Desde la caída del muro en 1989, se han extendido actas de defunción a la socialdemocracia cada vez que era derrotada en alguno de los grandes países de Europa. Pero esas derrotas jamás significaron la desaparición de ese proyecto. Hoy, sin ir más lejos, la socialdemocracia gobierna en once de los veintisiete países europeos y la victoria del SPD en Alemania abre un ciclo que puede tener su continuidad en Italia y Reino Unido.
La razón de esta pervivencia es la identificación de los europeos con dos valores esenciales en su ADN cultural y político: libertad e igualdad. Dicho de otra manera, no hay en el espectro ideológico-partidario otra formación que exprese mejor las aspiraciones mayoritarias de la ciudadanía: democracia y justicia social. Con más o menos éxito en la gestión de esos ideales en cada país, la socialdemocracia europea tiene acreditado su protagonismo en la construcción del modelo social más avanzado, el Estado del Bienestar, y su compromiso con democracias sólidas, basadas en Estados de Derecho, fuertes sistemas constitucionales y un equilibrado balance de derechos y deberes.
Pero el nuevo siglo trajo consigo nuevos fenómenos sociales y no pocas crisis que han resituado a la socialdemocracia en un horizonte político y social más complejo y han debilitado su capacidad electoral. Un cierto des‐ gaste de nuestras organizaciones políticas, unido a una pérdida de la «emoción y de la épica social», debido a la consolidación de las estructuras del Estado de Bienestar, aceptadas también por la derecha política y asumidas como un marco natural por los ciudadanos. Nuevas pulsiones identitarias de nacionalismos antiglobalizadores y antieuropeos que absorben voto obrero antimigratorio. La democracia digital que no empodera a los ciudadanos y que, sin embargo, banaliza y simplifica la política favoreciendo liderazgos fatuos o populistas y devaluando el debate complejo y contradictorio de las soluciones reales. Una globalización financiera que, unida al dominio de los valores neoliberales en estas últimas décadas, ha hecho reaparecer la desigualdad como factor social.
Son cambios que se trasladan a un panorama político fragmentado en el que el multipartidismo se ha instalado en la mayoría de los países, haciendo necesarios los gobiernos de coalición de distinto signo. La cia debe responder a esos nuevos fenómenos actualizando sus respuestas para seguir siendo la fuerza vertebradora de las demandas mayoritarias de la sociedad. Hay –resumiendo mucho– cinco bloques de temas urgentes para esa renovación de la socialdemocracia.
1.- Restablecer la igualdad. La participación de las rentas del trabajo en la riqueza ha disminuido. Los abanicos salariales son disparatados. Nuevas brechas formativas y tecnológicas generan empobrecimientos y precariedad en el trabajo no cualificado. Las políticas redistributivas han perdido capacidad de igualar las oportunidades ante la vida. Hay que restablecer la igualdad y hay que aplicar nuevas fórmulas predistributivas. En la educación y en la formación, en el acceso a la cultura, en los salarios mínimos y en los convenios. Hay que repensar la progresividad fiscal y combatir la elusión tributaria de sociedades y patrimonios con una fiscalidad transnacional cooperativa y transparente. Por último, hay que refortalecer los servicios públicos básicos: educación y sanidad.
2.- Fortalecer la democracia. Las democracias están atacadas por múltiples enemigos: populismos, nacionalismos, redes sociales, derivas autoritarias... La crisis democrática es global y el combate a esos enemigos es total. Hay que fortalecer el Estado de Derecho, legitimar las instituciones, educar en virtudes ciudadanas y en la cultura del interés público y de las responsabilidades. Hay que reforzar la laicidad frente a las intromisiones religiosas. Hay que fomentar el multiculturalismo y el cosmopolitismo. Hay que recuperar la confianza en los partidos políticos y en los responsables públicos. La ejemplaridad es más necesaria que nunca. Hay que regular Internet y las redes y generar una nueva legislación digital de derechos y deberes. Las democracias no aseguran el buen gobierno, pero sin democracia no hay gobierno bueno.
3.- Gobernar las dos grandes disrupciones: ecológica y digital. En el gobierno económico todo está sometido a contradicciones. No hay fórmulas mágicas ni soluciones perfectas. La socialdemocracia tiene que ser capaz de equilibrar las exigencias de la transición a la neutralidad de las emisiones en 2050 con el desarrollo económico y el empleo. Alemania, con su coalición rojo-verde, será una buena guía. Caminamos hacia una nueva sociedad laboral. Los cambios tecnológicos están configurando un mundo lleno de oportunidades y de retos. La socialdemocracia debe ser capaz de encontrar los equilibrios entre crecimiento y distribución, entre flexibilidad y seguridad en el trabajo, entre emprendimiento y protección social, entre tecnología y equidad. La idea esencial será pilotar, gestionar estos cambios –no negarlos–, pero regulando las importantes consecuencias sociales que generan para evitar brechas sociales injustas.
4.- Europa federal. La socialdemocracia es federalista. Asume la identidad, pero la somete a la solidaridad bajo la regla de la subsidiariedad. Nos repugnan las exclusiones identitarias y la exacerbación nacionalista. Queremos organizar nuestra esfera pública en cuatro círculos concéntricos: ciudad, región, Estado y Europa. Queremos avanzar en el federalismo europeo. Hoy Europa es una unión intergubernamental necesitada de fuertes reformas de raíz federal. La socialdemocracia europea tiene una especial responsabilidad, en tanto que fuerza mayoritaria, para avanzar en esta dirección venciendo resistencias nacionales y dotando a las instituciones euro‐ peas de mas poder y competencias para una mejor integración.
5.- Una agenda internacional progresista. No hay gobierno de la globalización. Grandes decisiones que afectan al mundo las toman fondos financieros y grandes multinacionales sin control político alguno.
El multilateralismo está herido de muerte después de Trump y una larga lista de cuestiones vitales para el mundo dependen de organizaciones débiles y poco democráticas. La socialdemocracia debe articular una agenda progresista y de gobernanza de la globalización. Debe concretar sus propuestas y soluciones para las grandes materias supranacionales pendientes: paz, hambre, regulación de Internet, fiscalidad, cambio climático, etcétera.
En este proyecto caben las identidades reivindicativas del siglo XXI: feminismo, ecologismo, sexualidad, diversidad, etc. Pero nos equivocamos si convertimos la socialdemocracia en una suma desordenada de esas identidades. Su reto es integrar esas reivindicaciones y esas tradiciones en un proyecto político de mayorías. Hay que defender con firmeza la democracia frente a sus múltiples enemigos.
Publicada en El correo, 26/12/2021