Sorprende la estrategia de negociación; el país no está para experimentos divisivos
La aprobación de los Presupuestos de 2021 es clave para el país, desde luego, pero también lo es para la continuidad misma del Gobierno. En buena lógica democrática, si el Ejecutivo no lo lograra, debería convocar elecciones. Así ocurre en democracias sólidas y así ha ocurrido en la nuestra.
España no puede afrontar su propia recuperación post-Covid con el Presupuesto Montoro. Necesita de esta herramienta fundamental en su política económica, aunque un 80% del gasto sea inercial y no admita retoques. Pero, además, el Presupuesto es una señal política imprescindible en Europa. Sin él, nuestro descredito ante el plan europeo de reconstrucción (Next Generation) sería fatal y los fondos destinados a España estarían en el aire. Por supuesto, un desenlace electoral antes de cumplirse el primer año de Gobierno sería catastrófico para el país y me temo que también para los partidos de la coalición.
Quizás por eso pueden comprenderse algunas cosas extrañas que acompañan los intentos para su aprobación. La primera es que llevamos un mes debatiendo con quién sin conocer el qué. No hay una sola cifra, ninguna orientación de prioridades, ningún cuadro macro sobre el que asentar el puzzle económico del país; y, sin embargo, oímos hablar a unos y otros sobre las alianzas que lo harían posible o sobre los vetos a determinados apoyos. Es totalmente inusual.
La segunda sorpresa es el método. En todo Gobierno serio, esta tarea se encomienda al Ministerio de Hacienda, que, junto al de Economía y atendiendo los borradores de los diferentes ministerios, construye los equilibrios y negocia los apoyos parlamentarios. Es más, durante la tramitación de las miles de enmiendas de los grupos que lo apoyan, esa interlocución del Gobierno se encauza y centraliza en el Ministerio de Hacienda. Pero esta semana pasada hemos asistido a sendos procesos de negociación de los dos vicepresidentes (Carmen Calvo y Pablo Iglesias) con fuerzas distintas, parece que antagónicas y excluyentes, en estrategias alternativas y no complementarias.
Tampoco parece muy razonable que las materias objeto de esas conversaciones sean completamente ajenas a las propiamente presupuestarias. El país está en una encrucijada gravísima. Los daños socioeconómicos de la pandemia son enormes. Todos los planes pactados antes de marzo han quedado viejos e inadecuados. El debate de España es el Presupuesto de 2021; la urgencia es su contenido, su orientación, sus cifras básicas, las políticas principales, los sectores económicos que hay que salvar, las mejoras en sanidad y educación… Ese es el único debate que merece atención social y debería centrar las conversaciones con los grupos de apoyo.
Pero, al parecer, se habla de otras cosas y no quiero ridiculizar ningún tema político, pero no es este el momento ni el lugar para hablar de ellas. Y aunque no soy tan ingenuo como para desconocer que en el Presupuesto se incluyen acuerdos de naturaleza política muy diversa, de lo que se está hablando con algunas fuerzas políticas me parece totalmente improcedente.
Las alarmas se encienden definitivamente al comprobar que las estrategias de negociación con unos y otros conducen a escenarios políticos muy diferentes y muy de fondo. Cuando Iglesias pretende consolidar la alianza de investidura incluyendo a Esquerra y a Bildu, además de al PNV, al Bloque Gallego y al PDeCAT o parte de él, está ofreciendo a los nacionalistas un proyecto tan enigmático como peligroso, que incluye «redefinir el Estado» en «la transición más importante en 40 años» (sic). No sabemos qué es esto; pero, conocidas las posiciones autodeterministas e independentistas de muchas de esas fuerzas, debe ponernos en guardia. Lo mismo cabe decir de su conocida censura a la Transición y a la democracia resultante, a la Constitución y a la forma de Estado. ¿Es un camino en la redefinición de todo esto lo que les ha ofrecido el señor Iglesias?
Hay algo que me parece peor. Colocar a Ciudadanos en la derecha y a la derecha en la ultraderecha es un ejercicio político insensato que nos devuelve a las dos Españas machadianas. Las democracias se están deteriorando en todo el mundo por un exceso de polarización y aquí se está buscando ese extremismo intencionadamente. El país no está para esos experimentos divisivos. Por el contrario, el pacto con Ciudadanos centra el Gobierno (no confundir centralidad social con centro político), evita rozamientos con el PNV a todas luces inconvenientes y dar protagonismo a quienes no lo merecen (como acertadamente señalaba el nuevo secretario de Juventudes Socialistas) y abre un abanico potencial de acuerdos políticos con un partido que –por fin– ha asumido su vocación de bisagra. Madrid y Castilla-León podrían ser las siguientes bazas de ese acuerdo. Si además nos ofrece razonables acuerdos socioeconómicos, ¿por qué despreciarlos?
Esta discrepancia de fondo sobre los apoyos y la orientación política de la legislatura me parece principal. Solo espero que el PSOE establezca la mayoría y la jerarquía que le corresponde en el Gobierno y en el país.
Publicado en El Correo, 23/09/2020