24 de marzo de 2025

¡Es la democracia, ciudadanos! ¡Es Europa, compatriotas!

Trump ha entrado como elefante en cacharrería en la crisis democrática y en un mundo desordenado y ha acelerado las tendencias de fondo llevándolas hacia su paroxismo, hacia sus más peligrosos y temibles efectos.


¿Cómo hemos llegado a esto? Es una pregunta que nos hicimos muchas veces, en los momentos más trágicos del terrorismo de ETA, cuando creíamos que no había esperanza. ¿Cómo fuisteis capaces? Fue la pregunta de las generaciones de posguerra en Alemania a sus padres, culpables la mayoría del horror del nazismo. Pienso en la pregunta que nos harían nuestros hijos y nietos si, en este brusco amanecer de un mundo nuevo, destruimos nuestras democracias y dejamos desaparecer a Europa.

¿Es para tanto? ¿Tan graves son los riesgos? No es solo Trump. No es solo Ucrania y la guerra. Son corrientes de fondo que atraviesan las actitudes y los sentimientos de muchos de nuestros conciudadanos. Son cambios geopolíticos profundos que golpean el mundo desde la caída de las Torres Gemelas. Es la desconfianza y la incertidumbre, es el malestar ciudadano y el deterioro de las instituciones, que fragmentan y polarizan los sistemas políticos y debilitan peligrosamente las democracias. Son las redes sociales, tomadas al asalto por oligarcas tecnológicos y poderes ocultos para manipular y desacreditar la información veraz y el edificio deliberativo público. Es una globalización desgobernada que implosionó en la crisis de 2008 y en la pandemia. Es un desorden internacional que se viene gestando desde hace años que devalúa los acuerdos y las organizaciones multilaterales y camina hacia una multipolaridad incierta y temible.


Trump ha entrado como elefante en cacharrería en esa crisis democrática y en ese mundo desordenado y ha acelerado esas tendencias de fondo llevándolas hacia su paroxismo, hacia sus más peligrosos y temibles efectos.

En primer lugar, porque él representa la más abyecta expresión antidemocrática al no aceptar la derrota en 2020 y pretender evitar la toma de posesión del legítimo ganador electoral en aquella ocasión.

En segundo lugar, porque todos sus actos están preñados de desprecio a la separación de poderes, devaluando el legislativo y desobedeciendo al judicial. Un poder ejecutivo rotundo, simbolizado por ese rotulador que firma decretos ejecutivos en su despacho, indultando a golpistas, imponiendo aranceles, expulsando inmigrantes, cerrando agencias gubernamentales o despidiendo funcionarios, sin controles parlamentarios ni filtros de legalidad.

También porque ha incorporado a las máximas esferas del gobierno a los principales propietarios de las tecnológicas mundiales para construir con ellos y con ellas un mundo a su medida, en el que la utilización de las grandes plataformas tecnológicas de la comunicación y de la conversación pública sean armas de acción política al servicio de líderes e ideas abiertamente antidemocráticas y de estructuras de la desinformación y la mentira. Como bien dicen los carteles de protesta social en Estados Unidos, «a ellos no los elegimos».

En cuarto lugar, porque está destruyendo todos los códigos morales de la dignidad humana, todos los valores y principios que habíamos ido creando en los dos siglos de ilustración y democracia que tienen la libertad, la igualdad y la justicia como corolario de la razón y el pensamiento crítico. Es fácil ver esos signos externos de los que hace gala: el desprecio a los derechos humanos, el negacionismo medioambiental, la vulneración sistemática de los acuerdos y compromisos adquiridos, la presencia religiosa cuestionando la laicidad civil y la aconfesionalidad del Estado, la ausencia de toda compasión humana en sus decisiones, el rechazo a principios y exigencias de sostenibilidad y de responsabilidad social de las empresas… Todos ellos y muchos más representan una regresión reaccionaria sobre los valores morales y las conquistas sociales de la modernidad.

Luego, porque los teóricos e ideólogos de su proyecto, reivindican la superación de la democracia como un sistema lento, complejo e ineficaz para la gobernanza del mundo de hoy y están reclamando un CEO-Presidente para las empresas-país, un «hombre fuerte» para el mando, un «monarca moderno» para gobernar el país en tiempos de inmediatez y concatenaciones geopolíticas, proponiendo al mundo la sustitución de los viejos principios liberales por las nuevas reglas de la gestión mercantil y la razón de la fuerza.

También porque su irrupción en la política internacional ha roto con todo lo que habíamos construido en los últimos ochenta años: el derecho internacional, el respeto a las fronteras, el multilateralismo, las organizaciones internacionales… Su expansionismo territorial (Canadá, Groenlandia, Panamá), sus guerras comerciales con el mundo, su «America first» contra todo y contra todos, su abandono de las organizaciones internacionales (OMC, OMS) y de los grandes acuerdos multilaterales climáticos y otros representan el mayor salto atrás que jamás había dado la humanidad.

Después, porque su estrategia para con Ucrania y Europa le ha convertido objetivamente en adversario de nuestros intereses. Humilla a Ucrania, desprecia a Europa y se alía con Rusia, amenazando con abandonar la OTAN y olvidar su compromiso de defensa mutua, precisamente cuando la amenaza rusa se ha hecho más verosímil que nunca. Trump no quiere una Europa unida y fuerte. Nos sanciona comercialmente, margina nuestra política exterior, pretende anexionarse un territorio de uno de nuestros socios, combate nuestros modelos regulatorios, debilita nuestras políticas medioambientales y nos amenaza con abandonar nuestro sistema común de defensa.

Y en último lugar porque, en el fondo, hay una peligrosa convergencia entre el Kremlin y el plan Trump para Ucrania y Europa. Resumidamente, esta convergencia expresa el deseo de Rusia de recuperar su influencia en los países de la vieja URSS, bajo el principio de que «Europa sea compartida por los nuevos imperios», y existe una disposición de los ideólogos de Trump para «dar a Rusia mano libre en el continente», de manera que desaparezca la Unión Europea y sus naciones busquen su acomodo en el nuevo mundo de los grandes imperios.

De manera que sí, es para tanto. Es como para que nos pongamos todos a pensar en ese mundo salvaje que nos proponen, regido por la ley de la fuerza y no la del derecho. Es el «America first», aplicado a cada batalla, sea esta comercial, tecnológica o bélica. Es el mundo que quieren imponernos volviendo a unos marcos (Dios y patria, naciones vasallas y potencias imperiales) superados por la razón y la democracia, por la ley y la ciudadanía, por la laicidad y el globalismo multilateral.

Es para tanto y para más, porque Europa está en peligro. No solo por una defensa unitaria que no tenemos. No solo porque nuestro aliado se convierte en enemigo y nos deja solos.

No solo porque nos amenazan guerras ciertas y países socios a los que debemos ayudar. También porque tenemos que hacer esfuerzos enormes de integración para vencer retrasos tecnológicos que lastran nuestra competitividad, porque tenemos que adoptar acuerdos muy difíciles para asegurar la provisión de recursos básicos, porque tenemos que defender en el mundo nuestros valores, nuestras aspiraciones de un orden internacional en paz, regulado y cooperativo y, en definitiva, porque queremos defender un mundo basado en las ideas de justicia social y derechos humanos.

Si nos quitan Europa, no seremos nada, estaremos solos en un mundo hostil, no podremos comerciar ni asegurar recursos, ni competir, ni progresar. Seremos vasallos de los nuevos imperios. Por eso,

hay que reivindicar Europa más que nunca;

hay que reivindicar una Europa más integrada y unida;

hay que fortalecer la democracia más que nunca y hacerla mejor.

¡Es la democracia, ciudadanos! ¡Es Europa, compatriotas!

Publicado en Ethic.

12 de marzo de 2025

Contradicción insalvable.

La abrumadora mayoría política del nacionalismo (PNV+Bildu) que expresa la ciudadanía vasca en las elecciones autonómicas refleja una voluntad identitaria incuestionable. Es verdad que las elecciones generales dibujan un escenario más atenuado, lo que relativiza mucho esa pulsión nacionalista. Recordemos: la suma de PNV y Bildu ocupa 54 escaños de 75 en el Parlamento vasco y un 68% de los votos escrutados en las elecciones autonómicas de 2024, pero esos mismos partidos totalizaron sin embargo un 48% de los votos en las generales de 2023, con el PSOE como primera fuerza con el 25%.

 Vienen estas referencias a cuento de nuestro eterno debate sobre el ‘estatus’ vasco y las pretensiones, directas o solapadas, de independencia del País Vasco en el mundo que se está dibujando con el señor Trump al mando. Puede parecer oportunista esta conexión, pero me parece totalmente legítimo y necesario abordarla, teniendo en cuenta que tanto el PNV como Bildu tienen fijados sus objetivos estratégicos de esta legislatura en la negociación de un nuevo estatuto que contemple caminos hacia esa independencia, aunque sean graduales o procedimentales. 

Dejo para otros análisis la gravedad de las quiebras que se están produciendo en nuestros parámetros morales y éticos, democráticos y humanitarios, con la irrupción trumpiana, y me centraré simplemente en lo que está sucediendo en el marco geopolítico, no solo por la influencia del nuevo presidente estadounidense, sino por los efectos que generó la pandemia años antes, haciendo saltar por los aires las bases de una globalización desordenada y desgobernada. 

Basta seguir las informaciones diarias para comprobar que lo internacional ha penetrado en nuestros análisis y que todo, absolutamente todo, depende de acontecimientos que vienen de fuera de nuestra pequeña aldea. Afortunadamente, la centralidad informativa que fuimos en tiempos trágicos ha desaparecido. Nuestro debate político interno, incluido el que surge de nuestro Parlamento vasco, palidece ante la dimensión no solo de la política nacional española, sino que resulta anecdótico y banal ante la gravedad de los retos europeos, en un mundo cada vez más hostil y cada vez más competitivo con nuestros intereses. 
Todos los días comprobamos que las grandes decisiones empresariales dependen de centros de poder y de intereses económicos y tecnológicos que son ajenos a los nuestros. En nuestras familias se producen exilios laborales forzosos, porque los salarios, las posibilidades profesionales y las aspiraciones de nuestros licenciados les llevan hacia capitales (no solo Madrid) que atraen el talento y concentran las sedes directivas de las compañías. Las decisiones que determinan el horizonte estratégico de las empresas –la financiación, el coste de la energía, la normativa del mercado interior– sitúan nuestro entramado económico bajo dependencias nacionales o europeas como mínimo. Todo el debate sobre la autonomía estratégica, el que afecta a las cadenas de suministro, al transporte internacional, a los materiales críticos, al suministro de bienes esenciales, a las condiciones del mercado internacional (tasas y gravámenes de exportación) tan de actualidad desgraciadamente, todo eso y mucho más depende de nuestro lugar en el mundo.

¿Y cuál es nuestro lugar? Es Europa. Estamos en el mapa con España y en Europa. No hay otro lugar y somos muy poco. Europa es pequeña en el mundo de los nuevos imperios que se reparten minerales, energía, comercio, tecnología, y que quieren convertirnos en vasallos y siervos de los poderosos, ya lo sean por su población, por su extensión, por sus riquezas, por su economía, su liderazgo tecnológico o su poder militar y nuclear. 
Trump ha roto el tablero de nuestro viejo mundo, nuestra seguridad, nuestras alianzas, y nos impone un campo de juego salvaje, con amenazas bélicas, sanciones comerciales, ‘gaps’ tecnológicos y competencia normativa e ideológica. Estados Unidos, que alentó y ayudó a la construcción de Europa, se ha convertido en nuestro competidor y bien podríamos decir que en nuestro enemigo, si todo sigue así. Puede parecer fuerte este adjetivo, pero su estrategia con Rusia y Ucrania lo acredita. 
Vuelvo al principio. ¿Es razonable pensar en la independencia teniendo en cuenta estos parámetros de nuestra realidad? ¿Tiene algún sentido que el partido en ascenso electoral en Euskadi, el que aspira, legítimamente, a la mayoría y a gobernar nuestro país, tenga un proyecto tan anacrónico como irracional, tan absurdo como perjudicial, en esta Europa de 2025? ¿Seremos capaces de superar esta contradicción insalvable?
Publicado en El correo.

2 de marzo de 2025

Una propuesta europea para América Latina.

Estados Unidos está expulsando a los inmigrantes latinoamericanos irregulares. Los está persiguiendo por las calles, granjas, obras de construcción, domicilios…, hay incluso premios para quienes los delatan. Los encierran y los trasladan esposados de pies y manos hasta aviones que los llevan hasta sus países de origen. Todos ellos los aceptan. Incluido Venezuela, por supuesto. La secretaria de Seguridad aparece en los anuncios televisivos diciéndoles: “Vete y si no lo haces, te cazaremos “. Han llegado a amenazarles con llevar a Guantánamo (la cárcel de terroristas en Cuba), a más de 30.000 irregulares.

Estados Unidos cierra sus fronteras a los que pretenden llegar a esa tierra de promesas incumplidas para tantos. Es más, sanciona a sus vecinos si no controlan sus fronteras. En la guerra arancelaria impuesta por el nuevo emperador americano, las tasas también se imponen a quienes no colaboran suficientemente con ese cierre. En definitiva, millones de latinoamericanos no irán a Estados Unidos porque no quieren volver esposados a su tierra, o sencillamente, porque no pueden entrar en ese país.

De ahí viene la propuesta: ¿Por qué no traerlos a Europa? Europa necesita más de cincuenta millones de personas procedentes de la emigración antes del año 2050, solo para cubrir los 49 millones de personas en edad de trabajar (entre los 20 años y los 64) que perderemos antes de esa fecha y para poder mantener la actual y precaria relación de cotizantes y pensionistas en nuestros sistemas de seguridad social. Necesitamos inmigrantes como el respirar.

Hay aproximadamente seis millones de latinoamericanos en Europa que están perfectamente integrados, tanto laboral como socialmente. Es una evidencia que conocemos bien en España, donde residen cerca de tres millones de ellos. Cuidan nuestros hogares, nuestros niños y mayores, atienden en nuestra amplia red de hostelería, pero también son médicos, profesores, psicólogos, mecánicos, informáticos…, tienen un buen nivel educativo de base, comparten cultura y valores y viven y trabajan junto a nosotros promoviendo un flujo extraordinario de remesas a sus familias y a sus países de origen.

La pregunta es obvia: ¿Puede la Unión Europea ofrecer a esas poblaciones necesitadas de emigrar, un camino legal y seguro de entrada en nuestros países? Bastaría con abrir nuestros consulados a una inmigración ordenada para cubrir enormes bolsas de empleo temporal (en la agricultura y en la hostelería), o fijo, en otras actividades, como ya estamos haciendo con los conductores de camiones o autobuses, por ejemplo. Bastaría con que los países que necesitan cubrir múltiples actividades económicas y sociales utilicen estas vías, ya en uso y acojan y ayuden a estas personas a su integración laboral y social (la lengua ya no es un problema).
Europa daría así a América Latina una señal extraordinaria de fraternidad social y solidaridad, frente al vecino del norte que humilla a sus países vecinos y maltrata a sus poblaciones. Serviría también para compensar nuestra tardanza en compartir con ellos las vacunas contra la covid-19, que solo llegaron a muchos países de América Latina, cuando en Europa ya estábamos poniéndonos la segunda dosis.

No sería simplemente un gesto. Implica una actitud, una muestra de amistad política y social y una apuesta por una asociación estratégica que tiene en el diálogo político, la cooperación y los acuerdos de comercio e inversión sus bases fundamentales y que acabamos de concluir con los acuerdos de Mercosur, después de actualizar los de Chile y México. Lo estamos diciendo una y mil veces: América Latina es nuestro socio natural, el espacio geopolítico más compatible y afín a nuestras aspiraciones de gobernanza ordenada del mundo, El conjunto de países con quienes debemos hacernos fuertes en el tablero internacional para la defensa de nuestros valores democráticos, del Derecho internacional, la cooperación, el diálogo y la paz. Mucho más, cuando los que creíamos nuestros aliados, están dejando de serlo.

Pocas veces el tablero político ofrece una solución en la que todos ganan. Lo normal, lo natural en política, diría yo, es que cualquier decisión entrañe pros y contras muy acusados, ventajas e inconvenientes claros y casi siempre, una incierta evaluación de riesgos ante cualquier alternativa. Este no es el caso. Aquí, ganamos todos.

Lo de menos es que reduzcamos la presión migratoria a los Estados Unidos, aunque ellos no lo agradezcan. Lo demás, es el futuro laboral y económico que podemos ofrecer a millones de latinoamericanos, como nos lo ofrecieron ellos a nosotros en siglos pasados. Lo demás, es ofrecerles una carrera de cotización a esos millones de personas, que aseguren pensiones dignas, a percibir en su país o en los nuestros, por la Seguridad Social europea. Lo demás, es que Europa cubre sus necesidades laborales y sociales con mano de obra que no tiene. Lo demás, son los flujos financieros de retorno que recibirán esos países de origen y que en algunos casos constituye un ingreso extra importantísimo en sus economías.

En noviembre de este año, la Unión Europea y la CELAC, celebrarán una importante Cumbre en Bogotá. ¿No sería una grandísima noticia que se pusieran las bases para una política de migración que atendiera estas necesidades respectivas?

Pongámonos a ello.

Publicado en El País, edición América.

28 de febrero de 2025

Volver a empezar

No se me ocurre mejor respuesta a la ola reaccionaria anti sostenibilidad empresarial que ha lanzado la nueva internacional de ultraderecha que recordar aquella película de Garci de 1982- premiada con el Oscar a mejor película extranjera- titulada: “Volver a empezar”. Después de veinte años reclamando la responsabilidad social de las empresas porque sus impactos sociales y medioambientales lo exigían, ahora parece que las empresas solo deben mirar por su beneficio y olvidarse de todo lo demás.

Cuando creíamos que habíamos derrotado, moral e intelectualmente, a la escuela de Chicago y a sus egoístas y antisociales principios, vuelven los nuevos seguidores de Milton Friedman, envueltos en líderes tecnológicos, combatiendo regulaciones e intervenciones del Estado y reclamando la mínima presión fiscal para su máxima expansión.

Llevamos muchos años tratando de primar a las empresas sostenibles en los concursos y en las adjudicaciones públicas y ahora escuchamos que el gobierno de Estados Unidos y todas sus embajadas en el mundo exigen que las empresas adjudicatarias de sus servicios «acrediten que no tienen políticas internas de igualdad de género o de inclusión social” (DEI). El propio presidente de Estados Unidos se atrevió a culpar a la integración de la discapacidad en los aeropuertos como la causa de un accidente de aviación. No cabe mayor crueldad.

Es el mundo al revés. Si antes premiamos y estimulamos las prácticas ESG, ahora hay que acreditar que no las realizamos para ser admitidos en los concursos públicos.

Un cuarto de siglo de desarrollo intelectual y empresarial de una cultura que transforma la naturaleza de las relaciones entre las empresas y la sociedad está puesta en cuestion. La cultura que pretende establecer una corriente de reconocimiento y aprecio mutuo, sobre la base de los múltiples impactos que entre ambos producimos. Por una parte, una nueva legitimación social de la empresa que valora y aprecia los enormes beneficios sociales que generan las empresas en términos de desarrollo económico y tecnológico, producción de bienes y servicios, empleo, calidad social, etcétera y, por otra, una creciente corresponsabilidad de las empresas en las grandes causas humanas pendientes: combate al cambio climático, dignificación del trabajo, respeto a los derechos humanos, inclusión social, igualdad, etc.

A lo largo de estas dos últimas décadas, Europa ha liderado ante el mundo una senda de avances en este doble compromiso y ha establecido una legislación pionera, regulando la información no financiera de las empresas, combatiendo las prácticas empresariales y los mercados viciados por conductas inhumanas: el trabajo infantil, la deforestación de los bosques, la guerra, la mafia y la explotación de la naturaleza en la extracción de los minerales, etc y estableciendo, por primera vez en la historia, el cumplimiento de normas mínimas universales (diligencia debida) en la cadena de subcontratación de las grandes multinacionales.

De pronto, todo ese desarrollo legislativo, todas esas prácticas hacia la excelencia empresarial, todas esas teorías que alimentaban esta ecuación comprometida han saltado por los aires ante una ola reaccionaria que reclama proteccionismo nacional, guerra al competidor foráneo, máximo beneficio, mínima regulación interna y reducciones de la presión fiscal. El interés social es un estorbo, las condiciones laborales dependen del mercado, el compromiso medioambiental desaparece cuando es el propio Estado el que abandona el pacto de París. La inclusion social, la igualdad de mujeres y hombres, la gestión de la diversidad étnica y racial, tantas y tantas causas de justicia para tantos, ya no pertenecen al mundo de la empresa.

De pronto, vuelven los monopolios, los nuevos oligopolios tecnológicos, las grandes compañías mundiales que colonizan mercados, espacios satelitales, cadenas de suministro universales, tecnologías, entretenimiento, cadenas de información, plataformas de redes sociales, muchas de ellas en manos de personas individuales mil-millonarias que controlan vidas y haciendas del mundo entero.

De pronto, vuelven los imperios y la ley del más fuerte, que humilla y somete a los débiles. Todos somos vasallos de los nuevos poderosos. Los valores, la moral, la ética, la compasión por el otro, la solidaridad, el bienestar social, el compromiso con lo ajeno, todo lo que encierra la sostenibilidad, esa palabra a la que hemos llegado como expresión consensuada y moderna de la responsabilidad social, se está diluyendo en este nuevo mundo distópico y salvaje que nos llega de Washington.

Hace ya algunos meses, en una intervención ante amigos y viejos compañeros de lucha por la responsabilidad social de las empresas, con motivo del XX aniversario del Observatorio de la RSE, advertí que la revolución digital estaba dando a luz un mundo empresarial totalmente ajeno y opuesto a la cultura de la responsabilidad social empresarial. Que el capitalismo financiero global despreciaba este movimiento y que la acumulación monopolística de grandes y nuevos dueños de las empresas tecnológicas eludían el control social de sus impactos por el enorme dominio que ejercen sobre su clientela universal a través de prestaciones y servicios que se han convertido en imprescindibles para el mundo.

La pandemia y los cambios geopolíticos de los últimos cinco años han desvirtuado y empequeñecido nuestros esfuerzos por una empresa responsable. La Unión Europea, líder ideológica y política en esta revolución conceptual del ser y estar de las empresas en la sociedad se ve acosada por la competencia global y por sus gaps tecnológicos con Estados Unidos y China y en su seno surgen voces poderosas poniendo en cuestión su liderazgo social y medioambiental.

Las reclamaciones internas para atenuar nuestros compromisos en la lucha contra el cambio climático y para retrasar la aplicación de la directiva de debida diligencia son buena muestra de todo ello. Estas son las consecuencias de una corriente de fondo reaccionaria que ha cobrado un impulso extraordinario con la nueva administración americana.

¿Qué hacer? Volver a empezar, como el título de la película de Garci. Enamorarse otra vez -como los protagonistas de la película que retoman un amor de juventud- de aquella idea que dio impulso a un movimiento tan fecundo como necesario y que generó en España y en el mundo entero una nueva idea de la empresa y de sus compromisos con el entorno, sus trabajadores y la sociedad en general.

Una idea que dio lugar a prácticas excelentes de muchas empresas y que produjo toda una generación de hombres y mujeres en empresas, universidades, medios de comunicación, consultoras y parlamentos defendiendo y articulando esta renovación conceptual. Una idea que se plasmó en leyes, en sistemas de medición, en modelos de gestión, en observatorios, en organizaciones voluntarias y profesionales impulsando y regulando esas prácticas. Una idea que fue asumida por múltiples organizaciones empresariales, desde los fondos financieros a la “Business roundtable» americana no hace tanto tiempo. Una idea que comprometió incluso a Naciones Unidas, consciente de sus benéficos efectos para la humanidad y que creó, por ello, el Pacto Mundial.

Pues eso, “Volver a empezar”, retomar la bondad y la necesidad de nuestras creencias, luchar por la extensión de nuestras convicciones, confiar en el buen corazón de las gentes y hacer frente a ese mundo salvaje y egoista, desigual e injusto que nos proponen esos falsos y populistas líderes, esos oportunistas del grito y la motosierra, esos furiosos del gesto nazi y la libertad carajo¡ (solo para ellos).

¿Es ingenuo? Quizás si, pero es nuestra esperanza, la de la mayoría de personas en el mundo que aspira a la libertad con justicia, a la libertad para todos, con igualdad de oportunidades, en Democracia y Estados de Derecho, con DDHH, con dignidad laboral, en un orden global de paz y cooperación, en un mundo sostenible medioambientalmente y socialmente. Así queremos nuestra sociedad y así queremos nuestras empresas.


14 de febrero de 2025

Ahora, ¿qué?

Provocativamente, la ponencia de los socialistas vascos, que su militancia discutirá en su X Congreso, desde hoy en San Sebastián, se pregunta qué es lo que corresponde hacer ahora, en este mundo raro y hostil, en el que se sitúa Euskadi a comienzos de 2025. 

Esa mirada realista al entorno se hace desde una reivindicación orgullosa de un partido que ha prestado a Euskadi servicios muy estimables en su historia, desde finales del siglo XIX, y que ha sido protagonista fundamental en estos últimos casi 50 años de democracia y autogobierno. Es, claro, una mirada subjetiva y partidista, pero refleja realidades tan incuestionables como nuestro compromiso con el autogobierno y la Constitución, nuestro sacrificio por la paz y nuestra contribución a la Euskadi social y a su modernidad económica y competitiva, junto a la notable dotación de sus bienes públicos.

El PSE-EE destaca su plataforma de poder institucional actual en ayuntamientos, diputaciones y Gobierno vasco y se atribuye una especial responsabilidad en la mejora de la vida de los vascos y en la lucha por la igualdad, la justicia social y la democracia. 
Para eso, su ponencia política da por superada la etapa de lucha contra el terrorismo y de confrontación con el nacionalismo, para abordar así «un nuevo comienzo generacional y político», centrado en el sistema sanitario, el modelo de cuidados, la autonomía estratégica, el Estado del Bienestar, el feminismo y Europa. Ese intento superador de una etapa pasada lleva a los actuales dirigentes del socialismo vasco a plantear a su militancia una especie de programa político muy pegado a las necesidades reales de la ciudadanía vasca, con especial detenimiento en tres áreas: el empleo y la calidad laboral, la vivienda y todo el ámbito sanitario y de cuidados de una sociedad envejecida. 

Como corresponde a una socialdemocracia moderna, que responde por otra parte a la sociología vasca,el PSE-EE defiende con especial sensibilidad las políticas de integración e inclusión de las personas en situación de pobreza y marginación social, en un contexto de esfuerzo fiscal general y progresivo. Por cierto, reclamando para el Parlamento vasco, muy oportuna y acertadamente en mi opinión, esa facultad regulatoria y armonizadora de nuestro viejo sistema foral. Todo ello al tiempo que se apuesta por un tejido productivo competitivo, en el que la investigación, la innovación, la formación y la internacionalización dirijan las políticas de lo que ahora llamamos autonomía estratégica. 

En el ámbito sanitario, se observa una comprensible radicalidad. La mención de Lluch, Freire y Bengoa justifica sus críticas al estado actual de este servicio público esencial, para reclamar una transformación integral de Osakidetza, con más recursos, más profesionales y otro modelo de gestión.

Por último, en el ámbito sectorial, los socialistas vascos sitúan la política de vivienda bajo el ambicioso título de convertirla «en el quinto pilar del Estado del Bienestar». Pero, más allá de la ambición del título, esta necesidad vital de nuestros jóvenes es objeto de un pormenorizado plan cuya mejor garantía la ofrece el propio consejero Denis Itxaso. 

Hace la ponencia, finalmente, una firme apuesta por actualizar nuestro autogobierno «para mejorar la vida de la gente y reforzar nuestra cohesión social. No tengo nada claro aquí, en este espinoso tema, que nuestra confrontación con el nacionalismo vasco esté superada, como pretende la ponencia en sus inicios. Es cierto que en la XI Legislatura, la ponencia de autogobierno recibió de los expertos convocados al efecto un texto articulado con un nivel de consenso superior al 95%, y que ese texto sería una buena base para avanzar. Pero no es menos cierto, que el PNV y Bildu están aproximando sus posiciones en torno a dos temas imposibles para el socialismo vasco: la bilateralidad, que algunos llaman confederación con el Estado o «soberanismo gradual», y el reconocimiento de un derecho o de un procedimiento hacia la autodeterminación, bajo la eufemística fórmula del ‘derecho a decidir’. No veo ninguna razón para sumarnos a ese consenso nacionalista. Nada en la sociedad vasca lo reclama.Nada de lo que ocurre en Europa y en el mundo lo aconseja. Nunca hemos estado ahí y nuestra disposición al acuerdo con los nacionalistas no puede llevarnos a destruir nuestro ideario y a traicionar lo que con tanto esfuerzo hemos defendido toda nuestra vida. No queremos irnos de España, ni que España se vaya del País Vasco. Queremos compartir nuestras identidades y un autogobierno profundo en el Estado y en Europa. 

Como bien dice la ponencia, los nacionalistas deben decidir si quieren renovar nuestro autogobierno con una mayoría de parte o con una mayoría transversal, contando para ello con el PSE-EE.

Publicado el 14/2/2025, en El Correo

5 de enero de 2025

Tirano y tramposo.

Para evitar sanciones, Maduro estará de acuerdo con las dos urgencias de Trump: energía barata para bajar la inflación y expulsión de inmigrantes.

El próximo día 10, Maduro tomará posesión de la presidencia de Venezuela para un nuevo período, hasta la misma fecha de 2030. Es posible que en las dos anteriores elecciones presidenciales, en 2013 contra Henrique Capriles y en 2018, con ausencia de la oposición, también hubiera fraude, aunque no fuera tan flagrante como el que se produjo el pasado 28 de julio. Ese día, el ganador fue Edmundo González Urrutia, por una diferencia aproximada del 65% frente al 35%, según la oposición (que presentó las actas de las mesas) y los pocos observadores internacionales (el Centro Carter) que pudieron acudir a esa jornada electoral. He tenido la oportunidad de hablar con cualificados y muy diversos sectores políticos y sociales venezolanos y todos me confirman esas estimaciones.

De manera que, sí, el perdedor claro de las elecciones venezolanas se pasará por el arco del triunfo las protestas interiores y exteriores contra su atropello y tomará posesión rodeado de la parafernalia chavista y el boicot de la comunidad internacional, a excepción, claro está, de los países interesados en su apoyo: Rusia, por razones geopolíticas, y China, por la deuda acumulada que tiene pendiente de cobro y que solo puede recuperar por envíos, más o menos clandestinos, de petróleo.

El 23 de diciembre, el presidente electo Edmundo González Urrutia anunció solemnemente que acudiría a su toma de posesión y describió un pormenorizado programa de gobierno en uno de esos desayunos que tienen lugar en lujosos hoteles de la capital de España. A reiteradas preguntas de los periodistas sobre cómo y de qué manera haría posible su entrada en el país, cómo tomaría el poder y cómo podría implementar sus proyectos, la respuesta fue el vacío. Evasivas comprensibles por el obligado secretismo de su viaje y silencios demasiado expresivos de sus ingenuas pretensiones. Salí del desayuno pensando, con enorme tristeza, que todo era pura fantasía.


La democracia venezolana ya estaba herida de muerte desde hace una década.

Su decisión de volver, si lo hace, me parece valiente y honesta, pero el chavismo lo detendrá a su llegada y exhibirá el documento que le obligó a firmar antes de su humillante abandono del país para refugiarse en España. Si entra clandestinamente, su acto de toma de posesión también será clandestino y en consecuencia testimonial. La posibilidad de provocar grandes movilizaciones contra el régimen es muy débil. La gente esta cansada y la represión hace el resto. Las disidencias internas, tanto en el aparato político como, sobre todo, en el ejército son demasiado especulativas y, por tanto, improbables.

La democracia venezolana ya estaba herida de muerte desde hace una década, cuando la oposición arrasó en las elecciones legislativas de 2015, obteniendo dos tercios de la Cámara, pero Maduro eliminó por decreto el poder legislativo y lo vacío de competencias y de su función legislativa. Hoy, usurpando la presidencia al ganador, concentrando todo el poder en sus manos y persiguiendo y encarcelando a la oposición, se ha convertido en un tirano tramposo. Hay tiranos que lo son después de ganar elecciones. Este las ha perdido y además por goleada.

¿Qué hará la comunidad internacional? Como en otros temas, todo el mundo mira a Washington y espera a conocer la estrategia de Trump, recordando que fue quien ideó la 'estrategia Guaidó' y fracasó con ella, a pesar de arrastrar a gran parte del mundo. Ahora, quienes mejor conocen los planes del presidente electo de EE UU especulan con que su Administración buscará dos cosas urgentes en sus primeros cien días: bajar la inflación mediante el precio de la energía más barato del planeta y expulsar a inmigrantes irregulares en aviones con destino a su país de origen. Lo primero reclama que el petróleo venezolano (1 millón de barriles al día aproximadamente) entre en el mercado y para eso necesita permitir a la petrolera americana Chevron seguir importando crudo de Maracaibo. Lo segundo exige que el país de procedencia de los irregulares los acepte.

Maduro estará de acuerdo con ambas cosas y evitará así las sanciones económicas contra su país. El resto de las medidas punitivas, las personales contra los líderes chavistas, como son las sanciones europeas, al régimen le importan poco.
Es un pronóstico especulativo pero me temo que es probable. Lamento no ver alternativas diferentes porque las sanciones a su petróleo arruinan, más todavía, a su pueblo.

Desgraciadamente, no es la primera vez que la voluntad popular resulta pisoteada por la realidad. Solo nos queda la esperanza de que algún día, ¡ojalá que pronto!, caiga esa tiranía como han caído otras y la democracia vuelva a restaurarse en ese país tan querido por tantos y tan importante para todos.

Publicado en El correo y El Diario Vasco 5/01/2025