1.- ¿QUÉ MUNDO?
Muchas de nuestras miradas a Europa tienen como referencia el pasado. El nacimiento mismo de la Comunidad Europea era una respuesta antagónica al pasado salvaje y cruel de las dos grandes guerras. Fue una reacción civilizatoria y pacífica a las pulsiones hegemónicas que habían atravesado Europa durante siglos. Así, todos los grandes avances de la integración fueron consecuencia de retos que planteaban su evolución económica o política y de respuestas inaplazables a crisis sucesivas que surgían en la construcción de una compleja estructura supranacional. La necesidad de abordar el futuro mirando con prospectiva, es decir, calculando y previendo los cambios y las transformaciones que se estaban produciendo a nuestro alrededor, surge a finales del siglo pasado. La Unión Monetaria es quizás, la decisión más evidente en esta línea de análisis, al comprobar la acelerada globalización de las economías y, sobre todo, el enorme peso de las finanzas en el mundo económico, además, claro está de las necesidades propias de nuestro Mercado Interior Común.
A lo largo de este siglo XXI, la Unión ha seguido creciendo a golpe de crisis, impelidos a actuar, unas veces mejor y otras no tanto, por circunstancias inesperadas o sobrevenidas, que asaltaban la maquinaria europea con impactos serios a su andadura. La crisis económico-financiera de 2008/2014, el Brexit, el fenómeno migratorio en el Mediterráneo, las tensiones populistas anti europeas… etc. Ahora, en el comienzo de una nueva Comisión (Von der Leyen) y de un nuevo marco financiero plurianual (2021-2027), la Unión se ha enfrentado a la Pandemia y afronta, de inmediato, los retos de un mundo en cambio acelerado. De un cambio de época, que ya venía produciéndose antes de la COVID, pero que se acelera y se complica en el contexto de otras transformaciones que se están incorporando a nuestras vidas como consecuencia de la pandemia.
Por eso, antes de reflexionar sobre nuestros principales desafíos, es necesario examinar esos cambios que se dibujan en el mundo post-COVID.
1.El primero es la constatación de que las pandemias han venido para quedarse. Crecen en un ecosistema enfermo, en el que se han destruido ciclos naturales y, por tanto, otras zoonosis no solo son posibles sino probables. Lo fueron los diferentes SARS, el Ébola y el SIDA y lo ha sido la COVID-19. De manera que, hemos de asumir que existe una conexión entre pandemias y naturaleza. La lucha contra el cambio climático, en defensa de una naturaleza sana y robusta es pues una de las primeras prioridades.
2.Sin embargo, es falso creer que estas u otras pandemias destruirán la tierra. De hecho, una de las consecuencias más notables de la COVID ha sido que la ciencia ha vencido al patógeno. Nunca, en la historia de las pandemias, mirando siglos atrás, la ciencia había sido tan superior al virus. De hecho, lo ha gestionado y derrotado en muy poco tiempo. A los dos meses de su aparición, su ADN y su genoma, estaba en los laboratorios del mundo y la investigación de las vacunas se ha realizado en un tiempo impensable, hace solo unos años, gracias –entre otro méritos- a la Inteligencia Artificial y a los super computadores. Dicho lo cual, una segunda enseñanza es la necesidad de crear un sistema global de monitoreo y prevención de pandemias.
3.- He aquí otra de las novedades. La ciencia se ha globalizado y la cooperación entre científicos y laboratorios (salvando los intereses comerciales), ha sido planetaria. Las revistas científicas divulgaban los avances, la necesaria coordinación de estudios e investigaciones, han hecho imprescindible la comunicación y los resultados están a la vista. La ciencia y el conocimiento se globalizan y la humanidad se beneficia. La pregunta que surge de inmediato es evidente: ¿Y la Política? La política ha mostrado su fragmentación. Cada país ha aplicado políticas diferentes a pesar de tratarse del mismo virus. Nuestra capacidad de coordinar la fabricación de vacunas se enfrenta a los intereses privados y es incapaz de extender las patentes para que la producción se universalice. Nuestros egoísmos nacionales están impidiendo un reparto más justo a los países pobres. Para qué seguir. Esto ha puesto de manifiesto el fracaso de la gobernanza global. Instituciones “altamente competentes” (OMS, Naciones Unidas, etc.) han mostrado su incapacidad para la gestión global y han estado sometidas a la dependencia de políticas nacionales contradictorias y divisivas.
4.- Otra de las tendencias post-Covid es la que ha puesto en cuestión la tendencia hacia la globalización económica. La culpabilización de la pandemia a la globalización carece de argumentos sólidos. Es verdad que nuestra forma de vida anterior ha favorecido la más rápida expresión en términos históricos de una pandemia, pero no es menos cierto que las vacunas son fruto precisamente de una ciencia globalizada y nada asegura que menos globalización garantice menos riesgos. Hay, sin embargo, un debate pertinente sobre la necesidad de recuperar “autonomía estratégica”, en la provisión de materiales y productos sensibles para la seguridad y para el aprovisionamiento nacionales. De hecho, Europa y muchos Estados discuten sobre la necesidad de asegurar la producción propia en ámbitos esenciales: farmacia, agricultura, defensa, sectores estratégicos, etc. y ya están en estudio esas previsiones que enlazan con la tendencia a relocalizaciones en nuestros suelos de muchas actividades deslocalizadas en su día por razones de costes. Hoy esas razones ya no son tan evidentes y la proximidad productiva aconseja devolver muchas instalaciones a nuestros suelos. Unida a la necesidad de dotar de autonomía en el suministro de productos esenciales, esta tendencia se hará más intensa en todo el mundo, los próximos años.
Pero creer que la pandemia paralizará la globalización es un error. Es posible que viajemos menos, trabajemos más online, que se frenen las deslocalizaciones etc, pero todo indica que la revolución digital ampliará Mercados y geografía y que las finanzas, los productos los servicios y las personas seguirán moviéndose por el planeta, en un proceso irreversible. Por otra parte, una paralización de la globalización tendría unos costes económicos y de empleo de tal dimensión, que nadie podría asumirlos.
5.- Sería también un error trasladar las numerosas incertidumbres y miedos que genera el futuro hacia la Nación, hacia el Estado, como si éste fuera el último y el único refugio. El reforzamiento de la tentación nacionalista como antídoto a la globalización desgobernada, nos conduce por el camino equivocado. Las seguridades nacionales son falsas ante la dimensión de los retos que amenazan a la humanidad. El futuro no es nacionalista, es global, es cosmopolita. El reto es gobernar lo desgobernado porque la mayoría de los problemas que enfrentamos reclaman soluciones supranacionales. El futuro no es de los patriotas -como decía Trump- sino de los globalistas exigentes con la gobernanza planetaria.
Otra cosa es que la ciudadanía esté reclamando del Estado y de sus organizaciones democráticas, el fortalecimiento de las instituciones llamadas a proporcionar seguridad, salud, libertad, igualdad y todos aquellos bienes públicos que configuran su contrato social. Aquí tenemos un espacio nacional ineludible para afrontar la calidad de nuestros sistemas democráticos. Renovar el contrato social, el que vincula la ciudadanía con sus instituciones, reclama de la izquierda política, especialmente de la socialdemocracia, de sus mejores ideas y oficios para restablecer la igualdad, para fortalecer los servicios públicos del Estado del Bienestar, principalmente la sanidad, y enriquecer la democracia y sus manifestaciones más genuinas. Esta es otra de las asignaturas que nos deja el COVID, aunque, los ataques populistas a las democracias y las tentaciones nacionalistas ya se venían produciendo años antes. Solo que las consecuencias de la pandemia han agudizado grave y peligrosamente muchas de ellas.
6.- Otra de las grandes innovaciones vividas en la pandemia tiene que ver con la tecnología. La digitalización nos ha salvado. Las infraestructuras de la interconectividad han funcionado. Gran parte de nuestro éxito ante la pandemia es que la gente ha trasladado su mundo físico al mundo virtual en el que estábamos protegidos del virus. Nuestra actividad social y laboral se ha mantenido porque las infraestructuras digitales han resistido la enorme demanda de uso que han sufrido este año. Hemos pasado horas y horas trabajando, entreteniéndonos, manteniendo reuniones familiares, conversaciones amigables, etcétera a través de una red extraordinaria que nos ha permitido conexiones con cualquier país del mundo. Lo que nos lleva a preguntarnos si no será eso, Internet, y las redes tecnológicas, lo que constituye nuestra principal preocupación. Dicho de otra forma, necesitamos asegurar nuestra infraestructura digital si no queremos que sus fallos sean nuestra más grave preocupación de futuro.
Pero, este tiempo nos ha mostrado también los peligros de esta dependencia tecnológica. En la esencia misma de la democracia, porque está creciendo la argumentación antidemocrática derivada de las virtudes tecnológicas para conocer hasta los más íntimos pensamientos de los ciudadanos a través de sus usos tecnológicos, lo que lleva a las autocracias tecnológicas (China para no ir más lejos) a interpretar una especie de superioridad moral sobre las democracias, que solo permiten expresarse cada cuatro años al conjunto de la ciudadanía. Este cinismo argumental no es despreciable. Mucho menos si va acompañado de una cierta eficiencia en la gestión de los riesgos pandémicos y en la solución de sus efectos.
Tampoco podemos despreciar otros riesgos, del dominio tecnológico digital, mucho más cercanos a nuestro hábitat democrático. Hasta que la regulación democrática nos garantice límites al uso de los datos y asegure nuestros derechos, hay dos riesgos que se están produciendo a diario en nuestras vidas: La concentración de información sobre nuestra vida y nuestro cuerpo, no puede ni debe ser manipulado ni usado comercialmente. A su vez, son necesarios mecanismos de control sobre las grandes tecnológicas y los gobiernos, para equilibrar sus poderes y evitar las dictaduras digitales. Existen riesgos reales para la libertad y para las democracias, en el aumento del poder de grandes monopolios privados, detentadores de una cantidad tal de información que les convierte en dueños de nuestras vidas.
7.- La política se ha hecho más compleja. La ciencia acompaña muchas deliberaciones. Las alternativas combinan disciplinas heterogéneas. Siempre es necesario tener en cuenta, y valorar, factores exógenos, que están fuera de nuestro ámbito de gobierno y que influyen decisivamente en nuestras decisiones. No podemos gobernar sin la ciencia. Hay que consultar, evaluar, analizar y decidir junto a los técnicos y a los expertos. Pero ¡atención! la ciencia y la técnica, no pueden reemplazar a la política. Los políticos no solo tienen la legitimidad de origen para decidir. Además, manejan y gestionan la evaluación completa de una decisión. Combinan y consideran factores médicos, económicos, sociales, presentes siempre en la toma de decisiones. La política maneja y gestiona intereses públicos en contextos sociales determinados y se mueve en lógicas democráticas sometidas al escrutinio y a la evaluación ciudadana. Nada ni nadie puede sustituirla.
Pero la crisis pandémica también ha introducido enseñanzas que debemos incorporar a la gestión política. Además de necesitar a los expertos y a la ciencia a nuestro lado, se ha revaluado el pacto, el acuerdo en la gestión de situaciones tan graves. El acuerdo entre las instancias territoriales en la que se reparte el poder. El acuerdo y la visión transversal de las medidas para combatir la pandemia. El acuerdo con los sectores económicos y sociales para sostener empresas y tejido productivo y para reactivar la economía después de la pandemia. El acuerdo entre fuerzas políticas para todo eso y para soportar su coste económico teniendo en cuenta que afectará a mucho más de una legislatura y condicionará la macroeconomía del país para futuras generaciones.
8.- Hablando de macroeconomía, no olvidemos el volumen extraordinario de endeudamiento público en el que se situarán la mayoría de los países, después de la pandemia. El volumen de deuda pública en el mundo ha crecido exponencialmente estos años y aunque cada país debe ser examinado individualmente, el análisis universal que estamos haciendo nos exige comentar una evidencia. No hay dinero público suficiente para mejorar nuestros servicios públicos de sanidad y salud en un contexto de sobreendeudamiento y crisis fiscal. De la pandemia estamos saliendo con un reconocimiento general al personal sanitario, a nuestros sistemas hospitalarios y de salud pública y con un consenso, también muy extendido en la necesidad de invertir más para tener sistemas sanitarios robustos, modernizados y suficientes. Hacer frente a esta realidad y a otros gastos públicos en la mejora de nuestra protección social, exigirá una revisión de nuestro sistema fiscal y de nuestras contribuciones al gasto público. Afortunadamente, las iniciativas de los EEUU, de Biden y de su secretaria del Tesoro Janet Yellen, en materia fiscal son alentadoras y van en buena dirección.
9.- Por último, pandemia y desigualdad. Pandemia y pobreza. Desgraciadamente, como pasa con todas las catástrofes, la pandemia ha afectado más a países pobres, a gente pobre y ha aumentado las desigualdades porque la protección social se ha reducido. Es verdad que el virus no distingue clases sociales, pero en el metro y en los autobuses, en los pisos de 50 metros cuadrados, en los trabajos más peligrosos, en los barrios más sucios, el virus se extiende más fácilmente. Es verdad que el virus no conoce las fronteras, pero América Latina tiene el 8% de la población mundial y el 30% de los contagiados y de los fallecidos en el planeta. Los índices de pobreza han crecido hasta niveles de 1990, es decir, se han perdido treinta años de avances y de lucha contra la pobreza extrema en ese subcontinente.
En fin, nuestro mundo se mueve hacia unas transformaciones que todavía no podemos determinar en todas sus dimensiones. Es probable que nos hagamos un poco más individualistas, que nuestros hábitos sociales nos hagan más distantes, con menos contacto físico, quizás un poco más desconfiados en una textura social qué es difícil de predecir. Es seguro que la vida virtual, en la red, en el ciberespacio, ganará mucho terreno: En el teletrabajo, en la educación online, en el entretenimiento, en muchos de nuestros contactos sociales. Aumentará la importancia de algunos sectores económicos: medicina y salud, plataformas digitales, telecomunicaciones, logística, software... pero disminuirán su peso económico, otros como la aviación o el turismo. Hay países perdedores y países ganadores en la geopolítica de la pandemia, como las hay en la geopolítica de las vacunas. Un mundo, en parte nuevo, se presenta ante nosotros, los europeos.
2.- EUROPA ANTE ESE MUNDO EN CAMBIO
Por eso, al enfrentar ese futuro incierto que dibuja la pandemia, es obligado recordar dónde estamos, cuál es el contexto geopolítico y geoeconómico en el que nos movemos los europeos.
Empecemos por reconocer que desde hace ya mucho tiempo hemos dejado de ser el centro del mundo. El desplazamiento poblacional, productivo y comercial a Asia es imparable y el centro de gravedad geoeconómico del planeta está ya ubicado irreversiblemente en esa zona del mundo. El ascenso de China como potencia económica está siendo más rápido de lo esperado y superará a EEUU en pocos años. Su fuerza militar está creciendo en progresión geométrica y su influencia en el mundo entero, la convertirán en el nuevo gran rival de una bipolarización con Estados Unidos que amenaza el multilateralismo.
Más allá de los intereses económicos con China, Europa está ubicada en el bloque occidental-democrático de esa bipolaridad. Las batallas tecnológicas (5-G, IA, microprocesadores, etcétera), las defensivas, las comerciales y sobre todo las políticas que surjan de la cúspide de esa nueva guerra fría, nos comprometen junto a los Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia etcétera. No hay elección posible frente al otro bloque chino-ruso, si tal aleje se configura, lo que no es todavía seguro. Nuestros valores democráticos, nuestras libertades, nuestros sistemas políticos, no son negociables. No es una posición fácil para Europa, claramente partidaria de un multilateralismo del pacto, de una globalización gobernada, de unas organizaciones internacionales fuertes, arbitrales, cooperantes y pacificadoras en un mundo más sostenible y más equilibrado en su desarrollo. Ese es nuestro difícil equilibrio en un papel que nos obliga a fortalecer nuestra política internacional.
Quizás, una de las debilidades más notables de la Europa de hoy es precisamente su política exterior y de defensa, algo que se pone de manifiesto día a día por la creciente importancia del escenario global en el destino de los pueblos. Todo lo que ocurre nos afecta, todo está concatenado, todo es veloz y sucede inmediata y simultáneamente.
La velocidad es uno de los cambios que caracterizan la globalización. La viruela tardó tres siglos en extenderse por todo el planeta. El SIDA tres décadas. La Covid-19 ha tardado tres meses y un virus informático, quizás tres horas para infectar el mundo cibernético. Todo nos afecta. Los piratas somalíes que asaltan barcos pesqueros en el cuerno de África, nos obligan a enviar a nuestra armada a aquellos confines a protegerlos o enviar guardias privados fuertemente armados junto a los pescadores de atún de nuestros barcos. Francia combate con tropas en el Sahel porque algunos de los actos terroristas que ha sufrido, vienen de allí. La Primavera Árabe comenzó cuando un joven tunecino se quemó a lo bonzo en diciembre de 2010 y las protestas sociales consecuentes en el norte de África dieron lugar a unas revueltas democráticas que nos llenaron de esperanzas democráticas. Hoy, sin embargo, todo el Mediterráneo llora las desgracias producidas en una escalada de violencia desordenada y destructiva cabalgando sobre aquellas esperanzas.
Esa misma velocidad dificulta la gestión de los acontecimientos. A pesar de los innumerables centros de investigación, análisis y prospectivas de las Cancillerías y de los Centros de documentación de todo el mundo, casi nadie previó la crisis económica financiera de 2008-2012 o la caída del muro de Berlín una noche de noviembre de 1989 y, sobre todo, el zapatazo consecuente de aquel derribo, en un tablero internacional que permanecía bastante estable desde cuarenta años antes. Todo nos afecta. La previsible Alemania había establecido una fiscalidad especial para la prolongación de la vida de sus centrales nucleares. La razón, al final de la primera década de este siglo, era clara. Técnicamente era posible y seguro mantener en funcionamiento las centrales más allá de los 30 años previstos inicialmente. Por eso, la señora Merkel consideró que la autorización de la prórroga debía llevar aparejada una alta fiscalidad. Así se acordó en 2010. Pero, solo unos meses después, en marzo de 2011 se produjo la catástrofe de Fukushima y Alemania decidió a finales de ese año, vistos los efectos del tsunami en la central japonesa, cambiar radicalmente su política energética nuclear. Acordaron un plan de cierre escalonado de todas las centrales nucleares.
Vivimos pues un mundo en el que la velocidad, la relación entre los acontecimientos, la falta de previsión y la dimensión supranacional de todo ello, generan objetivas dificultades de gestión, dado el iniciático estado de su gobernanza.
Este es el mundo de nuestro siglo. Y Europa tiene que ser una potencia en él. Necesitamos ser un player del mundo, un socio fiable, influyente, para defender nuestros valores y nuestros intereses y eso requiere algunas reformas institucionales y algunas decisiones políticas importantes. Entre las primeras, la aprobación de nuestra política exterior sin el requisito de la unanimidad. Es un Derecho de veto inadmisible, una rémora burocrática que ralentiza la operatividad exterior de una potencia. Esperar quince días a que se reúnan los 27 ministros de exteriores y acuerden -por unanimidad- las posiciones europeas en temas que suceden y se resuelven -o no- en días o en horas, es absolutamente frustrante para el Servicio de Acción Exterior europeo.
En el terreno de las decisiones políticas, mencionaré solo dos, que constituyen elementos nucleares de nuestra integración. La primera es la creación de un sistema operativo de Defensa europeo que sea embrión de un ejército europeo y favorezca la creación de una industria europea de la defensa. La tensión interna que produce esta idea, se entiende bien, aunque no justifica la parálisis. En efecto, una defensa europea compromete nuestras relaciones con la OTAN y muchos países europeos (especialmente los del Norte y los bálticos) no quieren reducir su dependencia de la OTAN, que, ellos consideran, constituye la única y verdadera garantía frente a Rusia. La tensión interna europea, está servida y encontrar ese equilibrio entre OTAN y Defensa europea, no es fácil.
Algo semejante ocurre con la ratificación de los Acuerdos Comerciales, de Asociación y Cooperación de la Unión Europea con otros países del mundo. Laboriosas y complejísimas negociaciones de Acuerdos de Europa con el resto del mundo (Mercosur, Canadá, etcétera) quedan pendientes de una ratificación parlamentaria, no ya en el Parlamento Europeo, ni siquiera en los 27 parlamentos nacionales, sino en determinados parlamentos regionales cuyos Estados tienen transferida esa facultad a sus regiones (Bélgica es el caso).
Ocurre así, que un Acuerdo firmado con otro u otros países, necesitan dos o tres años para su entrada en vigor en el mejor de los casos, porque basta cualquier negativa de un parlamento nacional (o regional) para hacerlo inviable. Europa está perdiendo credibilidad negociadora, en uno de los planos de la actividad internacional en la que es más fuerte, dada su capacidad negociadora en nombre de 500 millones de consumidores de alta capacidad económica.
Europa quiere liderar el cambio climático en el mundo y por eso ha asumido compromisos de descarbonización más fuertes que nadie. (0 emisiones de CO2 en 2050). Por eso está al frente de los países que hacen del Acuerdo de París la hoja de ruta para el mundo y por eso está elaborando los más ambiciosos programas económicos en esta materia, como es el caso del New Green Deal. Quiere mantener un alto nivel de digitalización en su industria y en las infraestructuras tecnológicas. Quizás hemos perdido ya algunas batallas en el campo de la innovación, como son las telecomunicaciones, 5-G, Big Data o la inteligencia artificial, o los microprocesadores, pero, estamos en la carrera de las grandes transformaciones tecnológicas: nuevos materiales, baterías para vehículos, aeronáutica, nanotecnología, etcétera. No perder pie en estas materias y adaptarnos a las grandes revoluciones con la poderosa industria europea es vital en la esencial batalla de la competitividad internacional.
A este doble objetivo: liderazgo mundial en la lucha contra el cambio climático y una ambiciosa Agenda Digital responde al Plan para la recuperación económica que han lanzado la Comisión, el Parlamento y el Consejo europeos (julio 2020). Ha sido una reacción esperanzada de una Unión que ha configurado el Plan de Reactivación post-pandemia más ambicioso de su historia. Es verdad que no fue así al principio de la pandemia. La descoordinación en los cierres de las fronteras, decididas por los Estados Miembros unilateralmente, la ausencia de medidas de prevención y de material sanitario en los primeros días, y la perplejidad que mostraba Bruselas esos días, nos devolvió a los peores momentos de la crisis financiera 2009-2010. Los aviones chinos en los aeropuertos europeos vendiendo al mejor postor mascarillas y equipos de protección para los sanitarios, eran la mejor muestra de nuestro desconcierto. Pero la foto más humillante para Europa fueron los camiones rusos entrando en Bérgamo con ayuda sanitaria. El debate sobre la ausencia de Europa se hizo, una vez más, catastrofista y destructivo.
Pero la reacción económica de Europa ha sido formidable. El Banco Central Europeo (BCE) desplegó todo su potencial comprando deuda pública de los Estados y facilitando así liquidez financiera a Bancos y Estados. La Comisión aprobó diferentes programas para ayudar a los gastos sanitarios de los Estados (37.000 millones de Euros) y al desempleo provocado por el parón económico (Support to Mitigate Unemployment Risks in an Emergency , SURE 100.000 millones de Euros); suspendió el Pacto de Estabilidad para que sus rígidas normas sobre Déficit no impidieran la expansión presupuestaria y ordenó al, Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) creado en la crisis de 2010, pusiera 240.000 millones de euros al servicio de los Estados y ofreciera préstamos sin condicionalidad.
El gran impulso a la recuperación socioeconómica de Europa, lo dieron la Comisión, el Consejo Europeo y el Parlamento, aprobando un plan de 750.000 millones de Euros para ayudar a las economías europeas y dar además un salto en dos ejes claves para el futuro: El Green Deal en materia de lucha contra el cambio climático y la digitalización. El plan, llamado acertadamente Next Generation UE, ha llenado de entusiasmo europeísta a la población y ha despertado notable admiración en todo el mundo. Al mismo tiempo, esa misma Unión Europea está comprando más de mil millones de vacunas y las reparte equitativamente entre la población europea.
Estas respuestas han significado un avance extraordinario en la integración europea, refuerza enormemente el europeísmo ciudadano al ver, esta vez sí, una Europa unida, fuerte, solidaria, que ayuda a sus Estados y a sus ciudadanos y que aprovecha la crisis para lanzarse hacia el liderazgo mundial en la lucha contra el cambio climático y hacia la digitalización de su economía, manteniendo la cohesión social.
Es la primera vez en la historia que la Unión Europea se endeuda en nombre de la Unión y mutualiza la deuda ante los mercados. Es la primera vez que crea figuras fiscales nuevas para amortizar esa deuda (Digitales, plásticos y compensación del CO2 en Frontera). Es la primera vez que se lanza un plan dotado con casi un billón de euros en una política anticíclica (no procíclica como en 2010) a repartir solidariamente. Es la primera vez que se da un paso tan federalizante en una Unión supranacional como es hoy la Unión Europea.
Se ha dicho que este gran logro constituye un momento hamiltoniano de la Unión, aludiendo a la mutualización de la deuda de los Estados Confederados de América. Sin duda lo ha sido, aunque estamos muy lejos de forjar los Estados Unidos de Europa. Y aunque es cierto que ha habido otros momentos semejantes en la historia reciente de la Unión, este no es menos importante que aquellos históricos acuerdos sobre la Unión Monetaria, la Unión bancaria o los fondos de cohesión. Entre otras razones porque este será la base del Pilar Fiscal y de un posible Tesoro Europeo, condiciones fundamentales ambas, de la Unión Monetaria y de su Gobernanza.
Hay finalmente dos grandes retos pendientes en esta Europa que sigue haciéndose día a día, a golpe de crisis. El primero es el tema migratorio. La crisis de 2016 con las columnas de refugiados sirios queriendo llegar a Europa, dividió nuestra Unión entre países del Este y del Oeste. Una nueva línea divisoria, como lo fue en los años de la crisis económica 2008-2014, la división Norte/Sur, se introdujo en la maquinaria política de la Unión Europea hasta el punto de los cierres unilaterales de fronteras y la puesta en cuestión del Mercado Único con Schengen. Desgraciadamente el problema político sigue latente al negarse varios países (Visegrado) a acoger cuotas de reparto de las migraciones que presionan nuestras fronteras exteriores, especialmente la del Mediterráneo. La solución es tan sencilla de exponer como difícil de implementar. Se trata de acordar una política migratoria común con los países de origen de las migraciones, desviando así la emigración irregular hacia los consulados europeos que organizan la llegada ordenada de migrantes y su reparto en los países europeos en función de sus circunstancias económicas y necesidades. Debería realizar después la formación profesional, y su integración laboral y social en los países de acogida. Obviamente, el tema es más complejo, pero se articula sobre estás bases. Mientras no seamos capaces de organizar una ingeniería social semejante, el tema migratorio será un conflicto permanente entre nosotros, con graves riesgos para la integración europea.
La otra gran materia en la que Europa tiene que avanzar inexorablemente es la culminación de la gobernanza económica de la Unión Monetaria y progresiva armonización del Mercado Interior. El Euro ya es una moneda fuerte, sólida, representante de un espacio económico competitivo, universal. Pero su gobernanza adolece todavía de importantes carencias. La primera es finalizar su recorrido natural como moneda de la totalidad de la Unión, a excepción de Dinamarca que excluyó desde el principio su inclusión en ella. El resto de países tienen comprometida su adhesión y es bueno que eso se haga cuanto antes. Hay demasiadas distorsiones en la gestión de los intereses económicos de la Unión Europea con dos espacios monetarios diferentes. El EUROGRUPO está limitando el poder de la Comisión en política económica y debería ser sustituido por el ECOFIN (una vez se incorporen al Euro el resto de los países). Ello permitiría, además, que el Comisario de Economía y Finanzas, ejerciera el liderazgo en la política económica y financiera de toda la Unión. El Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) debería convertirse en el Fondo Monetario Europeo (FME), mucho más después del acuerdo para la recuperación económica post COVID (Next Generation UE). A su vez, hay que culminar la Unión Bancaria con la creación del Fondo de Garantía de Depósitos y completar una Unión de los Mercados de Capitales.
Respecto al Mercado Interior, es preciso reconocer que se trata de un proceso inacabado, que reclama sucesivas armonizaciones en las regulaciones nacionales y que entraña dificultades añadidas en la medida en que esas armonizaciones muchas veces implican cesiones de soberanía regulatoria de la Unión Europea y generan intereses encontrados entre los Estados Miembros. Conforme más avanzamos en la integración europea, más materias nos reclaman esa profundización en el funcionamiento armónico de nuestro mercado interior.
Así ocurre, por ejemplo, con la fiscalidad en la que los sucesivos escándalos han puesto de manifiesto la competencia desleal existente entre los Estados Miembros, absolutamente incompatible con la equidad en la competencia. Fue, en su momento, el caso Lux-leaks (atracción de sedes centrales y fiscales a Luxemburgo a cambio de ventajas fiscales en el impuesto de sociedades y en otras figuras fiscales) y lo siguen siendo sucesivas normativas en varios impuestos en Irlanda, Holanda, Malta, etc. Una Unión Fiscal es cada vez más necesaria para evitar daños enormes e injustos a las recaudaciones nacionales y para evitar competencias desleales en el seno de la Unión.
Cabe extender esa reflexión a otros campos del Mercado Interior Europeo. El desarrollo de la Agenda Digital está demandando una progresiva armonización en el desarrollo y regulación de los mercados de telecomunicaciones, en las exigencias de protección de Derechos en Internet, en la explotación de los Datos etc. La Unión Energética, en plena descarbonización y desarrollo de las energías renovables, exige conectar nuestras redes, hacer transportable la energía por encima de fronteras físicas, y de regulaciones nacionales cada vez más antieconómicas.
La Unión Social, que reclama condiciones sociolaborales semejantes, reclama igualmente un largo proceso de armonización al alza, de las condiciones laborales mínimas en los sectores económicos. Salario Mínimo (ajustado a cada país a la media salarial), principios de igualdad en los Mercados Laborales, Protección Social semejante, configuran todo un mundo por conquistar en este importante plano de la vida ciudadana europea.
Son solo algunos ejemplos de esta compleja tarea que da buena muestra de las verdaderas dificultades que entraña la integración europea. Podríamos citar muchos más, en áreas de Ayudas de Estado, apertura de mercados internos a la libre competencia europea, etc. Por eso, no conviene olvidar que el MERCADO ÚNICO es una de las grandes fortalezas económicas y geopolíticas de Europa.
En definitiva, Europa ha sido clave ante la pandemia, tanto en el combate al virus, como en la Recuperación de sus efectos socioeconómicos. No hay que dejarse llevar por ese pesimismo europeísta tan conocido y repetido. Pero, para que la crisis sea una oportunidad, Europa tiene que enfrentar nuevos desafíos, liderar temas del futuro y reordenar su maquinaria institucional para ser e influir en el mundo y para gobernar la globalización con nuestros valores y desde el multilateralismo y la cooperación.
Publicado para la Revista "Grand Place", Julio 2021