La investidura de Pedro Sánchez ha sido acogida con los mismos signos de polarización que sufre la política española desde hace cinco años: alarmismo catastrofista sobre el futuro de España para unos y triunfalismo ideológico de la izquierda para los otros.
Reconozcamos lo evidente: la gestualidad que está acompañando la investidura y las concesiones al mundo nacionalista contenidas en los acuerdos suscritos son políticamente costosas, contradictorias con nuestras posiciones y entrañan riesgos políticos importantes. Desde la amnistía al pacto de Pamplona, desde las negociaciones en Ginebra con Puigdemont al ‘lawfare’. La militancia socialista y la mayoría de su electorado asumen estas dolorosas circunstancias aceptando estas contraprestaciones como necesarias para impedir la coalición PP-Vox y sus antidemocráticas y reaccionarias consecuencias.
La oposición al Gobierno utiliza y extrema los costes de esos pactos y el Gobierno exhibe su carácter progresista y el freno a la ultraderecha como lo hizo el presidente en Estrasburgo ante una Europa que aprecia ese valor.
El frentismo radical en estas posiciones está cada vez más polarizado y amenaza con un largo recorrido. Hay razones para la alarma en muchos planos de nuestro funcionamiento democrático y de nuestro Estado de Derecho, pero personalmente creo que lo ocurrido hasta la fecha no ha roto nada. Las estructuras institucionales del país se sostienen y no se ha producido ningún cambio constitucional.
Superando mis prejuicios iniciales, he acabado por aceptar que la amnistía es una facultad que una democracia y su Parlamento deben tener en su mano, aunque a mí me parece que su concesión debiera haber sido el final de un proceso de reconducción política del conflicto catalán y debiera contar por ello con un mayor consenso social y político para su concesión.
También creo que aceptar a Bildu en nuestro marco político es la consecuencia de la grandeza de nuestra democracia, que siempre les dijo: ‘No matéis, haced política’. Han pasado doce años desde un final maravilloso, jamás soñado, en el que la democracia ganó al terrorismo. Ningún país del mundo, con violencia semejante, ha obtenido una victoria tan plena y tan democrática. Pues bien, hacen política, representan sus votos y respetan el marco democrático. Aceptarlos no es incompatible con nuestra memoria, con nuestras exigencias éticas y con la victoria de nuestros relatos. No hacerlo sería incongruente con nuestros valores y con nuestras promesas.
Por supuesto, de aceptar su presencia a pactar con ellos hay un gran trecho. En Euskadi no lo haremos. Lo han dicho quienes dirigen el PSE-EE y yo les creo.
Nuestra relación con el PNV es histórica, ha producido extraordinarios efectos para el país y acabamos de renovar esa alianza en mayo de este año para todas nuestras instituciones locales y forales. El PSE-EE no apoyará a un candidato de Bildu, no solo por nuestra memoria, o por nuestro compromiso con el relato de las víctimas, sino porque su apuesta autodeterminista e independentista es inasumible para nosotros.
Creo que nos precipitamos al juzgar los hechos y los pactos de la investidura sin contemplar sus posibles desarrollos. Quiero creer que en los planes del PSOE hay una estrategia de enfriar el clima, de soportar la dialéctica nacionalista con pasividad y calma y dejar que el tiempo y los acontecimientos replanteen el campo de juego. En esa interpretación, los pactos suscritos con ERC y Junts son como una patada al balón, que estará en el aire por lo menos hasta el verano de 2025. ¿Qué ocurrirá entre tanto?
Que Junts y ERC seguirán en su escalada dialéctica por ganar el uno al otro. Que el nacionalismo catalán en su conjunto sabe que no puede iniciar un proceso autodeterminista porque Cataluña no lo quiere. Que quizás no sumen mayoría absoluta en las elecciones catalanas y que el ganador puede ser Illa o que no habrá Gobierno catalán sin el PSC. Que Junts y el PNV gestarán una alianza contra Esquerra y Bildu en el bloque de los apoyos al Gobierno. Que el PNV gobernará en Euskadi con apoyo del PSE-EE y tendrá que atemperar sus pretensiones ante el riesgo de perder el poder. Y finalmente, que el Gobierno tratará de que el debate público gire en torno a sus iniciativas sociales.
En este horizonte y con esas perspectivas, el ruido actual se suavizará, habrá transcurrido la mitad de la legislatura y después, cabe todo. Incluso una convocatoria anticipada por nuestro rechazo a la autodeterminación.
Pero, claro, hay otro horizonte porque en estos pactos juegan todos. También puede ocurrir que los nacionalistas, unos y otros, exijan la concreción de sus pretensiones en los pactos y el PSOE esté dispuesto a negociar marcos autodeterministas o confederales con ellos, transformando por la vía de hecho (puesto que no podría alcanzar reformas constitucionales sin el Partido Popular), la naturaleza de nuestro modelo autonómico y alterando así las bases del pacto territorial que ha guiado la política autonómica a lo largo de toda la democracia. Quiero creer que esto no será posible y que el PSOE no lo hará, aun a riesgo de cuestionar la continuidad de la legislatura.
Una última reflexión. El clima de polarización política, de enfrentamiento partidario y de deterioro institucional es grave. En las democracias de todo el mundo cabalga un caballo de Troya que desprecia la separación de poderes, que cuestiona los sistemas electorales, que destruye la confianza en las instituciones. Ni PP ni PSOE pueden favorecer esa cabalgada populista y autoritaria desde un frentismo, buscado o aceptado. España no es ajena a esa peligrosa deriva internacional. Además muchas cosas de nuestro futuro sólo pueden abordarse mediante pactos transversales, no frentistas, como los de ahora. La OCDE nos acaba de alertar: España en 2060 perderá diez posiciones en la clasificación de PIB per cápita. Nos adelantará Portugal, Eslovaquia, Polonia... Tenemos baja inversión en capital, envejecimiento demográfico y baja productividad. ¿Nos ponemos a ello o seguimos cavando nuestras trincheras?
Publicado en El Correo, 24/12/2023