenadas sentimentales de lo propio y conocido, al tiempo que generan rechazo a lo ajeno y a los ajenos, apropiándose, claro, de símbolos comunes y manipulando la historia para regodearse en el pasado.
El rechazo al multilateralismo, al Derecho internacional y a la gobernanza democrática del mundo
También aquí Estados Unidos ejemplifica y lidera este impulso a la fuerza, a la acción unilateral, al desprecio a las instituciones internacionales, al rechazo de los acuerdos multilaterales, construyendo así un mundo pilotado por nuevos imperios militares, económicos o tecnológicos. La congelación de organismos multilaterales como la Organización Mundial de Comercio (OMC), la Organizacion Mundial de la Salud (OMS) y el papel secundario y totalmente dependiente de Naciones Unidas y sus agencias son solo una parte de ese nuevo «desorden». La violación constante del derecho internacional por acciones de fuerza que afectan a la soberanía o a los derechos humanos se acepta ya como hechos consumados naturales de quien posee los medios tecnológicos o militares para ello.
Asusta pensar en un mundo regido por esos medios y por una multipolaridad desordenada, sobre todo al comprobar que grandes causas humanas (la cooperación, la paz, los derechos humanos, las migraciones, las regulaciones éticas de la digitalización y tantas otras) están pendientes de acuerdos multilaterales como lo fueron el acuerdo de París contra el cambio climático o la agenda 2030 para el desarrollo sostenible.
El rechazo a los inmigrantes
Vivimos en una paradoja insoportable: necesitamos
inmigración, pero no la queremos. Nuestros hogares, nuestras fábricas, nuestros huertos, necesitan inmigrantes, pero una parte de nuestras opiniones públicas expresan crecientes rechazos a los extranjeros. Tenemos un mundo abierto en la información y en la comunicación: todos vemos todo y todos viajamos a cualquier punto del globo, pero a ellos, a los inmigrantes, les cerramos las fronteras. Incluso la ola neoliberal que se abrió al mundo y a la globalización productiva a finales del siglo pasado pretende ahora cerrar sus espacios productivos a una movilidad humana que era consustancial a aquella apertura que ellos mismos provocaron. La ofensiva reaccionaria se alimenta de estos temores, de este rechazo egoísta y paradójico de nuestras sociedades, alimentando, a veces conscientemente, otras veces indirectamente, actitudes de odio y racismo hacia otras etnias o religiones y construyendo sobre ellos el principal vector de un extraordinario apoyo electoral.
El rechazo a una Europa más integrada
Este es un rasgo propio, no importado de Estados Unidos. Un 26% de los partidos representados en el Parlamento Europeo responde a una idea profunda que ve la integración europea, es decir, el avance hacia una mayor unidad estratégica y política de la Unión, como un peligro para su identidad nacional, y rechaza el camino que demandan nuestro mercado interior, nuestra autonomía estratégica, nuestra defensa y nuestro papel en el mundo.
Es una contradicción insalvable con los intereses europeos, hasta el punto de que en algunos países donde esos sentimientos antieuropeos son más fuertes están elaborando planes para refundar la Unión como una simple unión intergubernamental en la que se deberían «renacionalizar competencias y recortar poderes de las instituciones comunitarias». Esas pretensiones son literal y directamente antagónicas a los informes Draghi y Letta, a los esfuerzos por agilizar la toma de decisiones eliminando la unanimidad, a la imprescindible creación de una defensa y una industria militar europeas, en definitiva a la construcción de la Europa federal que necesitamos. Desgraciadamente, la Europa nacionalista gobierna en Italia, Hungría y Eslovaquia, participa en los gobiernos de Finlandia, Suecia, Países Bajos y quizás pronto Chequia y amenaza hacerlo en Francia y Polonia. Este es el verdadero dilema europeo.
El rearme religioso del Estado sobre bases y códigos morales tradicionales del cristianismo
El laicismo, la aconfesionalidad del Estado, la secularización de las instituciones fue avanzando a lo largo del siglo XX en todo el mundo occidental. Pero la presencia de oraciones o pastores-sacerdotes en reuniones de gobierno y otras simbologías de cristianismo han ido apareciendo en los espacios públicos, en el seno del conflicto de civilizaciones con el que el gobierno de Estados Unidos reaccionó al atentado de las Torres Gemelas.
Hoy se expresan unidas a una concepción antigua y conservadora de algunas de las grandes controversias morales surgidas del feminismo, de los derechos de la mujer, de la concepción familiar y de la libertad en general. El código moral de los nuevos líderes antiwoke se opone al aborto, reivindica una concepción cerrada de la familia y del matrimonio, cuestiona el papel de la mujer en la vida social y limita la libertad sexual persiguiendo y penalizando las identidades personales de esa naturaleza.
La restricción de las libertades
En el fondo de esta ola persiste el viejo miedo a la libertad que caracterizó a muchos movimientos conservadores. Tres vectores explican este rasgo:
a. Las restricciones a las libertades públicas y a los derechos personales frente a la seguridad como tótem indiscutible. Por ejemplo, El Salvador, o el despliegue del Ejército en las calles de algunas ciudades americanas o las prohibiciones legales de múltiples expresiones liberales en Europa. El mundo está lleno de autocracias que limitan y persiguen las libertades de expresión, manifestación y reunión.
b. Las medidas legales contra usos y costumbres, casi siempre consecuencia de creencias religiosas distintas de las nacionales. Este es un tema delicado y confuso, pero basta simplemente señalarlo como referencia negadora de la libertad de los diferentes.
c. La preocupante interpretación que se está produciendo en tribunales internacionales restringiendo el valor y el imperio de los Derechos Humanos como base inapelable y universal de la dignidad humana.
El negacionismo del cambio climático y de las políticas para evitarlo o reducir sus efectos
El abandono de los
acuerdos de París por parte de Estados Unidos y las resistencias empresariales a los compromisos medioambientales de reducción de emisiones de CO2 están disparando el negacionismo climático. Unas veces rechazando las evidencias científicas al respecto. Otras, tratando de atenuar o diluir sus consecuencias.
La admiración por los «hombres fuertes»
Muchos de los que abandonan su fe en la democracia y defienden abiertamente las autocracias admiran la verticalidad decisoria, la capacidad negociadora, la autoridad incontestable de los nuevos líderes del mundo. Hay una creciente admiración por estos «hombres fuertes», que acompañan su poder de estructuras jerarquizadas y autoritarias. En la nueva ola reaccionaria se acompaña esta admiración con argumentos que pretenden explicar la necesidad de estos nuevos «monarcas» o «CEOs», en un mundo inmediato y concatenado que exige esta autoridad jerárquica frente a las complejidades y lentitudes de la democracia misma.
El liderazgo en esta teoría de los oligarcas tecnológicos americanos, dueños, por otra parte, de las más influyentes y poderosas empresas del mundo, hace de esta amenaza el mayor peligro a las democracias y a los Estados de Derecho. Peligro que se agrava dadas sus coincidencias y convergencias con los ideólogos del Kremlin en su ofensiva antieuropea. La popularidad de muchos de los líderes iliberales actuales en todo el planeta responde a esta concepción utilitaria y supuestamente eficaz de su gestión jerárquica y autoritaria.
Publicado en revista Ethic, 7/11/2025