Pasado ya ese tormentoso episodio electoral que han sido las elecciones en Madrid, conviene volver a la realidad de las cosas, al gobierno del país, a los problemas que nos afectan, a los dosieres pendientes en las mesas del poder. Hemos vivido un mes largo en una nube oscura, densa, llena de niebla que distorsiona el debate político serio y lo sustituye por simplificaciones, sentimientos, pasiones, identidades… es decir, por el populismo y la polarización. ¿Qué es si no contraponer la libertad al socialismo? ¿Qué es volver al ‘No pasarán’ del 36 del siglo pasado? ¿Qué es inventarse y atribuirse identidades enfrentadas en una comunidad que no las tenía? ¿Qué fue esa estúpida disputa sobre amenazas paranoicas?
Ha sido una campaña penosa, patética, en la que los extremos han jugado su papel y el centro sociológico ha sido incapaz de comparecer. De ahí los resultados. El país no pue de seguir en esa nube perturbadora, confusa, en la que Madrid nos ha mantenido. España tiene retos muy serios, decisivos, que nos obligan a volver nuestra mirada y nuestro debate a decisiones inaplazables.
Tenemos un 16% de nuestra población laboral en paro. Casi un 40 % de nuestros jóvenes - la mayoría sin cualificaciones laborales– en búsqueda de empleo. Tenemos una alta precariedad laboral –casi un tercio de la población laboral– si incluimos a muchos de los dos millones largos de autónomos. El mundo sindical nos pide la derogación de la reforma laboral del PP y es comprensible que lo haga porque, objetivamente, perjudicó los derechos laborales anteriores. Pero, derogar solo no es solución de nada. Habrá que crear otro marco laboral, otras regulaciones sobre modalidades de contrataciones, negociación colectiva, salarios, despidos, etcétera, para que España en frente los dos objetivos principales de esta reforma: que se cree empleo y que sea de la mayor calidad posible. ¿Por ese orden o por el contrario? Porque son objetivos antagónicos, reconozcámoslo. Si se prima la calidad, quizás mantengamos altas tasas de desempleo; y si se prima el empleo, quizás sea acosta de su calidad. Pero, además, ese debate crucial se inserta en una disrupción económica-tecnológica de efectos múltiples sobre el empleo. La digitalización, la robótica y otras innovaciones tecnológicas dibujan un incierto panorama sobre el empleo resultante. Atacar este tema con equilibrio y acierto es clave para nuestro futuro.
Como lo es sanear nuestro sistema de Seguridad Social y adaptar nuestro modelo de pensiones a parámetros ineludibles: vivimos 20 años de media pensionados y tenemos 20 millones de cotizantes y diez millones de pensionistas, y las cotizaciones a la Seguridad Social del empleo son bastante altas y no permiten mejoras de ingresos al sistema. Pero, el mismo tiempo, las pensiones son el más formidable sistema de solidaridad y de protección social de nuestro país. No podemos cuestionarlo. El déficit de la Seguridad Social es política social por excelencia. Pero España tiene el 120% de su PIB en deuda pública acumulada y se ha visto desde 2008 hasta aquí que reducir el déficit público es casi imposible sin aumentar los impuestos, sin alcanzar un volumen de ingreso fiscal más alto que el 39%-40 % actual sobre el PIB. Una reforma fiscal será imprescindible en cuanto pase la pandemia.
España tiene que aprovechar la fuente de recursos europeos para modernizar su aparato productivo y para mejo rar su productividad en las grandes disrupciones: climática y digital. Pero, más allá de elaborar un plan y presentarlo en Bruselas, queda todo por hacer y por hacer lo bien, porque nos jugamos ser un país competitivo o un país atrasado. Encontrar un mecanismo bien engrasado, que combine gobiernos, sectores económicos, universidades y centros tecnológicos y que cree un ecosistema de cooperación y buena gestión será clave. Partimos de la base de un país que supera la pandemia este verano y que se pone a consumir y a trabajar a pleno rendimiento en esas fechas. Contamos con un crecimiento sostenido que nos permita recuperar los niveles de 2019 en 2023. Partimos de la base de que el Gobierno es estable y mantiene el timón del país sin sobresaltos hasta la próxima contienda electoral en mayo de 2023. Damos por hecho que el conflicto en Cataluña no nos distrae, ni nos perturba, una vez se forme el nuevo Gobierno catalán.
Quizá sea mucho suponer, pero apostemos por ello. Si esas condiciones se dan, el Gobierno debería afrontar el liderazgo de estos grandes temas. Reforma laboral, reforma fiscal, Seguridad Social, saneamiento macroeconómico y Plan de Transformación son las cinco urgencias de nuestro presente y las cinco condiciones de éxito para el futuro del país. Pero esas reformas tienen que ser sostenibles. Es decir, hechas para durar por que gozan de amplios apoyos políticos y sociales. Por eso, ¡a las cosas, compañeros!
Publicado en Diario Vasco. 9/05/2021